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España España · OVIEDO
Críticas de ALESNAKE
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Críticas 201
Críticas ordenadas por utilidad
6
9 de octubre de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Una hermosa fábula entre la fantasía gótica y el melodrama mesurado. Bayona y Patrick Ness presionan los botones correctos.
-Un intenso viaje emocional sobre el arte, la imaginación, el paso de la infancia a la madurez, la muerte, las verdades incómodas y el perdón.

J.A. Bayona regresa con la última película de su trilogía sobre la maternidad y las relaciones materno-filiales. Patrick Ness, escritor de la propia novela, se encarga de adaptar el guión para que el director haga su magia. La película ha recibido muchos elogios antes de su estreno, Bayona ha dicho que es su película más personal hasta la fecha; sin embargo el panorama argumental sobre un niño con padres separados, que sufre bullying y con una madre enferma de cáncer; provoca cierta desconfianza. Antes de empezar a desgranar las virtudes y los problemas de la propuesta, recordemos que en el equipo repiten dos colaboradores del cineasta, el director de fotografía Oscar Faura (“Mindscape”, “The Imitation Game”) y el compositor Fernando Velázquez (“Gernika”, “Crimson Peak”). Por último encontramos un reparto muy potente, encabezado por la joven sorpresa Lewis MacDougall y el dúo Liam Neeson/Tom Holland como el monstruo (el primero la voz, el segundo la captura de movimientos); y seguidos de cerca por: Sigourney Weaver, Felicity Jones, Toby Kebbell y Geraldine Chaplin -entre otros-. Ahora veamos si al monstruo de Bayona se lo comen el melodrama y las ambiciones, o si su visita merece realmente la pena.
Bayona ha hecho una película emocionante y conmovedora, pero también excesivamente calculada. Se ha encontrado con uno de sus ídolos/maestros, y gracias a su forma personal de darle vida al mundo en el plano cinematográfico; ha ido más allá. Hablo de Spielberg, que hace poco estrenaba una película de similitudes evidentes, “Mi amigo el gigante”. El filme basado en la historia de Roald Dahl a priori parece muy diferente a lo que cuenta la historia de Patrick Ness, pero ambas están fuertemente imbuidas por el tema de la muerte. Y si vamos más allá, también esta cinta es deudora de nuestro amado E.T., no sólo por un diálogo extraído directamente del filme, sino por varios tratamientos temáticos. Así pues, Bayona nos introduce en algo entre “El laberinto del fauno” de Guillermo del Toro y el cine de Spielberg, para contar una historia -eso sí- con su firma y su estilo únicos. Nos adentramos en un viaje emocional sobre la perdida de la inocencia, la aceptación de la muerte, la culpa y la verdad, el aprendizaje, los secretos inconfesables y muchos otros temas complejos que Bayona afronta desde la distancia entre el mundo adulto y la imaginación infantil, con un respeto por la infancia tan sorprendente como necesario para contar con honestidad esta historia, situada a medio camino entre esos dos mundos. Donde se es demasiado maduro para ser un niño, pero demasiado ingenuo o quizás temeroso, para aceptar la verdad del ser adulto.
La narración de Bayona es excelente, con cada pieza encajando a la perfección dentro de la película. Su precisión juega tan a favor como en contra, pues la película puede sentirse demasiado calculada. Todo funciona como un reloj, desde la iluminación, la banda sonora o el reparto (destacando un brillante Lewis MacDougall), hasta una puesta en escena tan minuciosa y funcional como matemática; con lo bueno y lo malo que ello implica. Lo que sí le puedo elogiar sin peros a la película y a Bayona, es por un lado el alejamiento del efectismo o la sensiblería de baratillo, en pro de la honestidad emocional, la delicadeza, la sobriedad y ese sosiego que transmite en lugar de acrecentar el efecto lacrimógeno. Por otro lado los cuentos del monstruo, las escenas en las que la película abandona su propia fórmula probada, para volar libre gracias -en parte- a una animación en acuarela totalmente maravillosa. Los efectos funcionan muy bien, y el monstruo de Holland y Neeson resulta memorable de principio a fin. No sólo por su diseño, su voz o sus movimientos; sino como representación de la verdad no siempre fácilmente discernible, del arte y la imaginación como cura, de la unión indisoluble entre madre e hijo o del vínculo entre dos mundos entre los que se transita no siempre como perdida de uno, sino como aceptación del otro gracias a las virtudes del primero.
