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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 849
Críticas ordenadas por utilidad
6
10 de abril de 2024
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La cineasta argentina Lucrecia Martel siempre sostiene propuestas interesantes. Una de las más provocadoras fue, sin duda, “La niña santa”, una insana historia de deseo sexual frustrado, una situación cercana a la pederastia, el despertar sexual adolescente y patologías causadas por la formación religiosa en unas niñas de colegio privado. Todo ello mezclado acaba resultando una radiografía de una sociedad de ambiente viciado, sobre la que Martel siempre da fiel testimonio.

A Amalia le han enseñado en el colegio que debe estar muy atenta por si se produce la llamada de Dios para consagrar su vida al servicio del prójimo. Vive en el hotel donde su madre trabaja y, cuando uno de los médicos asistentes a un congreso que se aloja en dicho hotel y su madre comienzan a estar interesados el uno en el otro, Amalia piensa que es su deber para con Dios salvar al doctor del pecado mientras que ella misma despierta a todo lo prohibido siguiendo los pasos de su inseparable amiga Josefina, que experimentan el despertar sexual adolescente intentando forzar los asfixiantes límites religiosos que les han sido impuestos.

Todo el peso interpretativo de la cinta está magníficamente sostenido por las jóvenes María Alché y Julieta Zylberberg, sin duda lo más interesante del film. Mientras que los personajes adultos corren a cargo de la siempre eficaz Mercedes Morán y Carlos Belloso.

Pero la cinta no alcanza la brillantez que se le presupone por culpa de un guión de la propia Lucrecia Martel un tanto moroso, que tarda demasiado en desarrollarse y con el que hay que tener paciencia para tratar de entender algunos cabos sueltos no muy bien trenzados en la arquitectura narrativa del mismo, que puede acabar resultando confusa. Tampoco ayudan la rutinaria dirección de fotografía de Félix Monti ni la anodina partitura musical de Andrés Gerszenzon.
Sergio Berbel
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10
3 de marzo de 2024
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada hacía presagiar que un cineasta de trayectoria irregular como Ricardo Franco nos fuera a cambiar la vida a muchos con sus dos últimas películas. Pero así fue y yo fui otro diferente después de “La buena estrella” (1997) y “Lágrimas negras” (1998, cuyo rodaje tuvo que finalizar su ayudante de dirección, Fernando Bauluz, al fallecer Ricardo Franco durante el mismo). Sin duda, la primera de ellas es incluso superior, un drama triangular extremo que merece toda credibilidad apasionada y entregada del espectador y un mar de lágrimas cuando culmina. Pocas veces una película tan trágica fue tan bella, pocas veces un film de perdedores fue tan auténtico, pocas veces un tema musical fue tan perfecto como el que Eva Gancedo compuso para esta obra maestra.

Un guión prodigioso del propio Ricardo Franco y Ángeles González Sinde, una dirección funcional que susurra en lugar de subrayar, tres interpretaciones para los anales de su trío protagonista: Antonio Resines (“El manso”), Jordi Mollá (“El guapo de cara”) y, sobre todo, Maribel Verdú (“La tuerta”). Cada uno de los personajes estructura uno de los tres actos de los que se compone la cinta. Y que suene la música de Eva Gancedo. Lo demás, es historia del cine a través de una película que es capaz de destriparnos todos los secretos de la familia, la maternidad y la paternidad de la forma más maravillosamente tangencial que se haya concebido nunca. Una obra de arte eterna.

Estamos ante el relato de uno de los triángulos más extraños del Séptimo Arte, el que conforman un carnicero con problemas sexuales, una prostituta que es recogida en su casa por el carnicero y el chulo de ésta, que la maltrata y la ha dejado embarazada, pero con quien la prostituta tiene un lazo de unión indestructible por razones biográficas. Existen muchos tipos de familia y estos tres personajes que nada tienen en común van a conformar una que no olvidarás jamás porque se quedará a vivir en tu corazón para siempre.

Cinco premios Goya en la edición de 1997 y otro en el Festival de Cannes, donde tuvo un reconocimiento apoteósico, demuestran que no es cosa mía, sino que estamos realmente ante una de las grandes películas del cine europeo contemporáneo.
Sergio Berbel
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6
11 de diciembre de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Las ocho montañas” presenta mejores intenciones que resultados. Hablar de las amistades que duran toda una vida y de la montaña era un buen principio. Si además sabes que detrás de la cámara están los cineastas Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, autores de una de las más impactantes y duras películas contemporáneas que yo idolatro, “Alabama Monroe”, las expectativas tienen que ser altas forzosamente.

