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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
30 de marzo de 2017
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras rinde su declaración en un sitio no determinado y en una fecha de la que apenas podremos tener idea en las últimas imágenes de la película, vamos a enterarnos de que Olga Kamenzkaya, una inmigrante rusa que trabajaba para la revista Vogue, fue detenida cuando, en su labor para la Resistencia Francesa, en su casa ocultó a dos niños judíos. Entregada al oficial Jules, (un servil colaboracionista) en la prisión de Fresne, Olga tratará de seducirlo procurando su liberación, pero, una operación de la Resistencia cambiará el rumbo de las cosas… y ella terminará en un campo de concentración donde se reencontrará con los chicos y donde será reclamada por el standarterführer, Helmut, quien la convertirá en su doncella.

En el lugar donde declara Olga, también han sido llamados, el policía Jules y el oficial alemán, y entonces conoceremos mayores detalles de su larga estancia en aquel cruel infierno, causado -según los absurdos nazis- para convertir a Alemania en un paraíso. De esto, hablará asiduamente, Helmut, un singular miembro de las SS, quien siente un alto aprecio por los rusos, ama a Anton Chejov y a Lev Tolstói, y este conocimiento lo comparte con su amigo Dietrich, en quien tiene a un sincero confidente.

Entre Olga y el oficial Helmut, devendrá una extraña y especial relación… y éste será el epicentro de una historia que pudo ser mucho más emotiva e impactante si, al director Andrei Konchalovsky, no se le hubiera ocurrido mantener la declaración de los tres personajes como una constante que interfiere notablemente en el ritmo de la historia.

Yuliya Vysotskaya, actual esposa del director, con quien viene trabajando desde la estupenda “Dom Durakov” -donde tuvo su primer rol importante-, pasando por “The lion in Winter”, “Glyanets” y “Cascanueces”, recrea a un especial tipo de mujer, capaz de sobreponerse a las peores adversidades, y la cual, quizás sea la que demuestre a los alemanes, y al mundo entero, que suerte de cosas son las que hacen lugar para poder entrar al Paraíso. Por su parte, el debutante Christian Klaus, tiene aquí un rol bien llamativo, pues, a su manera, quizás demuestre que también hubo nazis que lograron preservar una pizca de humanidad, ternura y generosidad en su corazón.

El guion, escrito por segunda vez entre Konchalovsky y Elena Kiseleva, con excepción de cierto personaje, juega, compasivamente, más a caricaturizar que a mostrar como sádicos a los oficiales alemanes, y sus intereses se centran, fundamentalmente, en la manera como los judíos procuraban sobrevivir durante el terrible conflicto. Este último hecho, aumenta notablemente los méritos de un filme al que, el director ruso, ha querido presentar con los particulares elementos de un documental clásico: Blanco y negro con predominio de las tonalidades grisáceas; insertos de entrevistas (declaraciones) para dar la idea de hechos reales; y una recreación de situaciones en las que se preserva la mayor imparcialidad posible.

Sumado su atinado diseño de producción y su calificada fotografía, “PARAÍSO”, resulta un filme muy meritorio, y Andrei Konchalovsky con sus AK Studios, a sus 79 años de edad continúa demostrando que, el cine, es para él una pasión en la que se mantendrá... hasta que suenen las trompetas del infinito.
Luis Guillermo Cardona
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7
2 de septiembre de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“EL CLAN DE LOS SICILIANOS”, arranca con una frase bastante particular tomada de algún texto de Anton Chejov: “Cuando pienso en los ladrones de caballos, no pienso que esté mal robar caballos, ese es asunto del jurado y no mío”. Es algo así como cuando vemos cualquier película en la que una banda decide asaltar un banco, un casino o una poderosa joyería: Nosotros admiramos el ingenio utilizado y la espectacularidad del hecho. Los juicios sobre lo correcto o no de hacer eso… se los dejamos a los policías.