Mucha gente se verá enormemente conmovida por la historia de Connor, otros quedarán fríos puede que por el contraste entre la efectista publicidad y la mesura y concisión emocional-narrativa del producto final. Un servidor admite que Bayona ha hecho una película impecable, en la que cada mecanismo funciona tal y como debería, sin salirse nunca de su esquema. Sin embargo el respeto con el que habla de la infancia, la sinceridad y sensibilidad con la que afronta las emociones y los complejos temas principales, así como los mágicos cuentos animados y su perfecta adhesión a la narración; me revelan un espíritu interno que anda lejos de los códigos del cine comercial o de la fábula convencional. Noto que Bayona ha hecho su película desde sus entrañas y no puedo más que recomendar una obra que tiene tanta verdad en su interior.
ALESNAKE
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8
6 de octubre de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Caos. Puro, imparcial y liberador caos. Y también, desde tempranos inicios del cine mudo, profundamente divertido para el público. Por dar el contraste. Nadie podía prever con precisión lo que se nos venía encima con esta nueva versión de los orígenes del príncipe payaso del crimen. Todd Phillips, un tipo acostumbrado a vorágines universitarias y embrollos resacosos, escondía desde el principio un as en la manga. Había algo dentro de este cineasta, acechando en el fondo de esas comedias brutas pero filtradas, que ha decidido salir aquí y ahora, para darle -aberrante- corporeidad y miserable alma al nacimiento más aterrador desde “Rosemary's Baby”. Una comprensión tan clara del caos que solo ha podido desembocar en esta película incendiaria, virulenta y oscura. Una tragicomedia brillante, tan grotesca como nuestra corrompida existencia, tan caricaturesca como la insensible y prohibitiva estructura social que nos dirige y tan falaz como la supuesta moralidad que domina las delimitadas convicciones con las que deambulamos hacia nuestro fin. Vamos, acérquense, que un día sin risa es un día perdido.
Aunque no es que vayan a reírse mucho, a priori, con esta disección de una mente perturbada en un mundo enfermo. Es de hecho una película muy triste e incómoda, desagradable y ambigua, que resulta difícil creer que se haya gestado en el Hollywood actual a la sombra de un estudio como Warner Bros. La semilla marchita y oscura plantada por aquel rey de la comedia de Robert De Niro y que casi parece recolectada por el mismísimo Alan Moore en un momento de serenidad y meditación. Todd Phillips y Scott Silver han democratizado su película de toda cuestión superheroica, de toda épica innecesaria y prácticamente de todo elemento comiquero que pudiera despegar a Arthur de su cruel realidad, de demoledora autenticidad. Ni siquiera pensamos en Gotham al ver las calles de esa sucia Nueva York en la que malvive el personaje. Estamos más cerca de las malas calles de Scorsese y los paseos de aquel Rorschach asqueado que nos ilustró Dave Gibbons. Viajamos, al fin y al cabo, a los años 80; aunque sean ridiculamente semejantes al malestar actual. La lucha de clases es un trampolín para sacar a la palestra a los políticos demagogos y populistas (una suerte de cambio de roles dramáticos), las crisis unilaterales y un desapego emocional que afecta a toda la sociedad por igual. Son las dos caras de una inhumanidad que pide a gritos un símbolo. O símbolos, en plural, que en última instancia serán análogos contradictorios. Dos caras de la misma moneda.
