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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 840
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de julio de 2020
0 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces (demasiado pocas) entre campos y campos de cardos, el género de terror te ofrece una preciosa amapola. Es tan raro lograr entusiasmarse con una cinta del género… Pero esta tarde me ha ocurrido con “Para Elisa”, la ópera prima de Juanra Fernández, lección magistral de cine con escasísimos recursos pero toneladas de inteligencia y atrevimiento.


Un film de terror en el que no hay sustos fáciles, golpes de música ni elementos irracionales inexplicables. Todo encaja en la (terrible) lógica más absoluta. Es un cuento gótico sobre los mundos angustiosos que hay en la puerta de al lado de nuestra casa y en los que podemos caer cualquier mal día. Es una maravilla. Pasa al elenco de mis escogidas junto con “Déjame entrar” de Thomas Alfredson, “A ghost story” de David Lowery, “Thelma” de Joachim Trier, “Verónica” de Paco Plaza. Y, dicho sea de paso, conserva la cinta de Juanra Fernández cierto aire a “La madre muerta” de Juanma Bajo Ulloa absolutamente irresistible y conseguido.


Con ecos bastante expresos de “¿Qué fue de Baby Jane?” de Robert Aldrich y “Misery” de Rob Reiner, ambas homenajeadas con dignidad y capacidad artística que ennoblecen el momento más allá del mero tributo, el enorme cineasta nos sorprende con una historia angustiosa que ocurre en el mismísimo centro histórico de Cuenca, en el piso desasogante y decadente donde una señora mayor (otrora niña prodigio pianista) vive con su hija y a donde acude la protagonista, Ana, estudiante universitaria, a una oferta de trabajo para cuidadora de la menor. Pero… Por cierto, su plano final antológico que supone la guinda del pastel y la cuadratura del círculo, es absolutamente magistral.


Cuanto menos sepas del argumento antes de verla, mejor, pero haz por encontarte con ella porque la película depara una gratísima sorpresa cargada de calidad y cualidades cinematográficas. Sostenida por una dirección brillante, algunos planos sobrados de calidad, una tensión ambiental perfectamente diseñada y unas situaciones angustiosas precisas, que lógicamente requieren de la entrega de su elenco actoral, entre quien destaca de forma mucho más que notoria la gran Ona Casamiquela ejerciendo de víctima de la función de forma estelar y robando desde el primer plano de la película todo el protagonismo al resto, perfectamente secundada por Ana Turpin, que borda un papel bastante complejo de llevar a la práctica.


Juanra Fernández ha estrenado ahora su segundo largo, “Rocambola”, que lógicamente estoy deseando ver.
Sergio Berbel
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6
22 de diciembre de 2022
8 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Autodefensa” es un auténtico disparate, pero tiene su chispa. Es el producto de una ingesta masiva de sustancias psicotrópicas mal asimiladas por el organismo de dos chicas jóvenes, pero engancha. Es el reflejo de una juventud con todos los objetivos perdidos y las miradas totalmente distorsionadas, pero es la vida misma. Es la locura manifiesta y expresa de sus dos inclasificables creadoras, Berta Prieto y Belén Barenys, pero no dejan de ser dos jóvenes que captan la atención del espectador por su vacío absoluto. Es un despropósito total, pero te hace reír a veces y reflexionar otras. Es un grito lleno de ira y violencia contra el machismo, contra el patriarcado, contra la posición de la mujer en la sociedad contemporánea de las redes sociales que a veces incluso cala. Es tan propia del Almodóvar primigenio en versión 2022 que me acaba gustando aunque no debería ocurrir. Son un pavoroso retrato de la generación zeta entregada al onanismo, al egocentrismo y al hedonismo más simple, pero quiero ver alguna complejidad bajo esa capa de superficialidad aparente.

