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España España · Zaragoza
Críticas de Paco Ortega
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Críticas 201
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
14 de junio de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película tiene algo insuperable: la tristeza en la mirada de Gary Cooper. Esa dramática soledad sonora siempre será un referente de nuestra propia soledad, ese caminar por las calles de un ciudad desierta, en una búsqueda inútil de hombres dignos y valientes con los que hacer frente a la ignominia, tiene mucho de paradigma de un vida vivible y se convierte en un ejemplo que trasciende con mucho el género del western. Hay que ponérsela a los niños en las escuelas para que comprendan en qué consiste el valor social de la dignidad.

Siempre me emocionó la epopeya de un hombre que se queda solo el mismo día de su boda, impelido por su propio concepto de la moral. Siempre me parecieron felizmente expuestas las razones de quienes le dejaron solo, que tampoco son banales. La vida se manifiesta aquí en su plena complejidad y no como una falsificación ridícula en la que los buenos y los malos lo son porque el guionista los hizo así. Una paleta de comportamientos, pues, que nos resume muy bien a los seres humanos, siempre frágiles y contradictorios, y esa maldición que parece presidir siempre nuestras vidas: elegir. Kierkegaard decía precisamente que vivir es elegir.

La vida y la ficción se entrecruzan en ella. El guionista, Carl Foreman, dijo sentirse muy solo ante ese inefable Comité que diseccionaba inquisitorialmente la vida y la ideología de los intelectuales norteamericanos cuando fue acusado de actividades políticas subversivas y muchos de sus compañeros miraron en ese momento para otro lado, o se fueron al cine a ver una película de John Wayne.

Además de Cooper encontramos a otros actores magníficos que representan esas elecciones. Por ejemplo a la mexicana Katy Jurado, con sus ojos turbadores, que al año siguiente iba a coprotagonizar “El bruto”, una de las mejores películas que Luis Buñuel iba a rodar en su país. Y, naturalmente, la bellísima Grace Kelly, en la segunda película de su corta carrera cinematográfica, y dos años antes de ganar un Oscar a la mejor interpretación por su papel en “La angustia de vivir”, de George Seaton. Aquí tenía veintitrés años y esposo en la ficción Gary Cooper, cincuenta y uno.

Fred Zineman, de origen austríaco, era seis años más joven que él. Ya tenía detrás de sí algunos títulos memorables, como “La Séptima Cruz”, basada en la novela de Anna Seghers y protagonizada por Spencer Tracy, pero con ésta se manifiesta como un director sólido y valiente. Tal vez no lo sabía, pero “Solo ante el peligro” iba a granjearle, además de un enorme prestigio, muchas enemistades entre quienes cultivaban un género de western en el que los indios eran los malos y forajidos con pistola, muy buenos.
Paco Ortega
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8
16 de marzo de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gustó mucho An Education: era un mal día, porque en la sala, inmensa, estábamos solo dos personas. ¿Es un síntoma o una casualidad? Siempre me lo pregunto, pero la verdad es que las últimas veces que he ido al cine el paisaje ha sido parecido.

Me gustó por su impecable factura, muy limpia y británica, el guión, la interpretación y eso que conocemos con el nombre de mensaje. Es un mensaje positivo, optimista, en absoluto ñoño o ternurista de baja ralea. En la vida es posible sobreponerse a los golpes, a las mentiras y a los enredos, y luchar por los verdaderos objetivos. Es posible, aunque no fácil. Aquí se alaba el esfuerzo, la posibilidad de aprovechar las segundas oportunidades. Errar es humano, rectificar también. El mal existe: el infierno son los demás, los que saben más que nosotros y utilizan su sabiduría (parcial) para manipularnos. Ojo, pues.

Con una aire de comedia –de esas comedias británicas (insisto), burguesas, refinadas, divertidas-, termina apareciendo una tragedia muy bien llevada. No era fácil, por el argumento, por la situación. Hay que verla para comprender lo que digo. Doy otra pista: a mí que me horripilan las películas de adolescentes en apuros, ésta, lejos de horripilarme, me conmovió profundamente.

