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Críticas de Gabi Oldman
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Críticas 96
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
24 de enero de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El género del western no parecía pasar por su mejor momento en los últimos años. La espectacularización o la era de los efectos especiales, en los que el género poco puede hacer, tienen parte de culpa de su estancamiento. La época dorada del cine del oeste de los años ’50 posiblemente no vuelva, sin embargo, y por fortuna, se pueden ver pequeños grandes destellos en films que no pasan desapercibidos por ningún espectador con mínimo grado de exigencia.

Desde que Clint Eastwood dirigiese lo que la crítica denominó “el western definitivo”, allá por 1992 titulado Sin perdón, han sido varios los intentos de ya no renovar sino crear productos de buen cine. El siglo XXI nos ha traído sorpresas como Kevin Costner con su Open Range (2003), el irregular pero siempre de interés James Mangold con El ren de las 3:10 (2007), los hermanos Coen con el remake de Valor de ley (2010), o incluso su cinta No es país para viejos (2007) que poseía ciertos aires cercanos al western. Sin olvidar a uno de sus máximos devotos como es Quentin Tarantino, con Django (2012) y la recién estrenada The Hateful Eight (2015).

Si los Coen nos enseñaron que se puede superar al clásico, si Tarantino ha podido reciclarlo, incluso Kevin Costner ha logrado mostrar su mejor cara gracias a este género, y James Mangold consiguió recrear escenas de acción modernas sin perder la esencia del western, Tommy Lee Jones demuestra con The Homesman que el cine del oeste no ha muerto.

En su segundo largometraje como director, que también escribe y protagoniza, Jones, adaptando una novela cuyos derechos compró en su día Paul Newman, hace un retrato de la sociedad norteamericana de la época bebiendo de los clásicos pero desde un punto de vista crítico, más cercano a su colega Eastwood, en cuanto a la destrucción de mitos, que a John Ford.

Se trata de una película modesta pero llena de ambición, dirigida con gran soltura y la sobriedad de los clásicos, con una excelente fotografía de Rodrigo Prieto, en la que dos antihéroes tozudos y orgullosos están condenados a entenderse en una historia llena de pequeños matices que rompen con los tópicos del género. El sueño americano y el honor yanqui son valores puestos en duda durante todo el metraje, convirtiendo a la cinta en una oda hacia el individualismo.

Hilary Swank, de nuevo con aspecto de Matt Damon con peluca como la propia actriz se describió tras Boys Don’t Cry (1999), interpreta con su talento habitual a la protagonista del film, una eterna soltera que se presenta voluntaria a llevar a tres mujeres que han enloquecido de Nebraska a Iowa. Así se cruzará en su camino con un viejo solitario al que da vida el propio director.

El reparto lo completan Grace Gummer, hija de Meryl Streep vista en Aprendiendo a conducir (Isabel coixet, 2014), Miranda Otto, la Éowyn de la trilogía de El Señor de los Anillos y la danesa Sonjia Richter. Les siguen una galería de secundarios de lujo como son Tim Blake Nelson, John Lithgow, William Fichner y James Spader. Además de la aparición de Jesse Plemmons, de moda actualmente por su papel en la segunda temporada de Fargo, y la propia Meryl Streep en un pequeño papel.
Gabi Oldman
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7
20 de enero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película de Quentin Tarantino es siempre un gran acontecimiento, incluso para el mayor de sus detractores. Un director que ha sido capaz de marcar diferencias y crear tendencia gracias a un estilo propio a partir de subgéneros y cine de dudosa calidad, recuperando intérpretes caídos en el olvido y enmarcándolos en cintas con estilo pop, fuese cual fuese el género.

En The Hateful Eight, cuya traducción al castellano es una blasfemia pronunciar por muy literal que sea, Tarantino nos trae de nuevo a Tarantino en otro western moderno, tras Django (2012), aunque esta vez provisto de toques de cine negro e intriga cercanos a los relatos de Agatha Christie.

Tras una poderosa obertura del maestro Ennio Morricone sobre un paisaje nevado, da comienzo con esos títulos en su típica tipografía amarilla El Acontecimiento: “La octava película de Quentin Tarantino”, así anunciada y cuyo portentoso ego no le hará olvidarlo hasta el comienzo de los créditos finales.

