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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 230
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
3 de mayo de 2024
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Lo más llamativo es que no es una película… sino al menos tres, y lo es sin apenas disimulo, en una época en la que el cine está todavía por inventar en buena medida.

La primera, una pantomima cómica con herencia del teatro y del vodevil donde el mundo de los pioneros buscadores de oro en Alaska es poco menos que excusa para encadenar gags y explotar las disparatadas interacciones de tres tipos, atrapados en el escenario único de una cabaña a causa de un temporal de nieve, con el pobre vagabundo desubicado cual héroe inverosímil que para nada nos esperaríamos en semejante gesta épica.

Después puede decirse que empieza la película propiamente dicha y se convierte en una especie de western, o de comedia romántica y dramática en un pueblo de mala muerte, entre prostitutas y facinerosos varios; una comedia cruel basada en el escarnio hacia un ser inocente por parte de unos desalmados sin escrúpulos, con una trama de enamoramiento fingido.

La propuesta aquí evoluciona en algo mucho más sutil, matizada en cuanto a psicologías, cambiando las motivaciones en un contexto de soledad, de ausencia de amor y de desarraigo, de supervivientes y de personas que buscan más que oro pero aún no lo saben, y donde él no es la única alma perdida. Ahora ese vagabundo no sólo está desubicado en el espacio sino que es un extranjero, alguien ignorado e insignificante, y no sólo por su aspecto desastrado, sino porque su bondad innata le hace contrastar intensamente con el muestrario de individuos poco recomendables del lugar.

El último tercio es nada menos que un espectáculo visual propio de un moderno blockbuster, que le da la vuelta en el sentido literal al escenario ya conocido del principio para colocarlo al borde del precipicio, en una peripecia extrema que parece propia de un cuento. Todo lo que hemos visto tiene a Chaplin y a su personaje como elemento unificador y está a su servicio. Icono del cine que encarna al hombre común y corriente, a un perdedor muy pardillo, perseguido por el infortunio, objeto de escarnio y de mofa para el espectador por sus torpezas pero a la vez objeto de su simpatía; el triunfo de lo humilde, de un tipo cuyos únicos recursos se los da cierta picaresca que sólo utiliza para salir de las situaciones complicadas… pues en el fondo se trata de un ser puro como el idiota de Dostoievski, cuya sencillez infantil le permite comerse los cordones de una bota como si fueran espaguetis mientras su compañero delira de hambre. O bien organizar una cena de nochevieja con absoluta devoción pese a sus medios exiguos y pese a que esté condenada al fracaso.

La gallina gigante, el bailecito de los panecillos, instantáneas muy recordadas, pero a las que habría que añadir otros momentos, en forma de planos concretos, igualmente cargados de fuerza y significado; la entrada de él en el saloon, como figura marginal y distante del resto, la alegría y a la vez honda tristeza de la celebración de año nuevo, canción a coro incluida… o la irrupción de una pura felicidad contagiosa que hace estallar una habitación en un mar de plumas.
Don Hantonio Manué
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6
27 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Único trabajo como realizador del escritor y delincuente Jean Genet, tan polémico como relevante para las letras francesas. Cortometraje sin diálogos en torno a unos hombres encerrados en las celdas contiguas de una prisión, quienes se demuestran el uno al otro su deseo sexual no consumado mediante ciertas artimañas, como pasarse el humo de un cigarro por un agujero del muro, a cada cual más sugerente... mientras son observados de manera voyeurista por el reprimido y cada vez más excitado guardián del establecimiento. Y no son los únicos, pues el resto de celdas las ocupan otros hombres igualmente cachondos e insinuantes.

Controvertido por su contenido homoerótico y por su exhibición de imponentes cuerpos masculinos al desnudo, incluyendo alguna que otra polla en erección, ni que decir tiene que esto sólo pudo ver la luz décadas después y como pieza de culto; poema visual cargado de simbolismo, en torno a la libertad, o mejor dicho, a una libertad más moral o espiritual que estrictamente física, que los muros no hacen sino exacerbar en lugar de aniquilar, entiendo, o la imposibilidad de ponerle fronteras al amor como impulso más primario del hombre.