Obviamente, estamos ante un inaudito ejercicio de autoficción alrededor de dos jóvenes que presentan todas las taras, desequilibrios emocionales, algún que otro episodio de desborde mental (colosal la bordería inclasificable de Berta Prieto en el episodio 7 “Volver a casa”, para mí, el mejor de la serie), un “Controla tu entusiasmo” de Larry David para HBO pero en versión adolescencia actual y con el arriesgado ejercicio de funambulismo que Filmin se ha marcado, una plataforma cada día más y más interesante que aquí produce un producto de altísimo riesgo.

Lógicamente, sin Berta Prieto y Belén Barenys nada hubiera sido posible. No existen dos jóvenes en el panorama cinematográfico actual que estén tan inestables psicológicamente como para hacer de su autoparodia (“Autodefensa”) un ejercicio apasionante. Y ellas lo consiguen desnudando cuerpo y alma ante la cámara en apenas 10 episodios de 15 minutos cada uno de ellos. Pequeñas dosis para gran apasionante locura.

Absolutamente todo es heterodoxo e incalificable, también inclasificable, en esta tragicomedia enloquecida y drogadicta que me ha divertido como mero placer culpable.
Sergio Berbel
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10
21 de julio de 2020
6 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿POR QUÉ A LA ALTURA DEL MES DE JULIO TENGO CLARO QUE “UNA VEZ MÁS” DE GUILLERMO ROJAS ES, PARA MÍ, MI PELÍCULA DE 2020? UN GUIÓN EN LA CUMBRE DE LA SENSIBILIDAD ROMÁNTICA, UNA SILVIA ACOSTA ANTE LA QUE HAY QUE CAER RENDIDO DE RODILLAS, UNA CANCIÓN PARA ENAMORARSE, Y SEVILLA.

Seguramente el mejor regalo que le puede llegar a un cinéfilo es ver una película sin unas enormes expectativas iniciales y que el experimento vaya creciendo delante de sus ojos hasta notar cómo empieza a levitar por saber que la película va a enraizar en su alma para siempre, necesitar tan sólo 10 minutos para saber que Abril será una chica que no va a olvidar nunca, y constatar una vez más que Sevilla es la ciudad más fotogénica que existe. Sin duda, para mí, la película de 2020 (y eso que aún andamos a la altura del mes de Julio, pero es que me conozco). La sombra de la trilogía de Richard Linklater siempre será muy alargada por los siglos de los siglos (por suerte).

El guión de Guillermo Rojas es portentoso, un derroche de “sentido y sensibilidad” (guiño al guiño que contiene la propia cinta) antológico, una preciosidad que te empapa el alma por ósmosis, porque es imposible no amarla en silencio, como se aman sus dos protagonistas, por encima de todo y de todos, más allá de sus defectos y sus pasados tristes (la película no sé si tiene pasado, pero desde luego que no tiene defectos). Sus líneas argumentales tienen todos y cada uno de los lugares comunes del cine indie pero sublimados hasta el éxtasis, sabiendo ser tratados con coherencia, verosimilitud, sentimiento, su pizca de crítica social imprescindible y ácida, como debe ser, y su música siempre al dente.

Y tras el guión, ella, Silvia Acosta, que aparece en todas las escenas de la película y prácticamente en todos sus planos, que es el centro gravitacional de la cinta, de la historia, de todo el resto de personajes y de nuestro corazón. Literalmente es imposible no enamorarse perdidamente de Silvia Acosta en esta película, y si la película se ha ganado a pulso un hueco eterno en mi ajado corazón, es gracias al codazo que sabe dar oportunamente Silvia Acosta con su interpretación antológica. A Silvia Acosta sólo cabe recibirla de rodillas y darle todos los premios del año, porque desde que aparece en la primera escena y cierra la película en la última, todo es pura credibilidad, sencillez, hondura, sentimiento a flor de piel, contención. Su mirada de preciosos ojos oscuros encandila a cualquiera y su honestidad ante la cámara desarma.

