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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 869
Críticas ordenadas por utilidad
6
28 de julio de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un experimento demasiado extraño como para que acabe funcionando bien. “Scarlet” mezcla la fábula con cierto aroma infantil, el realismo mágico, el drama histórico y el musical. Demasiados elementos heterogéneos para que poder conformar un todo homogéneo, aunque sin duda entretiene y se deja ver, sobre todo por Juliette Jouan.

El cineasta italiano Pietro Marcello (“Martin Eden”, “Bella y perdida”) realiza un film netamente francés que pretende ser más de lo que puede ante la amalgama de lo mezclado. Una cinta en la que resplandece, por encima de todo lo demás, la interpretación de la cantante Juliette Jouan y la curiosa encarnación de un personaje de cuento que lleva a cabo el actor Raphaël Thierry.

La interpretación de ambos supera con creces el argumento del propio Pietro Marcello que nos trata de contar el regreso de un hombre a su remoto hogar del norte de Francia tras la I Guerra Mundial para descubrir que su esposa ha muerto en su ausencia y que tiene una hija pequeña que cuida una bruja que vive en su casa con otra niña y que ha sido la mejor madre posible para la pequeña Juliette. Así se conformará esta extraña familia cuadrangular que sobrevivirá a las habladurías del pueblo y a algunos incidentes desagradables que irán acaeciendo.

A ratos musical, la partitura de Gabriel Yared resulta interesante y se eleva cuando es interpretada por Juliette Jouan, dejando en ese caso los mejores momentos de la cinta. Igualmente efectiva por su tono de cuento la dirección de fotografía de Marco Graziaplena.

Pero a esta adaptación de “El velero rojo” de Alexander Grin le falta alma y emoción, es demasiado comedida y aséptica y, para cuando pretende tocarnos el corazón, resulta ya ser demasiado tarde.
Sergio Berbel
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6
19 de julio de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El resultado del experimento fílmico es correcto, pero no memorable. El (inexplicable) Premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro, guionista de “Living”, decide reescribir el clásico de Akira Kurosawa “Vivir (Ikiru)” para adaptar esa emotiva historia en la misma década que en la cinta original, la de los años 50, pero trasladando la acción de la Japón primigenia a Inglaterra en este remake. El resultado final es una bonita película, quizás demasiado bonita, que emociona menos de lo que promete pero que supone una experiencia acertada en su visionado.

Destacan dos elementos por encima del resto que la convierten en interesante: la esteticista y maravillosa dirección de Oliver Hermanus y, sobre todo y por encima de todo, el soberbio trabajo de su actor protagonista, Bill Nighy, en la mejor interpretación de su carrera. Fuera de la conjunción de ambos ingredientes, el film resulta ser un tanto flojo.

Se nos cuenta la historia de un anciano y aburrido funcionario del Departamento de Urbanismo de Londres al que detectan una enfermedad terminal y le dan apenas nueve meses de vida. Incomprendido por su hijo y su nuera en casa, decide vaciar su cuenta bancaria y aprender a vivir disfrutando, cosa que no había hecho jamás. El espectador acompañará al anciano de la mano en ese camino hacia el descubrimiento de una vida placentera que se nos es negada por el sistema capitalista que nos atrapa y nos esclaviza convirtiéndonos en meras piezas de una máquina de la que no podemos salir.

Y eso que cuenta, lo cuenta muy bien, pero… poco más, dejando además la cinta un cierto aroma a optimismo filántropo comprado al por mayor bastante innecesario en algunas de sus escenas.

Sobresaliente, insisto, la dirección de fotografía de Jamie Ramsay y muy eficaz (a veces demasiado) la partitura original de Emilie Levienaise-Farrouch. Eso sí, la ambientación de la Londres de los años 50 es tan portentosa como sus créditos iniciales, que parecen sacados de una película de Alfred Hitchcock.
Sergio Berbel
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6
16 de julio de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El reto de trasladar uno de los Episodios de Una Guerra Interminable de Almudena Grandes al formato serie no es menor. Eso sí, si alguno resultaba más accesible por su formato de thriller de espías era “Los pacientes del doctor García”. La serie tiene aciertos y errores, luces y sombras. Lo que más destaca en ella es su cuidada ambientación y el derroche de producción que atesora. Cada escena presenta una verosimilitud histórica incuestionable que funciona a la perfección. Pero no emociona, porque se la ha despojado de casi todo el material dramático para dejarla en los huesos del thriller de espías y eso la hace carecer de toda emoción (salvo en su episodio final).