Al margen de un contenido puramente provocador y obsceno para los parámetros de la época, tal vez se puede encontrar cierta conexión con el realismo poético francés, manejándose imágenes y motivos tan elocuentes como ese humo de tabaco o un ramo de flores, la violencia acaba por ser una válvula de escape de quienes ostentan un poder y una jerarquía que apenas disimula su debilidad real, pues es inútil su constante vigilancia ante la impudicia de los vigilados.

El film, sin embargo, humaniza también a este individuo, revelando sus deseos ocultos, y se alternan diferentes planos de realidad; la puramente sórdida de la prisión, rodada con “actores” que serían gentuza de la vida real y en la que se percibe claramente la mugre, el sudor y la ruina, frente al ¿recuerdo, ensoñación? del prisionero que se recrea en una naturaleza idílica, lejos de todo entorno asfixiante y semejante a los juegos y a las correrías infantiles… y frente a ese infierno mental y un tanto sadomasoquista del guardia, en forma de composiciones cuasi-pictóricas y en claroscuro que muestran, de manera abstracta pero a la vez muy gráfica, uno cuerpos más idealizados y esculturales.
Don Hantonio Manué
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7
27 de abril de 2024
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puro realismo mágico “felliniano” y a la europea que entabla diálogo con aquellos grandes nombres de la cinematografía italiana. La odisea de un hombre por reencontrarse con su alma, una especie de vagabundo o de iluminado con un don, el de descubrir lo oculto bajo la tierra, pero lo que de verdad le obsesiona es su “quimera” particular. Un eterno femenino que arrastra un hilo tras de sí, tan solo uno de los varios símbolos que nutren una historia de fábula, cargada de personajes, detalles y situaciones extravagantes. Seres que hacen del ambiente mísero y decadente en que se mueven un carnaval o verbena perpetua, donde flota lo insólito, la farsa y la superstición, el cruce idiomático; una banda de desharrapados que se ven a sí mismos como aventureros, héroes fuera de la ley, que hasta tienen a su propio rapsoda que cuenta sus andanzas.

El hombre-árbol colgado boca abajo, la flor amarilla, una mujer llamada “Italia”… las cosas se cargan de un significado que apunta a lo mitológico. El reino de los vivos y el mundo de ultratumba, con un sentido no tanto ominoso como el del pasado, la memoria, una especie de alma de los pueblos o historia alternativa expresada en el pueblo etrusco, que encarnaría una visión dionisíaca de la vida en contraste con los aburridos romanos. Algo, en fin, que yace olvidado, pero deudor, en su silencio, de un misterio que exige ser respetado; un tesoro no únicamente material (otra quimera, la del enriquecimiento personal), sino espiritual. Nuestro “inglés”, es decir, un extranjero, sería por lo tanto un intermediario, alguien que busca su propio camino entre estas realidades.

En un plano más terrenal, aunque nunca del todo, trata el tema del expolio. Sin negar del todo ese carácter romántico de los personajes, por quienes la cineasta se siente fascinada, los sitúa en un contexto donde son el último mono, o eslabón de la cadena. Desconocedores del auténtico valor de las cosas que encuentran, pues hacen el trabajo sucio a los de arriba a cambio de las migajas, en una cadena de explotación de dudosa legalidad donde salen ganando los de siempre. Los bienes acaban en manos privadas, las de figuras anónimas por encima del bien y del mal, cuya identidad es tan esquiva, enigmática, como la belleza de una estatua decapitada… o tal vez ese mal no tiene cabeza ni centro, esa cadena no tiene fin. Se puede ver, por lo tanto, como un canto ingenuo a restaurar lo comunitario o colectivo, a levantar desde la ruina un lugar estable, un hogar donde recomenzar y dar nueva vida a lo que se caída a pedazos.

