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Críticas de Benjamín Reyes
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Críticas 117
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6
8 de septiembre de 2014
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“Locke” propone al espectador que sea copiloto del protagonista, que tiene que conducir 163 kilómetros en un trayecto en coche que nos va a llevar de Birmigham a Londres. Un viaje de 85 minutos, narrado en tiempo real, en el que solo existe un personaje y una localización (salvo el primer minuto y medio toda la acción transcurre en el interior de un automóvil).
La apuesta de Steven Knight es arriesgada. Un personaje que se enfrenta en solitario a su destino, en tiempo real, como Gary Cooper en el clásico “Solo ante el peligro” (1952), de Fred Zinnemann, que ¿casualmente? también tiene 85 minutos de minutaje. El cine en tiempo real no es algo muy habitual. Algunos de los títulos recientes más conocidos que han optado por esta atípica fórmula son “A la hora señalada” (1995) o “Run Lola Run” (1998). La diferencia es que en “Locke” no hay montaje frenético sino un estilo visual sobrio (breves panorámicas al principio y final, uso de espejos retrovisores, cámaras laterales y cámara frontal) que persigue que sean los diálogos, perfectamente hilvanados, los que cobren protagonismo.
Nuestro accidental piloto mantiene conversaciones hasta con once personajes a los que solo escuchamos: su mujer, sus dos hijos (a uno de ellos le pone voz Tom Holland, “Lo imposible”), su ocasional amante, su jefe, su subordinado... Supongo que debe de tener tarifa plana en su móvil de manos libres porque si no la factura será de órdago. Bromas aparte, el día que este capataz de la construcción tiene que supervisar el vertido de hormigón más importante de su carrera laboral, paradójicamente, los cimientos de su vida se tambalean por un error ocasional, que pretende subsanar. El largometraje plantea tres vías de conflicto, tres frentes abiertos en su vida personal y laboral. Destacando, el conflicto paternofilial, que es el que justifica la trama, y que le lleva a limpiar el apellido que da título a la película.
El guionista de esa joya cinematográfica que es “Promesas del Este” (2007), dirigida por David Cronenberg, se pone por segunda vez tras la cámara (lo de “Redención”, 2013, protagonizada por Jason Statham, lo vamos a pasar por alto) para contar esta singular y claustrofóbica historia rodada en ocho días, grabando diez tomas de cada escena, que se constituye en una “road movie” introspectiva.
Intachable el papel de Tom Hardy. 85 minutos en pantalla no los aguantan muchos intérpretes y Hardy supera la prueba con nota en su primer papel de enjundia. Hasta ahora lo habíamos visto en papeles secundarios en “Origen” (2010) o “El topo” (2011). La música minimalista de Dickon Hinchliffe y el empleo de juegos lumínicos dentro de la notable fotografía de Haris Zambarloukos terminan de rematar una cinta que interesará a los amantes de las buenas historias contadas de forma genuina.
Esta cinta británica, que participó en el Festival de Venecia 2013 (fuera de concurso) es una de esas películas que fascinan a la crítica y enrabietan al espectador estándar. Ni lo uno ni lo otro. “Locke” es un filme interesante, que no termina de enganchar como si lo hacían “Enterrado” (2010) de Rodrigo Cortés o “Gravity” (2013), de Alfonso Cuarón, en la que sus protagonistas se jugaban la vida.
Benjamín Reyes
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2
8 de septiembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luc Besson es el director más taquillero del cine francés gracias a títulos como “El gran azul” (1988), “El quinto elemento” (1997) o “Juana de Arco” (1999). Más de dos mil millones de euros han recaudado sus producciones, que incluyen franquicias como “Taxi” o “Transporter”. Capítulo aparte es el nivel de las mismas. La única película de calidad que figura en su filmografía es “León: el profesional” (1994), en la que, además, una doceañera Natalie Portman daba muestras ya de su talento inconmensurable.
“Lucy” confirma la regla. El primer fin de semana en su estreno en Estados Unidos recaudó 35 millones de euros. Valor cinematográfico: cero patatero. En cierta manera, “Lucy” no es otra cosa que una especie de remedo de “Nikita”, que el propio Besson dirigió en 1990 (llegó a conocer un remake hollywoodiense en 1993, protagonizado por Bridget Fonda). Al igual que en aquella, una matarife implacable va liquidando, pistola en ristre, a todo aquel se interpone en su camino.
La diferencia estriba es que en esta ocasión se le ha añadido una ridícula trama sobre las hipotéticas habilidades que poseería el ser humano si aprovechase su capacidad cerebral al 100%. Quién busque aquí disquisiciones tipo “Viaje alucinante al fondo de la mente” (1979) pierde el tiempo. Su pretendida trascendencia es tan fútil como la de “Trascendence” (2014), en la que Johnny Depp abandonaba su corpórea presencia para intentar dominar el mundo a través de su mente. En fin.
