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España España · Cinecittà
Críticas de Xavier Vidal
Críticas 640
Críticas ordenadas por utilidad
7
6 de enero de 2015
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que, antes de visionar P'tit Quinquin, desconocía la obra de Bruno Dumont. Obviamente sabía de su predicamento entre las élites críticas, e incluso estuve a punto de verla en San Sebastián y en Sitges, pero preferí apostar por otras opciones (al fin y al cabo, 200 minutos son muchos, demasiados cuando se está inmerso en el fragor de un festival). Y, tras ver la miniserie tal y como la concibió su autor, en cuatro episodios de 50 minutos, no puedo más que alegrarme de esa decisión, porque P'tit Quinquin es una obra singularísima que precisa un visionado atento y una digestión lenta.

Muchos han resumido P'tit Quinquin como la descripción de una investigación policial, pero en verdad el elemento criminal (unos cadáveres humanos que aparecen en las entrañas de unas vacas muertas) sirve de excusa para ofrecer algo mayor: un fresco entre humano y paródico de, intuímos, una Francia oculta, la de los ch'tis sobre los que ironizaba Danny Boon en Bienvenidos al norte, en la que casi nunca parece suceder nada remarcable. Dumont parodia unos seres marcados por el inmovilismo y unos ambientes rudos que sumen a sus habitantes en una especie de letargo vital. Pero Dumont nunca ridiculiza a sus criaturas: todos los personajes, desde los policías zarrapastrosos al grupo de chavales que comanda el 'quinquin' del título, están recorridos por un halo de humanidad inconmensurable, por una veracidad difícil de calibrar. El surrealismo del conjunto, en otras palabras, choca con la sensación de estar asistiendo a algo auténtico, por no decir ante un simulacro de documental rodado en el país del onirismo. Fuerzas que, a la postre, dotan a P'tit Quinquin de una extraña personalidad, de un atractivo bizarro; de una comicidad perversa, o de una perversión cómica, según se mire.

Sólo un aspecto me distancia de la atmósfera que consigue Dumont: la intuición de que, al apelar a cuestiones muy locales, parte del humor y de los dobles sentidos de este P'tit Quinquin pasan fácilmente desapercibidos para un público que desconozca la región donde acontece la trama (o lo que es lo mismo, para casi todos nosotros). Tal vez ese matiz ha sido la clave para que los miembros de Cahiers du cinéma valoraran P'tit Quinquin como la mejor obra del 2014. O tal vez la popularidad de la serie se debe, simplemente, a la peligrosa y cada vez más extendida tendencia al 'gafapastismo' injustificado, a premiar lo raro simplemente por su rareza (y no por su trascendencia). Sea como sea, P'tit Quinquin ha renovado mi interés por la obra de Dumont. Dibuja escenas, personajes y planos que atesoraremos durante bastante tiempo. Un producto diferente para un público arriesgado. Un título que engrandece el cine y la televisión de nuestros días.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com.es/
Xavier Vidal
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6
8 de octubre de 2011
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al inicio de Pusher 2, Tony, personaje secundario de la primera parte (impecable caracterización e interpretación de Mads Mikkelsen), está a punto de salir de la cárcel. Su compañero de celda le dedica un discurso que simbólicamente será la gran metáfora de la película: el preso vaticina que Tony no sobrevivirá afuera porque la miseria atrae a la miseria y porque una vez entrado en la espiral delictiva no hay quien pueda salir. Tony sale e intenta sobrevivir, pero todos los que conoce son gente de mal vivir. Sabe, sabemos, que volverá al trullo. Tarde o temprano. O en el tanatorio. O apaleado en cualquier cuneta de la capital.

