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Críticas de Anibal Ricci
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Críticas 354
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
27 de febrero de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La directora elige un enfoque distanciado para mostrar a sus personajes, documentando objetivamente la vida de estas dos tristezas en que se centra el relato. Cristina, una empleada de origen mapuche, será la encargada de enlazar ambas soledades, utilizando la ciudad como telón de fondo, un espacio público por el que transita la gente, pero que visibiliza a unos más que otros, en cierto modo absorbiendo a estas personalidades melancólicas que se conforman con caminar por las calles. Tristán es hijo de una familia con recursos y, cuando su novia (Irene) lo deja, regresa donde su madre que vive en una casa con piscina de la comuna de Las Condes.

Ambos personajes deambulan solos por la ciudad, pero representan a mundos diferentes. El de Cristina pasa desapercibido a los ojos de los transeúntes. “A mí no me conoce casi nadie”, refleja en una frase la relevancia de Cristina para este tercer personaje que es la ciudad. En cambio, Tristán, por muy solo que se encuentre, siempre tendrá el apoyo de alguien: su madre, los obreros donde trabaja, la propia ex novia, siempre habrá oídos para escuchar sus lamentos. A raíz del hallazgo del maletín de Tristán, Cristina comienza a indagar su vida y sus relaciones, sin que existe la menor sospecha de su presencia.

Cristina cuida a un anciano que ya no habla. Le lee reportajes de pueblos originarios y, su única distracción es ir a los videojuegos. Scherson, durante la primera hora, deja que el espectador se forme una opinión de los personajes, y recién abandona el tono documentalista cuando Cristina se ofusca ante una caricia que le prodiga Irene a Tristán en una cafetería. Le produce malestar, disgusto, sabe que no puede protagonizar la vida que desearía (una vida junto a Tristán) y hace corto circuito, emulando a su heroína de videojuego al defender a una niña de su madre. La mujer es su oponente y Cristina la golpea en medio de una lucha surrealista donde las imágenes se revientan y los colores pierden definición. A partir de ese momento, Scherson nos involucra en el pequeño mundo de Cristina, una muchacha a la que nadie distingue, que imita todo lo que ve, la manera de acariciar, de cortarse el pelo, incluso se inmiscuye en la casa de Irene y le roba un vestido, total nadie se dará cuenta de que existe.

Alicia Scherson tiene pleno control narrativo de sus personajes. Escoge cuando narrar objetivamente y desnudarlos a través de los diálogos con secundarios y, también cuando proyectarse a través de la mente de Cristina. Además construye una protagonista muy sólida (que evita ser protagonista) y un buen punto de vista, a través de una mujer fuera del ámbito citadino. De otra manera sería inverosímil esta suplantación de papeles, tanto de personalidades del videojuego o de personas de la vida real.

A Cristina le gusta la ciudad porque pasa desapercibida. Si bien sabe que es pobre, puede acceder a la vida de otros habitantes. Sabe que si hiciera su propia vida, tendría hijos pobres y prefiere ilusionarse con mundos ajenos. Al final, deja a Tristán al cuidado de Irene y sube las escaleras. Desde la azotea puede ver infinitas otras posibilidades de acceder a vidas ajenas.
Anibal Ricci
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8
26 de febrero de 2014
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los paisajes y locaciones nos sumergen en un cuadro surrealista de Salvador Dalí, y algunas secuencias nos recuerdan el poderío de las imágenes de “Un perro andaluz” (1929) de Luis Buñuel. Sin embargo, Jodorowsky se aleja de la visión poética de García Lorca y, nos ubica en medio de una alegoría potente acerca del camino del hombre: deberá cavar túneles en su interior, buscándose a sí mismo, para que cuando llegue a la superficie no quede ciego. Es un camino solitario que se emparenta con la animación inicial de “Ante la ley” (Franz Kafka) incluida en “El proceso” (1962) de Orson Welles. El guardián de la puerta le dice al hombre: “Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti.”

La travesía transcurre mientras el Topo, adulto, cruza el desierto. Al comienzo de su camino, lo acompaña su niño interior, dualidad que cabalga en su rito de iniciación, con el lastre de la dependencia de su madre y los cuidados que requirió en la infancia.

La música y los pueblos evocan el western, donde el héroe sorteará los peligros acompañado de su pistola, metáfora que alude al poder del sexo. Se encuentra con un Coronel y una banda de fetichistas que solo piensan en sexo. El Topo lo humilla privándolo de su pistola y el Coronel se suicida. Rescata a una mujer, conformando una nueva dualidad, donde el niño interior ya no tiene cabida; lo abandona para que “nunca más dependa de nadie”.

