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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
21 de enero de 2019
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el reparto, amén de ser estelar, dota a los respectivos personajes de más profundidad que la que el propio texto permitiría (cabe destacar las labores de Cynthia Erivo, Jeff Bridges y Lewis Pullman, quienes firman unas actuaciones realmente memorables), despertando en el respetable un cúmulo de sentimientos hacia ellos tan fluctuante como sus comportamientos, si bien estereotiparlos es demasiado sencillo debido a la burda tipificación que exhiben (complacientes cantantes, gentiles ladrones, egocéntricos espías, penitentes recepcionistas, crueles féminas y manipuladores predicadores tratan de aparentar lo que no son y ocultar sus verdaderos propósitos sin creíble convicción); la división por capítulos se traduce en una muy acertada estructuración argumental, facilitando la comprensión (al principio nada se sospecha y al final todo se revela) mediante siete capítulos (cuatro de estancias y tres adicionales), a cada cual más revelador (y, sobre todo, clarificador) que el anterior; la recreación de la época en la que se desarrollan los fatídicos sucesos (violencia e imprevisibilidad se unen en la mayoría de compases) está grandilocuentemente lograda, desde tonalidades hasta vestimentas pasando, cómo no, por decorados, repletos de artilugios que dibujarán sinceras sonrisas en los rostros de melancólicos al ver cómo afloran sus recuerdos más intimistas, aquellos irremediablemente arraigados.

Lo peor: la inmediata comparativa que suscita la premisa (y el devenir) de la historia, recodando mucho el contexto situacional al de Los odiosos ocho (por la confluencia de extraños en un mismo lugar), Identidad (por la compartición de un secreto a guardar) y En el punto de mira (por la complementación de los conflictos desde varias perspectivas), lo cual no se antoja un oportuno homenaje sino un indeseable eco de las mismas; el material promocional no se corresponde con el producto final, anunciándose una comedia negra y no siendo más que un drama musical (la importancia sonora es tan tediosa como los momentos gratuitos destinados a tal efecto) con matices policíacos de corte clásico y, por qué no sentenciarlo, desfasado, no trascendiendo como pretende el autor de la genial La cabaña en el bosque sus nuevas (por adjetivarlas de alguna manera) ocurrencias; la alterna e ilusoria cronología de los hechos, lejos de contagiar el derrotismo que padecen los protagonistas (todos lo son y dejan de serlo en cuestión de segundos), provoca una dualidad de impresiones equiparable a la que posee el establecimiento biestatal (limítrofe con California y Nevada representando eternos polos opuestos cual ejemplar alegoría) en el que ocurre prácticamente todo.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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8
17 de enero de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la brillante actuación de Matt Dillon encarnando a, como bien se define en el filme, “un maldito neurótico lleno de compulsiones obsesivas con un sueño patético de ser algo más grande”, siguiéndose la evolución del mismo durante nada menos que doce años destacando, de entre todos sus “incidentes” (más de sesenta confesos), cinco elegidos al azar (por rebeldía, liberación, necesidad, ritualización y superación aprovechando, respectivamente, averías de coche, visitas de desagravio, cotos de caza, citas de pareja y experimentos de ejecución) perpetrados de las más variadas formas (golpeando, estrangulando, disparando, descuartizando y acribillando, no especificándose aquí en qué orden se dan para no desvelar la trama, por supuesto), culminando todo con un epílogo (“katabasis”) que enfatiza el componente teológico que destila (en mayor o menor medida) cada fotograma; la comodidad que denota el responsable al afrontar la plasmación de asuntos tan delicados como polémicos, desenvolviéndose como pez en el agua (analogía traída a colación por el ralentizado, caótico e inverosímil desenlace) en estos controvertidos e impopulares lares, en este caso valiéndose de un lustroso e inteligente hombre de bien reconvertido en despiadado e inmoral asesino en serie (en la comprensión de su psicopatía reside la intríngulis de la cinta) a causa de una sucesión de vivencias a cada cual más sádica que la anterior (el cénit tal vez se encuentre en el material de fabricación de cierto monedero); la profundidad de la que se dota al manipulador e insolente maniático de la limpieza y el orden (a medio camino entre arquitecto e ingeniero, siendo éste un debate que resta sin resolver) cuya compleja personalidad, muy a su pesar, enamorará al espectador, y es que a lo largo de prácticamente dos horas y media el encanto de la demencia y la nobleza de la putrefacción cristianizan entre alemanas terminologías y sofisticadas fechorías que, seguramente, harán las delicias de propios y extraños.

