El homenaje de Tarantino al spaghetti western es una delicia para los amantes del género, porque en su mezcla de referencias, estilos y reinvenciones históricas la película no solo logra rendir pleitesía a las mejores (y peores) producciones de la serie B de pistoleros del viejo oeste, sino que se destapa como una flamante aportación.

Sí, puede que Tarantino no sea Sergio Leone… ¿Pero quién lo es? Y aunque no posea la maestría del director italiano, sí que tiene la delicadeza y detallismo de un director muy superior a la media. A los ejemplos me remito: La llegada de Django al pueblo en una secuencia que hace coincidir en el plano la soga con su cabeza; el pulso narrativo que pasa de la aventura a la tensión, que todos sabemos que romperá en algún momento el silbido de una bala; o la insuperable escena de Django pasando por detrás de los tablones de la casa, tirando la puerta abajo y proyectando su silueta en el habitáculo donde yace llorando su amada, mientras de fondo suena la sobrecogedora partitura de Ennio Morricone. Si ese no es uno de esos momentos en los cuales el cine trasciende y emociona, cerremos el establo y vayámonos de aquí.

Además, ninguna otra película trata la esclavitud de Estados Unidos con el desparpajo, crueldad y a la vez elegancia que vemos aquí. No se para en lo correcto o incorrecto, lo muestra todo con violencia, entretenimiento, drama, comedia, amor y odio. Que cada cual saque sus conclusiones sobre esta historia de venganza en un salvaje oeste de esclavistas y cazarrecompensas, con aroma clásico y moderno a la vez.

Me deja mudo lo que el bueno de Quentin es capaz de hacer cuando está inspirado. Aún así le voy a sacar carencias: Me sobran minutos, me falta un vaquero protagonista más canalla y menos heroico, me falta uno de esos duelos al amanecer y me faltan primerísimos planos. Pero bueno, es muy divertida.

Como dato interesante, Django es un personaje recurrente de los westerns, y el primero de todos estaba interpretado por Franco Nero, el cual hace un cameo en la película. Buen detalle.

Dice la película que no hagas preguntas de las que no quieras saber las respuestas, pero mi problema no es que no quiera saberlas, es que esas respuestas no existen. Más que mi problema, es el de esta tercera entrega, pues se tira de cabeza a los viajes temporales y eso la hace caer en el sinsentido argumental. La paradoja no tiene lógica, mientras que los sucesos a los que asistimos en este viaje al pasado contradicen tanto las anteriores entregas como esta misma. Habrá quien rebata que la franquicia nunca ha destacado precisamente por su verosimilitud, y tiene razón, por eso voy a intentar hacer la vista gorda sobre los errores de continuidad.

Igualmente mis quejas no terminan ahí. El salto temporal no me convence como idea para lo que venía siendo una comedia absurda de agentes secretos que resuelven problemas de marcianos destinada a soñadores que miran las estrellas cada noche, aunque se agradece que al menos tengan el detalle de llevarnos al lanzamiento del Apolo 11. El tono es más dramático, rebajando muchísimo el nivel de tontuna aunque siga habiendo chistes, incluso el gran giro de la película es emocional, y yo no no había venido a eso. Nadie se cree que Josh Brolin tenga 30 años y el tío carece del carisma de Tommy Lee Jones, el cual aparece en pantalla un par de minutos y se lo ve muy cascado, seguramente por eso lo han apartado del rol protagonista y se han sacado de la manga esta estupidez para mantener el personaje. Por último, he echado de menos ese paseo secundario de todo tipo de alienígenas aportando chorradas.

Quitando todo lo anterior, que no es poco, tiene sus momentos. La ambientación de finales de los 60 siempre viste con elegancia una película de ciencia ficción. Los efectos especiales están currados. Las escenas de acción son decentes y el clímax en la nave espacial tiene su gracia, con la sociedad del momento mirando el lanzamiento por televisión. Pero vamos, eso de que es mejor que la segunda parte… no. Como mucho rondan el mismo nivel, y yo diría que ni eso. Este es un film repleto de clichés, infantil y superficial que a duras penas conserva la personalidad insolente de la saga.

Serie centrada en la decadencia de los últimos años de Truman Capote, marcada por el alcoholismo y la depresión, más impulsada por su exilio de los círculos elitistas de Manhattan tras publicar un artículo donde aireaba con afilada veracidad los trapos sucios de las que eran, supuestamente, sus amigas íntimas, sus cisnes, mujeres de la alta sociedad que después de ver sus secretos expuestos eliminaron a Capote de su entorno, condenándolo al ostracismo.

Si te gusta Capote, sus obras, su vida, o los biopics sobre su persona, puede merecer la pena este acercamiento a su mundo. A la miniserie le sobran capítulos, da vueltas en círculo contando lo mismo con innecesaria reiteración, pero aparte de eso está bien realizada y resulta interesante, aunque la excesiva duración le pase factura. Con respecto a las películas (“Capote”, de 2005; “Infamous”, de 2006), la historia empieza justo donde terminan aquellas (sí, ambas contaban lo mismo), por lo que casi podemos considerarla una secuela y agradecer que no se centre, otra vez, en la misma etapa del autor.

Cuenta con un reparto de lujo a la altura de las expectativas. Tom Hollander no tiene nada que envidiar a las interpretaciones realizadas por Philip Seymour Hoffman y Toby Jones en la gran pantalla. Entre los cisnes destaca Naomi Watts por contar con un mayor protagonismo, pero no por ello es desmerecedor el trabajo de las demás actrices, todo lo contrario, brillan con luz propia.

