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España España · Madrid
Críticas de Charles
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Críticas 1.065
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
1 de abril de 2020
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La conocemos de arriba a abajo.
La clásica historia de un puñado de colegialas que van a una casa siniestra donde empiezan a suceder cosas raras.
Así que Nobuhiko Ôbayashi dijo "qué diablos".

Contaba en su día que el guión había venido influenciado por los miedos de su hija de diez años, pero lo mejor es que él también supo contagiarse del sentir exagerado, primitivo e histérico de esa edad: la locura de montaje se da de hostias con la locura de guión, y eso es lo mejor que podría suceder.
Siete chiquillas en edad del pavo se encaminan al viejo caserón de la colina, donde la tía de una de ellas vive en armoniosa soledad con el inquietante piano, el no menos tenebroso pozo, y el simpático esqueleto que hubiera jurado saludaba con la mano.
Lo que ya entonces era un tópico rancio se quita el polvo bien rápido, porque Ôbayashi tiene cero interés en plegarse a la dictadura de la cámara y la coherencia, cortando y remezclando cada plano, a veces en el punto justo entre la genialidad y la tomadura de pelo.

Es una bacanal excesiva y terrorífica, una cascada de ocurrencias que no puede detenerse porque ya estamos en la siguiente.
De repente, la anciana tía en silla de ruedas se levanta porque "con ellas allí, ya se siente mejor". Ridículo, absurdísimo, pero totalmente coherente: este potaje resucitaría a un muerto, como el que saluda al fondo del plano con mano de hueso.
Podría decirse incluso que las propias protagonistas desisten de ser los estereotipos que sus nombres les conceden, cuestionándose la naturaleza de la propia película en la que están (brutal la que no para de pedir una película de artes marciales; llamada precisamente Kung-Fú) y pasando de asustarse con todo lo que les viene, porque es demasiado y no hay tiempo de hacer caso a toda aparición con ganas de protagonismo que aparezca.

Sería maravilloso, que todo cine amordazado en sus códigos se atreviese a desembarazarse con tanta desvergüenza de los mismos, tal como hace esta.
Porque la casa encantada ya nos la sabemos, y es mejor recorrerla de la manera más alucinógenamente fresca.
Charles
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6
30 de marzo de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta el exceso. En el cine, más que en otra cosa.
En tiempos en los que cualquier película debe recortarse, pulirse y sanearse para una óptima distribución en salas, cualquier creador desperdigado por la pantalla vale mil veces más que un amordazado artista apostando a medias.
Andrei Tarkovsky, por supuesto, no tenía que lidiar con estas cosas, porque en su tiempo, el cine podía ser todavía arte y no necesariamente negocio virulento.

Dicho lo cual, y por más pasión que haya volcada en ella, 'Andrei Rublev' es un soberano plomo.
Punteado con sereno lirismo, desde luego, cimentado en potentes convicciones sobre el arte y la humanidad, sin duda. Pero plomo, total, flagrante y abrumador.
Mis enhorabuenas más sinceras, de verdad, a quien pueda perderse en sus fotogramas. Pero soy incapaz de visualizar a alguien diciendo "mira, mi película favorita", y poniéndose a verla un día no demasiado malo en que le tengan que recordar las cosas buenas de la vida.
Alguno habrá, y de nuevo mis felicitaciones más efusivas, pero en mi caso creo que se quedará como agujero cubierto de mi educación cinéfila (y no deja de ser una pena).

Aún así, hay mucho que no puedo desdeñar en sus imágenes, por mucho sopor rampante que haya.
El cabrón de Tarkovsky, si pudiera atarnos y meternos de cabeza a contemplar minuciosamente un museo, lo haría.
Como no puede, convierte la biografía de Andrei Rublev en un conjunto cuadros vivientes, plenos de personas y detalles, siempre enmarcados en movimientos de cámara leeeentos que nos permitan recrearnos (y recrearse él), para así captar todo lo que pueda de esa Rusia del S. XV.
Así, no vivimos CON Rublev, y sí vivimos COMO él, lo que ya de por sí marca una gran diferencia: su observación del mundo desde la fe cristiana también acaba siendo la nuestra, y es doloroso darse cuenta de que la fe o la piedad se quedan como palabras inertes ante la barbarie y el odio.

Unos paganos desnudos, formando su propio jardín del Edén, felices en su amor y libertinaje, son perseguidos y apalizados por su conducta contra la norma.
Los tártaros violan y masacran todo un pueblo por cuestiones de mando, primando en sus torturas aquellos que mal no les podían hacer, cayendo indefensos al chocar su horca de madera contra el cortante acero.
El desequilibrio manda, la fe no es suficiente, pero tú pinta sobre la salvación, sobre el fin de los tiempos, porque la gente soportando el martillo de cada día necesita ilustraciones a las que dedicar su plegaria; eso le dicen a Andrei.
Y él calla y otorga, desviando la mirada, vergonzosamente quieto cuando la pagana desnuda que le ha revuelto sus deseos pasa rozando su canoa, en persecución desesperada: he ahí una de las joyas del metraje, que solo en su silencio y exposición prolongada podría quedarse clavada en el cerebro.

Océanos de tedio separan cada uno de los puntales momentos, y aunque mientras dura la travesía es dura, me fascino cada vez que llegamos a ellos.
Por un lado, detesto entregar minutos a lo superfluo, por otro, me doy cuenta que para Tarkovsky ningún momento de toda la meditación de Rublev (los dos Andreis, jajaj simbolismo) era algo que sacrificar al vacío, por moverse más rápido hacia la siguiente escena.
No funciona así la vida. Y esto quiere serlo, todo lo que pueda.