Una película que tal vez está demasiado encantada de haberse conocido, consciente de su excentricidad y no sé hasta qué punto esto justifica lo irregular de su desarrollo, con un clímax (secuencia brutal del barco, con esa actriz inquietante de narices que es la hermana de la directora)… que acontece cuando todavía queda bastante para el final, un poco dando tumbos. Las decisiones formales pasan por cámaras rápidas con efecto cómico, cambio de formatos de pantalla para representar lo onírico, incluso una ruptura de la cuarta pared a modo de chiste puntual sin mayor relevancia. Menos gratuito veo ese movimiento de cámara hipnótico y rebuscado para ilustrar las facultades adivinatorias del prota, la alternancia entre el mundo de arriba y el de abajo que bien puede ser lo central… o un fastuoso uso de la música que va del barroco o clasicismo a la tonadilla popular, pasando por un memorable montaje a golpe de Kraftwerk.
Don Hantonio Manué
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9
25 de abril de 2024
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No deja de ser esa vieja sci-fi que toma el pulso al presente y radiografía los miedos de una época. Si en otro tiempo fueron los rusos, el comunismo o la amenaza nuclear, ahora es el desmembramiento y fin de la nación americana misma, causado por el odio y la división interna aunque sin entrar mucho en detalles, lo cual incrementa el mal rollo a la vez que hace el conflicto un poco más “universal”, por mucho que las particularidades de EEUU no sean las nuestras ni las de nadie y surjan las tentaciones de pensar en un “qué pasaría” aplicado a otros países.

Se atreve a dejar un poco por los suelos ese imaginario yanki edulcorado con el que nos han atiborrado desde siempre, con Washington, el presidente, la casa blanca… pero aquí el ambiente es más propio de la caída de Berlín que otra cosa, una sensación de apocalipsis, de final de una época y caída de un imperio, que haría llorar como a una niña a Roland Emmerich, a lo largo de un tramo final apoteósico, de una crudeza estética pero sobre todo moral que hasta hace daño y da pena verlo. Lo cual no quita que la película tenga un punto de elegancia visual, de estilización (secuencia casi onírica del incendio), pese al efecto sonoro apabullante de los tiros, recurriendo al montaje y a las canciones con una intención irónica de distanciamiento.

Al final lo que queda es una mirada desengañada, una espiral de muertes y de odio en la que los motivos reales, políticos, ideológicos, quedan enterrados en medio de la confrontación y la pura supervivencia. Y una idea bien clara; lo que venga después no va a ser mucho mejor.

Sobre todo es una película sobre el fotoperiodismo de guerra, sobre el que se plantea un legado que es cíclico, tanto como los conflictos armados, un relevo generacional que sólo se consuma mediante la violencia. Puede ser algo necesario y valiente, un simple trabajo sucio, simple testimonio objetivo, o bien una forma de morbo gratuito. Quienes lo realizan son adictos al riesgo, o tan sólo gente que ha tenido que dejar todo tipo de escrúpulos al margen y hacer callo emocionalmente hablando (si es que esto es humanamente posible o merece siquiera la pena), a la caza de esa imagen icónica que pasará a la posteridad.

La labor de Garland como director se mimetiza con esto, contaminan su propia escritura visual (como dirían en la Caimán) esas instantáneas con un punto “meta”. Además es buen guionista y tira del esquema road movie, siempre eficaz, presentando y matizando a los personajes sin prisas, su evolución, con lo bélico como simple trasfondo de sus andanzas; los perros viejos de vuelta de todo, o bien quienes empiezan a abrirse al mundo, su belleza y su terror, pero mostrando incluso esa extrañeza del conflicto, con todo cayendo y dando paso una gozosa fiesta o dislate colectivo que también forma parte del absurdo y de lo terrible, quizá porque se parece a una respuesta o modo de asimilarlo.

