Reto a la muerte (TV)

En 1971, un joven Steven Spielberg se dio a conocer en el panorama internacional a través de la clásica fórmula del gato y el ratón. Empieza un nuevo día y David Mann coge su coche para dirigirse a una reunión de trabajo, en la carretera se cruza con un camión con el que tiene un pequeño malentendido a la hora de adelantarle. A priori no parece que se trate de nada del otro mundo… un roce con otro conductor lo tiene cualquiera. Pero lo que David ha hecho en realidad ha sido provocar la ira del peor conductor con el que se habría podido cruzar (si es que realmente es esto lo que enfurece al camionero). Lo que le espera a nuestro protagonista es el peor trayecto de su vida, donde su integridad física estará constantemente amenazada por el asfixiante acoso del diabólico camión.

‘El diablo sobre ruedas’ puede ser vista como la eterna lucha entre el bien y el mal en clave de road movie. O también como un gran duelo de titanes (como bien indica el título original), una lucha que no da tregua y consigue dejar sin respiración de principio a fin. Es pues una excelente presentación de Spielberg, un cineasta especialista en sacar grandes películas de argumentos aparentemente sencillos. Alguien que atesora un impresionante talento artístico, que sabe moverse muy bien en diferentes registros, sabe usar a su favor los abundantes clichés cinematográficos y -sobretodo- sabe quien manda en el mundo del cine. Porque aquí el jefe no son ni los actores ni las grandes productoras… es el gran público. Spielberg sabe darle al César lo que es suyo. Y lo que quiere son productos entretenidos, trepidantes y fáciles de digerir (aunque no necesariamente con menos profundidad). Así se es ese inigualable director ; así es ‘El diablo sobre ruedas’. A destacar está la falta de información presente (como por ejemplo los verdaderos motivos que provocan la lucha, o el hecho de que jamás lleguemos a ver al conductor del camión), algo insólito si se tienen en cuenta los posteriores proyectos del apodado rey Midas de Hollywood, pero un gran acierto a la vez.

Ante esta inclasificable obra, el público reaccionó favorablemente, cosechándose así un gran éxito en las taquillas, y creando también un verdadero estado de psicosis en las carreteras americanas. Y es que ‘El diablo sobre ruedas’ consigue llevar las sensaciones de desamparo, paranoia y miedo profundo en un lugar tan familiar como lo es el asfalto… genial.

Este thriller puede que marcara un hito en las road-movies, porque después otros directores han tratado de imitar su estilo con más o menos fortuna.
El objetivo que persigue lo cumple sobradamente. Carreteras interminables y solitarias, desiertos, paisajes secos y polvorientos, amenaza constante, miedo, velocidad, peligro de muerte, tensión continua e intriga a raudales... Y ya tenemos los ingredientes para permanecer pegados al sillón, pendientes de la pantalla y casi sin pestañear.
Y es que no en vano Spielberg es considerado uno de los grandes magos de Hollywood. A principios de los años setenta, cuando aún era un desconocido a punto de lanzarse a la fama mundial, ya dio pruebas de su genialidad con esta película realizada para la televisión. Simple en la apariencia, este thriller es cercano a una obra maestra técnica y narrativa que, mediante el empleo de audaces recursos visuales y sonoros y el brillante manejo de la tensión psicológica, sumerge al espectador en casi noventa minutos de perpetua angustia. La cámara posee vida propia, haciendo un sabio e inquieto uso de los distintos tipos de planos para cada situación. Yo destacaría en especial el agobio que produce la abundancia de primeros planos, porque podemos sentir en carne propia la claustrofobia del protagonista, su temor de estar siendo atacado a muerte por un loco de atar, su impotencia para atisbar la silueta y el rostro del conductor del camión, y para quitárselo de encima. Es como si nos sucediera a nosotros. Vamos conduciendo tranquilamente, y de repente un maníaco empieza a desafiarnos, a embestirnos y a perseguirnos, sin más propósito que llevar a cabo un macabro juego mortal en el que la finalidad es eliminar al contrario o dejarse matar. Morir en alguna curva, en algún precipicio, o siendo arrollado por un tren, o en algún choque contra otros vehículos... Cualquiera de los letales riesgos de la carretera.
Tú eres un ciudadano corriente que conduce un coche normal, y que se topa con un tipo sin rostro y sin identidad, que más bien se asemeja al cerebro pensante y la prolongación de una máquina monstruosa y siniestra que parece actuar por cuenta propia, y cuyo punto de mira eres tú, por el hecho de haberte cruzado en su camino y haberle adelantado.
Sin pretenderlo, has entrado en una guerra sin cuartel ni reglas en la que está en juego tu supervivencia.
Tu capacidad para pensar, para reaccionar, tu pericia al volante y el aguante de tu vehículo serán las armas con las que contarás en este peligrosísimo e infernal juego de persecuciones. Estarás solo. Nadie te ayudará. Y nunca has sido un experto en conducción de riesgo.
Con unos planteamientos muy sencillos (los de manejar a la perfección nuestras emociones, el vértigo de la velocidad y los nervios de la persecución), Spielberg creó uno de los grandes exponentes del género road-movie de intriga.

