Lo que llamamos "giallo" son muchas cosas: novelas policíacas de bolsilibro publicadas en Italia y las películas de asesinos que rodaron, con colores alucinantes, Bava, Argentino, Fulci, Martino. La inspiración es Hitchock, pero la ejecución puede tener más en común - por su vocación explícita y enloquecida - con, pongamos, un DePalma o asín.

El problema es que a diferencia de DePalma, Tenebre tiene actores lamentables, el escenario futurista de Roma se "despega" y lo subversivo de la película - esa visión ennegrecida del mundo post-revolución sexual - es ahora una tentativa reaccionaria al lado de los melodramas locos de Almodóvar.

Argento tiene gracia con sus planos secuencia; tiene música enloquecida y gusta de mostrar cuanto hay de irónico en sus juegos macabros. Pero Tenebre que es, en rigor, la historia de un escritor como asesino incapaz de salir de su propia deriva psicopática ha quedado como la frecuencia parcial y algo anticuada de su tiempo, donde la huella no nos permite entender y parecemos mirar la parte borrada como algo tan importante como la que vemos.

Por supuesto hay cosas bellas aquí y allí, y los amantes del gran cine de culto observarán la coda y reescritura que hay en Los Cronocrímenes de Vigalondo de un plano secuencia hacia la mitad del film. El hecho de que transcurra en una Roma irreconocible es una idea francamente hermosa del diseño de producción, pero Argento no da usos al extrañamiento de esta audacia y queda como un acierto aislado en un mar de torpezas (los diálogos son especialmente sonrojantes).

Está claro que hay en Tenebre elementos que permiten de hablar de precursora de Instinto Básico, pero Verhoeven encuentra el charm hollywoodiense donde debe, el pulp donde se tiene que oír y añade su habitual desmedida-espectáculo.