Tony se debate entre seguir jugando con fuego o dar un paso adelante hacia la salvación, muy difícil cuando tu padre se dedica a vender coches robados y cuando tu hijo no sabe de tu existencia. Las tensiones del personaje funcionan a la perfección: vive en una encrucizada, y Winding Refn filma el seno de una familia corrupta con la normalidad de quien estuviese fotografiando a unos obreros más de Copenhague. El problema es que la película no tiene el sentido de la acción de la primera entrega. Es la más lenta de las tres, puede que la más reflexiva, pero como material cinematográfico inflamable se queda un poco en tierra de nadie. Aunque en esta segunda parte está la esencia de la forma y el mensaje de la saga, así que funciona como perfecta visagra entre la primera parte (más radical y desnuda) y la tercera (en la que definitivamente la narración se centra en un modelo de familia mafiosa que esta segunda parte solo presenta). Muy recomendable.

Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities
Xavier Vidal
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6
1 de junio de 2011
34 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué inteligente es Jodie Foster! Será que mi concepción del cine es más europea, pero siempre he creido que es más difícil llevar a la gran pantalla un guión ajeno, la tónica que utilizan los norteamericanos. Y Jodie Foster ha llevado el libreto de Kyle Killen a su terreno. Eso le sirve para: uno, situarse detrás de la cámara para rodar una película no demasiado compleja a nivel técnico; dos, darse el gusto de interpretar un personaje secundario pero de vital importancia en la trama; tres, reivindicar su autonomía como artista al incluir una pequeña crítica encubierta al mundo del famoseo express y estrellatos de corta duración (Foster nunca ha sucumbido a las reglas de Hollywood y su película es en todos los sentidos una oda a los inadaptados); y cuatro, dar a su amigo Mel Gibson un protagonista único, en esos raros ejemplos cinematográficos en los que el actor se come al personaje y el personaje parece un reflejo del actor.

En El castor el azar ha sido crucial: con otros intérpretes, con otra directora, todo sería diferente. Tal y como es, el film esconde una autoreferencia: el momento en el que Gibson se intenta suicidar en la bañera y posteriormente saltando del balcón de su piso es el reverso del Gibson cantarín, jovial, siempre buen actor, de ¿En qué piensan a las mujeres? en la escena homenaje a Cantando bajo la lluvia. El castor tiene un humor negro extraño y al salir del cine la sensación es que en realidad hemos sido testigos de un drama semiescondido, tan lapidario como The Squid and the whale y otras familias disfuncionales.

Se la recordará como la curiosidad que es: una marcianada que coge desprevenido al personal, una hermosa historia de depresiones y relaciones paternofiliales (y muñequiles) más honda de lo que parece. Personalmente, sobra toda la trama que concierne a Jennifer Lawrence, el paralelismo entre el devenir del padre y el hijo es obvia pero está bien contada, y el juguecito con funciones de títere bien merece un grupo de Facebook: realmente copia las expresiones del actor y logra estar contento, cabreado o triste cuando así se expresa su personaje. Y es que El castor es una película paranoica: el tiempo decidirá si es carne de Oscar, pieza televisiva de sábado por la tarde o un título de culto. Pero recuerden: sea lo que sea, será gracias al atino, la agudeza, la experiencia, la inteligencia de la gran Jodie Foster.

Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities http://cachecine.blogspot.com
Xavier Vidal
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8
13 de enero de 2015
32 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fuerza mayor es la película más representativo del nuevo cine sueco. Un cine ácido, áspero, difícil de transitar pero realmente interesante. Östlund satiriza e incluso ridiculiza la Suecia que, con tal de seguir siendo el adalid de la perfección y el supuesto bienestar, vive de espaldas a los problemas propios y ajenos; y a su vez, nos propone una película fuera de cualquier tiempo, y que de hecho, en términos generales, puede leerse como una descripción lúcida pero implacable de la Europa ideal, plurilingüe y turística, que se resquebraja a marchas forzadas. En resumidas cuentas, unas vacaciones envenenadas en un espacio helado.