Y es que por mucho dinero que haya, no deja de ser un film de A24 y eso significa que tenemos a alguien joven que es el auténtico protagonista, que experimenta una progresiva deshumanización conforme se adentra en la pesadilla... y sin embargo esto no le destruye; al contrario, le hace encontrar su propia fuerza, un significado a su vida (en un momento dado se verbaliza), por espantoso que pudiera ser. Un concepto bastante genérico, con la riqueza de lo moralmente ambiguo, que con variaciones sirve como base argumental de casi todas las propuestas de la productora, y esta no es una excepción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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8
18 de abril de 2024
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Saint Maud” era un debut digno, pero sólo una muestra de lo que esta señora nos tenía reservado; una ida de olla que no sería disparatado comparar con aquella “Titane” de hace unos años, en el sentido de que, en un momento dado, toma impulso, se lanza al delirio, al filo del absurdo, del ridículo y de lo sublime, se la saca y se orina en nuestra cara, como la loca del coño que se intuía que era y ahora revela ser, en una gloriosa lluvia dorada de sangre, mierda, vómito y esteroides.

El molde es el de una de los Coen: paletos sórdidos, pueblo de mala muerte con cacique local, corrupción policial, gente que se pudre vitalmente en semejante entorno irrespirable. Con algún que otro secreto sucio en el armario, un pasado que vuelve, se desliza en forma de flashbacks en rojo neón. La Stewart es tal cual un tío, con actitudes, gestos, hasta tiene los celos tóxicos de un tío. Y la otra es ese estereotipo de muchacha ingenua y dulce que huye de su hogar campesino para perseguir su sueño americano a base de auto-stop, pero dándole la vuelta y convirtiéndolo en una puta bestia, con una filosofía de individualismo extremo que resulta, por desgracia, familiar. En el fondo, aquí todos adolecen de una condición monstruosa que tarde o temprano tienen que aceptar de sí mismos (otra vez A24 y sus movidas recurrentes).

Como introducción, la cámara surge del fondo del abismo hacia las estrellas, condensando lo fundamental. Se introduce en el gimnasio, y aquí ya vemos la fijación que tiene la directora por lo físico, como un estudio anatómico de torsos, sudor, etc. que se prolongará en un tórrido erotismo lésbico, en un montaje hábil de planos detalle (las yemas del huevo, las inyecciones…), reforzando incluso el sonido (el ruido que emiten músculos y venas marcadas al desarrollarse).

Popeye, los viajes de Gulliver, a modo de premonición. Se pretende un realismo que verdaderamente es el de un tebeo grotesco, uno que acaba por rendir tributo a esa serie B añeja de los años 50. Nostalgia, pero no la nostalgia etérea y soñada, sino de un imaginario ultra-violento de videoclub, evocador de aquella América de la era Reagan que sólo vivimos a través del celuloide.

Es una película nada complaciente con sus personajes, ni siquiera con unas protagonistas cuyo amor se encuentra lejos de la idealización. Más bien parecen decirnos que toda forma de amor, no sólo el de ellas sino el de la acosadora trastornada, el de la mujer maltratada, o incluso el simple afecto familiar, está mediada por la violencia y acaba por devenir en una adicción. En un veneno que te tomas a sabiendas de que te destruirá, como Kristen con sus cigarrillos. Por lo tanto, no hay nada edificante, ni redención; asoma el lado oscuro, animal, unos lazos de sangre que no se rompen con facilidad, una grieta que no se cierra, por mucho que alguien quiera sentirse al margen.

Hay un discurso en torno al cuerpo mutilado, alterado de algún modo, ajeno a lo convencional, que es donde la película evoluciona hacia lo fantástico y la locura, contemplamos un proceso de mutación de incierto desenlace y significado; el culto demencial al cuerpo para sofocar ciertas frustraciones y miedos, la mente sobre la materia, hasta el punto de aplastar y aniquilar la cultura masculina de las armas; Ed Harris como algo parecido al diablo, demostrando una sorprendente sensibilidad hacia los animales… y cuanto menos sorprendentes reacciones cuando le tocan la moral.
Don Hantonio Manué
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