Uno de esos símbolos nace precisamente de Arthur Fleck, de su sueño de ser comediante en un mundo que le produce dolor y tristeza, y de lo que viene después. En este punto es donde Joaquin Phoenix lleva a cabo una de las metamorfosis más terroríficas e impresionantes que he visto. Si ya en “The Master” demostró ser el mejor actor posible para este tipo de papeles y hace apenas dos años, con “You Were Never Really Here”, ofrecía una interpretación "física" (más parecida a lo que observamos aquí) que debió darle -de una vez- su muy merecida estatuilla, en esta ocasión vuelve a hacer lo propio de un modo completamente diferente. No se trata de si su risa triste y esquizofrénica es algo definitivamente indescriptible, de si consigue helar la sangre con la mirada, de su capacidad para hacernos empatizar con un psicópata de principio a fin o si emerge como un Joker inigualable en su estilo propio (con herencias sabiamente escogidas); el núcleo de su interpretación proviene de su lenguaje corporal, de como el gusano se transforma en mariposa a través del movimiento. El baile, la revitalización de sus lánguidas articulaciones, la liberación de su autoestima, de su verdadera esencia, tras la comprensión de si mismo y el mundo que le rodea. -Re-Nace aquí un antihéroe popular entre Travis Bickle, Tyler Durden y Fred Astaire, capaz de desestabilizar el statu quo a través de su propia esencia corrupta, de la naturaleza caótica de todo cuanto existe (especialmente el ser humano), solo por diversión. Y la comedia, recordemos, no tiene limites.
En este mundo podrido y políticamente correcto en el que sobrevivimos, donde nos preocupamos más sobre si el arte es moralmente aceptable o peligroso, pese a que no tiene mayor responsabilidad que la de ser libre y creativo, que de otras cuestiones verdaderamente urgentes, este Joker es el mejor regalo que nos podía hacer Warner-DC para que les empecemos a perdonar sus herejías recientes. Un pedazo de caos perfectamente envuelto, tan lúgubre y difícil de disfrutar como encarecidamente personal, donde prima la visión del cineasta por encima de lo previamente escrito y que no necesita aclaraciones ni razonamientos para entregarse a la más justa de las locuras con una sonrisa de oreja a oreja. No hay duda de que el filme generará todo tipos de polémicas, y de que los puristas afilarán sus -inofensivos- cuchillos contra esta visión de los orígenes de un villano que nunca ha querido ser explicado. Pero todos esos pueden restregarse con vehemencia en los grandes éxitos del mejor Joker fiel a la viñetas, nuestro Mark Hamill de siempre.
Toc toc, ¿quién es? La obra maestra de Todd Phillips.
ALESNAKE
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6
16 de enero de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Enérgica, colorida, nostálgica y tan simplona como el confeti. Stone y Gosling están soberbios.
-Chazelle usa todo su talento para convertir la típica historia de amor en un cuento inolvidable, mientras suena la música no hay problema, pero luego le cuesta aguantar un analisis.

Al fin se ha estrenado en nuestro país, la película más elogiada del 2016. El regreso del musical romántico a la gran pantalla, con las caras de dos actores de la talla de Emma Stone y Ryan Gosling, bajo la batuta del prometedor Damien Chazelle, que también escribe el guion. El filme ya ha pasado a la historia por ganar más Globos de Oro (7 de 7) que nadie y va de camino de arrasar en los BAFTA y en la futura ceremonia de los Oscar que se celebra el 26 de Febrero. La crítica y el público creen que es lo mejor que han visto en años, la gente sale de la sala y graba sus vídeos cantando para subirlos a las redes sociales y todo el mundo se descarga la banda sonora de Justin Hurwitz. Yo vengo a hacer el papel de villano, creo que “La La Land” está sobrevalorada.