Habiendo logrado reunir a tres de los actores más renombrados del cine francés: Jean Gabin, Alain Delon y Lino Ventura, y adaptando otra novela del recordado autor de “Rififí”, Auguste Le Breton, el director Henri Verneuil, logra un atractivo filme que fue muy bien acogido en las taquillas, sobre todo en Francia, donde mucho se venía hablando de la “real” vinculación de Delon con la mafia europea, lo cual sería luego totalmente desmentido.

Su personaje, Roger Sartet, es aquí un delincuente cuyo prontuario ha empezado a los 14 años y que, por interferencia de su hermana Monique con la familia Manolese -a la que los allegados conocen como El clan de los sicilianos-, es ayudado a fugarse durante un traslado que va a realizársele. Lo que sigue, es la planeación y realización de un osado asalto durante otro traslado: el de valiosísimas joyas a New York, del que Sartet será el segundo a bordo, pues, el capo Vittorio Manalese lo considera bastante ligero y de la suerte de tipos a los que el sexo pierde fácilmente.

La acción está muy bien llevada, y sobre todo en su primera parte, el filme resulta ágil, inteligente y con diálogos muy efectivos. Los personajes de Delon y Gabin, nos predisponen a un posible duelo generacional bien interesante, donde la ligereza y la mesura, quizás, nos muestren cuál es más efectiva para vivir positivamente… pero no ocurre mucho en este aspecto, y de pronto, el filme se queda en lo físico, en la acción y en el machismo all’italiana, y los aspectos psicológicos que caracterizan los grandes filmes, comienzan a diluirse bastante, además de que la acción pierde peso y la secuencia del avión toma tiempo para volver a tomar aire “del grueso”. Por otro lado, la edición reclama más rigurosidad y la música de Morricone -dirigida esta vez por Bruno Nicolai-, va resultando pesada, pues, es tan altisonante que, en vez de subrayar, casi siempre se impone a la imagen y termina por atosigarnos.

Al final, el disfrute es de mediano calibre; se siente que el filme algo ha perdido con el paso de los años, pero ver a ese trío de grandes actores ha valido la pena. Y visto el final, uno comprueba que, efectivamente, a la ligereza le falta mesura, pero a la mesura le falta sensatez.
Luis Guillermo Cardona
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8
20 de agosto de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El laboratorio de criminología de Chatburg, está en muy buenas manos, porque Gordon McKay es un concienzudo investigador que todo su tiempo lo invierte en examinar rigurosamente los escenarios donde se cometen los crímenes; en probar, con una serie de raros aparatos, que tan comprometido puede estar un sospechoso o sindicado; y mirando, en sus microscopios, cualquier elemento que pueda convertirse en una prueba definitiva.

Está siempre tan ocupado McKay, que ni siquiera tiene lugar para darse cuenta de la preciosa, inteligente y enamorada muchacha que le sirve de asistente, y a quien ve tan sólo como otro instrumento necesario para cumplir sus tareas, a tal punto que, aunque teniendo ella el lindo nombre de Jane, él siempre la llama por el apellido Mitchell.

Con un guion de Allen Rivkin y John C. Higgins, que parte de una historia original del segundo, “LA ÚLTIMA PRUEBA” es la primera película en solitario que, tras su participación en “Redes”, consiguiera dirigir el austriaco Fred Zinnemann, demostrando, desde entonces, que tenía talento para rato, pues, lo que nos entrega es una encantadora historia que resulta tan placentera desde la investigación de un par de crímenes, como en el sutil romance que se va desenvolviendo entre el investigador y su reservada secretaria, quien prefiere reprimir sus sentimientos a ser ella la que tome la primera iniciativa.

La historia es muy ágil; con interesantísimos elementos didácticos; con un malvado que pareciera tener a la suerte siempre de su lado; y con una pareja de encantadores investigadores que consiguen atraparnos con su carisma, su compromiso investigativo y con esa manera como se necesitan sin llegar ni siquiera a tocarse.

También, desde la sociología y con gran altura, el filme se ocupa de la manera como la ambición a veces arrastra a los hombres… hasta hundirlos en ese pútrido fango donde se alcanza la capacidad de atentar hasta contra los propios amigos.