Joan Noguera brilla en el aspecto formal y en el de la reconstrucción histórica, pero se queda muy corto a la hora de conformar situaciones y personajes que realmente emocionen y que trasciendan la mera historia de espías. Seguramente por culpa de José Luis Martín, que desbroza la novela primigenia para quedarse tan sólo con la almendra del thriller, tan obligatorio en estos tiempos y que ya empacha por exceso.

Ésta es, sin duda, la más comercial y la que menos me llenó de toda la serie novelística en torno a la posguerra escrita por la gran reinventora de la novela decimonónica y mi escritora de referencia y, paradójicamente, la que esperé en su momento con especial ilusión, porque sabía que trataba sobre la red que tejiera Clara Stauffer, con el beneplácito del dictador genocida fascista Franco, para proteger y esconder a autoridades nazis tras la Segunda Guerra Mundial. Y ese tema me ha interesado siempre, especialmente porque he crecido en mi infancia y juventud en Salobreña junto a la leyenda (o realidad, puesto que nunca he llegado a saberse con seguridad y, de hecho, el nombre de esa localidad andaluza se pronuncia en la serie) de que en el Monte de los Almendros había nazis refugiados por Franco.

Más allá de la Almudena Grandes al uso, que es la mía, esta novela convertida en serie es mucho más internacional y de acción, con forma de serie de espías clásica y con un aluvión de datos históricos reales sobre tan repugnante red filonazi en nuestro Estado.

Con más datos que sentimientos, con más acción que desolación, marca un cierto nuevo carácter en el relato de la particular senda por la Memoria Histórica de Almudena Grandes para mostrarnos que la democracia perdió dos veces: cuando se acabó la Guerra Civil tras el golpe de estado de los fascistas; y cuando comprendió, varias décadas después, que los Aliados jamás moverían un dedo para derrocar al dictador, porque les resultaba un simpático e inofensivo (por mediocre) aliado contra el taimado comunismo internacional. Creyeron que destapar una red de evasión de jerarcas nazis ganaría las simpatías del siempre muy judío Estados Unidos, pero ni así. Y eso es cierto que se sabe recoger muy bien en la serie.

El reparto resulta correcto y funcional, cumple con dignidad su misión, pero para mí sólo brilla Verónica Echegui conformando una Amparo que acaba resultando lo mejor de la función, en su equidistancia y ansias de supervivencia a toda costa. El resto del elenco artístico, navega en lo simplemente correcto que siempre caracteriza las series de TVE.
Sergio Berbel
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10
10 de junio de 2023
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No estoy afirmando nada extraordinario ni (creo que) discutible si digo que Martin Scorsese es uno de los más importantes directores de la historia del cine. Uno de los líderes de la explosión de calidad del cine norteamericano de la década de los 70 (la más importante que haya existido para mí) creó un estilo barroco y alambicado propio y, lo que resulta aún más meritorio, en muy diferentes géneros. Scorsese nunca se ha circunscrito a un territorio determinado en el que se sienta cómodo y domine (ni tan siquiera el más querido por él, el mafioso), sino que ha sido capaz de enfrentarse a retos muy distintos, incluso al melodrama de época perfecto que culmina con “La edad de la inocencia”. Para mí, junto con “Barry Lyndon” de Martin Scorsese y “Las amistades peligrosas” de Stephen Frears, la gran película de época de mi vida.

Pero la importancia de Scorsese va más allá de su propia filmografía, dado que ha sido el espejo en el que se han mirado los mejores cineastas posteriores, sobre todo el mejor del mundo, Paul Thomas Anderson, hijo cinematográfico natural de Scorsese. De hecho, esa obra maestra descomunal que es “El hilo invisible” bebe directamente de “La edad de la inocencia”, lo cual es gozosamente constatable, en su aspecto formal y de planteamiento.

Para salir de su zona de confort (que dicen los modernos pedantes), Scorsese adapta de nuevo a la pantalla la novela de Edith Wharton con una fidelidad pasmosa, para contarnos una historia de amores imposibles y apariencias sociales asfixiantes en la alta sociedad de la Nueva York de la década de 1870.

Preciosa y preciosista adaptación de la obra literaria llevada a cabo por el propio Martin Scorsese junto con Jay Cocks, la capacidad del genio neoyorquino para recrear al detalle la fastuosidad de aquellas casas en mitad de ninguna parte pero con toda la idiosincrasia de la más rancia Europa dentro de sus muros resulta apabullante. Todo está pensado y medido al detalle para que la cámara de Scorsese se recree a través de planos secuencia insuperables marca de la casa (escuela para los de Paul Thomas Anderson), travellings lentos y clásicos que cortan la respiración y grúas que hacen elevar la vista del espectador hasta el plano cenital rodeado de un lujo insultante. Estamos ante una orgía visual de época sólo superada por el dios Stanley Kubrick en “Barry Lyndon”.