Fuerza mayor propone un ejercicio introspectivo de efectos devastadores. Östlund consigue que aflore el conflicto, que se expanda la sombra de la duda y que sintamos en nuestras carnes las contrariedades de unos personajes perdidos, aturdidos, superados por unas circunstancias que, según se miren, dependiendo de la escena, resultan muy nimias o muy duras. Lo mejor de Fuerza mayor reside precisamente en su pericia a la hora de subir al público al tren de la bruja, a la montaña rusa del constante desasosiego: todo en ella resulta inesperado, a medida que avanza el metraje vamos reformulando nuestras opiniones de los personajes, y al final del film se mezcla el rechazo con la empatía por unas situaciones y unos temas que, aunque cueste reconocerlo, nos resultan demasiado familiares.

Östlund pervierte los convencionalismos no sólo en su fondo sino en su forma: situar la trama en un espacio a priori tan poco cinematográfico como una pista de esquí es la mejor baza para que la película esté tocada por un ambiente enrarecido y surrealista (las luces de las pistas, la silueta escarpada de las montañas y la fría arquitectura del complejo hotelero de lujo donde se hospedan los personajes configuran un marco único en el que, como espectadores, nunca nos sentimos demasiado cómodos, en el sentido más gozoso del término).

En definitiva, un 'film experiencia', una avalancha emocional que nos pone frente a frente con nuestros miedos más ocultos, con esos traumas inconfesables que afloran el día menos pensado en el momento más insospechado. Si muchos se preguntaban por qué aumentan los divorcios tras los periodos de vacaciones, Fuerza mayor resuelve todas las dudas. O no: nos demuestra que ninguno de nosotros estamos a salvo de venirnos abajo, por mucho que estemos en el paraíso nevado de la película. ¿Y si en verdad no estamos tan bien como parece? ¿Y si, pensándolo un poco mejor, nuestra vida es un absoluto desastre? Si os gustan los retos, si no tenéis miedo de transitar espacios turbios, ésta es vuestra película.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
Xavier Vidal
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6
19 de noviembre de 2011
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cinefilia no suele parar demasiada atención a la otra realidad del cine de animación. Conocemos y admiramos los productos de la Pixar, los personajes más carismáticos de la Dreamworks o la personalidad de Hayao Miyasaki y su Estudio Ghibli. Pero en Europa se produce mucho cine animado. Un cine cuya reivindicación es clave no sólo para favorecer la polifonía de creadores europeos dedicados a la animación, algo muy necesario ante la mastodóntica maquinaria de Hollywood, sino también para formar a esos pequeños espectadores que dentro de unos años pueden ser los continuadores de una cinefilia selectiva y reflexiva. Hay que defender un cine más artesanal que esquiva su falta de medios con altas cuotas de ingenio. No debemos domesticar ni aburguesar la mirada y mente cinéfila de nuestros pequeños: de ahí la importancia de nombres como Un gato en París.

Un gato en París presenta además una reivindicación del dibujo a mano en tiempos en los que los personajes sólo parecen tener píxeles. Por una parte, Un gato en París es una delicia porque se intuyen las ilustraciones en papel, montadas y dotadas de un relieve que nunca traiciona las luces y sombras del carboncillo original. Y por otra, el público infantil se sentirá atraido por el gato del título y la fabulación de un posible viaje por las azoteas y tejados parisinos a medianoche. Pero, y aquí reside el verdadero interés de la cinta, Un gato en París tiene un reverso adulto que los más experimentados releerán como homenaje al mejor cine negro y revisión cómica del cine gangsteril. En resumen, las imágenes de Un gato en París destilan cinefilia y emprenden la magna, necesaria y pedagógica misión de educar a las nuevas generaciones de cinéfilos. Tiene el suficiente ingenio para atrapar al espectador sin que todo quede desvelado y expuesto en la pantalla, dejando que los pequeños y no tan pequeños dejen volar su imaginación: esas son las mejores películas del género.

Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities
Xavier Vidal
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