Si no fuese de Murnau, nadie se acordaría de esta película. Es así. Y aunque sea del afamado director alemán, apenas atisbamos nada de su genio. Parece un encargo alimenticio. Una historia de folletín que se desarrolla en un palacio de campo, durante una cacería la que asisten personajes de la alta sociedad. Un misterio sobre un asesinato entre ellos, una intriga donde ni siquiera hay un detective al uso, sino habladurías como comadres por parte de los asistentes Y poco más.

En el argumento hay una cierta crítica a la religiosidad, pero también a los pecados de la carne, a la debilidad del vicio y como ésta puede tener nefastas consecuencias, aunque cogidas con alfileres.

Lo único de Murnau es la escena de las pesadillas. De hecho, la escena de la ventana la veremos repetida, más o menos, en su celebérrima "Nosferatu",que rodaría años después. Los actores cumplen y el que encarna al protagonista, el señalado como asesino fraticida, recuerda mucho a Martin Landau.

Una película del montón, no todo en el cine mudo eran obras maestras. La gente tenía que comer y los artistas trabajar.

Sencilla obrita de Bernard L. Kowalski, un excelente y poco conocido artesano procedente de la Factoría Corman, como es este filme.

Como todos los filmes de esa factoría, no esperes que los monstruos te convenzan. Siempre son cutres. Aquí tenemos una especie de calamares humanoides que sorben la sangre de sus víctimas a través de las ventosas que poseen y que se ocultan en el pantano de turno.

La gente empieza a desaparecer, se encuentra algún cadáver con extrañas heridas y hay algunos testimonios que nadie cree. Todo muy visto. También tendremos al sheriff idiota y al valiente agente forestal- un Adonis de piel curtida, musculoso y con pelo en pecho- que investigará con su novia y acabará enfrentándose al inhumano peligro. Tiene algunos toques de sexualidad sorprendentes- la chica voluptuosa y provocativa que encarna Yvette Vickers o ese pelo en pecho del protagonista y que obligaban a depilarse- aparte de adulterios explícitos.

Resulta gracioso que ya casi acabando el filme, se dan cuenta que no han explicado el origen de las criaturas, así que improvisan un diálogo en el que hablan de Cabo Cañaveral y de la energía atómica, así porque sí.

El resultado es una mezcla entre "el Monstruo de la Laguna Negra" por eso de las escenas subacuáticas y cualquier filme de terror cincuentero. No es que sea la repera, pero se deja ver.

Acompañamos a una pareja recién casada y su amigo íntimo a pedir hospedaje en una extraña casa que hallan en medio de una infernal noche de lluvia y desprendimientos. Pronto llegará otra pareja. El caserón está habitado por una rara familia de hermanos solterones y un amenazante criado, interpretado por un Karloff que acongoja. Un arranque que nos recuerda a filmes-de manera muy lejana- como "The Rocky Horror Picture show", "Los odiosos Ocho" o incluso "La Matanza de Texas" con los que tendrá cosas en común: el misterio, las amenazas, la evidente pero también la oculta, el terror y la violencia mortal.

Sin embargo no es una película de terror al uso. Su puesta en escena es excesivamente teatral, lo que permite que conozcamos a todo los personajes en profundidad y nos hagamos una composición de ellos - el valiente, el enamorado, el cobarde, el violento, la romántica, la frustrada, el nostálgico - todo ello trufado de notables diálogos que alargan la situación hasta la mitad de la película y más allá. Es una historia sin una clara línea argumental clara, salvo lo que sucede a unos desconocidos durante una noche en un caserón lleno de peligros. Se trata de llegar al día siguiente. No obstante, el filme tarda en arrancar, bandeando entre la comedia romántica y un cierto misterio.

Es curioso saber quiénes realmente el monstruo. ¿El criado deforme y violento? ¿La hermana fanática que casi parece una bruja? ¿o esa otra persona de aspecto inocente, que parece que no ha roto un plato pero cuyo rostro pasa de la paz y afabilidad a una rabia inhumana y letal? Pues sí. A veces, el monstruo no lo parece, como descubriremos en el filme.

