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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 924
Críticas ordenadas por utilidad
8
31 de diciembre de 2023
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Me ocurre con “Los asesinos de la luna” lo mismo que con “El irlandés”. Es imposible ponerles un pero desde el prisma técnico, toda la sabiduría fílmica del maestro Martin Scorsese, que es infinita, está presente de principio a fin, son planos para estudiar en las escuelas de cine, escenas para enmarcar, imágenes de una belleza plástica para exponerlas en museos de arte, pero… le falta algo de alma. Scorsese ha perdido la magia conmigo y reconociéndome fiel creyente de su religión cinéfila, vuelve a dejarme un tanto frío con esta obra inconmensurable y casi perfecta que embelesa los sentidos del cinéfilo más exigente.

Porque “Los asesinos de la luna” es una obra de arte impecable a la que, con todo el dolor de mi corazón, le tengo que poner dos peros: su extensísimo metraje que acaba cansando (tres horas y media son demasiadas para una historia que daba para muchísimo menos) y una cierta carencia de emoción que acaba por no permitir que este templo del cine cale en mi alma para siempre. No desmonta los mitos fundaciones y pecados originales de los USA con la emoción e intensidad de “La edad de la inocencia”.

En su haber, podemos encontrar todo un catálogo de motivos por los que amar esta cinta:

1 La lección magistral de cine que supone cada uno de los planos del dios Martin Scorsese: esta película es para revisitarla una y otra vez con una libreta en la mano e ir anotando cada una de las enseñanzas que el maestro Scorsese nos lega. Muy especialmente, quiero hacer hincapié en el recital de planos secuencia, generales, contrapicados y cenitales ciertamente antológicos, de los que dejan huella y demuestran que el cine es él. Un portento de caligrafía visual absolutamente insuperable.

2 La dirección de fotografía de Rodrigo Prieto, que sabe perfectamente lo que Scorsese quiere de él y se lo entrega de manera ejemplar. Dicho sea de paso, no había visto unas escenas de incendio mejor rodadas desde “Pozos de ambición” de Paul Thomas Anderson. La partitura musical de Robbie Robertson ayuda mucho a la misión estando a la altura de las circunstancias.

3 Un actor y una actriz en evidente estado de gracia: a estas alturas, no vamos a descubrir quién es y hasta dónde es capaz de llegar el mejor actor en activo del planeta, Leonardo DiCaprio. Obviamente, Scorsese lo tiene claro y le regala una serie de escenas diseñadas para que brille, entre las que destaca las del interrogatorio policial o las que comparte cuidando de su esposa. Pero la sorpresa mayúscula del film es Lily Gladstone como la esposa del personaje de DiCaprio, sosteniendo el pulso al actor y sabiendo estar a su altura en todo momento. Ni más ni menos.

4 El compromiso social y ético con el pueblo indio, masacrado vilmente por el hombre blanco. Scorsese es valiente y nos cuenta el pecado original norteamericano sin tapujos a través de lo ocurrido con la nación indígena Osage, rica de la noche a la mañana porque en sus territorios de Oklahoma había petróleo y masacrada y asesinada por el hombre blanco sin escrúpulos ni piedad para hacerse con sus riquezas. El método escogido para ello, además, no puede ser más nauseabundo: casándose con las indias nativas para luego ir asesinándolas y heredarlo todo. Tan cruel como real, Scorsese tiene claro dónde poner el dedo en la llaga y sin duda lo logra.

Pero la película tiene también algunos debes en su cuenta final de resultados:

1 El exceso de metraje que acaba lastrando el film. Es imposible mantener la atención y la tensión del espectador durante 206 minutos, o al menos resulta complejo en este caso concreto, porque excepciones de lo contrario hay un puñado magistrales, pero aquí no había historia para tantísimos minutos. Al final, su duración pesa y va en detrimento del film.

2 El guión del propio Martin Scorsese y Eric Roth, adaptando el libro de David Grann, no acaba de emocionar al espectador, salvo en contados momentos, siempre resulta un tanto frío y distante y cae en algunos tópicos y lugares comunes ya demasiado vistos en la filmografía de Scorsese. Desmontó mitos fundacionales mucho mejor en “La edad de la inocencia”.
Sergio Berbel
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5
27 de diciembre de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las intenciones de “Safe place” son extraordinarias al tratarse de un claro intento de hacernos mirar a uno de los ángulos más oscuros y tabúes de nuestra sociedad: la vida de una familia en la que habita alguien con una enfermedad mental y tendencias suicidas. Sin embargo, la frialdad gélida que el cineasta croata Juraj Lerotic imprime al film hace muy complejo que emocione o que se pueda empatizar con unos personajes hieráticos que parecen vivir a años luz de la insoportable tragedia que los atenaza.

