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Seychelles Seychelles · Coldwater
Críticas de TPA
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
6
4 de mayo de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay medias tintas que valgan a Mark Whalberg y Baltasar Korkámur en sus testosterónicas aventuras, artífices de este non-stop explosivo y hereditario de James Bond y demás machotes del celuloide. Contraband, más allá de su condición de remake, es un thriller de acción al más puro estilo hollywoodiense, con todo lo bueno y todo lo malo.

Ningún elemento falla a su cita: protagonista de buen corazón a quien las circunstancias obligan, mujer sufrida pero fuerte que rabia cual leona, nadie de quien puedas fiarte, y otros elementos más bien obvios que me ahorraré comentar para que no se me acuse de aguafiestas. Si la obra original –la islandesa Reyjkavík-Rotterdam, dirigida por Óskar Jónasson y protagonizada por el mismo Korkámur– hablaba un idioma realista, matizando el buenismo de todos los personajes, en Contraband los tópicos son los que marcan la pauta, con lenguaje ya no realista más totalmente peliculero. Sin embargo, estos tópicos son poco menos que bienvenidos, no molestan en absoluto. Si no se puede ser original, queda ser entretenido, y Korkámur pone toda la carne, músculos y pólvora en el asador para que así sea, con tanto entusiasmo y desenfreno como quien quema matojos y acaba incendiando bosques.

En efecto, Contraband es tan trepidante que estresa. Whalberg, quien también produce el film, en una entrevista desea, textualmente, que «el público no se sienta relajado ni un momento en toda la película». Pues así es, no hay excusa que valga para bajarse de la montaña rusa de Korkámur; curvas, loopings y pendientes se encadenan una tras otra como si de gags de Mister Bean se tratase. De hecho, la estructura de Contraband es similar a la de los films del humorista inglés por antonomasia: ambas juegan con la constante aparición de obstáculos, y aunque los sortean de distintas formas, ponen nervioso al respetable por igual, quien durante unos ciento diez minutos más que comer palomitas las engullirá compulsivamente. Y eso es lo bueno.

(Sigue en spoiler SIN SPOILER)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TPA
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7
18 de noviembre de 2012
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No tienen cabida las medias tintas al acabar de ver Holy Motors; de lo bello a lo infame, de la genialidad al fútil capricho, tan sólo duda quien cree no haberla entendido o quiere buscarle demasiadas lecturas. La de Carax es, no obstante, una película directa, es lo que muestra, nada más; el experimento de un lingüista del cine que prueba nuevas formas y las unifica en una sola película heterogenia, casi gratuita, en la que los bastidores son una limusina y el escenario el París más estrambótico, lejano a la ciudad-personaje que tantas películas han aprovechado y que aquí es casi un accidente.

Léos Carax filma, así, una peculiar road movie parisina de nueve paradas distintísimas que son nueve relatos, los unos terrenales, otros totalmente marcianos, y que responden a antojos estéticos y argumentales de su director. Denis Lavant, enorme, le sigue la corriente enfrentándose a todos los roles con profesional seriedad, sin rechistar, porque de eso se trata. Holy Motors quiere ser, si no un homenaje, sí una aproximación al mundo de la actuación, de la identidad ficticia y pretendida. No faltan en el transcurrir del film episodios melodramáticos –con la aparición estelar de Kylie Minogue–, costumbristas, de cine negro, de ciencia ficción y hasta del más retorcido humor –con la colaboración, también estelar, de Eva Mendes–, ruleta que pone a prueba la capacidad de metamorfosis del protagonista de todos ellos, un Lavant que lo maneja con maestría. Uno se pregunta, sin embargo, hasta qué punto el de Carax es puro onanismo cinematográfico, demostración de rarismo y control del lenguaje que sí, llama la atención, sorprende y funciona, pero le cuesta muchísimo transmitir algo inteligible, no ya un mensaje literal sino emociones o sensaciones más allá de la extrañeza. Y es que Holy Motors se acerca más a un pulido boceto que a un punto final, a una conclusión artística. No en vano, uno de los más potentes personajes que encara Lavant, el comeflores de las cloacas (sí sí, come flores y vive en las cloacas), ya había aparecido antes por las calles de Tokio en otro experimento cinematográfico con el nombre de la ciudad y un notable trío de realizadores (Tokyo!, Michel Gondry, Léos Carax y Bong Joon-ho, 2008). Así, Holy Motors es la continuación de un inacabado proceso artístico que tiene interés pero la necesidad, aún, de encontrar atajos emocionales que transmitan algo más que admiración por lo extravagante.

No puede reprochársele al realizador francés, en todo caso, su franqueza; el suyo es cine puro, quizás pedante, quizás pretencioso, quizás minoritario, pero siempre curioso, fiel a su inconformismo e inquieto en la búsqueda de nuevas expresiones cinematográficas. Su titubeo es así justificable y hasta ameno: no cansa, no aborrece, quizás sólo desconcierta, y eso también es de agradecer.

[Tupeli.es]
TPA
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