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Traigan la cabeza de Alfredo García

Acción. Aventuras. Thriller. Romance La hija adolescente de un rico hacendado mexicano se ha quedado embarazada. El padre es, al parecer, Alfredo García, un antiguo colaborador y amigo de la familia, por cuya cabeza se ofrece una recompensa de un millón de dólares. (FILMAFFINITY)
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Críticas 61
Críticas ordenadas por utilidad
15 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un rico hacendano mexicano ofrece un millón de dólares por la cabeza del hombre que ha dejado embarazada a su hija, lo que a todas luces constituye una afrenta imperdonable. Para cuando esta (la cabeza) está sobre su escritorio, un buen número de personas han muerto, y unas cuantas más van a morir.
Típico producto Peckinpah, con persecuciones, tiroteos sin fin, cantinas, prostíbulos, mugre, moscas, sudor y sangre, mucha sangre. El director recurre a varios de sus incondicionales como Emilio (el indio) Fernandez, Kris Kristofferson ( protagonista un año antes de "Pat Garrett and Billy the Kid"), y Warren Oates, personaje central de la cinta y, en mi opinión, en uno de los mejores papeles de su carrera. Apenas hay alguna escena en la que no aparezca. Con ritmo lento a veces, consigue mantener el interés hasta el final.
Para los amantes del género.
Syndera
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16 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Singular road movie de bajo presupuesto coproducido por norteamericanos y mexicanos. Aquí nos cuentan la historia de un rico hacendado que al descubrir quien embarazó a su hija (menor de edad) decide pedir una recompensa por su cabeza. Lo comentado anteriormente está dedicado para todo aquel que no leyó el título de la película o del que no le quedó claro en qué consistía.

Su ritmo es dispar como la mayoría de los road movies, mientras que tuvo un comienzo muy interesante y crucial para la historia y además un final digno de antihéroes sedientos de venganza y que no les importa nada el dinero (el principal motivo que lo llevó a tremenda aventura), hay muchas escenas que no debieron ser filmadas, demasiado relleno en el guion.

Esta película se hizo muy famosa por la escena del bar en que una prostituta mexicana acosa a un criminal norteamericano, agarrándole la pierna, y este reacciona mal propinándole un terrible golpe que la dejó desmayada.

Su visionado es casi obligatorio para todo aquel que goza del buen cine, ya sea para quedar deslumbrados por el impecable performace de Warren Oates (Bennie) o por verle las tetas a Isela Vega (Elita).
La Mente Maestra
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11 de diciembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi modesta opinión, se trata de una de las cimas de la filmografía de su director, y también es una de sus obras más extremas y arriesgadas, por cómo Peckinpah parte de la mitología del perdedor para introducirnos en una fábula en la que la venganza y la violencia se vuelven contra quien las genera, como en un sorprendente movimiento de bumerán. De hecho, "Quiero..." es una fábula violenta sobre la violencia, que muestra cómo la violencia surge de un mundo cruel, despiadado e injusto. Es también una película romántica, y mucho, porque imagina, sueña, con que un solo hombre, un hombre solo, puede acabar con ese mundo y los que lo dirigen. Y es la película más mexicana de Peckinpah: los ritos (a veces en latín), ya sean el entierro de un bebé o el bautismo de otro, señalan cierta fatalidad ante la vida y la muerte.