Sin duda, lo más llamativo del film pasa por su aspecto formal, por las decisiones de caligrafía visual que quizás no sumen sino que resten fuerza a la propuesta: está rodada en casi en exclusividad en planos fijos forzando fueras de campo e imágenes de sus protagonistas cortadas por una puerta o una pared. Este recurso estilístico reiterativo y constante aleja aún más al espectador de lo que se cuenta y lo separa de la emoción del drama inexorable que se narra. Un error estilístico que viene a sumarse a la mortecina dirección de fotografía de Marko Brdar.

A pesar de ello, interesa la cinta porque el guión, del propio Juraj Lerotic, pone el dedo en la llaga de la desprotección social de una familia en la que uno de sus miembros tiene problemas de salud mental y en la carga y responsabilidad que recae sobre el resto para intentar lograr que la persona no se acabe suicidando. Y lo hace a través de una familia compuesta por la madre y el hermano del reincidente suicida, que tienen que entregarse a la causa frente a una sociedad apática a la que no le interesa su tragedia. Dicho sea de paso, esa escena metaficcional colocada en la primera media hora de metraje no aporta nada, confunde mucho y resulta totalmente innecesaria. Otro error de bulto.

El segundo inconveniente del film, más allá de su propuesta formal, es la inexpresiva manera de interpretación de su trío protagonista conformado por el propio Juraj Lerotic, Snjezana Sinovcic y Goran Markovic, que en ningún momento sabemos si cumplen órdenes para su hieratismo soporífero o simplemente se dormían durante el rodaje. Hay plantas que tienen bastante más savia en sus venas.
Sergio Berbel
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10
30 de octubre de 2023
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Guillermo Del Toro, autor de una filmografía que me resulta absolutamente ajena, rodó en nuestro Estado dos películas que han perdurado por su excelencia estilística y temática en mi mente: “El espinazo del diablo” y “El laberinto del fauno”. En ambas mezcla la temática de la Guerra Civil con los elementos fantásticos del género de terror de manera magistral. En “El espinazo del diablo”, además, se siente capaz de incluir en el conjunto final un tercer elemento de manera portentosa: el western. Y el engendro final funciona a las mil maravillas.

Estamos ante un derroche visual magistral por parte del Guillermo del Toro; un guión que atrapa al espectador y no le concede ni un respiro firmado por el propio cineasta junto con Antonio Trashorras y David Muñoz; y un elenco actoral antológico capitaneado por Federico Luppi, Marisa Paredes, Eduardo Noriega e Irene Visedo, ni más ni menos, además de un conjunto de niños que resultan todos ellos perfectos en sus respectivos papeles.

Se nos cuenta la historia de un orfanato dirigido por unos rojos para huérfanos rojos en un momento en el que la Guerra Civil está tocando a su fin y resulta más que evidente que el bando fascista va a ganarla. Dicha institución benéfica la regentan una señora mayor con una pierna ortopédica (Marisa Paredes), un médico argentino descreído de todo (Federico Luppi) y un joven que fue niño acogido en el propio orfanato de pequeño (Eduardo Noriega). A este lugar llega Carlos, un huérfano de guerra que no sabe que lo es, y que va a percibir la existencia del fantasma de un niño que vaga por los pasillos de la institución.

La música de Javier Navarrete resulta espléndida y va subrayando la parte dramática cuando toca, la histórica cuando corresponde, la terrorífica cuando comparece y el tono de western que a ratos derrocha magistralmente y que también tiene acogida en su partitura. Como toda obra de Guillermo del Toro, la parte visual es la piedra angular del film, gracias a una portentosa dirección de fotografía de Guillermo Navarro, llena de luminosidad imperante y bellísimos colores saturados.