Como genial cinéfilo antes que director de cine, su disfrute tras la cámara es inigualable. Logra que un género tan clásico y aparentemente serio como el western, al que ha rendido homenaje en casi todos sus anteriores films, resulte moderno sin que por ello haya ninguna disonancia. Una película de casi tres horas que, por la habitual forma del director en dividirla en actos, se nos hace media. Seis capítulos donde la tensión va in crescendo a medida que pasan los minutos sin que sobre ni uno de sus segundos. Pausada a la hora de presentar a los personajes, todos ellos encerrados en una asfixiante y teatral atmósfera, tras una puta puerta cerrada a martillazos, en la que no se concede el beneficio de la duda a nadie.

De este modo reaparece uno de los fetiches de Tarantino, Samuel L. Jackson, que siempre parece crecerse en los films del director sin repetir un mismo rol. Vuelve a sacar partido a un actor como Kurt Russell, que tras Death Proof (2006) nunca había estado mejor, sin ser lo mejor de la película. Y recupera a una actriz de los ’80, como es Jennifer Jason Leigh (Corazón de medianoche (Matthew Chapman, 1989) o Kansas City (Robert Altman, 1996)) en la que podría ser la mejor interpretación de su carrera.

Por otra parte encontramos a un Bruce Dern al que claramente rinde tributo, Demian Bichir y otras dos figuras tarantinianas: Michael Madsen, con su habitual indolencia de cowboy, y Tim Roth, el más irónico de todos en un papel que aunque para los fans más jóvenes de Tarantino pueda parecer que esté imitando a Christoph Waltz, no hay que olvidar que Roth es bastante más inglés y pertenece al club del director de Knoxville desde sus inicios. Pero de entre todos estos, sin menospreciar a ninguno, la sorpresa la pone Walton Goggins, visto anteriormente en Django y la serie Sons of Anarchy. Aparecen también, en pequeños papeles, otras nuevas caras habituales de Tarantino, como James Parks, hijo del mítico Michael Parks alias Earl McGraw, y Zoë Bell, la Zoë Bell de Death Proof y doble de las escenas de acción de Uma Thurman en los dos volúmenes de Kill Bill, que coloca el paréntesis de la película.

Tarantino vuelve a homenajearse a sí mismo, haciendo referencias a su universo o recreando situaciones de sus anteriores films aunque con la misma intensidad. Porque una de las mejores cosas que sabe hacer es adaptar historias, sacando máximo partido a detalles que suelen pasar desapercibidos, además de conectar sus películas de forma brillante y con una facilidad envidiable. Y, por supuesto, su pasmosa habilidad verborreica en sus típicos pero inagotables diálogos.

The Hateful Eight no es un film genial ni una obra para encumbrar al director, pero sí otro disfrute visual donde la violencia, explícita, bella y desternillante, te estalla en la cara casi literalmente.
Gabi Oldman
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7
14 de diciembre de 2015
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Ambientada en el Berlín Occidental de 1945, se nos presenta a una superviviente de Auschwitz, interpretada por Nina Hoss, que pese a los horrores no se plantea olvidar ni empezar de cero, sino enfrentarse a lo que podría ser una cruel verdad y ahondar en unos motivos que parecen evidentes. Un personaje detalladamente construido que, al igual que la gran interpretación de la actriz, se desdobla; ya sea de forma casual, la negación de una tragedia, o intencionada, por querer buscar la verdad.

No se trata de una película sobre el Holocausto, más bien éste sirve de escenario para contar una historia de conflictos personales, un drama humano entre lo que uno es y lo que fue. La negación a olvidar un pasado, a pesar de las heridas; la búsqueda incesante del perdón, a pesar de un evidente engaño; o la insatisfacción de la venganza, son temas que se tocan en la cinta sin que se dé una respuesta clara y definitiva, sino que invita al espectador a elegir la suya.

De esta forma se pueden entender algunos de los aspectos más inverosímiles de la película, como una cirugía muy avanzada para la época o el propio comportamiento de la protagonista, que se mueve de forma casi fantasmal por las calles de una ciudad post-nazi sin que apenas haya consecuencias. La razón es que, desde el propio título, como el ave que resurge de las cenizas, la cinta tiende a la metáfora.

Dejando de lado la obviedad de los horrores de la guerra, contada de manera pausada pero sin llegar a cansar ni a decaer, nos encontramos ante un drama con tintes de thriller en una intensa búsqueda de redención entre los escombros de una tragedia, de cualquier tragedia.