Lo peor: el montaje está plagado de cortes, lo cual afecta al visionado por la escasa fluidez que ello provoca en cuanto a empatizar con un protagonista que ensalza la belleza de la decadencia (si bien la violencia de algunas secuencias es demasiado explícita se justifica enriquecedora e ilustrativamente) como el director lo hace con el arte (en el más amplio sentido del término), trascendiendo la recóndita e implorada divinidad más allá de la pantalla con tanta simbología (pianistas, catedrales, calles, puertas, jurisdicciones, lluvias, carrizos, poemas, sombras, muletas, vinos, iconos, ruinas, alarmas y un largo etcétera) que, a la postre, uno duda de su adecuación argumental al saturar sin remedio; la metáfora como principal método narrativo (recurso sumamente característico del autor) no difiere en exceso de anteriores trabajos (el contraste de la inocencia del cordero y el salvajismo del tigre, sin ir más lejos, es tan típico como atentar contra animales o desarraigarse del seno familiar en edades tempranas en depravados como el tratado), afectando mucho al factor sorpresa y, por ende, a la originalidad de tan creativa e inspiradora propuesta; el comprensible pecado de caer en la tentación de visionar la película doblada debido a su duración, y es que la versión original de la misma aporta matices inapreciables en la traducida, en especial en lo referente al sufrimiento de las víctimas (mujeres en su gran mayoría, por cierto, y es que el machismo es una constante) y, más concretamente, a las tenaces e imprudentes técnicas que, con el paso del tiempo, el narcisista e impulsivo maníaco logra ir perfeccionando.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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6
9 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la absoluta abstracción que el espectador experimenta durante más de dos horas merced a una puesta en escena que es, como el largometraje mismo, tan extravagante como absorbente y genera, advertencias (“cuidado con el asesino de perros”) y preguntas (“quién es Jesús y sus novias”) mediante, curiosidad e inquietud a partes iguales, fascinando como lo hace determinada chica al protagonista (señalar esto no afecta para nada al visionado al anunciarse explícitamente tanto en la sinopsis como en el avance oficiales); la consolidación de Andrew Garfield como actor polivalente al desvincularse por completo de su anterior rol de hombre araña para, con mesura y sin excesos (al contrario que el trabajo), firmar un registro sumamente exigente, afrontando el complicado reto interpretativo encomendado por el director (desenfrenado tal vez por el éxito cosechado con la sobrevalorada It follows) no desde el adeudo personal sino desde el lucimiento profesional; el componente macabro, mayormente representado en la maravillosa recreación visual de la novela gráfica que sirve de pilar fundamental para sustentar la intríngulis real de la propuesta a partir de sus volúmenes (“El asesino de perros”, “El ritual de la ballena” y “El beso del búho”), siguiendo la estela de la popularmente desconocida Brick (del responsable de la aclamada Donnie Darko, Richard Kelly) en el detectivesco cometido de descifrar códigos y señales (cereales, discos, figuras, lápidas, letras, lugares, máscaras y números son solo algunos ejemplos) para trazar simbólicos patrones que permitan descubrir la verdad que reside detrás de tanta manipulación global y paranoica obsesión, entre otras cosas.

Lo peor: el homenaje que se brinda ya no solo a los videojuegos clásicos (la legendaria tercera entrega de Super Mario Bros de la no menos mítica Nintendo goza de gran relevancia en el devenir de la historia) sino a la época dorada de la cultura pop (con esencia “neo-noir” especialmente en cuanto a música se refiere con la aparición estelar de cierto compositor en el momento más épico de la obra) es de matrícula de honor, pero mucha de la tecnología empleada en este delirante e insólito viaje no se ajusta a dicho período temporal (de hecho incluso el sutil tributo que se rinde al cine mudo se percibe inapropiado del modo en el que se hace), lo cual trasciende más que la ascensión espiritual que deja entrever el vacile argumental sobre la (in)decencia de (sobre)vivir disfrazándose de moralista discurso conspirativo; el largo listado de obscenidades, tales como deposiciones, micciones, vómitos y oras desagradables ocurrencias propias de una comedia cuyo entretenimiento se basa en hilarantes sinsentidos y pretenciosos comentarios, observándose un frívolo tono onírico limítrofe con la superficialidad menos políticamente correcta en las características de los personajes (tanto principales como secundarios); la irritación que provoca comprobar cómo un producto con tanto potencial como el que ocupa peca de narcisista (aunque técnicamente no se pueda atribuir la adjetivación a algo incorpóreo se antoja más que oportuno concediendo la mitad de imaginación que la derrochada), pues es artísticamente impecable pero multireferencial.