“LA ÚLTIMA PRUEBA”, cuenta con estupendas actuaciones de Van Heflin, el investigador que no deja ni un solo cabo suelto; Marsha Hunt, la asistente con tan alto sentido de la diligencia que, a veces, hasta confía mucho más de lo que debiera; y Lee Bowman, el asesor que, tras alcanzar el puesto de fiscal de distrito, aspira a ser alcalde… gobernador… y por qué no, a ocupar un día la gran silla de la Casa Blanca.

¡Ah! La linda chica que trabaja en Sero’s y que despierta la envidia de Jerry Ladimer cuando da un beso a su marido, es nada menos que Ava Gardner... cuando todavía le faltaba una pizca para convertirse en una estrella de las grandes.

En los diálogos hay muy buenos apuntes, como éste que, sin sospecha alguna, se da entre Jane y Gordon, siendo escuchados por Ladimer:
- ¿Iremos a pescar a los rápidos de Pine? -Dice ella.
A lo que McKay responde:
-Sólo debemos tener cuidado de coger el pez correcto.
Luis Guillermo Cardona
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7
24 de mayo de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con mucho de autobiográfico, el escritor español Jorge Semprún (1923-2011), escribió su décimo guion para el cine, el cual puso en manos del director Joseph Losey, consecuente como él y capaz de captar a plenitud la suerte de emociones y de ideas que, entre padre e hijo, se debatirán a lo largo de la historia. Por razones de este tipo, como protagonista aparece, Ives Montand, otra figura del arte cinematográfico que perteneció largo tiempo a la línea izquierdista.

Como el personaje que interpreta Montand, Jean Larrea (el apellido es una variación del segundo del padre de Semprún: Gurrea), también el escritor -refugiado en Francia tras la Guerra Civil Española- se sumó a los partisanos de La Resistencia, se afilió al Partido Comunista Español (PCE) y haciendo parte del Comité central, llevó a cabo una amplia actividad clandestina contra el franquismo, utilizando diversos alias. De igual manera, Larrea es escritor y guionista como Semprún y tiene un hijo que lo confronta permanentemente, como le ocurriera al autor con Jaime, el hijo que tuvo con la actriz Loleh Bellon.

Las relaciones familiares son de un agarre inmediato y uno se siente animado a reflexionar sobre las muchas cosas que pasan entre aquellos especiales padre e hijo, que están bordados con hilos de grueso calibre y que nos van a dar un buen ejemplo de, cómo se comportan las personas Adultas, frente a la -ojo- necesaria rebeldía de los hijos.

Y como si se hubiese propuesto otra lección de psicología pura, también Losey, va a ilustrar la manera como los hijos siguen más al ejemplo que a las palabras, y como de esta manera, toda la familia Larrea terminará comprometida con el glorioso cuento de la Libertad.

La historia transcurre a mediados de los años 1970, teniendo como referencia los días previos cuando ya, Franco agotaba sus días y Jean Larrea ve marchar a su esposa, Eva, para unirse a la resistencia, cuando él tuvo que tomar el camino del exilio.

Con “LAS RUTAS DEL SUR”, Joseph Losey nos ofrece un filme mesurado, intimista, donde lo familiar y lo político se trazan como los caminos por los que el hombre debe marchar inevitablemente y por los cuales se sentirá tocado hasta el último día de su vida. Por esta razón, los indiferentes se encuentran ahora en el lugar equivocado y no hacen opinión. Y los que apenas refunfuñan de puertas para adentro, empobrecen su propia vida y prolongan las inequidades.

Un filme de interés para aquellos que gustan de profundizar cada día en las relaciones interpersonales, porque, una formación concienzuda, será lo único que nos ponga a tono para asumir como se debe, el complejo, pero fascinante rol de padres.