Warren Oates, por fin en un papel estelar, encarna a un perdedor y un fracasado que en cierto modo es un trasunto del propio director, tanto por su parecido físico como por su condición de extranjero y por el momento en el que habla de Fresno, la ciudad natal de Peckinpah.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pedro Triguero_Lizana
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15 de julio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tal Alfredo ha dejado embarazada a la hija adolescente de un potentado mexicano. Como el título explica, este pide su cabeza, y a buscarla salen diferentes cazarrecompensas. Benny, un buscavidas, sabe por su chica, Elita, que Alfredo ya está muerto, y por ello considera que lleva ventaja para hallar su tumba y llevarle al padre de la chica la prueba de la muerte de Alfredo. El reconocible estilo de Peckinpah alcanza aquí su expresión más enfática, con su descarnado tratamiento de la violencia, la amistad, el sexo y la muerte. Es una película sucia, dura, pero también honesta, genuina. Para muchos es su mejor obra; posiblemente, sea la más personal.
Juan Pais
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10 de agosto de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Quiero la cabeza de Alfred Garcia (Bring me the head of Alfredo Garcia, 1974), de Sam Peckinopah, conseguir la cabeza de un cadáver que tiene que desenterrar es el sórdido y degradante trabajo que separa a Benny (Warren Oates) de poder conseguir un sueño, o lo que es lo mismo, es la turbia tarea que le deparará el dinero que consiga que su vida alce vuelo en vez de continuar enterrada, arrastrándose, reptando en la precariedad, siempre al borde la indigencia, una vida de encargo entre trabajos míseros, una vida prostituida (aliñada con un hartazgo disimulado porque se dedica a amenizar la vida de los otros con canciones; transmite alegría cuando no es lo que define su circunstancia). Qué más da que tenga que realizar una concesión más, un trabajo aún más degradante. Quizás sea el añorado último encargo. Además, engaña a los que engañan, a los que se aprovechan de los demás, a los poderosos, a los que por satisfacer su capricho o su despecho, sea la organización de asesinos a sueldo con apariencia de ejecutivos, comandada por Max (Helmut Dantine), o el cacique mejicano, El jefe (Emilio Fernández), que encarga, a cambio de una cuantiosa suma, que traigan la cabeza del hombre que dejó embarazada a su hija, Alfredo Garcia (cuyo nombre ha conseguido tras torturar sin compasión a su hija delante del resto de la familia). Para Benny sabe que Alfredo está muerto, por lo que el trabajo resulta más fácil. Si además, fue un amor anterior de la mujer que ames, Elita (Isela Vega), añade cierta satisfacción complementaria. Doble beneficio. Es lo que siente Benny cuando dos atildados pero siniestros estadounidenses, Johnny (Gig Young) y Sappensly (Robert Webber), entran en el bar en el que trabaja amenizando con el piano a los clientes buscando información sobre Alfredo Garcia. Benny aún no sabe que está muerto, se lo dirá posteriormente Elita, pero Peckinpah utiliza un recurso que anuncia ya que aceptar este encargo implicará su propia destrucción (en la banda de sonido escuchamos sobre el rostro de Benny el ruido de un coche estrellándose; Elita le contará después que Alfredo murió en un accidente de coche tras pasar tres días con ella). Lo que tampoco sabe Benny es que desenterrar una cabeza implicará que se entierren sus sueños, el cuerpo que lo representa, Elita, a quien matarán los sicarios de quienes le han contratado cuando se dispone a cortar la cabeza de quien cree que le proporcionará su acceso al paraíso. Pero sólo accederá al infierno.

Peckinpah había soportado las injerencias de los productores, que habían tergiversado, en un grado u otro, su mirada, su perspectiva, adulterando y manipulando los montajes de sus películas previas; acababa de sufrir uno de los más amargos enfrentamientos, con Pat Garret y Billy el niño (1973). Peckinpah declaró que estaba harto de Hollywood, lo que propició que tuviera más enemigos si cabe en la industria (los sindicatos se unieron contra él, intentando imposibilitar el rodaje de la película, o el estreno en Estados Unidos). Peckinpah, con Quiero la cabeza de Alfred Garcia realizó su obra más a tumba abierta ( o a víscera abierta), logró materializar la atmósfera terminal, desgarrada, desesperada, sórdida y turbia de la magistral Bajo el volcán de Malcom Lowry, de la que Huston realizaría una desvaída adaptación cinematográfica diez años después. Fue la única película de su filmografía cuyo montaje controló. O se puede decir que controló su definitivo escupitajo a la cara a toda esa industria que obstaculizó y mutiló su obra, lo que es lo mismo que decir sus entrañas. Es su grito de rabia, chorreando bilis como quien se desprende en la última arcada de la sensación de degradación que siente ha sido su vida, ultrajada, maltrecha. Como si se sintiera un mero amenizador en un sórdido decorado pero con teclas de celuloide, o es a lo que sentía que le habían querido reducir. La excepcionalidad de este soberano cineasta se refleja, entre otros aspectos en cómo ya tenía bien definido en su mente el montaje de las secuencias. Hay muchos cineastas posteriores, sobre todo los que se dedican al cine de acción, que ruedan las secuencias con numerosas cámaras, así disponen en el montaje de muchas opciones con las que ir resolviendo cada secuencia (son cineastas que todo lo parchean en la sala de montaje). Peckinpah no tenía que realizar muchas tomas, porque su forma de rodar era desde muchos ángulos. Es lo que diferencia sus obras, o en concreto, sus secuencias de acciones de directores de sala de montaje posteriores (Tony Scott, Michael Bay, Robert Rodriguez…). Además, hay otro aspecto que les separa, abismalmente. El de estos últimos es un cine vacío, sin entrañas, artilugios formales. El cine de Peckinpah, sangra, y se desangra. Con sus sacudidas y estallidos (sus extraordinarias secuencias violentas: la masacre en la carretera; el enfrentamiento en la habitación en el hotel y la final con El jefe y sus secuaces), pero también lentamente, como toda la bella relación entre Benny y Elita, ese doliente substrato sobre el que se cimenta la obra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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