Notable es la puesta en escena de James Whale - horror gótico con reminiscencias expresionistas - que sumen al espectador en un ambiente entre fantástico y terrorífico. Se ayuda de una magnífica iluminación, de esas que solo te dejan entrever lo justo para que te imagines el resto. Los intérpretes son sublimes, están en su punto, como un buen bistec. Destaca Ernest Thesiger, con el que repetiría en "La novia de Frankenstein" y Gloria Stuart, aunque mi debilidad siempre ha sido Raymond Massey, desde que los vi en "La vida futura" y en "El Manantial".

Quizás no se ha considerado como perteneciente a los filmes conocidos como "los Monstruos de la Universal", al faltarle esa vertiente fantástica. Y sin embargo sí que hay monstruos, y más próximos a la realidad, como descubrirán los protagonistas.

¡Que ganas de ver una buena película de la saga Alien! Si es que los cortos y los videojuegos saben transmitir mejor ese horror espacial, esa sensación de soledad en el infinito, ese abandono y ese peligro en una nave mal iluminada que las mediocres películas del último Ridley Scott. No se como será el juego, pero el corto es bastante redondo. Lo dicho, barran a los directores y guionistas del cine y metan a los de los videojuegos.

Socialité. La crème de la crème. La élite. La hay en New York y en todas partes. En España suelen tener apellidos rimbombantes, muchos con guión. Y nombres que evocan el siglo de Oro, aunque sus hipocorísticos son tremendamente ridículos. Por el Imperio hacia Dior. Todos tienen en común esa lejanía de la realidad cotidiana de la mayoría de la población. ¿Madrugar?. Elysium. Maseratis y jaguars. Yates. En sus círculos suelen adoptar a homosexuales amanerados para que les sirvan de bufones y les entretengan. Allí y aquí. Todos hemos visto tertulianos con pluma hablar de memeces de la socialité en radio y televisión. De derechas y de la izquierda elitista.

Truman Capote fue un escritor asombroso con una debilidad, le gustaba ser agasajado por la élite. Ejercer de bufón. Conocer cosas íntimas. Entrar en esas casas a las que nadie con sueldo tiene acceso, salvo la servidumbre, los y las amantes y el técnico del aire acondicionado. Una especie que sólo se mezclaban entre sí. Endogamia clasista. Las cisnes eran un grupo de tipejas arribistas, que habían pegado un buen braguetazo y que vivían de la herencia suya o del dinero de sus maridos. Pésimas madres. Capote, en una época de falta de inspiración, decidió relatar sus intimidades y esa exposición que las ridiculizaba no se la perdonaron jamás. Curiosamente, a ellas quién no les perdonó fue el tiempo, quedando obsoletas, unos fósiles vivientes con peinados imposibles y progresivamente olvidadas.

No obstante esta miniserie no va solo de Capote y las cisnes, sino de su relación con las mujeres, sea su madre o su ahijada. Y de su autodestrucción. De sus vicios -siempre los mismos- abusados de manera compulsiva hasta su muerte. Un pobre hombre.

Pero la serie parece deslavazada. Son como momentos. Algunos inventados. Y lo que relatan sobre las cisnes y su vida realmente no interesa, ya que nada dejaron tras de sí salvo la superficialidad más hiriente. Parásitos de la historia. Y se hace demasiado larga. Sobran varios episodios.

Un buen reparto ayuda a verlo, por mucho que nos duela ver a Molly Ringwald con ese aspecto. Hollander compone un Capote histrión, exagerado, pero parece que como era realmente el personaje, con esa manera afectada de expresarse, esos amaneramientos y esos gestos tan teatrales ¿Sería así en la intimidad?

Pero no se confundan. Ese mundo sigue y seguirá existiendo. Aunque evolucione, siempre pecará de la misma manera. Y es que la humanidad no ha cambiado desde que bajó del árbol y se fue a la cueva.