Ante todo, no pienso que el nuevo trabajo de Chazelle sea malo ni mucho menos, de hecho para el argumento que maneja, estamos ante una película muy lograda y con escenas que cautivan. Pero está lejos, muy lejos, de ser la mejor película del año. El cineasta lleva años queriendo llevar a cabo esta idea y con ella devolver el musical a primera plana. Su forma de hacerlo es recurrir a los clásicos, remozar lo ya visto con un envoltorio brillante. Y así es como a partir de una historia simple y manida, Chazelle crea una película que te contagia su amor por el género, por el cine y por la música. Algunos compañeros han dicho que la espectacular escena inicial es una especie de definición de lo que se cuenta, para mí el mensaje queda definido en otra escena, cuando el personaje de Stone canta en una prueba de casting. Esta primera escena, sin embargo, nos transmite lo que Chazelle siente por el musical, nos muestra que la historia principal es una de muchas que se viven en esa ciudad de las estrellas y saca pecho mostrando a donde llega el musical con las técnicas actuales. Desde aquí somos conscientes de que el montaje frenético de “Whiplash” ha abandonado el escenario para dejar paso a la elaborada puesta en escena protagonizada por los planos secuencia y el constante movimiento de cámara. Así es como la colorista fotografía de Linus Sandgren, la energía visual de Chazelle, la deliciosa música de Hurwitz y el carisma de dos actores; van a lograr ganarse nuestro corazón. Stone y Gosling brillan a pesar de sus estereotípicos personajes, que no vemos en pantalla; en pantalla solo vemos a los intérpretes, es su irresistible química la que nos insta a quedarnos.
Uno de los mayores problemas de “La La Land” es su irregularidad. Una buena parte de tiempo el hechizo funciona, pero hay escenas que son presa de la convencionalidad, algunas que se sienten artificiales y un intervalo en el que la cinta se conforma con funcionar correctamente. Los primeros 30-40 minutos son fantásticos, pero la película va perdiendo la magia durante un tramo medio que se acerca a olvidar su condición de musical. El tramo final es como un bálsamo, libera algo de atrevimiento, deja salir la melancolía que imbuía el filme desde un principio y entrega su mensaje sobre lo que obtenemos en el caos, en el vivir el momento, en la pasión irracional, en la contradicción. Y además, el director se arriesga con un desenlace poco común en este género. No obstante, la forma en que lo plasma no me convence en absoluto y me lleva directamente a rememorar la escena final de “Café Society” de Woody Allen. Chazelle necesita 10 minutos de excesos formales para lo que Allen es capaz de expresar en un travelling circular. Y sí, creo que el dedo de Gosling tocando la última nota y la mirada posterior son magistrales, pero el empacho previo no era necesario. Mi último pensamiento se relaciona con lo curioso que resulta que Chazelle se permita cierto grado de innovación o intenciones postmodernistas cuando al mismo tiempo su película está atada a los clásicos y a su requisito de agradar a todos los públicos. Algo que no le ocurría a su polémica “Whiplash”, con la que convendría no comparar.
Tengo sentimientos encontrados por este “revival” del género. Tiene mucho que merece la pena atesorar pero también tiene innumerables problemas que aumentan cuanto más profundizo. Sigo enamorado de Emma Stone, reivindicando a Gosling como actor (no como director, no estoy majara) y creyendo que Chazelle está destinado a algo grande. “City of Stars” es una canción estupenda y “La La Land” una buena película con instantes inolvidables, una película para soñadores empedernidos. Una pena que no sea redonda.
ALESNAKE
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5
3 de diciembre de 2017
18 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Sensacional oda a México y su cultura. Desbordante en lo visual pero lánguida en lo narrativo.
-Un entretenido trabajo de Pixar que se queda a las puertas de ser algo grande.

Pixar vuelve a encender sus motores para traernos su enésima obra maestra tras la impresionante “Inside Out” y la muy decepcionante “Finding Dory”. En esta ocasión la tarea es de Lee Unkrich (“Toy Story 3”) y es sin duda un trabajo complicado. “Coco” es la primera película de Pixar protagonizada por un personaje no anglosajón. Pero además la historia se aleja de sus ambientes populares para llevarnos hacia el México tradicional, y homenajear, bajo un manto de música y color, toda su cultura, su folclore y sus creencias sobre la vida, la muerte, la familia y el poder de las canciones. Pese al riesgo que puede suponer una propuesta de estas cualidades y con temas semejantes, la maquinaria de Pixar no falla cuando se trata de emocionar y divertir al espectador, especialmente al más pequeño; y de nuevo da forma a un mundo vivo y de un cromatismo alucinante que estimule el viaje hasta llegar a otra conmovedora conclusión. El inconveniente se halla entre la estupenda premisa y el emotivo final, en el entramado narrativo.