Y dos sorpresas agradables: las interpretaciones de Carey Mulligan y Peter Sarsgaard, un tipo que trabajó en “Pena de muerte”, a las ordenes de Tim Robins, y que se distinguió por su oposición a la guerra de Irak. Desde que he sabido esto último, me cae bien, porque salí odiándolo del cine. Su trabajo es impecable, inteligente, sutilísimo. Y el de Olivia Williams, encarnando a la maestra que finalmente contribuye a reparar lo que se torció por el camino.

Es un cine de seres humanos a los que les pasan cosas de seres humanos de hoy. Que yo sepa esta película no ha ganado ningún premio, pero yo sé más de tres o cuatro que deberían darle y quitárselo a otras.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Paco Ortega
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8
15 de marzo de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un ejemplo perfecto de cómo se lleva al cine, no solo con gran corrección y con respeto a la novela de la que procede su guión, sino también con brillantez propia de obra cinematográfica bien terminada. Mario Camus consigue traducir ese discurrir monótono de los días en un cortijo extremeño, en donde parece que nada pasa. Pero pasa: pasa el vergonzoso espectáculo de la esclavitud, de la cosificación de los seres humanos, de la barbarie implícita en esa tradición latifundista y medieval que la República no pudo detener.

Veo la película una vez más, en esta ocasión conmocionado por la muerte hace tres días de Miguel Delibes. La novela fue publicada en 1981 y la película fue rodada tres años después. En esa narrativa hermosa de Delibes, hecha de intensas pinceladas y de personajes, hay una exigencia implícita que el director acepta: encontrar a buenos actores y dirigirlos bien. Son tan rotundos esos personajes que a medio camino se instalarían entre la ridiculez y la parodia. Pero Paco Rabal y Alfredo Landa están inconmensurables. Por eso obtuvieron el Premio de Interpretación del Festival de Cannes. Pero también lo están Juan Diego, Terele Pávez y Agustín González, componiendo un mosaico interpretativo de primer nivel.

Curiosa circunstancia: Landa, el denostado con razón por la cantidad de películas infumables, por esas españoladas del destape de los primeros años, recogiendo el testigo de Paco Martínez Soria y otros similares, en esta película y tres años después en “El bosque animado”, de José Luis Cuerda, y algunas otras, se reivindica inapelablemente ante nuestros ojos y ya para siempre. Como decía Giorgio Strehler del teatro, el artista es ese señor que se equivoca muchas veces y acierta bastantes menos.

Camus: otra carrera sorprendente. Incluye títulos como éste, “La colmena” (1982), o “La casa de Bernarda Alba” (1987), junto con otros perfectamente prescindibles que sirvieron para publicitar las imágenes de Raphael o Sarita Montiel. Un director con un inmenso oficio, sin demasiados premios ni distinciones. Cabe pensar que en otras circunstancias y de otra manera hubiera sido reconocido como uno de los grandes de Europa. “Los santos inocentes” no son el fruto de la casualidad, sino de una maestría que se me antoja injusta y lamentablemente poco desarrollada.
Paco Ortega
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9
14 de marzo de 2010
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Somos un resultado, un balance provisional.

El presente es una cara, un cuerpo, una cabeza llena de sueños, ilusiones y proyectos, una cuenta bancaria, una familia, un círculo de amistades... Y también un corazón gastado por las decepciones, las batallas ganadas, las perdidas. De ese material que somos nosotros mismos construyen los dramaturgos norteamericanos de los cincuenta sus mejores obras teatrales en donde encontramos personajes también inmensos en situaciones que limitan con su propia resistencia. Y todo ello en un contexto social también muy presente, muy influyente en los interiores de esos personajes, en donde una de las realidades es la inmigración y los conflictos interculturales.

