No cabe duda de que Falardeau ha hecho esta película con las mejores intenciones, y ha conseguido, además, que la mayoría de los personajes que retrata rezumen empatía con los otros, y con el espectador (al menos, conmigo). Porque -parece decirnos- más importante que el cine es el ser humano, su vida, su destino, su dolor, su alegría, su relación con los demás seres (... no sólo humanos).
Pero, en cualquier caso, la primera parte de la cinta te atrapa, sobre todo por los protagonistas, niños que no parecen actores, que te implican inmediatamente en su historia, haciéndola creíble, cercana; esto último, claro, gracias también al excelente enfoque de la dirección, que otorga su punto justo a cada escena; y subyuga igualmente la fluida narración del curso de los acontecimientos del camino, duro, largo, hacia la salvación, que creo que está bastante bien resumida y resuelta.
En la segunda parte, la antedicha empatía con los personajes destaca sobre la historia, porque ésta ya es algo menos trascendente (salvo en su tramo final), aunque logra mantener el interés. Las interpretaciones son estupendas, no quisiera destacar a nadie, aunque es evidente que los tres protagonistas superan con sobresaliente el reto, porque rezuman autenticidad (al final te informan que ellos fueron, en verdad, algunos de aquellos "niños perdidos" de Sudán).
En definitiva, no por contentar a todo el mundo, como malpiensa alguna crítica anterior, sino por transmitir los valores perdurables más valiosos del ser humano, el director canadiense ha sabido encontrar y filmar, sin tener en cuenta las imposiciones de la nueva inquisición, una historia que por sí sola justifica salir una tarde al cine.

Desde luego algo pasa en Medjugorje. Yo no he estado allí; sin embargo, he leído, oído y visto, a distancia, lo suficiente como para deducir que hay una cierta acción "sobrenatural", que hace ver a los ciegos, oir a los sordos, andar a los impedidos,... -y éstas eran algunas de las cosas que hizo Jesucristo hace ya casi dos mil años-.
Por otro lado, respeto profundamente la intención de Cotelo al abordar esta ´"película"; es más, me admira su valentía, el afán de comunicar su alegría, su fe, y el mensaje de Cristo, a cuanta más gente, mejor. Porque lo cierto es que comparto plenamente sus creencias, y, como ser humano, puedo empatizar sin problemas con todas las experiencias que van relatando los entrevistados.
También me merece respeto su trabajo a contra-corriente, sin productor externo, con escasísimos medios y apoyos. Y las entrevistas, en general, están correctamente dirigidas.
Pero he de reconocer que en varias ocasiones durante la proyección he sentido un poco de vergüenza ajena, en este caso también en parte propia -por mi identificación con la idea central-, sobre todo en las teatralizaciones de la relación de Dios con los ángeles, y en general en el muy resumido relato de la expulsión del paraíso versus redención de Jesucristo; está claro que ninguno de los actores que ahí intervienen son profesionales.
Y aunque ya está dicho en otras críticas, de una forma u otra, hay que insistir en que "Tierra de María" no es una verdadera película, aunque pueda tener cierta -y endeble- estructura de planteamiento, nudo y desenlace. Se trata, en realidad, de un documental confesional católico desde el minuto uno -las escenas en la Catedral de Valencia no dan lugar a dudas- enfocado principalmente a intentar trasladar, y justificar, el espíritu y los frutos de las apariciones marianas de Medjugorje a los que no hemos estado allí, y a encender una lucecita en las almas de los que, sin ser creyentes, o siéndolo tibios, por despiste o por curiosidad, decidan verla.
Ojalá lo haya conseguido -se podría decir, tomando prestada una de las frases estrella del guión, que "sólo por un alma " habrá valido la pena el esfuerzo-.

Marketing llevado al paroxismo. Inaguantable. Más falsa que una moneda de sucedáneo de chocolate. No la salvan ni siquiera dos buenos actores. Pero, tiene su gracia, creo que genera el efecto contrario al que busca: al menos en mí se ha acrecentado la aversión que tenía al turismo de cruceros.

No estoy muy versado en las pelis de la marvel y demás superhéroes, y mucho menos en aquellas que son variaciones o salidas de tiesto que derivan de las mismas. Quizá por eso, los tres primeros episodios de esta serie me parecieron excelentes: una parodia desopilante, pelín politicamente incorrecta sin llegar a gamberra, con ritmo, con algunas escenas muy conseguidas, guión más que notable, y unos protagonistas con cierta garra, sacando incluso provecho de sus mismos teóricos fallos o límites. El protagonista, Arthur, enternece en su cándida intención de ser una persona normal, y su “Garrapata”, que no lo suelta por nada del mundo, más que rechazo provoca empatía (buen corazón, cabeza vacía, pero llena de ocurrencias inesperadas). Pues sí, divertida y con guiños a un variado espectro de posibles espectadores (tanto infantiles, aunque no es comedia para infantes, como treintañeros o cincuentones). Con un argumento con más nitidez y sentido en su devenir que muchas historias teóricamente “serias” cogidas con pinzas y de dudosa racionalidad que triunfan por el mundo.
Sin embargo, a partir del cuarto episodio, ya no me resulta tan graciosa (debe ser que ya no te pilla de nuevas), y llega a resultar algo cargante en ciertos momentos. Pero, al final, se impone en cualquier caso la complicidad con el espectador, la falta de pretensiones, el “divertimento”, incluso el “retorcimiento” del antihéroe (“The Terror”), y promete continuación con un final preparado para causar impaciencia para la siguiente temporada. Aunque dudo mucho que ésta resulte tan entretenida como la primera.

Camino, Verdad, Vida. Sobre ese eje aparentemente abstrato, pero que expresa en plenitud la existencia del ser humano, se articula este documental que comienza lento, premioso, dando tiempo a que el ojo de quien esté acostumbrado a la rapidez de los reels y mensajes inmediatos se vaya amoldando a su pausado ritmo, a sus silencios sonoros, a su mirada en suspenso, a unas voces que no estamos acostumbrados a escuchar, profundas, sencillas, limpias... tan limpias que pueden herir nuestra turbidez.
Conjugando testimonios, gestos, músicas, sonidos naturales, y bellas imágenes tanto de la naturaleza próxima como de las abadías y conventos donde moran los religiosos "protagonistas", poco a poco te va atrapando, y al mismo tiempo va explicando, mostrando, adentrando en sus arcanos, mediante palabras sencillas, pero sabias, de personas de todo tipo que han descubierto, y nos revelan, el tesoro escondido, la verdadera razón por la que esta vida merece ser vivida....