Así de claro: El Diablo sobre Ruedas sigue siendo una de las películas de suspense más desasosegantes e inquietantes de la historia del cine. Su historia, con un halo kafkiano que es uno de sus mayores atractivos, es tan sencilla como genial es su ejecución. El guión, obra del excelente escritor Richard Matheson, y la dirección de Spielberg, perfecta (más mérito aún sabiendo que es su opera prima), se conjuran para ofrecernos una obra maestra. Sus encuadres, sus tomas, su persecución, su minimalismo tan expresivo, deberían ser estudiados en las escuelas de cine (confío en que lo hagan). Y todo en esta cinta contribuye a aumentar la tensión, a desubicarnos junto con el protagonista, a desquiciarnos, a sufrir con el acoso del camión.
La máquina contra el hombre. Eso es DUEL. Magnífica, resiste al tiempo y lo seguirá resistiendo. Y Spielberg, para quienes lo quieran echar por tierra, no tenía una ristra de millones para hacerla.

Un jovencísimo Steven Spielberg logró en aquella época el respeto internacional con este filme gracias a su brutal puesta en escena y a las medidísimas dosis de suspense que ofrece. En ella se nos presenta al protagonista, David Mann (Dennis Weaver), un representante comercial que comienza un viaje por una larga autopista californiana. En su periplo se cruza con un camión de grandes dimensiones que circula a una velocidad moderada, lo que provoca el adelantamiento por parte del vehículo de David. Tras unos minutos, el camión es ahora el que adelanta al comercial, quien se verá enredado en una desesperante persecución y acoso por parte del camionero.

El diablo sobre ruedas es -aparte de la "road movie" por excelencia-, sinónimo de una absorbente historia, un interesantísimo matiz paranoico, un ritmo endiablado (nunca mejor dicho) y una gran agudeza para la obtención e incremento del suspense. Además, también es digna de destacar por su magnífica utilidad del montaje y un oculto sentido del humor, legado quizá de uno de sus distinguidos maestros cinematográficos, Alfred Hitchcock. Al igual que éste, Spielberg no proporciona soluciones: jamás muestra la cara del camionero enfermizo. Da igual, lo que de verdad importa es la inquietud abrumadora al que se ve sometido el comercial, personificado de la mejor manera posible por un ofuscado Dennis Weaver.

Peli para los amantes de las persecuciones -de hecho, el 80% de la historia es una persecución- aunque eso sí, con un tal Spielberg debutando detrás de la cámara con el modo moñas off. A mí me ponen semejante papeleta en lo alto y acabo repitiendo planos, tiros de cámara y lo que me echen. Pero el tío Steven… joder. Lo bien que lo hace. Y Matheson… pues hombre, no es su mejor historia, pero estamos hablando de un tipo capaz de producir mal rollo hasta en una reunión familiar de los Flanders. Un coche, una carretera, cuatro cositas más… y venga. A sudar tinta.

Se me hizo larga, pero eso no quiere decir que a ti se te haga larga. Puede que fuera porque el que conducía me estaba poniendo negro con esa manera de conducir, por Dios. Qué calamidad. Qué ganas de partirle la cara. Qué poca vergüenza. Nunca, ¡nunca he visto un conductor tan malo como éste!

El del camión, en cambio, es un figura, porque se las apaña para partirle las pegatinas cuando quiere al mindundi del bigotillo con ese pedaaaaaaso de bicharraco, ¡que eso pa trompearlo hay que ser por lo menos Chuck Norris! Lo único que le puedo poner de pega es que no llevaba los Chichos a todo trapo y que no tenía una de esas pegatinas a los lados de esas de Juan y Mari con las banderitas correspondientes. Aun así, no obstante, acojona. Es la primera de Spielberg, y es una gozada verle mover la cámara y crear tensión de la nada.

Y tú, bigotillos. Al loro no te metas en un atasco en la M-30. Esta vez has tenido suerte, pero ríete tu como dudes para meterte por el desvío para Atocha la que te van a liar…