Y tras el guión y Silvia Acosta, Sevilla. Sevilla siempre embaucadora para el cine. La ciudad más bella y más fotogénica, nacida para llenar planos del mejor cine. Un personaje más en la película del gran Guillermo Rojas, la Sevilla real, la que transitan los sevillanos, sea la Librería Caótica o Las Setas, el Muelle de la Sal o el Alamillo. Sevilla como la novia de una película que se permite homenajear a “La reconquista” de Jonás Trueba llevando a su pareja protagonista a meterse en el cine para verla. Colosal declaración de intenciones. También quiero encontrar un homenaje menos explícito a Twin Peaks en esa escena musical onírica en una terraza con vistas a la Giralda donde un ángel rubio interpreta un temazo que se te pega al alma como si fuese de chicle.

“Lo nuestro es una historia sin final”, dice esa canción imborrable. Y así es. Abril (divinamente, en todos los sentidos, interpretada por Silvia Acosta, perdón, por SILVIA ACOSTA), arquitecta que trabaja en la megaindustria de Norman Foster en Londres, tiene que volver a su Sevilla natal para el entierro de su abuela. Allí se reencuentra con su familia, con sus amigas, con su mundo, que ha cambiado demasiado en su ausencia de cinco largos años. Pero también se reencuentra con su exnovio, al que dejó tirado para irse a perseguir su sueño profesional, Dani (fantástico Jacinto Bobo). Entonces es cuando ambos caen en la cuenta de que hay cosas que jamás se superan.
Todo lo demás, nadie te lo debe contar, sino que te mereces vivirlo como lo he vivido y llorado yo esta tarde.
Sergio Berbel
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10
23 de febrero de 2022
3 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando los grandes cineastas llevan a cabo un ejercicio de introspección y deciden narrar su infancia, siempre dan a luz obras maestras. Y el cine de los últimos tiempos se está cargando de razones para sostener esta tesis: “Belfast” es a la filmografía de Kenneth Branagh lo que “Licorice Pizza” a mi director favorito Paul Thomas Anderson, “Fue la mano de Dios” a Paolo Sorrentino, “Érase una vez en Hollywood” a Quentin Tarantino o “Dolor y gloria” a Pedro Almodóvar. Quiero decir que con todo esto que “Belfast” es una absoluta e incontestable obra maestra de Kenneth Branagh.

Desde que tengo uso de razón, existen tres conflictos que me han apasionado y captado toda mi atención: el irlandés, el vasco y el palestino. El único reproche que puedo achacar a una joya del cine de la dimensión de “Belfast” es que no entra en profundidad en dicho conflicto irlandés, sino que tan sólo se queda en la superficie del mismo como mero telón de fondo, como decorado agridulce de la preciosa historia iniciática que nos cuenta.

Rodada en un portentoso blanco y negro por un virtuoso de la dirección de fotografía como Haris Zambarloukos, con los mejores encuadres que haya visto en los últimos años en pantalla grande, con unos planos jugando magistralmente con la profundidad de campo donde siempre puedes contemplar varias escenas diferentes superpuestas, con unos cuidados reflejos en cristales, con un deseo expreso y confeso de trascender creando belleza estética, la película autobiográfica de Kenneth Branagh es una obra de arte colosal, un templo de la más exquisita caligrafía visual, una lección magistral sobre dónde colocar la cámara y para qué.

Y todo ello al servicio de una preciosa historia de iniciación de un trasunto del propio cineasta a sus 8 años llamado Buddy, perteneciente a una familia protestante que convive en la misma calle con varios vecinos católicos y que tratan de no mezclarse en la violenta e irracional sinrazón unionista inglesa que trata de exterminar a la minoría católica por las malas. El padre de Buddy trabaja en Inglaterra y sólo vuelve a casa de vez en cuando; la madre tiene que hacer frente al cuidado de sus dos hijos y de todas las deudas que se van acumulando; los abuelos son dos seres luminosos y encantadores que dan el toque más especial y dulce (en el mejor sentido del término) a la cinta; y, a todo esto, el niño conoce la desorientación de un primer amor infantil respecto a una compañera de clase.

