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Críticas de pablo garcia del pino
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Críticas 47
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
12 de enero de 2008
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mata-Hari

Greta Garbo fue una esfinge, jamás hubo en ella nada de esa frescura descocada que Marlene Dietrich repartía a diestro y siniestro. Fue gran actriz porque lo demostró en "Ninotchka" y "Camille". El resto de su filmografía son tropezones sin ton ni son, que explotaron su fatalidad frente al público absurdo que la encumbró. Era bellísima, pero marmórea. Hasta ambigua (como demostró en "La reina Cristina de Suecia") Sus poses de cine mudo, rozaron el ridículo y cayeron en él al llegar el sonoro. Pero oirla hablar en inglés sigue siendo un goce. Muchas la parodiaron. No fue jamás esa gran Garbo que nos han metido por las narices. Quizás hizo bien retirándose a tiempo del celuloide. Creó un mito que, visto hoy, no sirve. Esta Mata-Hari, firmada por un director al que ningún cinéfilo logra situar en el firmamento hollywoodense, recarga la leyenda de la Garbo, como una mantis-religiosa que devora, sin masticar demasiado, a ese mundo de mamarrachos masculinos de entonces: Ramón Novarro es un memo insoportable, y Lionel Barrymore un viejo militar atontado entre un amor sin pies ni cabeza y un caso de espionaje como para descuajaringarse de risa. El final es patéticamente risible. ¡De rechifla! ¡Ni los hermanos Marx! ¡La danza de la Garbo haría resaltar de colores vergonzantes a las danzarinas javanesas! Pero es un film curioso: vale la pena reírse de esa grotesca sociedad masculina que arrastró al mundo a la I Guerra Mundial. Mata-Hari, siendo grotesca también, se rió de todos. Se la cargaron, pero ella y la Garbo agravaron la atmósfera del esperpento. ¡Ojalá hubiesen existido más Mata-Haris como ella! ¡El mundo macho se lo merecía con creces! ¡Un hurra por Greta Garbo!- Pablo García del Pino
pablo garcia del pino
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10
6 de enero de 2008
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Umberto D.

Un aura sombría, pesimista, nos permite comprender que al infortunio le gusta asomar la oreja por todas partes. Pero el nivel moral y psicológico del personaje, puesto a prueba por esa sociedad ominosa que lo rodea, demuestra que no es más desgraciado el pobre infeliz vapuleado por la malicia del mundo, sino el que tantas veces demuestra tener más razón. Chaplin (que lamentó no haber sido capaz de rodar la ejemplar transparencia humana que nos ofrenda el doliente "Umberto D.") sollozó, como todos nosotros, viendo esta historia sencilla a primera vista, pero que el gran De Sica convirtió en una obra maestra absoluta. Jamás existirá a nuestra disposición un retrato más perfecto de ese ser humano, envejecido, solitario, y maltratado por una posguerra que, ansiosa por conformar aquel nuevo mundo a los deseos de su flamante sociedad, "no llegaría a conocer más piedad que la de su maldad". Hay simples imágenes (¡imposible resaltar con mayor excelencia la conjunción perfecta de este drama demoledor!) tan desgarradoras que todavía hoy ejercen efectos devastadores en nuestros corazones: Umberto limosneando, y volviendo su mano del envés al primer intento. El perrito Flike sombrero en boca; perdido luego en la perrera y a punto de ser gaseado. Su huida, casi humana, en el intento suicida de su amo. Revestido de humildad, yo conceptúo este film como sobrenatural. Y ahora cuélguenme todos los sambenitos del drama, pero pongan una lámina del Cristo, si quieren, sobre el rostro de Umberto D. No existirá jamás criatura cinematográfica más digna de ser purificada. Como no hay ley divina o humana que nos impida llorar a moco y baba con esta maravilla, que es lo que pasa cuando los deberes del amor que nos debemos los hombres entre sí no hallan hueco en este mundo de imperfección. Visto desde ese prisma, no lo duden! ¡"Umberto D. es su película!" Y que no les remuerda la conciencia al igual que a Charles Chaplin, pensando en cómo no se le había podido ocurrir a él drama tan hermoso, tan irreprochable visión de la impiedad y del victimismo a que nos somete la sociedad, tan sublime disección de una conciencia desesperada, pero capaz de perdonar toda la inmundicia terrenal que nos rodea. ¿Se liberará nuestro hombre imaginando que a la hermosura del alma, la de entonces, siempre la supera la del amor? Vean a Carlo Battisti, genial protagonista de la película (la única que interpretó), en la secuencia final, tratando de recuperar el cariño y la confianza de Flake. Quizás así obtengáis la respuesta. Os lo garantizo, como buen cinéfilo que soy. Una vez saboreado este "Umberto D." (¡y pongo la mano en mi pecho dolorido!), no obtendréis consuelo. ¡Jamás podréis olvidarla!
pablo garcia del pino
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10
6 de enero de 2008
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo para hombres

