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Críticas de Doctor Zaius
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Críticas 49
Críticas ordenadas por utilidad
7
26 de diciembre de 2009
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El espíritu de las comedias descerebradas pero inteligentes de Judd Appatow. Un protagonista que no desentonaría como compañero de piso en "the big bang theory". Un país arrasado por una infección y habitado por zombis que se parecen demasiado a sus habitantes originales. Que de hecho se parecen más que mucho: su afición favorita es devorarse unos a otros. Una road movie que ironiza sobre las road movies. Un slapstick puesto al día siguiendo los cánones del cine siglo XXI: comentarios irónicos del protagonista durante la acción, escenas a ultracámara lenta en las que las salpicaduras quieren llegar a la fila 25 del cine, un montón de autoparodia, y cientos de guiños intercalados con inteligencia y -oh sorpresa- amor por el género. A todo ésto unamos a Woody Harrelson haciendo de Woody Harrelson en una película de Oliver Stone y a Bill Murray haciendo lo que hace siempre. El resultado es un entretenimiento que arranca con el vigor y la energía de los grandes disparates, mantiene el pulso durante una hilarante primera media hora y pierde un poco de fuelle a medida que la peripecia estilo survivor-horror de los cuatro protagonistas se estanca en un interludio de placidez para rematar a lo grande, en un crescendo final que encumbra a Woody Harrelson como claro candidato al oscar al mejor actor que hace de Woody Harrelson. Zombieland es, desde ya, un pequeño clásico dentro de dos subgéneros diferentes: las películas de zombis y las aventuras de iniciación adolescente. Y la única manera de lograrlo ha sido dar un paso adelante en los códigos que definen ambas categorías cinematográficas, hibridando con inteligencia y mala leche las reglas que sirven para desarrollar con éxito una aventura de cualquiera de los dos estilos. De fondo, además, una divertida y explícita crítica a un mundo -el nuestro, es decir, la sociedad de consumo americana- en el que una población enferma y caníbal resulta difícil de distinguir de la auténtica sociedad a la que se menciona. Divertidísima aunque con algunos lapsus para abrir un poco la espita de la tensión sexual entre los dos protagonistas y cargada de momentos memorables, zombieland es un producto casi redondo dentro de los márgenes de un género que vive una época dorada, al que aporta además, nuevas vías de crecimiento, las que van del humor más escatológico y cafre a las que transitan por la parodia autoconsciente o la aventura de iniciación adolescente. La antipelícula navideña del año, lo que uno necesita para fugarse del decorado cargante de los falsos buenos deseos y de los afectos de cartón piedra con los que nos toca lidiar hasta el 6 de enero. Feliz zombinavidad y próspero zombiañonuevo!
Doctor Zaius
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Verengo
Documental
España2015
--
Documental
7
28 de febrero de 2017
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Un cineasta descubre en unas viejas cintas de vídeo doméstico grabadas por su padre a una versión infantil de sí mismo que, dirigiéndose a la cámara, exige en tono enérgico: "déjame grabar a mí, déjame grabar a mí”. El escenario de este hecho resulta ser una aldea de la la Ribeira Sacra orensana. El momento, algún domingo de verano de mil novecientos noventa y poco. El motivo, una reunión familiar alrededor de una mesa en la que varias ramas del mismo arbol genealógico ríen, discuten, entremezclan sus voces, fijan una época sin quererlo, escriben algunas líneas de la intrahistoria familiar y comen en medio de un barullo considerable. El niño, que luego será el director de la película que estamos viendo, mira a la cámara con la convicción de quien ha visto un futuro posible a través del objetivo de la máquina. Se cierra el plano y, cuando vuelve a abrirse, estamos en 2009, en el mismo lugar, en el exterior de la casa, asistiendo a una conversación entre el niño ya adulto y sus abuelos. Un intercambio de frases en las que el tono, más que el contenido de lo que se dice, delimita la relación entre los protagonistas. La cámara, fija en un lugar desde el que parece apuntar a otra cosa, encuadra las idas y venidas de un abuelo que parece hablar para nadie mientras dialoga con las voces de su mujer y su nieto, sin que demos ubicado éstas en el plano hasta el final de la escena.

