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Críticas de Lafuente Estefanía
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Críticas 1.757
Críticas ordenadas por utilidad
7
19 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, es posible que en otras cintas anteriores se haya tratado ya el tema de la ecología, tal vez en alguna de indios. Puede ser. Pero en "Los taladores" se hace de forma muy concreta y argumentada. Arranca con la llegada de un tren a Deepwell cargado con una festiva cuadrilla de madereros, con la contrata del Estado para cortar abetos de los bosques de las inmediaciones con destino a las obras de los ferrocarriles. Al frente de la misma van dos socios, Jim Hudley (Ladd), ya muy entrado en años y en kilos para el papel de galán que se le asigna, que se encarga de las cuestiones burocráticas y administrativas, y Monthy (Roland) un hombre campechano y tremendo que dirige a la variopinta galería de leñadores, con sus vistosas chaquetas y camisas de grandes cuadros o de colores subidos de tono.
Buena película en la que especialmente destaca para nosotros la originalidad de la trama que comentaremos en la zona spoiler. De momento nos bastará saber el gélido recibimiento que el pueblo hace con los leñadores, boicot del almacenista incluido, que le hace decir a Jim: "Soy leñador, no un ladrón". "Para nosotros es lo mismo", recibirá por respuesta.
Y es que el pueblo entero está muy concienzado de la importancia de sus bosques para el abastecimiento de hierba para el ganado. Saben, y así lo explican claramente, que la deforestación lleva a la pérdida del suelo fértil que fijan las raíces y, consiguientemente, de la hierba para el ganado, "Señor Hudley, para ser leñador sabe muy poco de raíces". Todo ello es sinónimo de ruina como comprobaron antes en un pueblo vecino a la sazón abandonado por la falta de pastos. Onnubilado Jim con la belleza de Laura, le faltó cintura para contestar cómo desde los tiempos de los romanos se practicaban las talas ordenadas, dividiendo en cuarteles el monte cortando cada año los árboles de uno de los ellos mientras se da tiempo a que se recuperen los restantes.
Hay algunas escenas sanitarias dispersa, como el rechazo de un vecino a beber con los madereros "por tener el hígado delicado", o el traumatismo que sufre Vert al caerle encima un árbol que obliga a asistirlo al Dr. Evans.
Película de tema que nos parece original y bien planteado, con buenas melodías aunque tal vez con un desenlace un poco pastelero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lafuente Estefanía
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6
6 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este es el único mandamiento que cumplen los escasos colonos que quedan tras arrasar con ellos Warren el cacique del pueblo. Nos encontramos pues con una cinta que aborda la eterna lucha en el Oeste entre los ganaderos acosadores y los agricultores acosados, entre los que se encuentra la familia de Ramón (Eastman).
En este contexto aparece el pistolero Rancha (Bojanic), que va a producir un reequilibrio entre las fuerzas, "Ha aparecido el arcángel Gabriel y se ha esfumado". Contratado por el matón le salva la vida involuntariamente Ramón, quien recibe en la refriega un balazo que le extraerá el propio Rancha. Una vez más se utiliza un afilado cuchillo bien pasado por el fuego, para luego luego enfriarlo con agua y whisky. Con este mismo licor rocía la herida antes de intervenirla. Con bastante precisión advertimos los tanteos que para localizar el proyectil y los masajes que hace para encaminarlo hacia la boca de la herida para, finalmente con el cuchillo, sacarla fuera. Un buen trago de whisky ayuda a la recuperación del paciente. "Es más fácil meter una bala dentro del cuerpo que luego sacarla fuera. Por lo menos para mí", comentará el "doctor".
No contento con curarlo le enseña a manejar el revólver y lo que conlleva la vida del pistolero. Todo con un buen puñado de frases rotundas entre las que espigamos algunas: "¿Qué crees tener cuando tienes una pistola en la mano? -Un arma. -No, una excusa para que te maten", "Cuando se odia a alguien el mundo es pequeño", "Cuidado que los que se afeitan antes de un duelo no piensan en morir", o la ya citada de contar los pasos que da el adversario para conocer bien sus intenciones.
Película que, dentro de los tópicos, resulta muy interesante, con buenas escenas como las del pianista en las escenas del saloon. Qué más da el exceso de maquillaje en los rostros de los protagonistas, ahí queda la filosofía del pistolero que, tras matar al primer hombre, se sitúa al otro lado del muro social del que luego es imposible volver, como apreciamos en el desenlace de la obra. En resumen, que vale la pena verla.
Lafuente Estefanía
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7
24 de septiembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todavía hemos llegado a conocer en nuestra infancia lapiceros que, por la dureza de su mina, había que insalivar para resaltar el negro de la escritura. Es lo que hace el capitán Nathan Brittles (Wayne) cuando quiere dejar sus órdenes por escrito o elevar una protesta al superior. Naturalmente el negro de las palabras iba poco a poco menguando hasta que, cuando resultaban ya muy claras y poco legibles, con una nueva chupada al lápiz se recuperaba la intensidad. La alternativa era la plumilla, el palillero y el tintero, por lo menos hasta que en la primera comunión o los Reyes Magos te regalaban una pluma estilográfica. El bolígrafo todavía no había llegado.