Tras una excelente narración inicial de la historia familiar conocemos a Miguel, un joven con el sueño de convertirse en una leyenda de la música al igual que su ídolo, Ernesto de la Cruz. También a su familia de zapateros que desprecia la música desde hace generaciones. La ambición de Miguel le llevará directamente hasta la tierra de los muertos en uno de los días más importantes para el pueblo mexicano, el Día de Muertos. Una vez en esa urbe discotequera pasada de rosca observamos como Pixar libera todo su poderío técnico y su talento artístico, a través de un magnífico nivel de detalle y una paleta cromática que provoca que se nos caiga la mandíbula. No obstante la mayor hazaña visual de la película la encontramos en la bisabuela de Miguel, Mamá Coco, cuyo realismo resulta sobrecogedor. Es evidente que Unkrich y Adrián Molina han llevado a cabo un retrato cariñoso e inspirado de México y sus tradiciones. Un retrato que se mira, se escucha y se siente.
Ahora llega lo problemático. Aunque la cinta está colmada de maravillas visuales, imaginación artística, emociones verdaderas y un honesto homenaje a México; posee una estructura narrativa que es pura y predecible fórmula. Pixar continúa utilizando las mismas tramas, los mismos giros y los mismos engranajes narrativos en todas sus películas. Las consecuencias de esta desidiosa decisión son terribles en “Coco”, contagiando la desgana de sus elementos al espectador. También afectan negativamente el errático ritmo (especialmente en el tramo final), el modo de desaprovechar su colorido inframundo en términos no visuales y el cansancio acumulado del aburrido cortometraje previo: “Olaf's Frozen Adventure”. Al final no importa demasiado que Pixar haya vuelto a usar las mismas herramientas, el resultado sigue siendo irresistible para el gran público. Algo que queda patente en sus conmovedoras escenas finales, con los espectadores en el bolsillo del famoso estudio de la lámpara saltarina.
“Coco” es un envoltorio magnífico de luces hermosas, amor por el detalle, brillante folclore y equilibrio entre técnica y arte. Sin embargo en el fondo no deja de ser un producto rutinario de una compañía que sabe demasiado bien que botones tocar y cuando hacerlo. Una historia muy familiar que tampoco aprovecha especialmente bien sus arriesgados temas. Necesitamos que Pixar cambie de esqueleto narrativo y que pare ya con los animales idiotas. De lo contrario corre el riesgo de ser olvidada.
ALESNAKE
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2
19 de febrero de 2017
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Sus intenciones sociales y cinematográficas se ven truncadas por los excesos constantes. Todo ésto lo hemos visto antes y no era tan vacuo ni inmoral.
-Hay cineastas y guionistas que nacen para ser provocadores. Hay otros que buscan la forma de serlo, aunque como el señor Nate Parker, no todos lo hacen por los motivos correctos.

Es innegable que esta película llega en un momento inmejorable, no solo por la actual situación política y social, sino porque este es el año en el que los Oscar ven la necesidad de resarcirse con las personas de color tras dos años de vacío. En especial el polémico año pasado con aquel perspicaz “#Oscarssowhite”. Así que el actor Nate Parker decide debutar en la dirección y volver a probar suerte como guionista, junto al debutante Jean McGianni Celestin. Lo hace con un drama sobre la esclavitud basado en la historia real de Nat Turner, precursor de la lucha racial que llevaría a todo un país a la revolución que desató la Guerra de Secesión. Que el título sea “The Birth of a Nation” no es en absoluto casualidad, sino que se manifiesta como un grito de protesta del director frente al sangrante racismo exhibido en la famosa película de D.W. Griffith. A priori un intento de que el nacimiento de la nación se adhiera al nombre de Turner, a posteriori del visionado suena más a la pretensión de que se le atribuya el nombre de Parker en lugar del de Griffith. Sea como fuere, su frustración con aquella película es comprensible y su intención de ofrecer la otra cara de la moneda puede verse admirable. Sin embargo, su forma de hacerlo es grotesca. Por eso vengo a contaros mis motivos de frustración e irritación para con esta película de Nate Parker.
