Si lo único que me había gustado de matrix era el planteamiento de una interrogante que ya desde Gorgias existía ( ¿Es verdadero todo lo que vivimos? ) , tras ver esta película y ya habiendo visto anteriormente Dark City, lo único que puedo pensar es que fusionando ambas entre una algarabía de efectos especiales, nació matrix. Pero Nivel 13 consigue, sin tanto despilfarro de horas ante el ordenador, enviarnos el mismo mensaje sin confusiones, llevandonos de sorpresa en sorpresa ante un muy conseguido final. Muy recomendable.

Hermosísima película de animación, con unos dibujos diferentes de lo habitual pero preciosos, una ausencia casi total de diálogos (que se hacen innecesarios ante la profunda expresividad de los personajes y las situaciones), una banda sonora de lujo (los números musicales de la anciana con las triplettes son magistrales), y unos personajes entrañables de verdad (mención especial para el perro y sus sueños, de un surrealismo onírico cargado de metáforas excelente).
En fin, un peliculón injustamente ignorado y que agradezco haber descubierto en ésta página.
Por cierto: entre los estudios Ghibli y estos señores, podrían ponerse de acuerdo para dar algunas lecciones a los sobrevalorados artistillas de la Disney, que ya hace años viven de glorias demasiado pretéritas, pero que gracias a un eficiente marketing y a una pésima distribución y publicidad de producciones ajenas a éllos, aún se les tiene por los grandes maestros de la animación. Y, con películas como ésta, queda demostrado con creces que no es así. Ni mucho menos.
Se la recomiendo, con vehemencia, a todo áquel con un mínimo de buen gusto.

Pues la cosa va de que unas tias que estan muy buenas, y que son unas luchadoras cojonudas, se van a una isla de cartón piedra a disputar un torneo de lucha tan descafeinado que no hay ni hematomas ni una gotita de sangre, y donde está el hermano de la Julia Roberts deleitándonos de nuevo en un papel de maloso ridículo (en el último cuarto de película es talmente Mike Jagger en batín y con resaca). Lo único a destacar entre coreografías lamentables, efectos especiales miserables, infografías escandalosamente obvias, actuaciones horrorosas, ausencia absoluta de guión y manejo de cámara videoclipero total, son las curvas que lucen las protas (a excepción de Jamie Pressly, que de tanto gimnasio luce brazos de butanero y piernas de vuelta ciclista a Rusia en locomotora a pedales), sobre todo la Valance, que está de toma pan y moja. El resto, una infumable truñada de vaca del todo inverosímil y con detalles tan penosos como que la ninja supuestamente china (con el pelo teñido de lila) no tenga ni un sólo rasgo oriental, o que el presunto padre de la Pressly tenga su misma edad.
Sólo recomendable para público sin ningún tipo de buen gusto ni exigencias, seguidores de las costumbres de Onán, y fans de las nenas en cuestión. Una vez más, repetiré que para ver bobochorreces como ésta, tan solo por atisbar un poco de pechuga o muslo, prefiero ir al grano y pillar una porno.

No nos engañemos: quienes de crios vimos el arca perdida, y soñamos ser algún dia arqueólogos con sombrero lleno mierda y látigo multiusos, hemos crecido, nos hemos hecho mayores, y ya se nos han pasado el arroz y la fecha para disfrutar tanto como entonces de una peli de aventuras.

Basándome en esa premisa entré en la sala (que, por cierto, tenía el aire acondicionado tan alto que acabé con los pezones como el manillar de una moto), dispuesto a ser flexible con las fantasmadas y cuestiones inverosímiles que se me planteasen, abogando por la magia del cine: esa de la que había hecho gala a quintales la primera parte (que es, realmente, la única de las tres que me fascinó), y convencido que solo tendría que poner un poquito de mi parte para pasar un buen rato. Con entretenerme, ya había bastante.

Pero ya a los veinte minutos de proyección me estaba entrando mala leche. El marciano de Rosswell, la hermana fea de la Galadriel con peluca de peli porno, una nevera blindada, y la mala punteria de los rusos al intentar alcanzar a un yayo renqueante, eran demasiada fantasmada, excesiva cutrería, y una indisimulada tomadura de pelo.

