'Nop' es una película que dialoga con (homenajea, continúa, imita, subvierte, parodia) el cine de Spielberg (en este caso, principalmente, 'Tiburón') de forma suficientemente estimulante y original, más que por ejemplo la acartonada 'Super 8' de Abrams.

Sin embargo/pero/hoyga señor hay una mosca en mi sopa, el guión de Peele, que puede funcionar a nivel simbólico (historieta de terror inconexa con el chimpancé mediante) en lo relativo a Jupe (Steven Yeun), no funciona a nivel terrenal. Esto no es otra cosa que decir que la imbricación del susodicho personaje (y todo lo que la rodea) en la trama principal no está resuelta de forma satisfactoria y que la película se resiente durante la mayor parte del metraje a causa de ello.

Así pues, la mayor parte de 'Nop' es sostenida únicamente por el suspense (¡muy bien!), el conflicto fraternal entre el dúo protagonista OJ-Em (Kaluuya y Palmer, que cumplen a nivel interpretativo sobradamente) y lo surrealista del asunto derivado de la aparición de un bicho volador no identificado en un rancho de California, si bien darle metraje a un personaje hipoactivo como el de OJ requiere un ejercicio de paciencia (y agarrarnos mientras tanto al de la animada Em) que no parece que rente hasta ya entrado el momento en el que «la mierda golpea el ventilador», como dicen en los EE.UU.

Con la excepción y la venia de Jennifer Beals, definiría a la serie como una sucesión constante de sobreexposiciones de elementos y situaciones que no terminan de quedar bien. Un Boba sin máscara no muy carismático, una coreografía de peleas regulinchi con reminiscencias por momentos a los Power Rangers y un flashback post-Sarlacc sin chicha ni limoná. Todo esto con serios problemas de lógica interna de las líneas narrativas en relación al comportamiento general de los personajes que comprometen la suspensión de la incredulidad e incluso cuestiones puntuales de rácord (¿quién narices apresa a la pareja de gamorreanos si solo están Boba, Fennec y el droide en el complejo?). Revisados dos capítulos, esta serie carece del empaque de la simple pero tremendamente efectiva El mandaloriano.

La ficción sobre el pasado «reciente» suele presentar tres vectores que simultáneamente tiran para sitios distintos: la representación del pasado tal cómo fue en toda su crudeza, la representación del presente (lo que nos interesa hoy) proyectando este sobre el pasado de forma problematizada, y la simple difusión de nostalgia por el pasado, que en la medida que supone una retrotopía reaccionaria, se puede decir que está actualmente en boga (es el zeitgeist del momento).

Tras ver cuatro capítulos, puedo afirmar que en términos técnicos la serie (en el equilibrio mencionado anteriormente se tiende a plasmar un predominio, con matices, del tercer vector) está rodada con pulso. La fotografía está cuidada y en general todo lo visual (salvo quizás los pájaros de la escena inicial de la serie) entra muy bien por los ojos (lo que no se puede dejar de alabar). Esto se enmarca en una subida de nivel considerable de la calidad técnica de las producciones de series españolas de un tiempo a esta parte. El diseño de vestuario también está bastante chulo en general.

Sin embargo, pese a estos puntos a favor, los problemas que arrastra la serie como para levantar el vuelo por encima de la mediocridad (de ser un sucedáneo de otras ficciones nostálgicas más conseguidas y con más medios y que, pese a todo, incluidos momentos de «cringe», te puedes llegar a tragar con gusto) y por donde hace aguas van por otro lado, y son, al menos por ahora, demasiado omnipresentes.

Van desde luego más allá de anacronismos y gazapos de ambientación como el CNI (CESID), el «jefe chino» en la España de la época (que bueno, a nivel onírico twin-peakero puede funcionar tan bien como la «enana») o la silla de ruedas motorizada, tanto en cuanto no necesites algo más que una inmersión parcial como mucho semi-satisfactoria en el pasado (lo que no sé si es razonable, pero sí quizás transigible en una serie de fantasía).

Lo que ya no es tan perdonable es en realidad lo endeble del guion, la yuxtaposición torpe y forzada de situaciones, que no funcionan en conjunto, unos personajes mal construidos, unos diálogos faltos de inspiración con muy poca chispa y un actor principal bastante poco pulido, por decirlo finamente. Entre pitos (los personajes se mueven de un sitio a otro con justificaciones muy endebles) y flautas (el poco interés que genera el desarrollo de la trama) se hace difícil de seguir. La referencialidad a la cultura pop de la época, los llamados «easter-eggs», vehiculados fundamentalmente a través del personaje de Quino, son, por otra parte, presentados de una manera extraordinariamente burda.

En definitiva, un producto más bien fallido, donde todo el apartado de guion y escritura suspende de forma rotunda, con una ambientación descuidada pero que no obstante muestra el músculo a nivel técnico que ha adquirido de un tiempo a esta parte la ficción de televisión en España.

«Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo».

¿Logrará Frank Ariza subvertir el aforismo?

«Miniserie» (esto es, película partida en cachitos de 10 minutos) que supone el intento de inmersión de Ariza en el género dominado por David DeCoteau, consistente en producciones de serie Z de caras guapas y mancebos semidesnudos en ropa interior (en realidad solo uno) en una atmósfera de cuento gótico.

Pongámonos en situación: cuatro atribuladas jóvenes acuden por invitación de Edrian a un caserón en la sierra habitado por una especie de modelos hijos de Venus (la diosa del amor) que quieren sacrificarlas, solo después de conseguir que se encoñen para con ellos. Pero en realidad no. Pero en realidad sí.

Implausible justificación argumental de la relación de los cupidos con el mundo exterior, ambientación en decorados cutres de la estación de Príncipe Pío, un dúo protagonista (Michelle Calvó y Mario Piágaro) con la capacidad interpretativa de un tronco de madera (con un elenco restante que no lo hace mejor que ellos) y un clímax ridículo. No hay terror. No hay softcore.

Truño hors catégorie. Sin redención.

Buena dirección de actores, fotografía soberbia y una banda sonora elogiable que por momentos lleva ella sola las escenas de esta miniserie de bandoleros con aire de western crepuscular ambientada en la España de 1807, que presenta un ritmo algo irregular. Pese a esto último, la experiencia no se resiente apenas en la medida en la que el espectador se deje seducir por la ambientación en exteriores, donde transcurre la mayor parte del metraje, y que supone una verdadera carta de amor al paisaje serrano del centro de España en invierno.

Todo el elenco cumple, incluida Bebe, aunque a Isak Férriz le corresponde la interpretación más destacada como «el Aceituno».