He aquí una película que me despierta cierta simpatía.
Más que nada, porque de haberse estrenado un par de décadas atrás y contar con financiación italiana, se habría llamado 'Origen 2: Posesión Infernal' y no habría pasado nada.
Pero sobre todo porque cuenta con Aaron Eckhart al volante del destartalado vehículo, un auténtico campeón de causas perdidas que actúa todo lo que le echen como si no tuviera madera para más.

¿Y qué es en lo que está actuando exactamente?
En un ripeo oficioso, descarado y baratejo de la película de Christopher Nolan, sustituyendo sueños por posesiones (o "sueños de poseídos"... o algo así) y cambiando otras cuatro cosas para que no se parezcan mucho.
'Incarnate' aprieta, trata de colarte su palabrería científica y pseudo-mística por la garganta, pero a la hora de la verdad no ahoga: el Dr. Ember es un protagonista al que se le ve tan consumido, pero a la vez tan entregado a la lucha contra el Mal (con mayúsculas) que vas desde el principio con él, solo por ese código moral tan estricto que le hace despreciar la religión pero perseguir a los demonios que engendra.
Él es el exterminador de ratas, el habitante de los márgenes que limpia la mierda de la Santa Iglesia, y las alimañas a las que se enfrenta han aprendido a temerle.

Sin embargo, hubo una que se le escapó: Maggie, un espíritu particular, marcó una tarde familiar que no debería haber sido carne y sangre.
Por ella, Ember es capaz de volver a sus hábitos y agarrarse a una fe cristiana que ya no profesa, cruzando la frontera indefinida entre el valor al borde del abismo y la creencia desgastada de tanto esperar algún milagro.
Una épica de cuatro paredes, algo mamarracha, que Eckhart te vende sin apenas despeinarse.

Lo raro de esta historia es que apenas explota su mitología: los conceptos que se manejan, los lugares que se podrían haber mostrado... apenas se aprovechan para meter siniestros efectillos de ojos rojos.
Algo que refuerza aún más el carácter juguetón de todo el conjunto; alegremente confirmado por niños de voz grave en la oscuridad, demonios velludos y musculados amenazando todo lo bueno y un crucifijo flamígero que la escoria infernal se va a tener que comer, como que el Doctor se apellida Ember.

Lo dicho, solo sería más grande si fuera más descarada.
Pero, siendo tal y como es, ya hace bastante.