Al final, el espectador anonadado ante tamaña perfección, busca por sí mismo la respuesta a la pregunta alrededor de la que gira todo el metraje de la cinta: “¿Qué es un fantasma?” Nunca mejor y más bellamente explicado que en “El espinazo del diablo”.
Sergio Berbel
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8
25 de octubre de 2023
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Fran Kranz ha resuelto de forma interesante su ópera prima a través de la mezcla del formato de dos parejas reunidas en un único espacio (como si de “Un dios salvaje” de Roman Polanski se tratase, cuya coincidencia incluso se evidencia en ciertas similitudes en sus respectivos carteles publicitarios) para abordar un tema profundamente colindante con el del “Tenemos que hablar de Kevin” de Lynne Ramsay. El resultado final, sin llegar a ser magistral, resulta sin duda notable gracias a la impagable labor de su elenco actoral.

Este film bucea a pulmón, con el único resorte de la palabra, por la profunda fosa abisal que debe suponer ser los padres de un adolescente despreciable. A la par, también por el dolor de un matrimonio que pierde a su hijo a tan temprana edad. Todo se mezcla en un único espacio, la habitación donde ambas parejas se reúnen para hablar e intentar sacar algún tipo de conclusión que les permita seguir viviendo. Lo más recomendable es ver el film sabiendo lo menos posible de su argumento, porque la verdad no se desvela hasta pasados cuarenta minutos, y esa es su gran baza, lo que la eleva de la previsibilidad general que la habita.

Estilísticamente, Fran Kranz deja muy claras sus intenciones “ab initio”: desarrolla todo el (prescindible) preámbulo que precede a la reunión con planos fijos, para dejar que la cámara siga con posterioridad a los personajes para finalizar de nuevo en el (igualmente prescindible) epílogo a base de planos fijos. Nos interesan esos cuatro personajes, esos dos matrimonios, no los insípidos seres que habitan la parroquia que nada aportan a la trama y que aparecen para abrir y cerrar la cinta.

Como es lógico, en un film de claro aliento teatral como éste, aunque el guión es original y del propio Fran Kranz, el elenco actoral es lo que prima y, sin duda, en este caso resulta soberbio, tanto Jason Isaacs y Reed Birney como, sobre todo y por encima de ellos, ellas, fantásticas madres desoladas encarnadas por Martha Plimpton y Ann Dowd (inolvidable, viva o muerta, Patti Levin en The Leftovers). Un festival interpretativo que, sin duda, es lo mejor del film con diferencia.

La película cuenta con unas simplemente correctas dirección de fotografía de Ryan Jackson-Healy y una (escasa) partitura musical de Darren Morze. Eso y un guión un tanto forzado y a ratos demasiado previsible restan calidad a una cinta que, no obstante, resulta interesante de ver por la dura temática que trata.
Sergio Berbel
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7
10 de octubre de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La siempre interesante cineasta francesa Claire Denis firma con “Fuego” un interesante acercamiento al melodrama en torno a un triángulo amoroso con más sangre en las venas y furia en los hogares de lo que el cine francés suele acostumbrar, donde destacan sobremanera las peleas entre los personajes que encarnan magistralmente Juliette Binoche y Vincent Lindon, de claro aliento “bergmaniano”. Con estos ingredientes, Denis trata de armar una historia sobre triángulos amorosos y viejos amores que nunca mueren que interesa y entretiene con calidad pero no trasciende.

Sobre las interpretaciones magistrales de dos monstruos actorales europeos de la dimensión de Juliette Binoche y Vincent Lindon, siempre perfectos allá por donde recalen, el guión de la propia cineasta gala nos cuenta lo difícil que puede llegar a ser vivir en esta sociedad que nos ha tocado en suerte. Y lo hace a través de Jean, un hombre maduro que ha salido de prisión después de cumplir condena durante unos años y ha vuelto a una realidad en la que su anciana madre ha tenido que asumir la guarda y custodia de su hijo adolescente con el que le resulta imposible comunicarse; a la par, intenta rehacer su vida retornando a trabajar con François, quien fue pareja de su mujer Sara durante muchos años. Esa nueva coincidencia laboral acercará una vez más a Sara y François. El melodrama está servido con forma de triángulo amoroso demasiado previsible.

Quizás pecando de una reiteración de situaciones que extienden su metraje más allá de lo necesario (es el gran mal del cine actual), el film resulta ser muy bello en lo estético gracias a una magnífica dirección de fotografía de Eric Gautier y una ambientación musical adecuada a cargo de Tindersticks.

Porque la cinta acaba resultando mucho más interesante por su continente que por su contenido y la dirección de Claire Denis eleva un melodrama demasiado clásico y previsible.
Sergio Berbel
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