Aunque lo peor estaba por llegar, y la otra hora y media es aún mas aberrante. Más o menos a mitad de peli, comprendí porqué el aire acondicionado estaba al nivel de acatarrar a un pinguino: me ardian las orejas de rabia, y las mejillas se me cocian de verguenza ajena. Muy previsores, los del cine.

Porque el final es una mierda, si, como tanto se ha apuntado por aqui... pero es que todo lo demás también lo es. Lo del niñato rockero es asombrosamente irritante, lo del abuelo Indy sorprendiendo vez tras vez al niñato con proezas cada vez más complicadas, repulsivo; el abuso de planos cortos, para no mostrar lo poco que podia menearse el abuelo sin quebrarse, patético; el supuesto homenaje al falecido Denholm Elliott, vergonzoso, que más parece burla; el loco selvático es toda una mofa al buen gusto y la decencia... pero para qué seguir enumerando los despropósitos...
El argumento es una birria, el guión una porquería, los numerosos efectos especiales apestan, y lo único a destacar en positivo (por lo sorprendente), es lo igualita que se mantiene Karen Allen a como era. Aunque esa es más cuestión quirúrgica que no cinematográfica.

Que mal anda de ideas Hollywood, y que pobres andan de verguenza algunos, que prefieren destrozar sus mejores películas y personajes, por hacer crecer aun más unas cuentas bancarias que les exigirían vivir tres veces para llegar a agotarlas.

Lejanos quedan ya los tiempos en que se estrenó en la misma sala "En busca del arca perdida", y estuvo un par de años en cartel: con ésta cagamandurria, tres semanitas, y directa para el video club. Vale que los tiempos hayan cambiado, pero al espectador no se le puede engañar.

Dueño y señor absoluto de un universo propio, donde los monstruos pueden ser tiernos y agradables, y en el que siempre la magia desborda y te atrapa, Miyazaki retoma sus viejas armas y nos vuelve a regalar un sueño repleto de colores preciosos, y personajes del todo entrañables. La cara amable del ser humano vuelve a mostrarse, en fotogramas que derrochan belleza y arte, y la ternura y la simpatia se desbordan impactando precisamente en las zonas más esponjosas del corazón.

A un servidor, que antaño anduvo en esos pagos de la animación, cuando a los ordenadores se llamaba computadoras y poco más que para escribir servian, no puede más que escapársele la lagrimilla cuando ve cualquier película del viejo maestro japonés, a la antigua usanza y con dibujantes de verdad para todos los planos. Nada de unos cuantos bocetos, esquemas, y un ejército de programadores, no: el dibujo para quien sabe dibujar, que carajo.

Los movimientos de cámara son simplemente impresionantes, el ritmo narrativo no decae un instante, y pese a tener un argumento muy infantil, cualquier edad es buena para acabar de ver este magnífico cuento con una sonrisa en la boca de oreja a oreja, y con la sensación de que transmitir ternura y sensibilidad es algo absolutamente natural. Y esto último es dificilísimo.

Como puntos flacos, conviene resaltar alguna laguna en el guión (o quien sabe si del montaje), que deja cuestiones claves sin explicar, o (y esto hasta me duele) la pobreza de la banda sonora, que comienza siendo de ensueño como suele ser habitual en el señor Joe Hisaishi, pero que contiene un momento bochornoso (en una escena impresionante, que otro usuario destaca en el spoiler), con un plagio descarado -que no versión- de la cabalgata de las Walkirias de Wagner, y que en algunos momentos es excesivamente rimbombante para lo que sucede en la pantalla.
Pero, exceptuando estos pecados veniales, se trata de una película enternecedora, de una belleza plástica descomunal, absolutamente entretenida, y totalmente recomendable para cualquiera, sea de la edad que sea.

Algún dia, cada vez más próximo, Don Hayao se irá con su socio y amigo Isao Takahata al cielo de los dibujantes, y la animación quedará huérfana. Si Walt Disney, el primero que apostó por crear un largometraje de dibujos animados, es considerado una leyenda de la animación, el señor Miyazaki deberia ser -y antes de que llegue su marcha- reconocido como el más grande que nunca haya habido. Absolutamente El Maestro, y del todo irrepetible.