Aunque solo sea por estos amables recuerdos, merece nuestra consideración "La legión invencible", que pronto vemos que ni es legión, sino un batallón de Caballería, ni mucho menos invencible, al menos en la cinta, como reconoce el propio Nathan, fracasa en todas y cada una de las misiones encargadas en su último servicio.
Como muy bien reconocen las demás reseñas, estamos ante una cinta dedicada a la mayor gloria del cuerpo de Caballería del Ejército de los EEUU, donde menudean los chascarrillos cuarteleros, "Un buen hombre McKenzy, hubiera llegado a cabo dentro de cinco o seis años", "Capitán, a mi ni me pagan para pensar", o "Sargento, le ordeno que se presente voluntario", frases que no resultan extrañas a quien ha hecho la mili. En el centro como protagonista principal, el citado capitán en su última misión poco antes de su licenciamiento por edad. Le ha salido ya la "hoja roja" de Delibes y con nostalgia hace un repaso a lo que ha sido su vida mientras enfila una nueva etapa como civil. Una obra que destila poesía, ternura y delicadeza.
La misión permite apreciar maravillosas escenas de cabalgadas en formación o a galope tendido, en grupo, individuales o acompañando por lugares inaccesibles un pesado carromato. Al fondo el imponente escenario de Monument Valley. Por detrás del capitán, que no en segundo plano ni como secundarios, un grupo de oficiales, suboficiales (magnífico el sargento Quincannon, Víctor McLaglen), de soldados y de mujeres soldado entre los cuales se desarrolla una trama amorosa, mezclada con el valor y con los mejores valores de la milicia como es el compañerismo, la valentía y el sentido del deber.
Sobre este último sirva el ejemplo del médico del batallón, vestido con su bata blanca, solicitando permiso para hacer un alto en la precipitada huida de los indios para intervenir un herido de flecha, "clavada junto al corazón" y que se encuentra muy grave. Se niega a ello Nathan, "Él no querría que paráramos", pero consiente que el carro que lo lleva aminore su marcha para practicar la operación. En medio del traqueteo, tras una buena dosis de whisky y el correspondiente cloroformo para dormirlo, se coloca una especie de anteojos quirúrgicos, extrae la flecha, limpia, desbrida y cose con éxito la herida: "Hasta el omóplato había llegado la punta". El mismo doctor que luego pronunciará la oración fúnebre al enterrar los muertos.
A resaltar, contra lo que alguna reseña parece insinuar, el enorme respeto con que son tratados los indios en la película. Se destaca la unión de muchas tribus antes enemigas para luchar juntas contra los blancos, se presentan correctamente vestidos con sus plumas y otros atributos, nada de desarrapados que se lanzan ciegos a recibir las balas de sus adversarios, en los pocos diálogos en que intervienen rezuman honor y sentido común. Es más, se advierten los riesgos para la colonización del Oeste de triunfos como el que poco antes (1876) habían infligido al coronel Custer.
Volviendo a la película hay que reconocer que el guión en sí nos parece bastante flojo, salen de refilón los vendedores de armas a los indios y nunca queda del todo clara los motivos de la misión ni los de su fracaso, al margen de llevar a las dos damas hasta la posta de la diligencia. Casi es lo de menos ante la belleza intimista de la cinta.
Recordar para terminar la frase, "Capitán, ¿Cuántas erres tiene la palabra territorio? -Pon dos", pronunciada en la oficina del fuerte en la redacción de uno de tantos partes oficiales, escrita, como siempre, con un lapicero chupado.
Lafuente Estefanía
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7
20 de septiembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que el principio de la cinta descoloca bastante al espectador. El mismo título parece anunciar un misterio que luego no lo es tanto, para seguir con una presentación de las de "miedo". Luego, en la escena inicial, encontramos tan tranquila a la protagonista en la letrina haciendo sus necesidades. La primera en la frente (o en el culo). Hasta allí reclaman sus servicios como curandera a la guapa Maggie Gilkenson (Blanchett). Se trata de una vieja india con fiebre a la que, mientras termina sus evacuaciones, recomienda que le pongan un paño frío en la frente y le recen unos salmos.
De vuelta a su "consulta" se lava las manos y observa detenidamente a su paciente, ojos, oídos, boca ... ¡Ya está!, tiene un diente infectado (el único que le queda) y hay que arrancarlo inmediatamente. Lo normal sería tratar la fiebre y la inflamación antes de intervenir, pero bueno. Le aplica tópicamente pasta de coca, "pero no la trague", saca las tenazas sacamuelas, un tirón y diente fuera. "Hija de puta" le suelta la enferma. "Págueme ahora" le contesta Maggie.
Algunos la consideran algo "bruja", pero la mayoría tiene buena opinión de sus tratamientos y se limitan a tenerla por curandera. Acude también a consultarla un indio maduro de larga cabellera, Jones (Lee), que resulta ser su padre que abandonó a la familia hace muchos años, "Siempre hay algo por ahí y te vas". Mala relación entre padre e hija, aunque esta atiende su dolencia. Se trata ahora de un desgarro muscular en la zona pectoral que le impide respirar, lo resuelve con un emplasto de álamo (seguramente corteza) picado en el mortero. También tiene conocimientos veterinarios a juzgar por el ungüento que les aplica en la cara.
