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España España · Madrid
Críticas de Charles
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Críticas 1.065
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
Estación zombie: Seúl
Corea del Sur2016
5,8
2.384
Animación
7
4 de marzo de 2017
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
No parece ningún secreto que vivimos en una sociedad caníbal.
Se falta el respeto a nuestros semejantes por el color de la piel, la riqueza social o la supuesta gravedad de los respectivos problemas, provocando que, cada vez más, los tiempos modernos sean un sinónimo de deshumanización progresiva, donde pierde el que más se preocupa.

'Seoul Station', como ya hiciera y desarrollaba su hermana mayor 'Train to Busan', aprovecha una infección incontrolable de muertos vivientes para hablar de todas nuestras pequeñas, malolientes fallas, que a la hora de la verdad favorecerían nuestra caída.
Una sociedad no se destruye sola: primero está destruida ya desde dentro, con la falta de comunicación como nota común entre sus miembros, eso sin hablar de la falta de interés por los problemas ajenos.
No es extraño que los zombies nos estén ganando la partida, porque al fin y al cabo ellos no se ponen la zancadilla cada vez que pueden, ni renuncian cobardemente a lo que quieren, y han conseguido un objetivo común en el que centrarse, por muy primario y salvaje que sea.

La gente de a pie, sin embargo, sigue preocupada por rencores pasados que les separan, a la vez que han desarrollado un instinto de supervivencia basado en el "primero yo y que les jodan a los demás".
Así sucede antes de ningún zombie, cuando Ki-woong promociona a su novia Hye-Sun por internet, vendiéndola para pagar un alquiler que no le da la gana currarse, enfadándose incluso porque ella quiera dejar atrás su pasado de prostitución.
Su historia personal, y la posterior búsqueda del padre de Hye-Sun para salvar a su propia hija, marcan el ritmo del brote infeccioso, siendo la única cruzada esperanzadora entre una población atemorizada y frívola, que a la mínima de cambio huye o traiciona sin reparo alguno.

Valga como ejemplo de la tesis social muchos momentos en el que una situación escalofriante... se convierte en una parodia monstruosa de la paranoia y la inutilidad, donde el espectador se ríe por no llorar.

Lo más terrible, pero a la larga tristemente coherente, es pensar que esta sociedad merecía el virus que la asola.
Sus pobres conceptos de solidaridad merecen un escarmiento, los cobardes deberían ganarse el derecho a seguir respirando si sobreviven, y las almas inocentes como Hye-Sun prueban su tolerancia al sufrimiento en el infierno de los convenidos.
Mirando el caos y la desolación, el mayor dolor no es lo que se ve, sino la sensación de que, por fin, nos llevaremos todos bien.
Aunque solo sea porque ya habremos exteriorizado nuestra horrenda naturaleza de saltarnos a la yugular unos a otros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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3
3 de marzo de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer error de esta película es que se nota que no tiene mucha idea de lo que quiere contar.
Lanza una serie de historias que forman un batiburrillo de personajes, sin que en ningún momento te lleguen a interesar sus muy planas vivencias, y después intenta dar una sensación de "todo está conectado" que no va a ningún lado.
Parecen sketches nada más, situaciones sacadas de contexto que no añaden a nada, y encima su tono de comedia tímida te hace dudar de si se quería hacer una sátira del éxito a cualquier precio o se intentaba hacer algo más serio que no ha funcionado del todo.

Lo que no deja de ser una pena, porque el tema es interesante: nada más y nada menos que la facilidad que tenemos para aceptar trabajos de mierda en momentos de necesidad, que más tarde dejan ver las grietas de nuestra dignidad, cuando ya los hemos dejado atrás.
La joven April llega a la Meca del negocio dejando atrás un pasado insatisfecho, y aunque la ofrezcan desnudarse ella va a decir que sí. Al fin y al cabo, todo el mundo se ha abierto camino de alguna manera, hay que tolerar según qué cosas, y mostrar un cuerpo bonito no parece un mal precio. Ya habrá tiempo para cambiar de trabajo.
A raíz de su drama personal se retratan una serie de personas, que dan aliento a una fábrica de sueños fría y calculadora, donde vales tanto como estés dispuesto a venderte. Todos conocen el juego, pero nadie admitirá haber jugado.