Bien por Ives Montand, Laurent Malet y Miou-Miou, formando un trío que nos dará un buen paseo por el siempre imprescindible paraíso de la memoria.
Luis Guillermo Cardona
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6
11 de mayo de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante una entrevista realizada en Europa, Joseph Losey, dijo: “Ver el mal, advertir que existe y no hacer nada para combatirlo, es una manera de aceptarlo, de convertirse en su cómplice” (1). De esta manera, el director estadounidense, radicado entonces en Inglaterra para evitar el asedio del burdo y deplorable HUAC (Comité de actividades antiamericanas), estaba haciendo público uno de los objetivos esenciales de su cine que, él mismo, definiría como “una exaltación de la realidad desnudándola y depurándola a fin de ennoblecerla”.

En principio, hacer cine en Gran Bretaña no fue para Losey nada fácil, y cuando la Hammer, en cabeza del productor Michael Carreras, le entregó el guion que, Evan Jones, había escrito basado en la novela “Los niños de la luz” de H.L. Lawrence para que lo dirigiera, se sintió un tanto confundido, pues, la ciencia ficción no era de los temas que más lo apasionaran. Por esto, su película luce claramente como dividida en dos: Una primera parte, donde con soltura y comodidad él hace un buen espacio para el choque entre una pandilla que lidera un muchacho huérfano llamado King y un ex-asesor en seguros, Simon Wells, quien, desde que llega al puerto de Weymouth, se muestra interesado en la bella hermana del motociclista.

Aquí, la situación apunta a recrear un problema sociológico, donde la apatía del Estado, la violencia juvenil, el incesto y la prostitución a temprana edad, entran como asuntos que merecen la más seria atención, y Losey, luce muy desenvuelto en la planeación de tomas al aire libre, quedando nosotros preparados para el disfrute de un filme impactante y emotivo. Pero los productores esperaban que el director se ajustase a las líneas del guion… y es entonces que Losey se siente como pez en un pantano, cuando le toca contar el cuento de los niños cobaya con los que un oficial del gobierno experimenta, en aras de ‘encontrar la clave que permita a los ingleses sobrevivir en caso de una guerra nuclear’.

En este punto, surgen curiosas ideas: Al nombre King (Rey) del líder pandillero, se suma que los niños prisioneros (9 en total, como el número de miembros de la banda), llevan nombres de reyes y reinas de la historia de Inglaterra (Victoria, Elizabeth, Anne, Mary, Richard, Henry…) y ¡ya veremos la asociación que se dará entre el uno y los otros! Los niños estarán fríos como muertos, pero siguen vivos, y la tecnología que se usa con ellos luce ahora bastante rezagada, con lo que, el filme pierde gracia, y en este segmento, apenas luce como un episodio de “Perdidos en el espacio”.

Se pretendía con esto, hacer una denuncia de los peligros de la carrera nuclear, pero lo inocente del cuento y la austeridad con que fue realizado no logran cometido alguno.

MacDonald Carey, acostumbrado a los roles de buenazo, es una vez más el hombre que busca salvar a los más débiles. Oliver Reed, es el joven inadaptado que juega a ser malo mientras cuida que nadie se sobrepase con su hermanita. Y la preciosa, Shirley Anne Field, llena la pantalla en cada plano que se le brinda y además nos ofrece un espontáneo y fresco plano erótico que de seguro sorprendió al director, a su partenaire ¡y a ella misma!, en el momento en que recibe el primer beso. Sólo ahora, en la versión restaurada para DVD, podemos verla, porque, durante el estreno –dos años después de su realización- el filme fue cortado de 96 a 87 minutos y en algunos países a 80.

(Aquí citaré parte del desenlace) En la escena cumbre, Losey quería que la escultora Freya Neilson (Viveca Lindfors), muriera acribillada desde un helicóptero militar, pero una vez más intervino la censura y se insertó un plano con menos implicaciones.

No creo pues, que Losey haya quedado a gusto con lo que hizo (y le hicieron), y nosotros solo quedamos con el recuerdo de las imágenes iniciales donde se puede visionar el talento de un verdadero artista.

(1) Il cinema dei maestri. Gian Luigi Rondi

Título para Latinoamérica: “EL GERMEN DE LAS BESTIAS”.
Luis Guillermo Cardona
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