El Topo, azuzado por la mujer, se enfrentará a duelo con los cuatro maestros del revólver. Cada uno le aportará enseñanzas de vida y será doloroso dejarlos atrás. La bella mujer reclama por agua, “para que pueda amarte tienes que ser el mejor”, reclama por todo. En el camino, el Topo vence la tentación que le ofrece la belleza de la mujer y se da cuenta de que puede ser traicionera. La mujer está contenta de que el Topo haya matado a sus maestros, pero el personaje visita sus tumbas y, ante la traición de la mujer, es rescatado por seres deformes que lo llevan al interior de una caverna. En su compañía vuelve a ser parido, un renacer que implica haber superado el mundo de las apariencias (la belleza de la mujer).

El Topo se compromete a liberar a estos seres con problemas físicos y síquicos: cavará un túnel para comunicarlos con el pueblo. Aflora a la superficie en compañía de una enana y observan los dualismos de comportamiento ante las leyes sociales y la iglesia. A su vez, aquellos que rigen esas leyes interpretan otros dualismos: represión sexual uno y fanatismo el otro.

El Topo y la enana hacen malabarismos callejeros, limpian ventanas y excrementos, todo para apurar la construcción del túnel. Su niño interior ha regresado y lo enfrenta: esperará que termine su labor para matarlo. El Topo encontró el amor y espera un hijo de la enana. Cuando termina el túnel, los deformes van al pueblo como ganado al matadero. La luz los ha cegado y son masacrados por sus habitantes. El Topo ante su impotencia, extermina al mundo adulto y, habiendo superado todos los vicios mundanos, vierte aceite sobre su cuerpo y se prende fuego. Ha conseguido la purificación total y se vuelve una sola persona, que ya no requiere de otras apariencias.

El niño interior ya ha crecido, emprendiendo su propio camino con su mujer e hijo. La película es un viaje lleno de simbologías para dejar atrás a viejos maestros, superar el mundo de las apariencias, para finalmente convertirse en una sola entidad que se abre paso por sus propios medios.
Anibal Ricci
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6
21 de febrero de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los parajes de campos de algodón son hermosos, la mezcla de pasado en libertad y presente en cautiverio hilvana perfecto, el esplendor de la Naturaleza ante las atrocidades contra gente indefensa es un contrapunto muy bien logrado, pero lamentablemente el tema de la esclavitud es articulado a partir de un análisis reduccionista, acaso simplificador y efectista, dando cuenta de la esclavitud como un fenómeno que se dio solo en los Estados Unidos y que consistía básicamente en hacer sentir dolor físico a la gente de raza negra.

Los peores pasajes de la película se los reserva el productor, Brad Pitt, un carpintero canadiense que es contratado por el hacendado Edwin Epps para levantar unas construcciones aledañas a la elegante mansión. El diálogo entre Bass (Brad Pitt) y el amo Epps (Michael Fassbender) es moralizante en extremo, enfrentando a un hacendado malo hasta la médula en su capacidad infinita de torturar, versus un afuerino que semeja un ángel que ha descendido al mundo terrenal, de cuyos labios surgen palabras de bondad, lugar común insoportable, y otras de recriminación ante el trato inhumano que reciben los esclavos de la hacienda.

Los parlamentos de la película son desequilibrados, acertados cuando las palabras prolongan el abuso inmisericorde, a través de un comportamiento supuestamente religioso, que detona en actos de crueldad verdaderamente infernal. Sin embargo, el guión cae en un pozo profundo cuando las palabras van cargadas de moralina, inmiscuyendo a un hablante que no existe, una suerte de guía del espectador para separar el bien del mal. Hay que recalcar que se trata de una película hiperrealista, lejos de lo teatral, que no tiene empacho para mostrar carnes abiertas producto de los latigazos. No hay espacio para voz en off ni para coros que relaten las desventuras de los esclavos. Solo hay cuerpos sufrientes para fustigar, privar de agua o comida, según el antojo de los patrones.

Lo desigual se evidencia en las pocas elipsis con que cuenta la cinta. Hay pasajes notables cuando se muestra al protagonista solo ante el silencio de la Naturaleza, donde en vez de encontrar paz, experimenta un miedo aterrador por el futuro. Intuye que todo puede ser peor, e incluso, hay personajes que preferirían la muerte a este abuso sin límites. Las escenas de silencio transcurren a través de toda la película y, en la última, Solomon Northup oye truenos que, lejos de espantarlo, le brindan esperanzas y presiente que las cosas pueden cambiar. Otras escenas conmovedoras muestran a los esclavos lavándose desnudos, sin distingo de sexo, o cuando los azotan y cuelgan, a plena luz del día, mientras el resto debe seguir haciendo sus labores sin distraerse. Hay un momento emocionante cuando entierran a un anciano que muere en los campos y lo despiden con cantos (quizás la única muestra de humanidad de los esclavos) que aluden a que “mi alma se elevará en el cielo”, dando cuenta del infierno terrenal.