Y lo cierto es que, los que lo conocen... jamás reconocerán que les ha gustado.
Sally St Clair hace mucho que no tiene que quitarse la ropa por trabajo, pero cuando viene a su puerta un admirador que le admite haber fantaseado con esas fotos no puede resistirse a jugar con él. No deja de ser interesante sentirte por un rato la reina dominante de otra persona, en un juego que va a revalidar sus errores juveniles
Ambas dos son las dos caras de una misma moneda, en una industria que forzosamente exprime a las inexperimentadas que llegan a sus orillas, prometiendo todo, hasta que les queda algo muy parecido a nada. Y esa nada, haber posado en cuatro fotos sexy, es algo a lo que ellas van a intentar sacar partido, aún cuando en realidad nunca lo haya tenido.

Podría haber sido una gran historia, hay indicios que avisan lo interesante que podría haber sido su perversa naturaleza.
Pero son apuntes que se desvanecen entre la mediocridad y la sosería de los demás sketches que las rodean.
Charles
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6
3 de marzo de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién más, quién menos, ha tenido su rebelión adolescente.
Un sentimiento inevitable, casi incomprensible por lo que implica, difícilmente por la corta edad de quien lo pasa. Una larga borrachera, cuya resaca es la madurez.
Por mucho que el cine haya intentado capitalizarlo, sus misterio siempre será inalterable, cuando se sabe capturar bien.

'Los Reyes del Verano', como digna sucesora del género, habla en principio en los mismos términos, muchas veces vistos.
Sin embargo, sube un grado de las frustraciones habituales: la vida del protagonista Joe es menos soportable de lo que parece, su padre está más molesto con su actitud de lo necesario y el instituto no le trae demasiadas alegrías. En el espacio de un día, se dibuja una rutina plomiza, marcada por la decepción constante, propia y ajena.
Pero en la tranquilidad de su pensamiento no existe esa rutina. En sus sueños despierto solo hay un prado bañado por el sol donde le espera su amada amiga Kelly; el adecuado paraíso balsámico de sus deseos adolescentes.

Por eso, en cuanto surge la oportunidad de recrear ese espacio, no extraña que se lance a la aventura de hacerlo.
Junto con su fiel amigo Patrick y el extraño Biaggio, construyen una casa en el bosque, con sus propias manos, cimentada en la sensación de libertad que da el saberse dueño del propio destino. Allí no hay profesores exigentes o padres intolerantes, no se llega tarde a una madurez impuesta por otros.
La vida es como ellos necesitaban que fuera, como siempre debería ser. Siendo reyes y no eternos gobernados.

Aunque hablaba antes de rebelión adolescente: algo que no puede existir sin que los problemas, de vez en cuando, sean más grandes de lo que los tres chicos son capaces de asimilar.
Compartir el secreto de la casa en el bosque con Kelly es el principio del paraíso perdido, y una madrugada en blanco, esperando un sueño que nunca será, es el primer bocado de realidad para Joe. La primera cosa que su reino impoluto no puede solucionar.
A veces es así, a veces la vida no da lo que esperamos por mucho que lo deseemos, y uno puede ver pasar los años oprimido por esa sensación, como le sucede al padre de Joe.

No hay moraleja, no hay soluciones mágicas, no hay palabras sencillas a la hora de pedir perdón a un amigo, o a un hijo.
Pero ese verano en la naturaleza, aprendiendo a vivir según las propias normas, bien podría ser una orgullosa resistencia a todo eso, donde las cosas eran más fáciles de que suelen ser.
Mejor recordar esa casa entre los árboles. Mejor atesorar ese recuerdo de aventuras, amistad y orgullo propio.
Son refugios como esos los que sobreviven al tiempo. Y si sobreviven al tiempo, a qué no podrán sobrevivir.
Charles
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8
3 de marzo de 2017
288 de 326 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie sabe qué pasa con los héroes cuando han dejado de luchar.
Algo normal, porque nadie quiere verles sufriendo los estragos de la edad, lamentando una gloria largo tiempo extinguida, o banalizados por los mismos que les aclamaron.
Las leyendas siguen conservando toda la grandeza del héroe, mientras las personas se marchitan y mueren.

'Logan' es justo ese final del héroe que nunca se escribiría en la última página, porque ningún soñador necesita saberlo.
Nos lleva a donde van a morir las leyendas, y habla en murmullos de gente extraordinaria con grandes poderes, que en algún momento llegaron a salvar al mundo. Trozos de fantasía multicolor que alguien capturó en sencillas revistas infantiles.
Nada de eso queda ya: un viejo solitario y un aún más viejo demente moran en la frontera de México, a salvo de un legado que les ha sobrevivido.

