Conversación entre la Libertad y Alexandros Grigoropoulos en los días posteriores a la muerte de este último (o quizá, la muerte de ambos) a manos de la policía.

Mientras las semillas de la rabia y la revolución se siembran en el centro de Atenas (semillas regadas con abundancia en los últimos años), Alex y la Libertad hablan sobre las películas que nunca se han llegado a rodar (aquí viene la confusión con Chris Marker, que no es el autor, lo explico en el spoiler, pero no hay más que ver la película para entenderlo).

Panagiotis Karagiorgas (el verdadero autor de este interesante mediometraje) utiliza imágenes grabadas a pie de calle en las revueltas y cortes de los medios griegos, consiguiendo un ritmo frenético, fiel reflejo de lo que fueron aquellos días en la capital griega.

90 minutos
--------------- = 1 Ego
10 directores

La anterior ecuación resume este documental de Angela Ismailos. En el cual se suceden, de forma casi arbitraria (la conexión entre los distintos diálogos es, en el mejor de los casos, muy artificial): cortes de entrevistas con diez grandes directores, escenas de películas (de estos diez directores, claro) y secuencias en las que Angela Ismailos parece querer demostrar lo mucho que ha aprendido de estos maestros de la dirección, pero que en realidad, no pasan de ser actos de vanidad, vacíos de significado.

De todas formas, a pesar del alto ego de la directora (omnipresente, por cierto, en todas las entrevistas, ya sea sonriendo o con cara de gravedad) y de que no parece estar muy segura de qué es lo que quiere contar... Si que es cierto que las escenas de películas están seleccionadas con gusto y que alguno de los directores dejan anécdotas/reflexiones interesantes. Se deja ver.

Excelentemente dirigida y con un guión aceptable.
En esta película se nos cuenta la historia del fin de un matrimonio iraní moderno. La historia de dos personas, que sin dejar (quizás) de amarse, deciden separarse.
A esta historia la circundan la acusación al padre de un grave delito y el cuidado de un anciano con alzheimer (siempre en un marco de reflexión social y religiosa).
Todo esto es observado por los ojos de Termeh, hija del matrimonio, que nos guía emocionalmente a lo largo de la historia.
De esta forma, el gran merito del director es la identificación espectador-Termeh que consigue de forma sutil.

¿Qué pasaría si a ésta película se le suprimieran los efectos de las hadas, si no estuviera ambientada en un onírico pueblo del campo inglés, si en vez de hermosas flores blancas, fueran dosis de heroína, si la mujer que se las proporciona al protagonista, no es la fina señora de un cura, sino una pobre desgraciada, desengañada de la vida y de dientes picados?


Si se le quitará todo eso y bueno, a veces algo más, como alguna actuación poco creíble, música en ocasiones desafortunada, exceso de edulcorante... Si se quitara todo eso, decía, quedaría lo más interesante de está película: la lucha del personaje principal contra los recuerdos de un hecho dramático que le marcará la vida para siempre, y su intento (exitoso) de refugio en las drogas para caer en un estado alterado de la conciencia en el que esa herida en su recuerdo no duela.

Este personal documental es una preciosa colección de imágenes(o recuerdos, incluso para el director estos términos se confunden) y un buen puñado de sentencias sobre las que pensar. Pero todo esto no sería nada(no sería Cine) sin el alma.
Chris Marker consigue, esta vez, impregnar todo su talento, precisamente, en el alma de la película: te hace seguir esta serie de recuerdos, de juegos de la memoria, te hace reflexionar, sufrir, sonreír... y cuando todo acaba, lo que queda es la esencia, el alma.