Prometo volver a ponerme esta película cada cierto tiempo.

Prometo que pondré todo mi empeño en justificar porqué esta película ha llegado a lo más profundo de mi corazón.

Prometo que no puedo quedarme ni con la banda sonora (mágica), ni con los escenarios (increíble Asturias), ni ese buen uso de la cámara (el tren llegando a la estación, el tren yéndose a la vez que el coche…). Una perfecta armonía de guión, dirección, actores, magia…

Prometo que mentiría si dijera que no derramé unas lágrimas en este testamento de Alfredo Landa, en una de sus mejores películas de todos los tiempos… Con una interpretación de Blas Otamendi colosal, desgarradora, sublime, tierna, dura…

Prometo que no son solo los diálogos, pero que sobre todo son ellos, como ese epílogo final, que acabó por matarme y me tuvo más de una hora flotando… Pero qué barbaridad…

"Yo creo que lo mejor que tenemos es el amor. Ese misterioso poder que sale de nuestros cuerpos. No hay nada más hermoso que pueda suceder. El amor, como la música, como la pintura, como los libros…, no se busca, se encuentra.
El amor es como…, como la risa. Cuando llega, no hay quien pueda resistirlo. Cuando te da el amor, como cuando te da la risa, todas tus defensas se hacen pedazos.
No hay dinero en el mundo para poder pagar el amor de una pareja. El amor es la mayor recompensa que tenemos las personas por estar aquí. Aunque a veces deje una herida en el alma de por vida”.

Prometo que jamás te olvidaré, Garci.

Una historia muy buena, basada en el libro de Sampedro sobre los últimos transportistas de madera por el río Tajo, en una suerte de Quijote en grupo que atraviesan la España castellana del postfranquismo. La voz en off, como suele ocurrir en las adaptaciones literarias, perturba el bienestar del espectador.

Sin embargo, la película tiene esbozos de clásico al estilo “El Último Mohicano”, con preciosas imágenes naturales, de pueblos y del río, el auténtico protagonista de la película.

La imagen y el sonido han envejecido mal con el paso del tiempo, por lo que una nueva revisión en una copia restaurada puede que ser de agradecer para el aficionado al cine español clásico.

Película insulsa y menor que peca de dos grandes estigmas: la narrativa en off, y un corta y pega que acelera los acontecimientos, asistiendo a un auténtico despropósito de montaje. No sabemos cómo es el guión, pero la película se hace pesada, pues no entendemos muy bien qué se persigue, que historia hay, a dónde nos vamos y que pasará.

El spoiler no existe aquí, pues una vez que llega el final nos quedamos exactamente de la misma manera que al principio. Parece que la ciudad en la que estamos es Ávila, aunque nunca se dice. La muralla la delata y es una pena que no se sitúe al espectador desde el principio ahí mismo, con un plano general de la muralla.

Alfredo Landa y Paco Rabal, triunfadores en Cannes en el año anterior, demuestran lo malo que puede ser un director que no sepa usar tanto talento en su película.

Me gusta, por otra parte, la casa-mansión de la película.

Rafael Gil fue un director de cine muy prolífico durante el franquismo, a pesar de haber rodado varios documentales para el bando republicano. Resulta curioso ver cómo algunos se abrieron paso en aquellos tiempos. La llegada del “café para todos” que supusieron las autonomías, creó un recelo en los que habían vivido cómodamente en los años de plomo.

Aquí, en la penúltima producción de Gil, Fernando Vizcaíno Casas nos brinda un guión de sátira confluyendo el lío que suponían las autonomías, con el gasto excesivo que se veía venir. Además, hace una cuña con el 23F, en forma chabacana, que hizo que esta película no tuviera nada de éxito en una España que estaba de fiesta.

Lo del idioma creado a partir de una malformación del habla del alcalde es una idea genial, y un motivo para alabar aún más a Alfredo Landa, que se tuvo que aprender el guión de esa manera, cambiando la p por la f, y no perdiendo ni un ápice de su buen hacer.

Película premonitoria a lo que vino en 2007 y al auténtico caos al que estamos sumidos actualmente.

Otro gran descubrimiento, con un guión prodigioso y una historia muy original, ambientada en la época y logrando que no haya envejecido con el tiempo. He investigado sobre este director, Didier Haudepin (1951), y tan solo he conseguido encontrar dos películas más, en 1985 y 1995. Un actor que flirteó con la cámara y que aquí nos demuestra una prodigiosa forma de grabar los planes y de encuadrar a los actores. El montaje, en donde a veces se cuela música clase con diálogos mudos, quizá es lo único que cojea.

En cuanto a la historia de Paco “El Seguro”, llama la atención lo bien que defiende su papel de profesional del coito, como quien coloca un cristal, y la dureza con la que afronta el paso del tiempo sobre él, y la llegada de un competidor que acaba lanzándole por el abismo de la invalidez.

Lo fuerte es pensar que esto realmente ocurrió en un mundo pasado, no tan lejano, en donde las nodrizas buscaban su futuro de esta manera que hoy nos parece una auténtica locura.