Nos gustaría que Logan volviera a sacar sus garras contra fantásticos enemigos, pero los únicos peligros que le acosan son simplones maleantes y culpas no asumidas. Su violencia no es florida y espectacular, sino sanguinariamente sucia.
Querríamos volver a Cerebro para que Charles Xavier encontrara más increíbles alumnos, pero solo es un frágil anciano perdido en la decadencia de su mente traicionera, mientras los mutantes se han convertido en el cuento que pudo no haber pasado nunca.
Nuestro escapismo superheroico, nuestro caramelo juvenil, se ha vuelto amargo y exige pagar las cuentas de haber soñado tanto, transformando una fantasía en desilusionadora y humana realidad.

Pero otra llamada de ayuda llega; como en tiempos remotos, otras personas se encuentran en peligro.
Y el ayudar a inocentes es como la sangre: se lleva por dentro, impulsa el gastado cuerpo de Logan a hacer lo único que ha hecho siempre.
La joven Laura aparece en su vida y la de Charles para cambiarlas para siempre, quizá como prueba de que nunca podrán dejar de ser faros de esperanza para el necesitado.
Entonces, la gran pregunta es si serán capaces de volver a ser las personas que eran, aunque hiciera mucho que las dejaron atrás.

A partir de ahí, esta película pasa a ser una vuelta de tuerca sobre el viaje del héroe, donde el mismo héroe pone en duda su condición como tal, y el lugar que debe ocupar en su propia historia.
Es duro ver a Logan agitar un cómic clamando que no son más que una sarta de gilipolleces, apenas basura para convertir hazañas costosas en entretenimiento prefabricado.
Pero Laura ha puesto toda su ilusión en esa "basura" fantástica, creyendo en la esperanza que ve en cada viñeta, intentando encontrar el punto exacto en el que ella sabe que se encuentran con la realidad.
Se trata de un diálogo casi metanarrativo, que confronta la ficción de 17 años, de aquel macarra en traje de cuero ajustado, con el curtido hombre que estamos viendo entre pueblos de carretera y polvo del desierto.
No podrían ser la misma persona.
Pero ojalá que lo fueran, solo por seguir creyendo en lo imposible.

El propio Logan desprecia esa posibilidad, se enfada ante su idiotez, pero tiene una familia tirando de su (escasa) creencia: la hija que nunca tuvo y el padre que nunca dejó de tener, marcados ambos por arrepentimientos sin resolver.
Laura es como él, rabiosa y salvaje, un reflejo que todavía puede cambiar, si recibe la guía adecuada que él nunca tuvo.
Y Charles guarda la clave de por qué debe seguir adelante: en un breve paréntesis de su huida le dice "aún estás a tiempo". Para él, Logan todavía puede tener la vida tranquila que sus luchas nunca le dejaron, con su hija recién adoptada como guardiana del cambio.

Pese a todos los cortes sangrantes, pese a todos los seres queridos perdidos, se adivina un final que Logan aún podría concederse.
Por eso sigue una vez más en la lucha, por eso nunca pudo ser el solitario que siempre quiso, o la bestia que los demás quisieron hacer de él. Por eso seguimos viéndole, aún en este triste momento en que sus menguadas fuerzas le dejan lejos del X-Men que fue.
Porque todavía le quedaba este último capítulo, para descubrir aquel héroe sacrificado que siempre fue parte de él.

Puede que la historia de Lobezno nunca sucediera, o que los relatos de sus aventuras nunca fueran como se contaron.
Pero si existió esta historia del hombre llamado Logan, que tuvo que luchar contra su propia rabia y condición, para convertirse en el salvador que una niña necesitaba.
Y es ahí, justo ahí, donde el hombre abraza humildemente su leyenda, solo para engrandecerla.

Hasta siempre, viejo amigo Logan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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7
1 de marzo de 2017
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al final de la primera 'Trainspotting', estaba la sensación de que todo lo que había pasado sería pasajero.
Renton, Spud y todos los demás eran balas perdidas del extrarradio, gastando su rutina pastilla a pastilla, pero cuando acabara su juventud encontrarían una vida en la que centrarse, un trabajo mal pagado por el que madrugar, y quizás una esposa a la que mantener. Tarde o temprano, todo el mundo lo hace.
Su crisis de amistad por dinero sería el recuerdo peregrino que todos olvidarían, y la sonrisa final de Renton dejaba sabor a final de etapa.