Marchan al día siguiente a los pastos de las vacas el amigo de Maggie y un criado con sus dos hijas, Lilly (Wood) y Dock (Boyd), la primera con su medicina para los "pinchazos". Se hace de noche, no regresan a casa y a primera hora lo hace uno de los caballos. Parte Maggie enseguida y se encuentra con una de las escenas más espeluznantes de la película, en medio de la niebla del bosque aparecen los dos hombres descuartizados, un ternero desollado y Dock vagando como alma en pena. De Lilly ni rastro.
Sigue en zona spoiler.
Película correcta, bien ambientada e interpretada, donde lo más interesante viene dado por la condición de curandera de la protagonista, pues nos muestra con precisión documental sus curaciones, y, sobre todo, por el tono mágico y espiritual que envuelve toda la trama. Así, cuando algunos personajes entran en trance son capaces de dialogar con las aves, comunicarse a través de ellas con los suyos e, incluso, experimentar lo que podemos llamar transposición corpórea de un lugar a otro.
Es posiblemente este tono sobrenatural, misterioso y mágico lo más interesante de la obra que, por otra parte, está lastrada por un metraje excesivo que le comunica un ritmo irregular con momentos en que la atención del espectador decae claramente.
Una película interesante que encajaría en lo que podríamos llamar western mágico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lafuente Estefanía
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9
19 de septiembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Citar el título completo, "La balada de Cable Hogue", para los de la generación que contempló su estreno haciendo el preu es redundante. Todos sabemos de sobra que "La Balada" se refiere a la cinta de Peckimpah, sobre todo después de haber tarareado hasta la saciedad "Butterfly morning, butterfly morning ..."
Ya entonces fue saludada por la crítica con el tópico de ocaso, final, crepúsculo, despedida ... del western. Es posible, la irrupción del motor de explosión sustituyendo al caballo, el automóvil a la diligencia, o el mismo desenlace de la película invitan a ello. Sin embargo nosotros preferimos hablar de la poesía, nostalgia, amor, romanticismo, delicadeza, ternura, perdón, melancolía o del humor de sonrisa que destila la obra a lo largo de sus escenas. Y, por cierto, ¿algo de todo esto no se halla también en buena parte de la obra del mismísimo Charles Chaplin? Rásguense si quieren las vestiduras los seguidores dogmáticos del genio londinense, pero nosotros apreciamos ciertos rasgos del gran maestro del humor en esta obra del gran maestro del western.
La media sonrisa que esboza Cable bajo sus ojos pícaros nos evoca, sin decir una palabra, a muchas de Charlot. ¿No son acaso charlotianos los desprecios, las traiciones y las burlas que recibe Cable de la mayor parte de la sociedad? De sus mismos compañeros de andanzas, del encargado del servicio de diligencias, de los vecinos del pueblo e incluso de los niños que lo siguen como un bicho raro. Todos, todos se ríen abiertamente de él. Curiosamente los únicos apoyos le llegan de una prostituta, de los conductores de la diligencia, de un predicador de bragueta ligera y, para pasmo de todos, del orondo y acaudalado banquero de la localidad.
A diferencia de los demás westerns de Peckinpah, aquí la violencia brilla por su ausencia. En la tradicional escena animalicida del inicio apenas muere de un tiro un lagarto del desierto, y luego tan solo contabilizamos tres muertos. El primero muere por tonto, porque tonto perdido hay que ser para desenfundar el revolver por negarse a pagar 10 centavos por el agua que bebe en medio del desierto (curiosa la tarifa del precio de los tragos de agua establecida por Cable, donde lo mismo paga un hombre que un animal doméstico menor, 10 centavos, mientras caballos y otros cuadrúpedos pagan el doble). El segundo muere por listo, por pasarse de listo y confiar que Cable le iba a aguantar dos traiciones seguidas y el insulto de cobarde. La tercera muerte es la del protagonista, que le sirve para pasar a la historia como el inventor del "accidente de circulación".
Nada que decir de la dirección, guión, diálogos, paisajes desérticos ... Excelentes todos. Mención especial merece la banda sonora con sus bellísimas baladas, y, sobre todo, la interpretación colosal de Cable Hogue (Robars), secundada por la de Hildy (Stevens) y la del simpático predicador mujeriego Joshua Sloan (Warner), que interviene en diálogos agudos como: "Errar es humano, perdonar es divino" o "-¡Soy hombre de Dios! -Pues a punto ha estado de reunirse con Él".
En fin, entre las cintas del Oeste que guardamos en nuestra grabadora para ver con tranquilidad en solitario, hay alguna que sabemos gusta al resto de la familia que no es forofa del western. Pues bien, cuando queremos ver algo todos juntos "La Balada" nunca falla. Gusta a toda la casa.
Lafuente Estefanía
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