Sin embargo, este film no las cumple, quedándose en simplemente correcto, excesivo en su metraje de 147 minutos para una historia que podría contarse en muchísimo menos tiempo, que abusa sobremanera de la voz en off de su protagonista y que no logra emocionarme, a pesar de que estamos ante una buena película que plantea de manera seria y madura el periplo vital de sus dos amigos protagonistas. Pietro es un niño de ciudad que llega a pasar el verano a un remoto pueblo de los Alpes italianos guiado por el amor de su padre al montañismo, y en él conoce a Bruno, el único niño del lugar. Se fragua entre ambos una amistad intensa, que se reproduce y confirma vacaciones tras vacaciones y a lo largo de sus vidas.

La película nos relata el desarrollo de esa amistad en tres momentos: infancia, juventud y madurez. Presenta momentos en los que sus protagonistas se acercan y viven al unísono con otros en los que son alejados por las circunstancias, pero con la montaña y su dureza gélida e intrínseca como el invisible eslabón que encadena a ambos.

Visualmente, la película resulta impecable, perfectamente dirigida por la pareja de cineastas belgas y una idílica dirección de fotografía de Ruben Impens que sabe sacarle todo el jugo tanto a los paisajes heladores del invierno como a los paradisiacos en verano, convirtiendo a los Alpes italianos en el personaje más interesante, bello e importante de esta narración fílmica que adapta la novela de Paolo Cognetti. Menos afortunada es la música de Daniel Norgren, aunque las canciones de aire country (recordemos que es un film de los autores de “Alabama Monroe”) sí que loran poner un punto y seguido exacto a cada escena en la que aparecen por contraste geográfico.

Pero algo impide que me emocione, que me identifique, que trascienda en mi mente. Quizás su exceso de testosterona en algunos pasajes o la frialdad con la que se abordar determinados temas. O quizás es que no acabo de entender del todo a sus protagonistas y la culpa es mía. O que los personajes masculinos cada vez me aportan menos. O puede que las interpretaciones de su elenco actoral sean las responsables de mi frialdad manifiesta.
Sergio Berbel
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3
11 de octubre de 2022
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No puedo entender cómo se tiene por un clásico del cine europeo de género un esperpento de la magnitud de “Suspiria” de Dario Argento. Maestro del giallo, subgénero de terror con el que jamás he comulgado, Argento desarrolla una estética abrumadoramente espectacular y setenteramente fascinante a través de una escenografía que es puro derroche visual para contar una historia completamente absurda y ridícula, un esperpento sin pies ni cabeza, ni credibilidad, coherencia o mínima actividad cerebral. Un espanto, en suma.

Más allá de lo estético, la película no ofrece absolutamente nada. Siempre he afirmado que el cine debe ser como un buen relato contado alrededor de una fogata de campamento y tiene que obnubilar al espectador. Formalmente el artificio puede ser maravilloso pero, si no desarrolla a través del mismo una historia impactante y que enganche, se queda en mero ejercicio onanístico. Y, desde luego, “Suspiria” es el caso. Además de caer en todo un conjunto de clichés manidos y exprimidos hasta la médula donde se carece de todo tipo de originalidad.

Y es que la imaginación en el cine de terror está muerta. El cine de terror prácticamente está muerto, para ser más exactos, y sólo despierta en contadísimas ocasiones para descubrirnos una obra maestra de forma excepcional y escasa. En los últimos tiempos, solo trascienden de verdad “Déjame entrar” de Tomas Alfredson, “A ghost story” de David Lowery y “Thelma” de Joachim Trier como grandes hitos del cine moderno. A cierta distancia, pero enormemente digna, esa inolvidable “Verónica” de Paco Plaza. Poco más. Y ese mal se arrastra desde los 70, década a la que pertenece esta cinta y de la que se salvan apenas “El resplandor” de Stanley Kubrick, “El exorcista” de William Friedkin o “La semilla del diablo” de Roman Polanski.

“Suspiria" no es nada, puro artificio, un magnífico ejercicio estético realmente notable pero con un alambicado y complejo arranque que se va diluyendo hacia el esperpento final, una fiesta gore sin pies ni cabeza que provoca más risas que temblores.