De nuevo Fernando Fernán Gómez, que hace del teatro "su lira". Miguel Mihura ataca con su "Sublime Decisión", y nuestro Gómez la disecciona (entre paréntesis), le impone un reparto de castañuelas, refuerza la técnica del proscenio aprovechando la autoridad que le ofrece la cámara, y como mandan los cánones de la genialidad Fernandiana (es irrefutable el monumento que este gran hombre habrá de merecer en el futuro) se ríe de los noviazgos "balconiles", batidos por el cierzo, del tremebundismo de las chulerías ministeriales madrileñas, de la precisión, a veces certera, a veces inconexa, de las palabras, de los retintines y dobles sentidos, del mundo macho y de las limitaciones femeninas, con una reconstrucción de época decimonónica donde los hombres baten records irresistiblemente cómicos y rayanos en la estulticia, y el bello sexo le sigue el juego en sus connotaciones tontas (que formaban la quintaesencia de lo varonil), dialogan como cotorras y perdonan sus vicios, con tal de que, más allá, se alce el altar que habrá de sanearles sus matriarcados absurdos. Tan sólo una de sus hijas no se somete, y dará lugar a la tan cacareada "Sublime decisión". ¡Ah, pero las politiquerías, que suben y bajan como la espuma del tiempo, no perdonan! Se necesita saber mucha historia para comprender los mil detalles graciosos del film. Fernando Fernán Gómez y Analía Gade (valga la redundancia) ¡SUBLIMES!... Pablo García del Pino
pablo garcia del pino
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9
6 de enero de 2008
14 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá del bien y del mal

La polémica directora italiana Liliana Cavani que ya anduvo a la brega con su "Galileo Galilei", se atrevió, esta vez, ¡ahí es nada!, con el mismísimo F. W. Nietzsche. El filósofo agnóstico, liberal, socialista, apasionado y radical, que puso en un brete la cultura europea de su siglo. En la película vislumbramos algo de su irracionalismo moderno al que acompañaron ambiguas amistades; sus crisis, el ambiente hostil de un hogar presidido por una intolerante hermana, y su locura final de la que jamás se recuperó. Es un film poco visto, o nada visto, pero decididamente recomendable. Hoy, los que tanto admiramos (y conocemos) a Visconti, y luego al mejor Bertolucci, adivinamos que la Cavani encauzaba sus desviacionismos hacia ese mundo apasionado del maestro Luchino, y que también parecían abrírsele las puertas estilísticas del gran Bernardo. Dominique Sanda, atractiva, racionalista y sensual (ya lo estuvo en "Novecento"), se convierte en el epicentro del film, y Virna Lisi, viperina y bella, reivindica su gran talento interpretativo, malgastado, años atrás, en absurdas comedietas norteamericanas. El bergmaniano Erland Josephson crea un gran Nietzsche. Robert Powell, que fue el "Mahler" de Ken Russell, nos ofrece un interesante recital como su ambiguo alumno.-Pablo García del Pino
pablo garcia del pino
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8
23 de diciembre de 2007
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las aventuras colonialistas de Mr. Rudyard Kipling siempre dejaron en sus fervorosos lectores cierto sabor inofensivo, porque, él mismo, creo yo, no sabía cómo rematar los llamados "lazos afectivos" (que nunca existieron) entre ingleses e hindúes (y para muestra el botón más magistral: "Pasaje a la India"- que no era de Mr. K., sino de E. M. Forster. Obviando el tristísimo papel que todo conquistador ejerce sobre sus colonias-, este "Kim de la India" de Victor Saville nos resulta, visto hoy, y como es de cajón, más entrañable que veraz. Pero alguien dijo que la aventura supera a la mentira, o por lo menos la justifica.
Las patrióticas hazañas historicidas (racismo y militarismo incluído), tenían, pues, todos los ases para deslumbrar nuestros ojos infantiles en la vistosa, falsa, casi legendaria, y, ¿por qué no?, casi mística (por ahí anda el lama tibetano a la búsqueda de su fabuloso río de la flecha) irrealidad de un colonialismo, siempre nefasto, pero que contribuía a recargar de atmósfera de leyenda las necesidades de la imagen, provenientes o no de la literatura. "Kim de la India" fue un sendero de luz cargado de falsas pistas y extrañas obsesiones para aquel público infantil que se agolpaba en los anfiteatros de nuestros entrañables cines de barrio, y que no sabía de la misa la media. ¡Dichosa MGM! Visto así, a mí -que todavía me siento niño-, como a tantos otros, nos sobran razones para seguir emocionándonos cinematográficamente con este sencillo, armónico e inolvidable film.
Cine en suma y carne de aventuras imposibles. Tampoco podemos pasar del mito: ¡ay! aquel irrecuperable Dean Stockwell boy, saltando por las atractivas azoteas de Lahore, poniéndonos los dientes así de largos en sus exóticas andanzas entre espías hindúes femeninas "made in Hollywood", "amigo de todo el mundo" y "go-between" del Mahbub Alí, el afgán de barba roja, encarnado por un Errol Flynn de fábula; y el insólito Lama creado por Paul Lukas, iluminado soñador del mito budista, siempre a la búsqueda desesperada del sentido de la vida y de la muerte, capaz de domeñar cobras ante la mirada asombrada y devota de Kim; las magias intrigantes y con su puntito de terror de Lurgan Sahib, el vitriólico y ojisaltón Arnold Moss; los complots y espionajes de un Imperio Inglés que se negaba a admitir que su caudillaje se tambaleaba, y la bien integrada maldad, que parecía arrancada de "Las mil y una noches" del Emissary, impagable gordinflas que fue Thomás Gómez.
¡Cuánta ciencia ficción, que escasa denuncia al uso y abuso del colonialismo inglés, pero qué toque y retoque costumbrista, casi humanista, de este inenarrable "Kim de la India" que nos hacía lanzar gritos como el de los hermanos Marx: "¡más madera!... en aquellas no menos exóticas tardes de cine!... Pues, sí, "Kim" es un clásico, malgré tout, curioso, lujoso, y hasta morboso. ¡Qué tiempos aquellos ...! Y es que los chicos de hoy ya no son los mismos.
pablo garcia del pino
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