Va un brindis para los artistas que deciden arremangarse, lo feo lo viven en catarsis y eligen convertirlo en piezas que el día de mañana contrastaran su color con la monocroma realidad que les inspiró, como bien ilustra el epílogo.
Aunque la muerte nos rodee, solo podemos seguir creando, amparados en que dejamos algo mejor de lo que nos hemos encontrado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
29 de marzo de 2020
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ojo ahí.
Una de las propuestas más rompedoras, descarnadas e ideológicamente potentes que hayan salido de la cinematografía española en los últimos años.
En un mundo ideal, después de una exitosa carrera comercial en la que ni dios en la península habría ignorado su existencia (¿equipo publicitario de Bayonas y "prodijios", dónde estáis?), estaríamos hablando de un próximo asalto al mercado internacional, que dirigiera la mirada a otro tipo de talentos autóctonos. Como somos lo que somos, hemos de conformarnos con un jugoso recorrido en festivales y una extendida difusión por Netflix: bueno, menos da una piedra.

La película en sí, no deja de ser un artefacto, pulcramente diseñado.
Más brillante en su inteligencia y estructura que en su corazón o gancho emocional.
Pero oye, menudo artefacto. El corazón lo puedo dejar para otro momento, si se ponen tantas tripas y huevos sobre la mesa.

'El Hoyo' marca claras sus reglas al empezar: quédate en la fila vertical, arrasa con lo que veas, generoso no debieras ser, y consuélate que más abajo no vas a estar (por ahora). Eso sí, échale un ojo al vecino, mira de reojo a los cabronazos de arriba, y agárrate al último milímetro de personalidad que te llevaste al agujero, con todas las uñas y dientes que tengas.
El protagonista Goreng se llevó el Quijote, su compañero de cuadrilátero Trimagasi el cuchillo de cocina plus que por la televisión le malvendieron, y ya hay ahí dos maneras de entender el mundo, que nadie te dice si mejor o peor, pero... allá tú si en trinchera quieres disparar bolas de papel.
Cada día, un banquete desciende de los cielos, tan rococó su diseño que ya provoca repulsa, obviando ("obvio") los rastros cerdos de pies y manos, pero tienes que comer, porque no sabes cuándo te verás en otro igual, y a los de abajo que les jodan, morirse de hambre les ha tocado por estar donde no han elegido estar.

Putísima angustia, oiga.
Galder Gaztelu-Urrutia convierte cada toque de la plataforma bajando en un retortijón directo a las venas, y te acabas dando cuenta de que en el Hoyo no mata siempre el hambre o una mala contestación de tu compañero, sino el hastío o la desesperación.
Que estamos todos en el mismo barco, pero nos negamos a remar. Y en vez de mostrar piedad o compasión, las acciones de otros han recrudecido tanto nuestra consciencia que bastante tenemos con salvarnos de nuestra culpabilidad, bajo pena de perder totalmente la cabeza.
La tragedia en segundo plano es que el Quijote reverbera sus lucha contra molinos gigantinos por el hueco de los bloques, pero ya nadie se molesta en leer, mucho menos en acometer difíciles empresas que requerirían más templanza que amenazas.

Por eso el retrato de la revolución es encomiable aquí, en tiempos de mojigatismo, policorrectismo o bienquedismo: a hostias, contra la pared, sin rehenes.
Un recorrido directo al infierno que nos deja pequeños vistazos a cada estamento de miserabilidad social, donde más importa pensar que es el de al lado nuestro enemigo, en lugar de quien mantiene los hornos de la cocina funcionando.
Bravo porque todavía se puedan lanzar mensajes incendiarios en la ciencia ficción especulativa.

Y poco más.
Lo mejor es verla, lo peor es pensar cómo imita la vida real.
Pero cascarte un espejo y obligarte a mirar siempre debería ser motivo de celebración en el arte, cualquier arte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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7
29 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas cosas más satisfactorias que ver amor asomando de quien parece no tenerlo, e incluso se lo niega.
Es una fórmula antigua como el tiempo, y creo que nunca nos cansaremos de ella.

'El Profesional (León)', en ese sentido, es la quintaesencialidad del subgénero.
Un tipo duro. Una niña que necesita ser cuidada. Una relación donde uno escucha y el otro aprende, a veces a la vez, a veces cada uno.
Con poco más se te arma una peli, si encima tienes un dúo de ases al timón y un Gary Oldman de comodín para desestabilizar la baraja.

Pero, no es suficiente.
El salto de "buena, entretenida" a "notable" tiene un precio.
Y ahí están, como si tal cosa, desperdigados, los detalles: una puerta abriéndose a la salvación luminosa, una planta necesitada de cariño, un flirteo inocente arriesgadamente tierno, y el gigante usando la cabeza en vez de arrasar a tiros sangrientos.
Todo bajo la melancólica opresión de la fatalidad, de la mejor de las relaciones en el peor de los momentos. A quién no le gusta querer que los buenos (los de verdad) ganen aunque estén rodeados, vaya.

Dice Luc Besson que se lo tomó como un encargo, algo que decir mientras le preparaban el paquete de producción millonaria con Bruce Willis al frente.
Por qué será, que lo que decimos distraídamente, en el más aleatorio de los momentos, tiene una sinceridad difícil de igualar.

Gracias por dejar que un ogro y una lolita se conocieran cuando más se necesitaban en Nueva York.
Charles
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Árboles y flores (C)
CortometrajeAnimación
Estados Unidos1932
6,9
3.810
Animación
6
28 de marzo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco más que unos árboles y flores a ritmo de sinfonía mona.

Aunque, ojalá los incendios forestales tuvieran esa plasticidad animada, ese aire inocente de villano al que castigar.
Un prodigio imaginarlo así.

Por suerte, alguien pudo dibujarlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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