Por eso es tan jodidamente interesante que 'T2 Trainspotting' les encuentre en el mismo momento vital, dos décadas después.
Los años se han esfumado, pero todo sigue siendo lo mismo: si antes eran veinteañeros atrapados en sus frustraciones, ahora son cuarentones definidos por ellas. No hubo metas realizadas, no hubo glorias alcanzadas, el tiempo estableció una promesa que nunca se pudo pagar.
Renton vuelve a casa, al yacimiento fosilizado de su juventud.
Sick Boy, perdón, Simon (qué mala educación llamar a un hombre mayor así) se quedó con un pub entre la nada y ninguna parte, monumento decadente a una nostalgia que se resiste a morir.
Begbie destiló su rabia y rencor en años de cárcel, mientras su hombría era lo único que le quedaba.
Y Spud, el quizá demasiado tierno Spud, mastica su soledad y fracaso en cada eterna hora de la madrugada.

Una cosa que queda clara viendo esta secuela (y las bastante poco pensadas críticas diciendo que "repite la primera") es que nadie tenía claro de que iba 'Trainspotting'.
No era una visualización espectacular del mundo de las drogas (que también), no era una macarrada con más desfase que fondo, y tampoco era un alegato cínico contra las personas sanas que no se saltan ni una comida baja en grasas o día de piernas. Todas estas impresiones superficiales han contaminado la imagen de la primera parte, que en su más "reflexiva" secuela se permite mostrar su verdadera naturaleza.
'Trainspotting' y su continuación son un inestable, histérico y rápido, rapidísimo retrato de la Vida, en mayúsculas, con toda la inestabilidad, histerismo y rapidez que siempre ha tenido, mientras un puñado de infelices tratan de consumirla antes de que les consuma a ellos.
Pero es una droga tan pura, tan bien cortada, que la única manera de afrontarla es engancharse: a correr cada mañana hasta echar los pulmones, a liarse a puñetazos con cualquiera, a manipular ricos pervertidos, a fundirse el dinero en coca, a ver antiguos amigos solo por comprobar si están peor que tú, a mirarte al espejo cada noche preguntándote qué haces con tu vida, a hablar toda la madrugada de los viejos tiempos, a postear desde tu primera paja hasta tu último aliento... no se juzga ninguna adicción.
Todas están permitidas, mientras te permitan soportar esta espectacular mierda que es la vida (espectacular, pero mierda al fin y al cabo).

Esta historia analiza justo el momento de después, aquel en el que sus protagonistas se han metido todo lo que han podido... y nada ha dado resultado.
Volver a pillar dinero para otro proyecto imposible parece la clase de locura que devolverá el delicioso riesgo a sus muy maduras vidas, y por eso allá que lo vuelven a intentar, tropezando de nuevo con las mismas piedras, tomando cada una de las antiguas y equivocadas decisiones.
No lo pueden evitar, es así: parecería que estamos condenados a ver al adolescente que fuimos adelantándonos una vez más, mientras intentamos seguir su ritmo, recuperando un aliento que nunca tendremos.

Sí, la nostalgia funciona cual droga, como autodestrucción, pero también como disfrute: el cuarteto de caraduras rememora sus mejores momentos, exprimiendo una vida que nunca ha sido menos mierda que cuando ellos estaban juntos, difuminando el dolor de lo trivial (una buena hipoteca, una mierda de curso online) entre explosivos chutes de adrenalina al borde de mandarlo todo a la mierda.
Fundirse miles de tarjetas de crédito en cajeros, cantar a grito pelado en una convención de anticatólicos, hasta huir de la furia asesina de Begbie son esos islotes de desordenado placer a los que Renton, inmovilizado en una existencia acomodada, da una calurosa bienvenida.
Y es que a eso queda reducida la vida, cuando todas las adicciones son insuficientes: a proyectos imposibles que intentan resurgir de las cenizas de una nostalgia maltratada, entre cuatro tipos a los que su entorno ha dejado atrás, porque no pueden volver a ser los jóvenes que eran.

Quizás la solución sea entregarse a esa misma vida sin control, dejar de domarla con chutes adulterados, y aceptar las heridas que les va a acabar dejando, porque no subieron a todos los trenes de oportunidades desperdiciadas.

Ojalá te valga su historia para que elijas, y elijas bien.
Elige intentarlo una y otra vez como ellos, hasta que vuelvas a cometer exactamente los mismos errores. Todo el mundo lo hace, por mucho que crean que no.
Elige una elección que ya está tomada, que te ha elegido a ti y no al revés.
Y, si puedes, elige saber que la vida es una mierda. Pero no elijas que te digan cómo debes tomártela.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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