Nadie puede negar que el filme homónimo de Griffith era -y es- racista, pero frente a aquella apología del Ku Klux Klan, Parker nos ofrece el maniqueísmo de la posición contraria y la brocha gorda más salvaje del año. Lo peor de todo, lo hace sin el derroche de virtudes (técnicas, narrativas, etc) que a día de hoy siguen manteniéndose intactas en la película de 1915. Se apropia del didactismo defendido por el modelo del director de “Intolerancia”, pero fracasa estrepitosamente en la búsqueda de sus ambiciones, en especial por la dudosa forma de alcanzarlas y de aleccionar. No es cine relevante, no es ético, ni si quiera tiene un ritmo adecuado; es la pataleta de un crío engreído y falto de talento que quiere crear su propia “12 años de esclavitud”, pero con un estilo más cercano al cine de Mel Gibson, o más bien a sus defectos. No solo con respecto al uso de la violencia y a la nula atención que le presta al contexto histórico, algo que ya vimos en “Braveheart”, sino también a su héroe mesiánico, en este caso demente, plano y carente de evolución; que produce la incompatibilidad del mensaje con los elementos que lo componen; algo que recuerda de forma evidente a “Hacksaw Ridge”. El personaje, Nat Turner, se autoproclama profeta de dios por tres bultos en su pecho y porque es un negro que lee la Biblia, la muerte de sus seres queridos le lleva a iniciar una cruenta revolución para matar a todos los blancos en un vengativo sollozo justificado en esa misma voz de dios. Siempre con la cabeza alta, en primer plano contrapicado, con la cámara buscando el lucimiento interpretativo casi tanto como lo busca respecto al trabajo de dirección.
Nos encontramos ante un relato sin cohesión en el que la mitad de las escenas buscan la poesía y el aplauso visual y la otra mitad atacan al espectador sin pizca de sutileza, habilidad, narración, emoción, ritmo, coherencia, ni razón, y muchos menos comprensión o manejo de las claves cinematográficas mas básicas. La narración pasa de ser un repaso de clichés en la primera media hora de introducción, a ser un desastre deslavazado e insustancial a lo largo de los 89 minutos restantes. Por supuesto el filme de Steve McQueen le queda a años luz. Allí el cineasta retrataba el dolor, la tortura, el sufrimiento; pero lo hacia con atención al detalle, una magnifica estructura narrativa, potentes personajes, múltiples capas y lugar para la reflexión. Parker quiere ir más allá mediante lo explícito y sensacionalista. Sesgando todo contenido hasta lo más superficial, trivializando hasta alcanzar el simplismo más extenuante y alienador en relación a temas muy importantes. No me pueden desagradar más esas escenas en las que muestra dilatadamente como se le pican los dientes a un esclavo mediante martillo y cincel, a la niña corriendo con la correa a cámara lenta o el plano de la mariposa que se abre hasta que vemos a media docena de esclavos ahorcados. Y claro, la repetición de todo ello en unos innecesarios flashbacks. Como he dicho, la explicitud y el lirismo impostado van de la mano en una película que se debate entre la ofensa cateta y la broma de mal gusto.
Los personajes, la narración y la historia desaparecen entre la niebla azul de la fotografía fantasmagórica de Elliot Davis. Tras el umbral quedan las vacías ambiciones plásticas y las ínfulas alegóricas de un autor enamorado de si mismo. Tanto estereotipo, tanto maniqueísmo, tanto simplismo inmoral, tanta explicitud manipuladora; al servicio de la nada más arrogante. Ni la actuación ni la dirección ni mucho menos el espantoso guion tienen el suficiente interés para permitirse la cantidad de egolatría que presenta Nate Parker. Quiere la palmadita en la espalda, la ovación y los premios; y por mi parte solo se va a llevar un merecido “fuck off”. Lo sé, tan vulgar como su película. Menudo majadero.
ALESNAKE
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