La película oscila entre la ternura y la crudeza de una situación social muy conflictiva, aunque al colocar la perspectiva de la cámara y de la historia en primerísimos planos del niño, tiene mucho más de lo primero que de lo segundo. Sostenida a pulmón por el joven actor Jude Hill, al que la cámara sigue insistentemente a través de continuos primerísimos planos que el menor sostiene de forma magistral, destacan igualmente las interpretaciones de los abuelos encarnados, ni más ni menos, que por Judi Dench y Ciarán Hinds, natural también de Belfast. Ahí es nada.
Sergio Berbel
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10
9 de enero de 2022
2 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jane Campion conmocionó al planeta entero con “El piano”. La fuerza centrífuga con la que se construían argumento e imágenes nos impactó para siempre y, desde aquel momento, nunca hemos podido olvidarla. Es muy curioso lo que me estaba ocurriendo durante el visionado de “El poder del perro”, su último film. La estaba valorando relativamente por parecerme otra vuelta de tuerca sobre la misma historia de “El piano” y, sin embargo, arranca mi idolatría por ella en su segunda mitad, cuando abandona los caminos del western que presentía que iba a tomar para irse por otros derroteros que comenzaron a recordarme a los ambientes enrarecidos y malsanos del mejor drama psicológico de Paul Thomas Anderson en general y de “Pozos de ambición” en particular. Y entonces comprendí que Jane Campion se había superado a sí misma emulando al genio.

Porque la segunda mitad de la película no tiene nada que ver con la primera, porque se trata de una cinta que va de menos a más, porque crees estar viendo los mismos códigos de Campion hasta que el aroma a maldad rancia de la mejor tensión psicológica del dios Paul Thomas Anderson hace su acto de aparición. Incluso la música de Jonny Greenwood (no por casualidad músico de cabecera de Paul Thomas Anderson) crece en estridencia y disonancias en la segunda mitad, para subrayar ese tono enfermizo de las historias del mejor director en activo que existe para mí en todo el planeta, Paul Thomas Anderson.

La cinta arranca con la vida de dos hermanos que han hecho fortuna con el ganado en la Montana de 1925. Ambos magistralmente interpretados en un recital antológico por parte de los maravillosos Benedict Cumberbatch y el imprescindible en este tipo de papeles Jesse Plemons. Ambos las dos caras de la masculinidad, los dos tipos de hombres que pudieran existir. El primero (excelso Benedict Cumberbatch) es violento, pendenciero, maltratador nato de todo ser vivo que se acerca a él, homófobo como nadie, machista y misógino como el primero. En cambio, su hermano George (Jesse Plemons), que ha vivido a la sombra del primero desde siempre, es todo lo contrario: atento, sensible, servicial, caballeroso.

En el transcurso de una conducción de ganado por el Medio Oeste, ambos recalan para comer en el restaurante-pensión de una viuda, interpretada por la colosal Kirsten Dunst (que para mí siempre estará asociada a “Melancolía” de Lars Von Trier de por vida), y surge el amor entre el hermano sensible y la mujer solitaria tras el suicidio de su esposo. Ella cuenta además, como fruto de aquel matrimonio fatalmente disuelto, con un hijo adolescente claramente homosexual y afeminado. El conflicto familiar con el hermano homófobo está servido y destapará todo tipo de secretos inconfesables habidos en el seno de tan disfuncional familia.

Obviamente, este trío formado por los dos hermanos varones y una mujer, y complementado por un adolescente, era un eco expreso de “El piano” y hasta ese momento pensé que Jane Campion nos estaba ofreciendo a probar el mismo plato otra vez, incluso con la aparición de un piano de nuevo en este film, para que fuera más evidente. Pero… el espíritu de Paul Thomas Anderson (sí, vuelvo a citarlo de nuevo) se apodera de la historia, de la estética y de la música de la segunda mitad de la película y entonces la eleva hasta cotas épicas de tensión psicológica rayana con el terror en algunos momentos, como si de otra “La hija” de Manuel Martín Cuenca se tratase.

La fotografía de Ari Wegner es absolutamente espectacular y ojo al cameo en la parte final, incluso en un personaje sin diálogo, de Frances Conroy (la madre de los Fisher en Six Feet Under).
Sergio Berbel
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