Toca hablar de la capacidad interpretativa de Scarlett Johansson. La rubicunda estrella ya no es aquella actriz que escanciaba su talento en títulos exquisitos como “Lost in translation” (2003), “La joven de la perla” (2004) o “Match Point (2005)” para básicamente protagonizar “blockbuster” tras “blockbuster”. “Iron Man 2” (2010), “Los vengadores” (2012) o “Capitán América” (2014) lo ejemplifican. Por cierto, ¿saben cuál fue uno de sus primeros roles en el cine? “Solo en casa 3” (1997). Siempre nos quedará la susodicha Natalie Portman. Completan el reparto un repetitivo Morgan Freeman, que salvo honrosas excepciones, parece que interpreta con piloto automático; y Choi Min-sik, que representa la cuota oriental que parece que deben de tener ahora todas las películas de acción, emulando su rol de villano de las cintas surcoreanas en las que suele aparecer. Inolvidable en la epatante “Old Boy” (2003). También se le ha podido ver en las sanguinolentas “Sympathy for Lady Vengeance” (2005) e “I saw de Devil” (2010).
Este mero vehículo de evasión incluye una vertiginosa persecución en dirección contraria por el centro de París (casi lo único salvable de este despropósito cinematográfico), una escena de una no lucha (paraliza a sus contrincantes con el poder de su mente), una subtrama de mafias asiáticas o desvaríos varios que parecen parodiar, involuntariamente, “El árbol de la vida” (2012), de Terrence Malick. Francamente, encuentro más interés científico en la serie de animación “Futurama”, creada por Matt Groening. Dicen que solo empleamos el 10% de nuestro cerebro. A los espectadores de “Lucy” no les hará falta usar ni el 1%.
Benjamín Reyes
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7
8 de septiembre de 2014
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“Anarchy: la noche de las bestias” es una entretenida película de género que juega a la ambigüedad moral. Los nuevos padres de la patria (yanqui, se sobreentiende) han instaurado una purga anual, según la cual todos los delitos, incluyendo el crimen, serán legales durante 12 horas. La despenalización eventual del asesinato provoca que la gente libere la bestia que lleva dentro, a la par que disminuya el crimen durante los 364 días siguientes, y que florezca la economía de una nación renacida tras un crack financiero. Un acontecimiento que encubre la eliminación de los estratos sociales más desfavorecidos (donde la raza negra se lleva la peor parte).
Esta distopía futurista está a la vuelta de la esquina, ya que está ambientada en Los Ángeles del 2023, y se nutre de la realidad actual como demuestran los recientes disturbios raciales en Ferguson (ciudad situada en el Medio Oeste de los Estados Unidos), en los que la mayoría afroamericana se ha alzado contra la policía blanca, y en el hecho de que casi el 90% de la población estadounidense posea armas de fuego, amparándose en la Segunda Enmienda de la Constitución. Al igual que “El club de la lucha” (1999) este ejercicio de anarquía cinematográfica, que refleja el lado oscuro de los seres humanos, viene de la mano de una de las “majors” de Hollywood.
El tercer largometraje de James DeMonaco bebe de la fuente del John Carpenter de “1997: Rescate en Nueva York” (1981), no en balde, DeMonaco fue el guionista del remake del 2005 de uno de los clásicos de Carpenter: “Asalto en la comisaría del distrito 13” (1976). Hasta ahí las similitudes ya que DeMonaco se queda en la fachada sin llegar a profundizar demasiado. La secuela de “The Purge” (2013) presenta el mismo planteamiento que su predecesora (comienza horas antes de la cacería nocturna), pero, afortunadamente, el desarrollo es diferente. Mientras la primera se reducía a un peculiar secuestro de una familia adinerada en su propia casa (siguiendo la línea de “Perros de paja”, 1971, o “Funny Games”, 1997/2007), la continuación opta por el punto de vista de una madre y una hija de clase obrera y por desarrollar los acontecimientos en plena calle. “Anarchy: la noche de las bestias” recurre al recurso del subgénero de cine de zombis, en el que el protagonismo recae en un pequeño grupo de cinco personas liderado por un héroe (en este caso antihéroe) al que se suma una pareja joven a punto de separarse.
