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Voto de Chris Jiménez:
2
Terror Un científico manipula el experimento científico de su madre con su propia droga, que transforma el dolor en una experiencia placentera. Por desgracia para las tres mujeres que participan en el experimento, el fármaco funciona demasiado bien.
20 de febrero de 2017
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la mano del siempre incorregible Hisayasu Sato, un verdadero especialista en esto del "gore", el "pinku eiga" y el horror japonés de serie "B", y realizador de "Pleasure Kill" (de la que "Naked Blood" es en realidad un "remake"), "Bondage Ecstasy" o "Lolita Vibrator Torture", me llegó una obra espeluznante y repugnante, y que me hizo pasar uno de los peores ratos que he pasado viendo una película...

Porque para sí quisieran Eli Roth, Lucio Fulci, Bruno Mattei o H.G. Lewis alcanzar el nivel de angustia que consigue el señor Sato (¿"Saw"?, ¿"Hostel"?, ¿"Planet Terror"?, ¿"Abierto Hasta el Amanecer"?...cuentos de hadas y princesas comparados con esto). El concepto es perverso: Eiji, un joven prodigio, huérfano de padre, idea un medicamente que convierte las sensaciones de dolor en placer (a mayor dolor experimentado, mayor es el placer...).
Su madre es una científica que trabaja en un nuevo anticonceptivo que va a ser administrado a tres voluntarias antes de salir al mercado; Eiji aprovecha un descuido de aquella para mezclar el nuevo medicamento con pequeñas dosis del calmante que acaba de crear. El resultado no puede ser más nefasto: al desatar los impulsos de dolor y placer de las voluntarias, éstas terminan autodestruyéndose en mitad de una agonía de placer.

La trama gira sobre todo en torno a Eiji y Rika, una de las voluntarias, quien padece insomnio y vive en un apartamento prácticamente vacío en el que destaca una máquina diseñada para tratar su carencia de sueño: un sillón anatómico repleto de cables, botones y equipado con un visor similar a las gafas de realidad virtual. La máquina está conectada a un cactus que acompaña a la joven en sus breves períodos de trance (la imagen de la planta alcanza un estatus icónico debido a sus fuertes connotaciones: por su forma y dimensiones, pues se asemeja a una persona, porque posee un indudable valor como metáfora sexual, y porque en sus afiladas espinas se halla la metáfora perfecta para definir a Rika: peligrosa, adusta y solitaria).
Por su parte, a lo largo de la historia, Eiji se revela como un voyeur en toda regla, ya que se dedica a seguir a las tres chicas (Rika incluida) y a grabarlas a escondidas con su cámara de vídeo, como si siguiera la evolución de sus conejillos de indias. "Naked Blood", cercana a las ideas del "Tetsuo" de Shinya Tsukamoto, o quizás del "Crash" de Cronenberg, está imbuida de una atmósfera extraña, onírica, reforzada por las numerosas referencias a estados de realidad artificiales y alterados: alucinaciones psicóticas, éxtasis inducidos por las drogas, realidad virtual, así como recuerdos y "flashbacks" traumáticos (vistos en grabaciones domésticas), pesadillas...

Sí, esto es una incomprensible locura, pero no como las que nos podrían ofrecer el susodicho Cronenberg o Takashi Miike, cuyos estilos parecen emularse, aunque Sato es anterior a este último, ya que cuando dirigió "Naked Blood" su carrera ya era bastante dilatada (los '90 fueron su periodo de mayor actividad, y junto con Kazuhiro Sano, Toshiki Sato y Takahisa Zeze, fue considerado como uno de los más destacados cineastas del "pinku eiga" del momento); hablamos de una locura que no consigue atraer mi simpatía, únicamente mi repulsión.
Cabe mencionar que cuenta con actores pésimos, donde nos podemos encontrar a la famosa y ya desaparecida "AV idol" Yumika Hayashi (en la más vomitiva escena de la película). Por mi parte, sólo me sedujeron dos cosas: la idea que plantea la doctora Yuki Kure sobre lo de inventar un remedio contra la superpoblación y que esteriliza a los seres humanos y ver a la actriz Misa Aika de colegiala.

Sexo, crimen, desviaciones mentales varias y vísceras integrados en el marco de una historia rarísima de corte científico y fantástico, todo ello coronado con una escena final en la que asistimos al amanecer de un supuesto apocalipsis.
Sólo recomendable para los que tienen mucho (pero mucho, mucho) estómago.
Chris Jiménez
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