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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
4 de noviembre de 2006
139 de 208 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez un niño que creció y se puso a hacer películas con una estética entre lo bufo y lo grotesco, entre lo zafio y lo surrealista, entre lo absurdo y lo imaginativo. Un niño que recuerda las miserias cotidianas de su infancia sumido en un pequeño cosmos (o cosmitos) de criaturas esperpénticas que pretenden, en el fondo, conmover -y no lo logran. Con esta hábil coartada, Fellini despliega ante nosotros un abanico de recuerdos deformados, casi independientes, en los que caricaturiza la Italia de su niñez. Y, como suele suceder en este tipo de películas-mosaico, algunos episodios (o teselas) sí funcionan: la mítica estanquera de las ubres ciclópeas; la confesión al amparo de la estatua de san Luis. Y otros no: la parodia del fascismo y los fascistas; la nefasta escena del harén. Y, claro, también hay episodios que se quedan a medio camino entre lo bueno y lo mediocre: la historia del tío demenciado; alguna de las clases en la escuela. En general, se trata de un humor excesivamente vinculado al pedo, al eructo y a la nalga fácil; de una estética grotesca y bufa, sí, pero con un cuidadísimo diseño. Se agradecen algunos ramalazos de surrealismo (el niño entre la niebla del bosque) y sobra el tratamiento político de las escenas que denuncian el fascismo (unas escenas que nacieron ya bastante acartonadas). En conjunto, una obra simpática y entretenida, que ni aporta ni deja de aportar. Pues eso, que sus pedos resultan inodoros.
Servadac
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7
15 de octubre de 2006
53 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
La continua atracción de Angelopoulos por el Norte nos lleva, en esta ocasión, a un gélido territorio de frontera en el que todos los valores parecen subvertidos. ¿Cómo no pensar en el hilo tenue de la muerte al ver la línea que separa ambos países? No existe un verdadero avance en la "sala de espera" en la que aguardan las almas exiliadas de los refugiados. Todo es vida vegetativa y gris, melancolía esencial y tristeza indefinida. El tiempo queda suspendido, inerte y congelado. Los habitantes de ese microcosmos (que pudiera integrar a todo el género humano) comparten un ¿perpetuo? aislamiento, sin apenas capacidad para comunicarse o comprenderse, cercenados, en apariencia, de las vivencias más profundas de sus semejantes. Todo se muestra como un continuo simulacro, con seres que actúan entre hastiados y abatidos. Abundan en la cinta las escenas memorables: la boda, a caballo entre dos mundos, con el río inexorable en medio de los novios; la primera escena, circular y sobrecogedora, en la que asistimos al rescate de los cuerpos suicidados en medio de una nube de helicópteros; el final, ¡ah, el final!, maravilloso. Con un amarillo deslumbrante, el de los "ángeles" que resplandecen en los postes, tratando de restablecer la comunicación. Una escena fallida: el reencuentro, protagonizado por los personajes de Marcello Mastroianni y Jeanne Moreau; hay algo en su tempo que no acaba de funcionar, pese a la preparación milimétrica de los encuadres y la exquisitez con la que está rodada. Un defecto: una película tan lenta, con un planteamiento tan diáfano, no debería resultar confusa, y, a ratos, adolece de ese vicio. Demasiado aire, demasiada contención, y un exceso de preciosismo retórico que desluce el tejido emocional de aquello que se nos presenta. Una idea tópica: el informador objetivo que no puede evitar su implicación sentimental. La atmósfera de nieve, lluvia y frío da vida al limbo de la espera, donde el desánimo penetra hasta los huesos. El guión parece salido del estudio de un ingeniero del lenguaje y de la imagen (¡qué pulcritud en cada toma!); todo está medido hasta el extremo, las simetrías, las reiteraciones, la inexistencia del sol y de la acción. La falta de utopías e idearios. Y el personaje más logrado de la cinta: el olvido de sí mismo en el silencio de la muerte.
Servadac
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El Delivery de Kiki
Japón1989
7,1
12.512
Animación
6
23 de septiembre de 2006
27 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
El "animago" o mago de la animación, Miyazaki, nos ofrece un producto correcto, apreciable y algo soso en el que nos cuenta el "paso del Ecuador" de una bruja novata y adolescente. Buenos sentimientos, claridad argumental, una chispa de imaginación, espléndidos dibujos made in Ghibli y un gatito simpático son los ingredientes de la cinta. El resultado es una tarta sin demasiado sabor pero nada empalagosa. Sin licor e inocua. O sea, para niños. Un detalle, la bruja se llama Kiki en el original y, claro, ese no es, en español, el nombre apropiado para una niña de trece años que se inicia en la vida adulta. Así que lo dejamos en Nicky y todos tan contentos. Sabia decisión de la distribuidora.
Servadac
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8
23 de septiembre de 2006
43 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retrato complejo y estremecedor de un psicópata de libro -o como transitar, sin despeinarse, por los oscuros recovecos de la mente. La primera escena (rodada en tonos rojos, milimétrica en su composición, con precisos encuadres llenos de expresividad, brutal y sin sangre y un tanto psicodélica) deja muy a las claras cuál va a ser la textura de la narración. A partir de ahí, Bergman despliega su inmenso talento para reconstruir, en clave de reportaje negro y blanco, el antes y el después de la secuencia inicial. No todos los episodios resultan igualmente logrados –la carta escrita por el asesino no convencía al propio director-, pero el conjunto es escalofriante. El guión, magnífico, con unas líneas de diálogo excelentes, que, a menudo, suenan voluntariamente a falso (¡el juicio clínico del psiquiatra!, ¡oh!, ¡tan plagado de tópicos!, ¡ah!, ¡tan bien urdido! ¡uf!), poniendo de relieve los aspectos visuales de la película. ¡Qué hermosos resultan los planos cortos y frontales por parejas, cuando habla el personaje que se encuentra en segundo término! ¡Y la intervención del amigo homosexual de los protagonistas, tan lúcida y sutil! Todo transcurre en un sofocante ambiente cerrado e interior, dando pábulo a un desasosiego que nos impulsa a pensar en lo que es capaz de hacer un ser humano modélico si se dan las morbosas condiciones adecuadas. Después de ver la película, uno deambula por las calles recelando de todos los viandantes. En manos de Ingmar Bergman, el mismísimo conejito de Pascua podría resultar temible. Con esta cinta, queda demostrado que el genio del maestro sueco también funciona en alemán, ¡qué miedo!
Servadac
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8
20 de septiembre de 2006
131 de 169 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, la película es lentísima, despacioooooosa y está cuajadita de poesía visual. El letargo de la España de posguerra aparece en forma de paisaje mítico y desolador, un erial exterior e íntimo del que tratan de escapar los personajes aferrándose a la vida colmenera. Un país sin color -¡qué fotografía, si hasta el aire parece que agoniza!-, poblado de insectos sociales tristes, apagados, siempre a punto de entregar el alma en un susurro. Afortunadamente, entre el silencio y la ceniza de ese páramo existencial, surge la presencia incomparable de una niña, Ana, capaz de humanizarnos y salvarnos. Para ello, será necesario el sacrificio de un espíritu simple, apenas racional. Y mudo, siempre mudo. En ese pueblo inerte, ni siquiera los guionistas tuvieron el ánimo necesario como para dotar a los personajes de un nombre de ficción -todos ellos, según creo, mantienen sus nombres reales. Dos huidas posibles o refugios, el cine y la locura. Y la niña que perdura entre nosotros. ¡Permanece despierto! No te rindas. Tan sólo una advertencia: La película no es apta para hiperactivos.
Servadac
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