Así transcurre Verengo, enlazando fragmentos de la vida cotidiana de unos abuelos de la Galicia rural que consienten que su nieto los grabe a lo largo de varios años, primero con extrañeza, después con la indiferencia de alguien que se ha acostumbrado a una presencia inicialmente ajena, y, finalmente, caso del abuelo, con cierta vanidad fascinada. A lo largo del "documental" se suceden las estaciones y los años con suavidad, como un flujo continuo que empapara la pantalla con la cadencia de un orballo persistente. Entre el documento etnográfico y el surf autobiográfico, Verengo presenta una reflexión despojada de sentimentalismo alrededor de los motivos que engarzan memoria personal e historia familiar. Dividido en pequeños capítulos que casi podrían funcionar de manera autónoma (en realidad, escenas intercambiables entre sí en las que el orden cronológico sólo posee una importancia secundaria), Verengo es, casi, una pequeña selección de momentos en los que la cámara parece haber sido abandonada a su suerte y en los que parece primar cierto carácter impresionista sobre las descripciones exhaustivas o el análisis. Sin embargo, esa sensación de “found footage” va desapareciendo a medida que avanza el metraje y se va revelando una intencionalidad estructural y temática que va más allá de su aparente recolección de momentos (aparentemente) banales. Dejar constancia de un modo de vida que se extingue al tiempo que sus habitantes, descifrar los códigos siempre cambiantes y complejos de la relaciones interpersonales en el contexto de una aldea mínima, celebrar una forma de vida que integra con sencillez la coexistencia con las estaciones y los animales, y entregarse, al fin, a la celebración del misterio y la fascinación que la vida en contacto directo con la naturaleza conlleva: éstos son, como mínimo, cuatro de los ejes temáticos que vertebran la estructura de la película.

Rodada con una delicadeza y un mimo que delatan la estrecha relación entre autor y material fílmico, la película consigue sumergirnos en el microcosmos que aparece representado en ella. Nos permite asomarnos de forma pudorosa a las vidas de unas personas que -aparentemente- no son conscientes de ser los últimos representantes de una cierta manera de concebir la existencia. Nos hace partícipes de los cambios que introduce el paso del tiempo, algunos infinitesimales, sin apenas trascendencia hasta que no se contemplan bajo la lupa de los años, y otros bruscos, como apariciones fulgurantes que cambian el panorama que los ha posibilitado. Para ello recurre al citado aspecto visual del estilo “material encontrado” y a un diseño sonoro que combina intimidad y precisión de forma magistral. La presencia constante de la naturaleza casi en cada plano, las miradas a los animales que son prácticamente miembros de la familia retratada, y la mirada delicada que se posa en cada tarea que realizan los protagonistas son, también, elementos fundamentales en la construcción del film.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Doctor Zaius
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9
Estados Unidos2009
6,4
21.423
6
3 de enero de 2010
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arranca bien este número 9 con su estética stichpunk de la que habla la sinopsis de filmaffinity. Un ser fabricado a base de restos se despierta en un mundo que le resulta incomprensible y debe sobrevivir a sus peligros y buscar una respuesta al acuciante porqué de su existencia y de otros como él. El problema de la película es que, a partir de esta premisa y de un diseño que resulta arrebatador en lo visual, no ofrece demasiado a lo que engancharse. El argumento se presenta como la clásica historia de aventuras del tipo "hay que encontrar este objeto para salvar el mundo" entremezclada con un antibelicismo bastante infantiloide y los clásicos conflictos entre individuo y comunidad o entre saber y fe que están mal ensamblados entre sí, como una amalgama en la que se ven con demasiada claridad las líneas que separan cada uno de los materiales que la forman. El tono steampunk está muy logrado, al igual que los escenarios de la aventura, sacados de alguna especie de imaginario de corte romántico ubicado en un trasunto de país como podría ser la Francia escenario de la primera Guerra Mundial. Hay guiños a los clásicos recientes del cine de aventuras: uno muy bueno a la escena de la caravana de Jurassic Park y un par de ellos a la maquinaria de guerra terrestre que aparece en los minutos iniciales del Imperio Contraataca en el planeta helado de Hoth. Sin embargo, y pese al despliegue de efectos visuales uno se da cuenta con rapidez de la distancia que separa a esta película de las obras maestras de, por ejemplo, Pixar. A nivel de texturas, los muñecos protagonistas no están todo lo logrados que deberían. Sí lo están las máquinas enemigas y los excelentes fondos sobre los que se va desenvolviendo la trama, pero habiendo conocido la excelencia pixariana, es difícil dejar pasar estos detalles. El gran problema, más allá de estas consideraciones que podrían quedar en segundo plano, es el desarrollo de la narración, que avanza de manera errática y movida por el ritmo que marcan las explosiones y las persecuciones sin que uno acabe de entender muy bien qué es lo que está pasando o qué se nos está queriendo contar. Arrítmica y deslabazada, la película además, en su última parte cae en barrena con una especie de alegato animista incomprensible en el que el supuesto mensaje de corte "espiritual" resulta absolutamente ridículo. El extraño final deja la puerta abierta, supongo, a una segunda parte en la que posiblemente se den respuesta a varios enigmas que quedan sin ella. Al encenderse las luces, tras el "end" de rigor me quedé un rato en la butaca pensando qué habría sido de esta película -con su poderosísima estética y su fascinante diseño de personajes y escenarios- en manos de otro director, como un Brad Bird, un John Lasseter, un Andrew Stanton o un Lee Unkrich. En cualquier caso, esperemos a ver como evoluciona Shane Acker, posiblemente a la segunda vaya la vencida.
Doctor Zaius
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5
13 de julio de 2010
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento de esta película se podría resumir en una línea. Sacar 105 minutos de metraje a partir de ella no es tarea sencilla, y, pese a los intentos de guionista y directora, estirar algo tan pobre sin tener demasiadas ideas sobre cine es como contar un buen chiste mil veces: al final uno acaba aburrido de él.