Esta especie de Halloween salvaje incluye toda una fauna de asesinos noctámbulos que abarcan desde francotiradores a iluminados que se creen Jesucristo, pasando por una banda de vándalos que únicamente persiguen lucrarse o una subastadora de carne humana. La breve escena del interior de un piso revela que ningún lugar es seguro porque allí donde hay seres humanos hay pulsiones que pueden hacer saltar la chispa en cualquier momento. La ira contenida durante un año se desata en esta sangrienta noche. Aunque aquí no se busca lo intencionadamente desagradable y malsano como en la serie “American Horror Story” (que transita por el lado más sórdido del ser humano). Tampoco tiene nada que ver con sanguinolentos filmes tipo “Hostel” (2005) o las propuestas descarnadas de Rob Zombie. No hay nada original en esta “survival horror” con ecos resonantes de “Mad Max” (1979), “Perseguido” (1987, la secuencia de la caza en el búnker es calcada), “Blanco humano” (1993) o “Battle Royale” (2000); pero es cine perturbador que remueve conciencias y plantea dilemas morales (apoyado en una banda sonora que describe momentos punzantes y desquiciantes): los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor, por eso en situaciones extremas siempre hay alguien que ayuda a los demás. Concluye con unos sugestivos y demoledores títulos de créditos finales. “Anarchy: la noche de las bestias” tiene mucho que ver con la frase final de la reciente “Mátalos suavemente” (2012): “Estados Unidos no es un país, es un negocio. Así que paga, hijo de puta”.
Benjamín Reyes
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3
8 de septiembre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine nació como una atracción de feria y para gran parte del público sigue siendo una atracción de feria. Ver “Transformers: la era de la extinción” es como montar en una atracción de feria, un chute de adrenalina inicial que se desvanece efervescentemente. Tres personas disfrazadas de un robot y dos soldados amenizan los prolegómenos de la proyección auspiciada por Preestrenos Canarias y parte del público inmortaliza ese momento con sus móviles. Cualquier fórmula es válida para que las salas de cine se llenen, como fue el caso. Da gusto ver la sala repleta, aunque sea para ver cine de evasión. Previamente se proyectaron imágenes del rodaje de la cuarta entrega de la saga en cuestión que dan cuenta del despliegue de medios con el que ha contado esta superproducción. Cada película tiene su público. Si lo tuyo son las piruetas visuales, los espectaculares efectos especiales, las inverosímiles persecuciones de coches, los tiros a diestro y siniestro o los chistes fáciles, no lo dudes esta es tu película.
El largometraje comienza con un previo vistoso que muestra un verde y frondoso valle por el que corren despavoridos una manada de dinosaurios bombardeados por naves espaciales. Le suceden toda una amplia de gama de tipos de planos (panorámicas aéreas, contrapicados, planos detalles...), que dejan claro que han contado con un sinfín de cámaras que llegan a cualquier recoveco. Los primeros quince minutos son entretenidos e incluyen una curiosa escena en un desvencijado cine (a cuya entrada se puede leer el sintomático rótulo de “gracias por 79 grandes años”, en alusión a la ingente cantidad de cines que han cerrado en los últimos tiempos, entre ellos el multicines Renoir-Price de la capital tinerfeña), en el que uno de los personajes pronuncia esta irónica frase: “El problema del cine de ahora es que las películas que se hacen son o segundas partes o precuelas”. En realidad, esta película, sin pretenderlo, se constituye en una hipérbole de nuestra sociedad actual y conecta con aquel aforismo que enunció el filósofo Walter Benjamin: "La autoalienación de la Humanidad ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”.
“Transformers: la era de la extinción” es uno de los “blockbusters” del verano, junto con “El amanecer del planeta de los simios”, convirtiéndose en la primera que ha logrado rebasar el billón de dólares en taquilla en 2014. Lo cual no es de extrañar ya que en los créditos de esta película de estudio figura Michael Bay, el cuarto director más taquillero de todos los tiempos. Sus filmes han recaudado 5.500 millones de dólares en todo el mundo. Su filmografía incluye “La roca” (1995), “Armageddon” (1998), “Pearl Harbor” (2001), “La isla” y las tres entregas anteriores de “Transformers”, que han echo una caja de más de 2.600 millones de dólares. Sin embargo, Michael Bay no es Christopher Nolan, uno de los pocos directores que consigue rodar buen cine comercial en el Hollywood actual (“El Caballero Oscuro”, Origen”), y que en noviembre estrenará “Interstellar”.
La cuarta entrega de la saga, que visita China, alterna escenas trepidantes con otras secuencias de diálogos intrascendentes, trufados de frases lapidarias. Sus 165 minutos no son otra cosa que una sucesión de escenas grandilocuentes y palabrería hechida y patriotera. La banda sonora se limita a subrayar los momentos, impostadamente, sentimentales y los momentos épicos. Y la subtrama familiar, de padre joven viudo preocupado por adolescente turgente, es de folletín novelesco. En definitiva, solo funciona a ratos, destacando algunas secuencias como la de la nave nodriza absorbiendo todo el metal que está en su radio de acción o la persecución en el edificio de infraviviendas. Si lo que quieren ver es una buena película sobre la lucha entre humanos y alienígenas, mejor visionar “District 9” (2009).