En la dirección lidera el siempre enigmático Gus Van Sant, que se encarga de todos los episodios excepto dos, de los cuales se ocupan Max Winkler y Jennifer Lynch respectivamente, habituales de la producciones de Ryan Murphy. Se nota el sello de todos ellos y es algo a tener en cuenta, porque el estilo independiente de Gus Van Sant no es del agrado de todo el mundo.

Cabe mencionar que la serie no es un fiel reflejo de la realidad. De hecho, es una visión artística y libre que usa los recursos que le da la gana para lograr transmitir lo que desea. A veces parece que estamos viendo un sueño, otras una pesadilla. Los deseos y los miedos se materializan. Hay un episodio que es como un cuento, hay otro puramente surrealista y otro más que se atreve a ser un falso documental retro, para que os hagáis una idea. Además los hechos se narran en completo desorden, lo que puede resultar confuso.

La temática es variada. Por una parte nos intenta mostrar un poco esa alta sociedad moribunda a la que nunca le ha faltado de nada a pesar de no haber trabajado jamás. Mujeres que buscan la perfección, la belleza, que irónicamente esconden odio y tristeza. Cisnes que serían patitos feos sin su plumaje, pero que aún conociendo su naturaleza atraen por su elegante hermosura. Por otra parte asistimos a la caída de Capote, ese contradictorio personaje que navega entre amistad y traición a través de mares de egolatría y alcohol. Víctima y verdugo de los cisnes y de sí mismo. Exploramos la amistad entre unos y otros, así como su ruptura y su soledad. Capote no pudo soportar quedarse solo, aunque él mismo lo buscaba incesantemente, y se fue marchitando poco a poco. Los cisnes tomaron sus acciones como una afrenta irreparable, no tanto por divulgar sus secretos como por verse retratadas con dolorosa precisión de cirujano, y no estaban preparadas para el reflejo de la verdad, acostumbradas a ver el mundo desde su burbuja de felicidad artificial.

Pero sobre todo, la serie trata sobre el paso del tiempo, que todo lo corroe y todo lo transforma. Los personajes no son más que melancólicos fantasmas de otra época vagando entre remordimientos y plegarias, recordando resplandecientes instantes que ya no volverán.

Que tan solo un año después saliese otra versión de la misma historia cuando la película original ya era bastante buena suena totalmente innecesario, y de hecho lo es, por mucho que se intente contar de forma diferente. De todos modos nos encontramos ante una película aceptable, y lo suficientemente diferente de la de 2005 como para visionarla sin que nos produzca la sensación de estar ante una fotocopia.

¿En qué se diferencian? Bueno, esta es un docudrama con toques de comedia, que muestra más del círculo de Capote y sus amistades con la alta sociedad. Se para más tiempo en su relación con el asesino y nos muestra una visión más humana de ambos. Asimismo trata con más ambigüedad la naturaleza del escritor, dejando en el aire si realmente siente lo que hace o es mera manipulación.
Por contra, la versión del año anterior era una película muy gris, fría y pesimista. Se centraba únicamente en el personaje principal, sus obsesiones, contradicciones y traiciones, dejando fuera del plano a los secundarios. Si comparamos interpretaciones, la de Philip Seymour Hoffman puede que sea menos creíble pero resulta más fascinante y satisfactoria, mientras Toby Jones es mejor elección para el papel y le da un matiz más cercano. Donde destaca más esta versión es en los secundarios, un lujoso plantel liderado por Daniel Craig.

Por lo demás son bastante similares. Acercamiento a ese loco y polémico genio que sabía camelarse a la gente tan bien. Yo diría que "Infamous" es más una versión para fanáticos del escritor, pues hay referencias y personajes que solo ellos van a conocer y cuya presencia no aporta gran cosa. Personalmente, me quedo con la otra.

La historia comienza con el anuncio de un suicidio, captando al toque la atención de toda la audiencia, la cual acaba de ser usada para demostrar que la película lleva razón en el análisis que está a punto de exponer: Los medios de información son espectáculos amarillistas, los espectadores una masa maleable deshumanizada en busca de morbo, y el mundo un negocio al cual le importan bien poco los dos puntos anteriores, siempre y cuando no alteren el funcionamiento de la maquinaria globalista.

El mensaje sigue tan vigente, ha envejecido tan bien, que la película asusta. Aunque no es solo por el contenido, sino por las formas. Sidney Lumet dirige con un portento que atosiga, el guion de Paddy Chayefsky es abrumador y las interpretaciones juegan en otra liga. El trío protagonista te mantiene en tensión todo el rato encarnando personajes completamente fuera de sí mediante unas actuaciones tan fascinantes como aterradoras.

En cuanto a la implacable y pesimista observación sobre en lo que se ha convertido el mundo, nos habla de generaciones enteras cuya única realidad conocida es percibida a través de una pantalla, como si viviesen toda su vida en un pequeño tubo, sin conocer nada de verdad, pues su verdad se limita al circo del entretenimiento. Nos enseña que la lealtad no existe, no en el trabajo, no en el amor, no en ningún sitio. Nos presenta el nuevo orden mundial, donde no existen naciones, ideologías o democracias, sino un sistema de empresas y dinero que no entiende de nada de lo anterior. Concluye que tampoco hay individuo, solo entes deshumanizados, fabricados en serie, sin valor, sin importancia, reemplazables. Humanoides sin humanidad.

Vivimos en una distopía. No hay revolución. El mundo se ha convertido en un planeta de muertos vivientes que se mueven según la señal fabricada por traficantes de ilusiones. Desolador.