Pongamos las cartas sobre la mesa.
Que Víctor Erice es un nombre absolutamente mítico e incuestionable del cine español es algo obvio. Estamos hablando del director de El espíritu de la colmena y El sur. Poca broma. Además, está claro que su vuelta a la realización de largos después de tantos años es sin duda una noticia.
Que su cine no es para todos los paladares, también está claro. Sin ir más lejos, para el paladar de quien esto escribe no está hecho, precisamente.

Cerrar los ojos es una película densa, muy densa, y además larga hasta la extenuación. Tiene muy buenos actores (Ana Torrent, una vez más musa de Erice), pero la historia es escasa para semejante y mastodóntico desarrollo, y sobre todo tiene ese ritmo contemplativo (algunos dirán aburrido) que ha caracterizado siempre al cine del vasco, y eso, como no se entre al juego, es difícilmente recuperable.

Muy buenos actores, un capitán legendario a los mandos, pero un rumbo demasiado poco definido para un viaje tan largo.

Lo mejor: Los actores, y la vuelta triunfal de Erice al largo.
Lo peor: Es tan larga... y tan densa...

La ternura es una gozada. Así de claro.
La obra teatral de Alfredo Sanzol cobra vida en una cinta hecha no sólo con unos medios técnicos y un gusto exquisitos, sino sobre todo con el sanísimo propósito de hacer disfrutar al público con la comedia más Shakespeare que jamás escribió el bardo de Stratford.
Una especie de mezcla entre Noche de Reyes y El sueño de una noche de verano, La ternura es una comedia romántica isabelina del siglo XXI, con magia, romances y una muy divertida guerra de sexos que encabezan Emma Suárez (pasándoselo en grande) y Gonzalo de Castro. El resultado es una cinta de lo más entretenida, simpática, y sobre todo muy tierna y encantadora. Y es que no se le puede pedir más. Bueno, sí, que Alexandra Jiménez, Carlos Cuevas, Fernando Gualllar y Anna Moliner estén tan bien como están.
La mejor película hasta la fecha de Vicente Villanueva. Una fiesta de buen rollo y buen gusto.

Lo mejor: Lo disfrutable que es y su influencia de Shakespeare.
Lo peor: Obviamente, hay películas mejores.

O corno empieza de una forma impactante. Quizás el comienzo más crudo y brutalmente realista que nos ha dado el cine español en años. ¿Recuerdan la primera media hora de Fragmentos de una mujer, con una excepcional Vanessa Kirby? Pues ahí tienen una referencia.
La película de Jaione Camborda es eso: crudeza pura. Una historia hermosa y terrible sobre mujeres a las que no les queda otra opción que ayudarse entre ellas, porque nadie más lo va a hacer. Y ese es su punto más débil y a la vez más fuerte como película. Fuerte porque, como decimos, la historia es hermosa, está maravillosamente actuada (Janet Novás...) y la directora exhibe una fuerza narrativa impecable, llena de sensibilidad y, sobre todo, mucha valentía. Y débil porque, la verdad, la historia es bastante maniquea: mientras las mujeres son fuertes, valientes y sufridoras pero llenas de dignidad, los hombres son todos estúpidos, ciegos a la realidad que viven las mujeres o directamente abusadores.
Una película interesante, necesaria, pero que podría haber sido mejor de habérsele dado una vuelta al maniqueísmo y los personajes masculinos.

Lo mejor: El comienzo, terrible e impecable, la sensibilidad de la narración y la interpretación de las actrices.
Lo peor: Su discurso tan obvio y facilón.

Desde luego, si hay algo que tiene que reconocérsele a Antonio Méndez Esparza es que sabe sorprender.
Lo que pasa es que puede que la sorpresa no sea precisamente agradable.

Que nadie duerma empieza como una especie de remake cañí no declarado de Taxi driver, para de repente enloquecer en su último tercio y convertirse en algo que deja a Álex de la Iglesia, por ejemplo, como un cineasta suave y tierno. Y no habría problema en esto si se hiciera la transición de forma ordenada y que el espectador entendiese, porque ahí está otro problema de la propuesta: es difícil entender algo o empatizar con la protagonista.

No obstante, hay que reconocer, como decimos, la valentía del director y las ganas de ir más allá, y por supuesto el magistral trabajo de Malena Alterio. Ella es la película. Está presente en prácticamente todos los planos, y da un humor, una entrega y una profundidad a la propuesta que la hacen merecedora de todos los premios (aunque no se los vaya a llevar). Bravo, Malena.

En general, una película muy irregular, demasiado larga, excesivamente extraña, pero sin duda valiente. Es más de lo que pueden decir muchas.

Lo mejor: El trabajo de Malena Alterio, excepcional.
Lo peor: La digestión general es difícil, y además es excesivamente larga.

Después de probar en la comedia sin mucha suerte con La familia perfecta, que pasó bastante desapercibida, Arantxa Echevarría vuelve a lo que mejor sabe hacer e hizo tan, tan bien en Carmen y Lola: el drama social ligero (tampoco son tragedias griegas, que nadie se asuste), con toques cómicos, con mucho corazón y sensibilidad y, sobre todo, con compromiso.
La realizadora vasca se está convirtiendo en una gran retratista de grupos sociales de España que rara vez, por no decir ninguna, tienen voz ni espacio en el cine para que comprendamos su realidad. Si en Carmen y Lola nos introducía de lleno en las familias gitanas de Madrid, en esta ocasión pone el foco en los inmigrantes chinos y en la adopción de menores de aquel país, sumergiéndonos en situaciones de racismo, de integración (o falta de la misma) y, sobre todo, de amistad y de unión familiar pese a las diferencias y los problemas y tensiones que ocurren en cualquier casa entre padres e hijos.
Es ahí donde más triunfa la película, sobre todo a una fantástica Xinyi Ye (ver la discusión con sus padres durante la cena) o a la interacción entre las dos niñas, Daniela Shiman Yang y Ella Qiu, que despliegan un encanto y naturalidad apabullantes. También es un lujo ver siempre a Carolina Yuste, habitual de la directora y una de esas actrices que hacen fácil el difícil arte de la actuación, y a una felizmente recuperada Leonor Watling que es todo corazón. No hay que olvidar tampoco a Yeyu Ji o Julio Hu Chen, que sin experiencia hacen unos trabajos estupendos y emotivos.
Sin embargo, es justo reconocer también que la película abusa un poco de un discurso demasiado engañoso, dando lugar a escenas incluso bastante inverosímiles, como la situación de racismo que viven Xiang y su madre con la cajera del supermercado, y que las tramas no están demasiado bien integradas unas con otras. No se entiende muy bien por qué es importante el personaje de Hu Chen, o incluso la amistad de las dos niñas parece quedar en un segundo plano en muchas ocasiones, porque también hay que prestar atención a la trama de Claudia (la más interesante, en parte, como hemos dicho, porque Xinyi Ye está magnífica) y la de los padres de Xiang.
Con todo, aunque no es perfecta y podría haber dado más de sí, es una cinta amable, bonita y que, como decíamos al principio, confirma a Arantxa Echevarría como una cineasta a seguir y a admirar en su faceta de retratista social. ¡Y qué ojo tiene para descubrir a intérpretes noveles!

Lo mejor: Los actores, y especialmente las actrices, y su carácter amable pero comprometido.
Lo peor: Las historias no encajan demasiado bien entre ellas, y peca de inverosimilitud en algunas escenas.