El desengaño, como traición, la fe ciega y la negación de la realidad, o el plato frío de la venganza se van descubriendo (y cubriendo) en un guión aparentemente sencillo que, aunque podría dar algo más de sí, no deja a nadie indiferente.
Gabi Oldman
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8
6 de diciembre de 2015
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nacer con un don, o pretender salir instintivamente de la virtud de la ignorancia, conllevan al rechazo de cualquier sociedad cerrada en sí misma. El terrible error de ver cualidades excepcionales como peligrosas en lugar de un medio de expansión de una cultura propia, y en consecuencia de un mayor entendimiento entre pueblos.

Así se narra, de forma episódica y a modo de estampas que rozan la perfección, la vida de la primera poeta (que no “poetisa” por ser más de Rosalía de Castro que de Jorge Guillén) gitana que vio publicada su obra en contra de su pueblo y, en cierto sentido, de su voluntad. Con una intensa y gran interpretación de Jowita Miondlikowska como Papusza, se nos muestra una actitud precoz que se desenvuelve en un mundo ajeno y perjudicial para la libertad, para cualquier libertad y más todavía si hablamos de la palabra.

En este caso, toca la raza gitana que, como puede serlo cualquier otra, es perniciosa, cerrada y en muchos sentidos detestable. Tomada desde un punto de vista objetivo, pero siempre a ojos vistas, se nos presentan unos personajes con sus luces y sus sombras pero plagados de prejuicios y valores más que cuestionables. Sin embargo, la película no se estanca en ello, nos hace salir de cualquier retrato estereotipado de la cultura gitana.

De esta forma, la poeta que “traiciona” su raza no se ve como víctima de ningún origen determinado, sino como un sujeto rechazado por el simple hecho de ser diferente a lo que le rodea. Con la palabra como arma se pregunta sobre una naturaleza que no es capaz de comprender, en vez de seguir las costumbres y callar como haría cualquier hijo de vecino.

Con un trabajo de fotografía a-co-jo-nan-te, porque no se puede describir de otra forma, una película que fluye pausadamente, digna de atención, y admiración, para ojos sensibles. Poética en lo visual, desde el primer al último plano, en un blanco y negro de alto contraste que compone cuadros exquisitos. Donde ese trasfondo roba el protagonismo a una poeta que está de igual forma presente en cada fotograma.
Gabi Oldman
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6
30 de noviembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La debutante Claudia Sainte-Luce dirige, con un guión propio basado en su experiencia, un drama costumbrista con aires de cine indie a la mexicana. Una película que nos habla de saber llevar la soledad, la necesidad de crear lazos afectivos y el valor de enfrentarse a la enfermedad; todo ello desde un prisma realista, positivo y sin caer en obviedades, alejado de estereotipos.

Con sencillez y humildad, se nos presenta a dos personajes que sufren en silencio, cada uno a su manera. Por un lado una joven tímida y callada incapaz de encontrar su lugar en el mundo, a la que da vida Ximena Ayala con una interpretación que consigue transmitir en cada gesto sin necesidad de abrir la boca. Por otro una madre de familia, vitalista y fuerte, una muy convincente Lisa Owen, cuya bondad le hace alejarse del dolor. Las dos actrices, cuya buena química ayuda a que empaticemos con ellas desde el primer momento, nos muestran a dos personajes, aparentemente opuestos, que se ayudan mutuamente de forma instintiva estableciendo una relación más allá de un entorno familiar. El punto de vista objetivo que una persona necesita para conocerse mejor, alguien en principio ajeno a su mundo, y que sin embargo va introduciéndose poco a poco hasta formar parte de él.

A pesar de que tarda en arrancar, con inicio excesivamente lento, la cinta se mueve entre el drama y la comedia de manera fluida gracias en gran parte a los planos cámara en mano o algún plano secuencia que dota de dinamismo a las escenas más costumbristas, nos hacen ser testigos presenciales, por ejemplo, de una comida en la que se puede ver también el buen hacer de la dirección y de los intérpretes. Esto, junto a la fotografía, imprime a cada fotograma aires de improvisación.

El dramatismo de los temas queda expuesto de forma sensible pero sin caer en la condescendencia; es decir, no se queda anclado en el dolor y sufrimiento, que como todos bien sabemos pasa un enfermo terminal, sino que nos muestra soluciones para afrontar una tragedia inevitable. De igual forma, el hecho de la soledad no nos es descrito como algo trágico ni desesperadamente marginal, sino como una opción del destino que puede ser salvada si la casualidad (o causalidad) topa con la pieza oportuna.

Una película protagonizada casi al completo por mujeres, que recuerda en cierto modo a Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006) sin edulcorantes, que nos muestra la fragilidad humana con más luces que sombras.
Gabi Oldman
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