Daniel Espinosa
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3
7 de enero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la revisión en sí misma no resulta nada convincente en ningún aspecto pero puede emplearse para rememorar, sino presentar a quienes desconocían su existencia, la película francesa original dirigida por Pascal Laugier, una obra de dureza extrema abalada y censurada a nivel mundial (todo lo contrario de la fama que se otorgará a la presente tanto por parte de público como de crítica); el ritmo del primer tercio no entusiasma pero tampoco aburre como sí lo hacen los dos siguientes, iniciándose el filme de manera medianamente interesante y derivando paulatinamente hacia una vertiente comercial disfrazada de falsa intelectualidad de infinita mediocridad; la duración, apenas ochenta y dos minutos, hace que la pérdida de tiempo no sea tan existencial como el mensaje que penosmente se trata de defender.

Lo peor: el hecho de que se anuncie la cinta a través de méritos pasados e intervinientes secundarios como productores e inversores no hace sino evidenciar la poca curiosidad que genera la misma en un principio, y es que mejorar la perfección de la genuina era una empresa concebida imposible desde su propia concepción; el nivel interpretativo roza la indecencia absoluta, tanto por parte de los actores adultos como de los jóvenes, en especial la dupla femenina que protagoniza una poética relación de amistad limítrofe con el sentimiento amoroso más pasional; la serie de novedades introducidas resultan tan pretenciosas como erróneas y, por si esto fuera poco, los detalles que se respetan de aquella son plagiados desde una perspectiva negativa.

Daniel Espinosa
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6
2 de enero de 2019
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Lo mejor: la proeza visual (otra más del director en este su regreso al celuloide cuatro años después de rubricar la sobresaliente Snowpiercer, asumiendo en ambas el rol de villana la veterana e inconfundible Tilda Swinton) en la recreación del lechón que da nombre al título, el cual transmite tanta ternura terrenal que simpatizar con él es irremediable desde el primer segundo que aparece en pantalla; la fábula de índole fantástica (tal vez por no endurecer más aún el mensaje de trasfondo) es, más allá de un sueño fílmico en toda regla, una feroz crítica social bien hilada y, sobre todo, lograda estéticamente (en este aspecto cabe señalar que la sensacional The host de Bong Joon-ho está muy presente al suscitar múltiples reminiscencias); el alegato biológico (obviando tesis realmente simplistas e inciertas) es tan locuazmente deprimente que más de uno se replanteará sus costumbres alimentarias y, en un plano mucho más trascendental, sus convicciones morales, lo cual siempre es sinónimo de pertinencia si se procede como aquí, removiendo las conciencias sin hacer lo propio con los estómagos (si bien alguna que otra escena próxima al desenlace genera no remordimientos sino retortijones) con delicadeza y firmeza.

Lo peor: la introducción del grupo defensor de los derechos animales no termina de resultar convincente, pues fundamenta gran parte del último tercio de cinta pero no apasiona ni mucho menos reivindica como debiera (las fisuras en el propia tropa para que la duración de la película sea mayor son, más que sospechosas, cínicas); el narcisismo y el egocentrismo de los que se dotan a los integrantes del reparto que encarnan a los miembros de la gran multinacional es, cuanto menos, extravagante, y es que la exageración proferida (tan propia del continente coreano del que proviene el metraje) no sintoniza con la ansiada emotividad; el oscilante desvarío humorístico del que hace gala el responsable en muchos compases provoca que el espectador desconecte por completo del dramatismo narrado para, en contra de lo deseado, no interiorizar la historia (poderosa como pocas) plasmada.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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