En la faceta interpretativa poco que decir. El circunspecto Mark Wahlberg encarna a un inventor de andar por casa, que admira a Albert Einstein pero que es primo hermano del inventor de los “Gremlins” (1985). Una insípida Nicola Peltz (“Airbender, el último guerrero”, 2010) se mete en la piel de una adolescente sobreprotegida. Lo que si concita la atención es ver a actores de postín como Kelsey Grammer (ostenta el récord de interpretar al personaje más longevo de la televisión en tres series diferentes: “Cheers”, “Wings” y “Frasier”) y Stanley Tucci (“Margin Call”, 2011) en esta falla cinematográfica. Poderoso caballero es don Dinero.
Benjamín Reyes
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7
8 de septiembre de 2014
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Cuatro años después llega a las pantallas comerciales la secuela de “Cómo entrenar a tu dragón”, después de su paso por el último Festival de Cannes. La frase que Hipo pronuncia al final de la primera parte servirá para situar a los desmemoriados y a los advenedizos: “Esto es Isla Mema. Nieva nueve meses al año y graniza los otros tres. Toda la comida que crece aquí es dura de roer y las personas que crecen aquí lo son más todavía. La única ventaja son las mascotas. En otros sitios tienen ponis o loros. Nosotros tenemos dragones”. Eso sí, los flamígeros dragones de la primera parte se han convertido en mascotas que emulan comportamientos propios de perros domésticos (dan lametones o buscan objetos). Dreamworks, artífice de la irreverente “Shrek” (2001), ha hecho que Hipo vuelva a surcar el aire a lomos de Desdentado, el dragón nigérrimo de ojos glaucos.
El tono amable del prólogo, que muestra competiciones de carreras aéreas de dragones emulando a la saga de “Harry Potter”, a ritmo de una música festiva, hace presagiar que vamos a ver una de esas películas concebidas para toda la familia. Una rápida mirada a la sala, repleta de niños que comen cotufas y beben refrescos, así como padres que entran y salen del cine como si estuvieran en el salón de su casa hace presagiar lo peor. Falsa alarma. “Cómo entrenar a tu dragón 2” presenta una hondura en el relato que hace que se eleve el nivel, a medida, que avanza la trama, que incluye un giro dramático que recuerda al “El rey león” (1994).
A una extraordinaria animación, que alcanza su culmen en el despliegue de acrobacias aéreas (sin llegar a la maestría del cine de Miyazaki), se une el desarrollo del conflicto paternofilial. Mientras el fornido padre aboga por la guerra, el escuálido hijo apuesta por la paz, en una preclara historia de crecimiento de su protagonista, de cómo se convierte en un adulto. El joven Hipo quiere escribir una nueva página de la historia y convertirse en un líder que aboga por la palabra en vez de hacer uso de la fuerza, reflejando un cambio de mentalidad generacional. Los vínculos afectivos no acaban ahí, ya que la desaparecida madre de Hipo reaparece veinte años después convertida en una especie de Jane Goodall de los dragones, representando una subtrama de cariz ecológico.
A diferencia de la primera parte, que está ambientada en un lugar no especificado de los países escandinavos, esta secuela se ubica en Noruega. Una docena de personas del equipo creativo visitaron Oslo y Bergen para ambientar el filme, que presenta un atractivo diseño, en el que sobresalen la fortaleza de hielo y el oasis de dragones. La moraleja del filme, escrito y dirigido por Dean DeBlois, que ha dejado por el camino a su compañero Chris Sanders, es sencillo y diáfano: más vale maña que fuerza. Resaltando. asimismo, la importancia de la amistad y la lealtad.
La proyección del pasado jueves en los Multicines Tenerife, auspiciada por Preestrenos en Canarias, estuvo amenizada por un bebé llorón. Él no tiene culpa, pero algunos progenitores deberían replantearse llevar a un bebé de dos años al cine.
El cine de animación reciente ha demostrado que no está orientado a un público exclusivamente infantil gracias a magistrales títulos como la trilogía de “Toy Story” (1995-2010), “El viaje de Chihiro” (2001), “Buscando a Nemo” (2003), “Steamboy” (2004), “Persépolis” (2007), “Ratatouille” (2007), “Vals con Bashir” (2008), “Up” (2009), “El fantástico señor Fox” (2009) o “Arrugas” (2011), solo por citar algunos ejemplos.
Benjamín Reyes
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