En cuanto a las interpretaciones, realmente están tan desorientadas, desnortadas y perdidas como el resto de la propuesta de Argento, resultando excesivas, lamentables y, en algunos casos de personajes secundarios, incluso risibles, como la del inefable Miguel Bosé (sí, va en serio que aparece en los tiempos de “Don Diablo”, nunca mejor dicho).

La música, dicho sea de paso, tiene cierto aire a la genialmente seleccionada por el dios Stanley Kubrick para “El resplandor”, pero tamizada por la ingesta masiva de sustancias psicotrópicas que le sientan francamente mal y que acaban haciendo que parezca una sesión de Zahara con las que nos viene castigando cruelmente en los últimos tiempos.

Y todo ello para contar, presuntamente, la historia de una bailarina norteamericana que llega a una prestigiosa academia de danza alemana para perfeccionar su técnica. Pero en la misma sólo tienen lugar fenómenos extraños y muertes extrañas por doquier. Vamos, lo más normal del mundo.
Cuando la historia es un despropósito, todo el buen cine que atesore la propuesta está de más. Es el caso.
Sergio Berbel
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10
28 de diciembre de 2021
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre “La flaqueza del bolchevique” (2003, su primer largo de ficción) y su periplo buscando la esencia de Andalucía a través de aparentes thrillers como continente de profundos dramas psicológicos (“La mitad de Óscar”, “Caníbal”, “El autor”, “La hija”), en 2005, el mejor director andaluz que haya existido (para mí), nos presentaba “Malas temporadas”.

Este film es un salto adelante con tirabuzón para un cineasta que, en esa fecha, sólo contaba con una película de ficción (la citada “La flaqueza del bolchevique”) y que se tiró a la piscina del drama puro y duro a través de un conjunto de espléndidas y lúcidas historias cruzadas para radiografiar como pocas veces se ha visto en pantalla grande una serie de relatos de perdedores, de gentes nacidas con mala estrella y a las que pocas cosas pueden salirles bien. El resultado final es apoteósico, como no podría ser de otra manera estando el andaluz de por medio.

Diversos pequeños dramas cuajados de frustraciones y dolor se van entrecruzando por la vida de una colmena despiadada como es Madrid, con alguna escapada al almeriense paraíso de San José. Cada vez que Martín Cuenca y Alejandro Hernández se ponen a los mandos de un guión (como ocurre en todas las de su gira andaluza), la calidad, la profundidad y la coherencia están garantizadas en grado máximo, está vez perfectamente acunadas por la espléndida música minimalista de Pedro Barbadillo.

La cinta arranca presentándonos a un preadolescente, Gonzalo, que ha dejado en blanco un examen en el instituto. El mismo (interpretado por Gonzalo Pedrosa) decide abandonarlo todo y encerrarse en su habitación dedicado a jugar con un simulador de aviación día y noche. Su madre está desesperada sin saber qué hacer con él (espléndida como siempre Nathalie Poza) y sobrepasada por su trabajo de ayuda a la regularización de migrantes en una ONG que le depara más sinsabores que alegrías.

Por otro lado, Javier Cámara (magistral como es habitual) sale en libertad después de cumplir condena en un centro penitenciario. Debe regresar a un mundo que ha seguido sin él y sólo su pasión por el ajedrez lo mantendrá a flote. También ha dejado demasiadas cuentas pendientes sentimentales durante su vida carcelaria.

Un cubano trabaja en el tráfico ilegal de obras de arte entre su país natal y Madrid al servicio de un mafioso cubano. Su mujer, en silla de ruedas (una deslumbrante en todos los sentidos Leonor Watling), sostiene una adúltera relación sexual con el soldado de su potentado esposo. Y mucho oído para el par de temas musicales que nos regala la Watlling durante el metraje de esta obra maestra. Prodigiosos, incluida una valiente versión jazzística del inmortal “Vete” de Los Amaya.

Todos estos personajes acabarán confluyendo para consolidar uno de los mejores dramas corales de nuestro tiempo, procedente de un elegante en sus movimientos de cámara Manuel Martín Cuenca, un artista integral de nuestro tiempo con un lenguaje visual afortunadamente camaleónico en su adaptación a las necesidades de sus guiones.
Sergio Berbel
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