Demasiado larga. "Trópico de Cancer" es un libro magnífico, aquí apenas reconozco a los personajes. Aunque el sexo es una constante obsesión en las obras de Miller y mola bastante, en esta película acabo saturado y aletargado. Peculiar Uma Thurman. María de Medeiros es buena actriz aunque aquí la recordaré siempre como un salmonete en celo. La calva de Fred Ward en su interpretación de Henry Miller canta demasiado a carnaval, no puedo apartar los ojos de ella.

No es que sea mala, pero su excesivo metraje, la carencia de identificación con los personajes y una pizca de petardez que desprende por todos sus poros, la convierte en una pieza facilmente desdeñable.

Cada día que pasa creo más firmemente en esta reflexión que se me ha ocurrido: Si tienes algo que contar y no eres capaz de condensarlo en menos de dos horas de película, no lo cuentes, ahórranos el martirio (a no ser que tu objetivo sea algún Oscar).

¡Brindo por Gracián!

Esperpento nauseabundo cebado en el histrionismo, que viaja a tumba abierta sin preocuparse ni un ápice de guión, trama o argumento. Personajes de cencerro a vueltas con todos los tópicos de la españa de siempre, salteados entre diálogos torpes y situaciones vergonzosas. Burda payasada que centra sus esfuerzos en la atracción a base de impactos visuales que buscan desesperadamente el patetismo, con una violencia gratuita sin ni siquiera un mínimo de gracia. Compost acelerado de sangre y pastoso maquillaje que en mi caso ha conseguido el asco como mayor síntoma, seguido de la consiguiente decepción. Su historia de amor es lamentable, como entretenimiento, apestosamente vulgar y en cuanto a clarividencia o transfondo, una bufonada vacía.

En serio, realmente quería que me gustase, pero ha resultado imposible.

Para un plebeyo como yo, poco acostumbrado a transitar fuera de mi tiniebla, he de decir que no acabo de asistir precisamente a lo que en tiempos actuales se designaría como película máxima candidata a obtener el razzie del año. Es más, incluso me atrevería a aseverar sin temor, que es posible que no les falte cordura a aquellos desvergonzados que proclaman a los cuatro vientos el hecho de que este largometraje debería, con justicia, coronarse como la cota más alta de la comedia negra europea en toda su historia. Las ya sobradamente mencionadas caracterizaciones del tan admirado maestro Sir Alec Guinness, que aquí se encuentra con la perplejidad, consigue seducirla sin apenas esfuerzo, para terminar mostrándonosla vestido con ocho distintas indumentarias de su enorme ropero, transfiriendo de esta manera la alucinante sensación de sorpresa a nuestros mortales rostros, si a esto unimos la interpretación exquisita de otro extraordinario Denis Price en el papel de fino brazo ejecutor de los múltiples y agraciados asesinatos que nos regala el guión y huelga decir, aunque de mal gusto sería obviarlo, que las dos actrices de la historia pasean y brincan por la pantalla, con una suavidad en el talante y una agudeza al proferir música en diálogos con sus tenues gargantas, sin hacer otra cosa que elevar todavía más el conjunto y por supuesto sin poder dejar de mencionar la elegante y maravillosa voz narradora que va desgranándonos la historia, no resta otra alternativa que inclinarse con máximo respeto ante la pantalla donde se esté asistiendo a tal proyección para, de alguna manera, poder agradecer al mundo y a los estudios Ealing en concreto, el acto de dicha creación.

(Reverencia)

Chute de cine negro tardío, resuelto con sobriedad casi literaria. Personajes construídos según los cánones e interpretados con indudable eficacia por nombres poco conocidos, bajo una ambientación casi perfecta. Su único lastre quizás sea esa previsibilidad propia del género que, a ojos de hoy, destila un poso demasiado arcaico. No obstante, se trata de una pieza pulida y con una dignidad propia del gusto por la forma y los trazos de esa especie tantas veces magníficamente novelada, que cumple de manera sobrada su cometido.

A descubrir.

Captamos el mensaje pero sin emociones. La película se esfuma, carece de pegada y ni siquiera la técnica pugilística me parece gran cosa. Las escenas costumbristas (boda, vida familiar, partidas de caza, los colegas) son forzadas, con una mezcla que pretende ser realista pero suena a artificial, a demasiada pre-elaboración, a carencia de autenticidad, a falta de libre albedrío.
Y, sin embargo, cuan necesario es que aparezca arte que meta el dedo en la llaga, que exponga y muestre nuestra miseria actual, sin paliativos, contundente, con claridad meridiana y sin irse por las ramas. Alguien que hable sin pelos en la lengua de lo que somos los trabajadores hoy, perdiendo derechos a pasos agigantados cada día que pasa, sin estabilidad de ningún tipo para mirar más allá de un pedazo de tiempo ridículo, rodeados de la casi nula protección de los llamados sindicatos plegados hace tiempo con las orejas gachas, firmando convenios de retroceso con la disculpa de las múltiples crisis que siempre nos están rodeando, que es el argumento preferido de la empresa.
Xavier Beauvois lo tiene claro, pero no es un killer, es más bien un fajador intentando golpear y como es obvio no muy bueno. Valoro y agradezco su intención, pero la comida es insuficiente, ha sido un primer plato más bien soso y me he quedado con mucha hambre.