Con el Premio Nobel de Literatura hace dos años, España descubrió a una periodista que llevaba toda su vida en busca de la verdad escondida de la Unión Soviética, Svetlana Alexiévich. En 1997 la autora publicó Voces de Chernóbyl, una obra en la que daba voz a víctimas de la catástrofe nuclear. Ahora, en forma de documental ficcionado, desde Luxemburgo se realiza una reconstrucción audiovisual de los cientos de desgarradores testimonios de la obra de Alexiévich.

Mediante una fotografía muy colorida, con tonos que emulan la radioactividad de la zona, y unos actores que no pronuncian palabra en ningún momento, salvo mediante la voz en off, el director de esta película consigue estremecer al espectador. Si ya por sí sola la obra original conseguía poner la piel de gallina a los lectores, ahora, con todos los recursos audiovisuales a su favor, la experiencia se multiplica.

Una película a descubrir. Sin duda, un acercamiento a todas esas almas perdidas desde la catástrofe nuclear de hace 20 años. Un grito ahogado que busca recuperar la vida que “el átomo” y la Unión Soviética les quitaron y no les van a devolver jamás.

Rasmus Heisterberg, guionista de la trilogía de Millenium, escribe y dirige su primera película como realizador. El danés cuenta la historia de cuatro jóvenes universitarios que viven juntos y combinan sus estudios con la vida nocturna de Copenhague. Heisterberg intenta estudiar los siempre incompresibles sentimientos de estos nuevos adultos que pasan sus días fumando, ligando con chicas y durmiendo muy poco. Sin duda, como retrato generacional la película es excelente, aunque quizá sus casi dos horas se tornan excesivas. El principal problema, irónicamente, reside en su guión, que pretende contar una historia demasiado larga sin necesitarlo. Visualmente, la película es una delicia. La fotografía intenta emular los colores que los jóvenes utilizan en Instagram para sus fotos: más apagados, con enorme presencia del rojo y naranja. Por otro lado, el maestro Jóhann Jóhannsson (La llegada, Sicario) corre a cargo de la banda sonora del filme con su característico estilo electrónico y misterioso.

Como ópera prima, In the blood es más que correcta. Sin duda, no se puede exigir mucho a quien no ha dirigido nunca. Eso sí, tiene que ser consiente de que tiene mucho margen de mejora y que no puede dejar al espectador con una sensación tan fría al acabar una película. Para todo lo demás, Jóhann Jóhannsson.

En los festivales de cine, cualquier comedia que se precie suele destacar, aunque solo sea por el hecho de dar a los espectadores un respiro entre tanto drama oscuro e inhumano. La Ley de la Jungla es una loca comedia francesa sobre un interino del Ministerio de la Norma francés, hilarante Vincent Macaigne, que es mandado a la Guyana a preparar una futura estación de esquí artificial. Los tópicos franceses sobre este territorio de ultramar, la poca civilización de sus habitantes, la jungla, los animales tropicales, se extienden hasta el absurdo absoluto en una película que busca darle la vuelta a nuestros planteamientos sobre la globalización.

Desde antes de comenzar, La ley de la jungla ya deja claras sus intenciones: en la pantalla aparece un mensaje en el que se anuncia que durante el minuto de créditos iniciales se escuchará música clásica para no aburrir a los espectadores. Desde este momento, el humor más absurdo tanto visual como argumental inundará la pantalla. La ley de la jungla a la que se refiere el título no parece ser la que rige la Guyana, sino la burocracia francesa y sus estúpidos mandatarios. La película no da respiro al espectador, que no tendrá otra opción que reír ante la odisea del pobre protagonista. No existen momentos dramáticos durante sus dos horas. Su guionista y director se las arregla para solucionar todas las escenas con un toque de humor tan irreverente como refrescante.

Frente a las comedias estúpidas de la televisión y el cine actuales, merece la pena descubrir pequeñas joyas como La ley de la jungla, que consiguen combinar un fuerte mensaje social y político con un imparable humor. Fantástico.

Cuatro parejas reales viven en cuatro ciudades de Europa: Sevilla, Tesalónica, Tallín y Dublín. Este documental aborda las consecuencias que la crisis de 2008 tuvo sobre la juventud europea y las formas de sobrellevarla que cada pareja fue descubriendo. En el formato de la película no se conocen los límites entre la realidad y la ficción, los personajes nunca miran a las cámaras, viven su día a día como si éstas no existiesen, incluso tienen relaciones sexuales como si no importase que los están grabando. Esto es todo un reto para el espectador, que dudará constantemente sobre si lo que está viendo es una ficción muy real, o una realidad ficcionada, lo cual enriquece mucho el visionado. También es justo decir que, aunque las intenciones de su director son evidentes e interesantes, quizá descubrir el día a día de cuatro parejas europeas no se antoja tan apasionante. Todo lo relacionado con sus conversaciones sobre el futuro y su forma de encarar la crisis justifican la realización del documental, pero quizá no sus discusiones sobre sexo o sobre temas más banales. Como ejercicio de descubrimiento in situ de una generación que, sabemos, vive desorientada desde el comienzo de la crisis, este documental merece por lo menos nuestro interés. El retrato que se hace de ella es tan real, como alentador, como desalentador a partes iguales. ¿El futuro? Ya llegará.

En una sección centrada en conocer más sobre la Rusia actual, una película como Zoology tiene todo el sentido del mundo. En un pueblo cualquiera de su extensa geografía, se extiende el rumor de que existe una bruja a la que le ha crecido una cola por pecadora. La mujer en cuestión es Natasha, una mujer solitaria entrada en los 50 años que vive con su madre. Ella guarda el secreto de su nuevo miembro mientras en el pueblo crecen las habladurías sobre esta mujer que, parece, tiene poderes para matarlos a todos.

Lejos de centrarse en la ciencia ficción, a su director y guionista no le interesa para nada el por qué del crecimiento de esta cola, esto es un simple mcguffin para descubrir sus consecuencias tanto en la vida de esta curiosa mujer, como en su entorno. De esta manera, Zoology se convierte un estudio sociológico sobre la Rusia actual y sus ciudadanos. Natasha, interpretada a la perfección por Masha Tokareva, conseguirá encontrar el amor y olvidarse de las habladurías del pueblo. Sus compañeras de trabajo se ríen constantemente de ella y le hacen bromas pesadas, pero de alguna u otra manera gracias a su nuevo apéndice, consigue aprender a vivir de otra manera.

El personaje principal descubre que, pese a tener una cola de mono, el resto de la sociedad se parece mucho más al mundo animal que ella misma. Esa cola es una gran metáfora sobre lo que nos hace diferentes y la importancia de ser uno mismo. Frente a una sociedad cerrada, extremadamente religiosa, solo queda cada uno para conseguir la felicidad como cada uno la comprenda. Gran película a descubrir tanto para amantes de la ciencia ficción como para los de las buenas historias humanas.