Sin embargo, el afán reduccionista destruye el entramado simbólico, y nos obliga a centrarnos en un solo punto de vista: la existencia de amos y capataces, en general muy perversos, y de esclavos que solo existen para sufrir penas físicas. Son verdaderos animales que no pueden alzar la voz, pero tampoco el director nos muestra seres humanos con algún aspecto sicológico más allá de la rabia evidente. Su visión de los esclavos es la de almas sin mundo propio, que casi parecieran merecer su destino, sumisos y dependientes del ánimo de sus amos. El maltrato mayor resulta en el tratamiento de pobres diablos por parte del director, circunscribiendo el accionar de los esclavos a objetos para azotar y dar de comer (“coman hasta saciarse”).

Queda sin dilucidar, a su vez, la sicología de la clase dominante, ocultando su conducta bajo preceptos de pobre justificación religiosa, casi pagana, que antepone los frutos de la cosecha ante la vida de otros seres humanos. No hay razones para azotarlos, más allá de la diferencia en el color de su piel, y una maldad endémica que es muy difícil que se reprodujera en el tiempo, sin la complicidad de otros blancos y, la aceptación de su papel por parte de los negros. Todo se reduce a que los blancos son muy malos y los negros existen para sufrir. Tampoco da luces de porqué una facción de la población se cree con derecho a gobernar la libertad de otros, una especie de separación de castas y divinización de quienes ejercen el poder. Son simplemente malos y su sola maldad daría cuenta de varios siglos de esclavitud en América.
Anibal Ricci
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8
15 de febrero de 2014
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
“En el amor y en la guerra todo vale”, manida frase que parece justificar los acontecimientos de esta magnífica película. Supondrá tiempos violentos y esporádicos, como queriendo decir que la guerra y el amor no pueden prolongarse por demasiado tiempo.

Las ruinas de la guerra son testigo de una Alemania sin hombres, lugar ocupado por soldados norteamericanos, que acuden a clubes nocturnos exclusivos.

Las mujeres son las encargadas de sacar al país adelante, aun cuando deban hacerlo a costa de explotar sus atributos sexuales.

El sacrificio de la mujer es presentado como una alegoría del “milagro alemán” que levantó al país con posterioridad a la guerra.

La mujer paga por los servicios prestados por sus maridos al ejército alemán, pero también los platos rotos de una derrota ominosa.

Entre líneas, hay culpa por los excesos cometidos por los alemanes y, a su vez, una representación del orgullo nacional derrotado durante la Segunda Guerra Mundial.

Ya no existe dignidad en el pueblo alemán y las mujeres deben asumirlo. “Es una mala época para los sentimientos”, expresa María Braun, y esa frase es su única vía de escape. Debe surgir económicamente para el bienestar económico de su familia, con el pretexto de que lo hace para recibir a su marido cuando vuelva de la batalla. En lenguaje de prostituta, ella no da besos en la boca, no se permite amar a otro hombre que no sea su marido, aun cuando el orden moral ya no le interese demasiado. Los tiempos de guerra dejan fuera al amor y la protagonista se va convirtiendo en una cínica mujer que utiliza su belleza para cumplir sus objetivos, pero que separa el trabajo del placer. En realidad, brinda placer a cuentagotas, en la medida que va obteniendo favores laborales. Al comienzo, una víctima superando la adversidad, pero luego, una mujer ambiciosa de poder y dinero, aunque ninguno de los dos signifiquen nada para ella. Les da una connotación romántica, pero ella misma no cree en ese discurso idílico.

La guerra terminó hace años, pero arrasó con cualquier posibilidad de amor. La protagonista, y el país, evidencian un calculado progreso económico a costa de las apariencias. María Braun se compra una lujosa casa para aguardar el regreso del marido, que solo representa un antiguo mito de amor, contado una y mil veces por una mitómana irremediable. En la radio se escuchan los goles con que Alemania venció a Hungría en el mundial de fútbol de 1954, hazaña deportiva que los situaba nuevamente en la cúspide, como un espejismo que pretendía ocultar la verdad de un pueblo devastado.
Anibal Ricci
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9
7 de febrero de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Anticristo” (1895) de Nietzsche, postulaba que “el concepto de culpa y castigo, todo el orden moral, está inventado para combatir la ciencia… El hombre no debe mirar más allá, sino adentro de sí mismo; no debe mirar, inteligente y prudentemente, aprendiendo adentro de las cosas; no debe mirar, en fin, sino sufrir…”; definía las bases del cristianismo en base al cinismo.

Stephen Frears endosa ese cinismo a uno de sus personajes: “Vivan la fe ciega y la ignorancia”, dice Martin Sixsmith, periodista que antes trabajó para la BBC, que ahora pretende escribir algo de interés humano. Philomena calza perfecto en sus planes; parece ser protagonista de una historia que además cumple con las expectativas de la editora de Sixsmith.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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