Eso es el teatro de Tennesse Williams, el certero autor teatral nacido en 1911 y muerto en 1983: un choque de trenes, una explosión, con sus momentos anteriores y sus consecuencias posteriores. Hace falta magníficos actores que hagan creíbles esas excursiones a los límites de la realidad. Y siguen haciendo falta magníficos actores para llevar al cine lo que en principio fue concebido para verse sobre un escenario. Por eso, Elia Kazan, que sabía mucho de cine y de teatro y, en concreto, de esta obra que había ya montado en Broadway hacía escasamente tres años, no tiene dudas al asignar nuevamente a Marlon Brando el personaje de Stanley, el rudo inmigrante polaco, y a Viven Leight el de Blanche Dubois en esta versión cinematográfica de “Un tranvía llamado deseo”. A Marlon no le dieron el Oscar, pero a Vivien sí, y con éste ya llevaba dos.

Sin embargo Brando está extraordinario. Qué fuerza, qué técnica, qué calculo de energías para un actor de veinticuatro años, con tan poca experiencia a sus espaladas pero con una intuición y una sabiduría intuitiva fuera de o común. Algunos de sus momentos, compartidos con Vivien, o con Kim Hunter (Oscar a la Mejor Actriz de reparto), pertenecen ya a los mejores recuerdos del cine: la que Stanley grita desconsolado el nombre de su mujer, la de Stanley desmontando a Blanche su mundo de fantasía, la imagen de Stela clavándole los dedos a su marido en la espalda en un abrazo desgarrado, lleno de pasión y de amor...

Ese cine y ese teatro ya no pertenecen a nuestro tiempo, como tampoco pertenece a nuestro tiempo el teatro de Shakespeare. Lecciones intemporales de talento artístico, de cómo se escribe un guión, de cómo se dosifican los elementos racionales y emotivos de manera exacta para contarnos una historia desgarradora, posible, reconocible, de cómo se da vida a un personaje. Tal vez Nueva Orleáns no sea ya como aquí aparece, pero cualquier lugar en donde los celos, los fantasmas, el deseo y la crueldad forman parte de un mismo cóctel puede ser Nueva Orleáns.

Un decorado de teatro, que no se disimula a sí mismo, puede ser más evocador que todos los efectos especiales de Avatar. Porque en ese decorado nos sería posible situarnos si nos sentimos algo más que meros espectadores de lo que a los demás les ocurre.
Paco Ortega
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9
25 de diciembre de 2009
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda la película de Spielberg estaría en todas las listas de mejores películas no sólo de la década de los noventa, sino de la historia del cine.

Es abrumadora. En extensión, en profundidad, en belleza, en provocadora de desbordados sentimientos. El momento en que Oskar Schindler se despide de los judíos a los que ha salvado la vida, en donde estos le regalan un anillo, es de una extrema capacidad de provocar nuestra respuesta emocional. He visto a llorar a muchas personas, inteligentes y cultas, en ese momento.

Pero eso no es todo. Su forma, a caballo entre el documental y la narración, es inapelable en cuanto a la denuncia que lleva implícita sobre el holocausto, la gran tragedia de la humanidad, tan horrenda y tan cercana. Tal vez los detractores de la película tienen razón cuando la acusan de simplificar la figura del protagonista, quienes consideran un oportunista que no tuvo la heroica dimensión que Spielberg le atribuye. ¡Qué más da! Pónganle esta película a cualquier joven de quince años y se vacunará para siempre contra cualquier tentación fascista…

Cuando una película aparece ante nuestros ojos revestida de grandeza es porque todos los elementos funcionaron tan bien que la excelencia termina no sorprendiéndonos. Eso ocurre en “Lo que el viento se llevó”, “Ben Hur”, y tantas otras. Como aquí: el guión, la fotografía y, naturalmente, los actores, que están sencillamente espléndidos, aunque ninguno, a juicio de la Academia, mereció un Oscar.

Dicen que se pasó diez años pensando en cómo la haría, y dicen también que el rodaje casi le cuesta su felicidad conyugal. Al final no fue así, y la señora Spielberg puede sentirse dichosa del talento inconmensurable de su marido, ya sea para contarnos historias de marcianitos que se vuelven humanos o de seres humanos que se olvidan de su condición.
Paco Ortega
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