La película es tediosa y previsible durante gran parte del metraje. Este es su gran defecto. También el papel de Heath Ledger, sobreactuado hasta alcanzar el límite de lo paródico, construído a partir de tópicos de la peor especie y posturitas de todo tipo botella en mano o cigarrillo en mano. Los actores adolescentes se mueven bastante bien sobre la tabla y bastante hacen ya con ello, no les pidamos, encima que actúen con un mínimo de capacidad para conmovernos o emocionarnos. La mayoría de los secundarios son puro cartón piedra, meros comparsas para hacer bulto, dar grititos y saltitos o dar algún mamporro cuando los protagonistas se los merecen.

Ya ven, con este panorama, uno se pregunta ¿cómo es que me la tragué enterita sin salirme del cine (perdón, del salón de casa, que la vi en la 2)?

La respuesta son las filmaciones de los skaters haciendo lo que saben: skate. Es divertido ver la evolución, desde los momentos iniciales que corresponden al año 1975, con esos campeonatos con criterios de calidad sacados del patinaje artístico hasta llegar al momento en el que descubren la posibilidad de practicar su deporte favorito en los fondos de las piscinas vacías de los vecinos. Son las escenas de skate sobre estos fondos lo más hermoso del filme. Como si se deslizaran sobre olas petrificadas, los protagonistas protagonizan una y otra vez hipnóticas secuencias deslizándose como bailarines inagotables. Estas secuencias, interrumpidas por las exigencias del guión -toda la hagiografía de cómo alcanzan el éxito y bla bla bla- están rodadas con una extraña elegancia visual: son bellas sin caer en lo cursi, son reiterativas y no llegan nunca a fatigar o, pecado mortal, a caer en manierismos autocomplacientes. Catherine Hardwicke demuestra una especie de sabiduría visual que no aparece para nada durante el resto de la película y que culmina en la maravillosa secuencia final, una especie de back to the roots en el que se nos dice: ésto estaba bien cuando no tenía más objeto que el propio placer de hacer skate. Pena que el talento que se le adivina a la Hardwicke en estos destellos poéticos no sea más que la excepción en vez de la regla.
Doctor Zaius
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