Pero casi tan importante como lo que se ve, está lo que se escucha: la partitura de Elmer Bernstein es tan descomunal como la selección de piezas clásicas que la completan. Un lujo para los oídos que se embelesan a la par que el ojo del cinéfilo entra en éxtasis con la dirección de fotografía de Michael Ballhaus, ciertamente tan histórica como su diseño de producción y su vestuario (premiado con un Oscar).

Lógicamente, una obra maestra absoluta como ésta tiene que fundamentarse en las interpretaciones de su equipo artístico y el mismo no puede resultar más sublime: Daniel Day-Lewis (¿causalidad que fuera elegido por Paul Thomas Anderson para protagonizar “El hilo invisible” tras su lección magistral interpretativa en “La edad de la inocencia”?), una mágica Michelle Pfeiffer en el mejor momento de su carrera y una angelical Winona Ryder que estaba tocando techo en el mundo del cine (rodaba también en aquel momento ni más ni menos que “Drácula (de Bram Stoker)” de Francis Ford Coppola). Todos están perfectos y ayudan a que “La edad de la inocencia” entre por derecho propio en los anales del cine.

Y, sin duda, la voz en off, mágica e imprescindible para la traslación a imágenes de la novela, que es sostenida por, ni más ni menos, que la gran Joanne Woodward, esa actriz maravillosa que fue la esposa de Paul Newman. No se puede pedir más.
Sergio Berbel
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10
13 de mayo de 2023
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Jaime Rosales nunca defrauda. Su apuesta cinematográfica es un valor seguro sin excepción. Incluso cuando remansa sus ansias innovadoras de cambiar las reglas del cine para centrarse en una historia con fuerte contenido social, como es el gozoso caso tanto de “Hermosa juventud” como de “Girasoles silvestres”, ambas excelsas reflejando la realidad desesperanzada que nos rodea, ambas historias de perdedores, ambas reales y crudas como lo es la vida.

Jaime Rosales renuncia a su capacidad innata para retorcer los artificios narrativos hasta descolocar por fascinación al espectador (“La soledad”, “Petra”, “Tiro en la cabeza”) y acoge con gran fortuna las convenciones del clásico cine social europeo, como si de otro Ken Loach o los hermanos Dardenne se tratase. Ya lo hizo con “Hermosa juventud” de forma excelsa y vuelve a lograrlo en “Girasoles silvestres” a idéntico nivel.

“Girasoles silvestres” es una paradigmática muestra del cine social del siglo XXI, donde absolutamente todo funciona: una dirección paradójicamente sobria de Jaime Rosales, un guión certero y descarnado del propio cineasta y una interpretación épica, otra más, de una diosa de la interpretación llamada Anna Castillo, la actriz con mejor evolución que haya visto en pantalla. Jaime Rosales sabe que encomendando la cinta en exclusiva a Anna Castillo el triunfo está asegurado y así ocurre finalmente.

Lo que más me atrapa de la forma de narrar de Jaime Rosales en este film es su sentido de la elipsis. Alrededor de la misma juega con el espectador constantemente y lo hace con un alarde autoral sencillamente sublime (pena de su “happy end” forzado).

Para mostrarnos una descarnada historia de perdedores, como debe ser (los ganadores no tienen sustancia dramática y además acaban resultando despreciables), de una chica llamada Julia que sólo ha tomado malas decisiones en su vida. Pero cuando eres una veinteañera con dos hijos, sin pareja, sin estudios ni formación y con trabajos esclavos y precarios, quizás resulte imposible acertar con las opciones vitales.

Es cierto que todo el elenco actoral está espléndido (la minúscula aparición de una debilidad mía como Manolo Solo aporta muchísimo con casi nada), pero me resulta imposible recordar nada de todos ellos porque mi mente se colapsa completamente con la antológica encarnación de Julia que hace Anna Castillo. Sencillamente “cum laude”.

De Óscar a Marcos, de Marcos a Álex, de Barcelona a Melilla, Julia no encuentra su lugar en el mundo, en un avispero capitalista que no respeta a la gente como ella, al proletariado sin formación que sólo se tiene en cuenta como mano de obra esclava. No encuentra salida porque para los pobres no la hay, está vetada “ab initio” por el capital.

Me ha enganchado mucho la dirección de fotografía hiper realista de Hélène Louvart, pareciere sacada del mejor Ken Loach o de las grandes películas de los Dardenne, moderando las ansias innovadoras de Jaime Rosales.
Sergio Berbel
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