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España España · Valladolid
Críticas de Alberto Monje
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Críticas 69
Críticas ordenadas por utilidad
1
11 de julio de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que contaran con pocos medios. Es posible. Puede que su pretensión fuera hacer una película así. Es posible. Puede que no contaran con los mejores actores del mundo. Es posible. Lo que no es posible es hacer el ridículo en estas proporciones.

La maldita primavera trata de la banda de pop barcelonesa ‘Papa Topo’ que se encuentra un día con una reptiliana, que ha sido enviada a la tierra para comprobar si merece la destrucción. Además, sin ninguna coherencia, la película también presenta a una presentadora transexual de una programa de televisión sobre sucesos paranormales y a Mónica del Raval, una famosa prostituta de Barcelona.

Sinceramente, parece que han secuestrado a los actores y ruedan sus escenas apuntados por una pistola. Nadie actúa de una manera natural. Además, les tiembla la voz, el cuerpo y realizan miradas nerviosas a cámara. Por otro lado, los diálogos de la cinta rozan el ridículo.

Una escena: Dos personajes salen del cine. En plano se ve a ambos en la puerta de salida mientras la gente pasea tranquilamente por una calle soleada. Un personaje dice: “Madre mía cómo llueve” y a la vez salen dos extras paseando con un paraguas. Ambos personajes salen a pleno sol quejándose de la lluvia protegidos por el paraguas.

Carlos Vermut con el mismo dinero que esta gente dirigió Diamond Flash. Con La Maldita Primavera, lamento decir, el talento ha muerto.

P.D.: ¿Por qué se llama La maldita primavera si al comenzar la película se anuncia que trata sobre un verano?
Alberto Monje
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7
3 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quien piensa que el cine de zombies solo consiste en vísceras saltando, personas comiendo otras personas y virus mortales que conquistan el planeta. Y no les falta nada de razón. El género terror, sobre todo el más cercano a la serie B y al Gore son muy complicados de sacar adelante. La capacidad de un autor para innovar es normalmente escasa y, hasta las mejores ideas, se hunden en un mar de clichés y convenciones demasiado conocidas.

Sin embargo, de vez en cuando saltan sorpresas. Train to Busan es la última superproducción coreana que ha triunfado ahí por donde ha pisado (Cannes, Sitges). La película narra una historia muy simple: una invasión zombie se desata en el momento en el que un padre y su hija se dirigen a la localidad coreana de Busan en un tren lleno de pasajeros.

En el plano visual. La película será una delicia para los mayores fans del género. Sobre todo en su primera hora, se suceden escenas muy intensas de persecuciones, muerte, acción, mucha sangre y muchas vísceras. El montaje del film es de vértigo, solo dejará unos momentos al espectador para coger aire y volver a huir de apocalipsis zombie que se le viene encima. Los clichés se suceden, pero en muchas ocasiones dados la vuelta completamente. La historia de Train to Busan será conocida por todos, pero su tono y su puesta en escena es tan fresca, que a nadie le importará.

Sin embargo, hay algo más que muerte y vísceras en la película. Los muertos vivientes son solo una excusa del director para explorar la humanidad y mentalidad de la Corea actual y, por ende, también de las sociedades occidentales. A lo largo del metraje vemos una marabunta de zombies que quieren matar a los últimos habitantes del país. Estos verán sus contradicciones internas y su incapacidad para unirse contra lo que se les viene encima. Lo que al principio iba a ser un alarde de efectos especiales y vísceras se convierte en una epopeya política al más puro estilo Mad Max.

Podemos encuadrar perfectamente esta película dentro del panorama político internacional. El tren donde están todos los protagonistas representaría cualquier país. Por otro lado, la crispación internacional, la amenaza zombie, produce desconcierto en sus habitantes, que desatan sus pasiones más primitivas y se matan unos a otros sin ser conscientes de que ellos no son los enemigos, lo que podría equivaler a la xenofobia y racismo imperantes en las sociedades desarrolladas actuales. La secuencia más memorable de todas: aquélla en la que unos pasajeros intentan entrar en un vagón seguro lleno de personas sanas mientras se les acercan los zombies; un pasajero del vagón, ante el miedo a los propios humanos, alienta al resto para que atranquen la puerta y que no entren, diciendo que seguramente estén infectados. Si cambiamos a ese pasajero por un excéntrico multimillonario con tupé y el atranque de la puerta por un muro en la frontera sur de su país, tenemos la más pura realidad política y social de la actualidad.

Quien solo busque entretenimiento, solo encontrará entretenimiento. Quien busque algo más, también lo hallará. Train to Busan es una magífica simbiosis entre los intereses del público y la crítica más especializada. La película no es perfecta, no. Pero quizá sea todo lo perfecta que podría haber sido. No todos los días podemos ver invasiones zombies tan bien pensadas y con tanta capacidad para hablar de la humanidad. Ya nos vale. Solo mediante zombies entendemos lo que hacemos mal los seres humanos. Pero es lo que hay.
Alberto Monje
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8
1 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juan Ramón Jiménez desnudó poco a poco su poesía hasta convertirla en pura lírica. A lo largo de su vida quiso reflejar lo más hondo de su espíritu a través de versos simples, pero con potente significado. Pedro Almodóvar ha comenzado con Julieta su propio proceso de depuración juanramoniana. El espectador que se enfrente a su nueva película se encontrará con una propuesta, a priori, simple, pero que esconde en su interior uno de los mayores esfuerzos de su creador por llevar al límite las posibilidades de eso llamado cine. En este proceso de desnudez de su filmografía, Almodóvar no va a contar con personajes divertidos ni situaciones hilarantes. Julieta es una propuesta absolutamente dramática, sin un minuto dedicado a la comedia. Si el manchego siempre ha apostado por los personajes rotos por dentro, no habrá de otro tipo en esta gran película.

Basada en tres relatos de la Premio Nobel Alice Munro, la película comienza con Julieta (Adriana Ugarte y Emma Suárez) cuando se encuentra con Bea (Michelle Jenner) una amiga de la infancia de su hija Antía, a la cual no ve desde hace años. Bea le cuenta que Antía está casada y tiene tres hijos. Este encuentro a Julieta le sirve para reabrir las heridas de su oscuro pasado. Para cerrarlas, decide contarle a su hija mediante cartas todo lo que nunca se atrevió a revelarle.

El personaje de Julieta es interpretado en su juventud por Adriana Ugarte y en la madurez por Emma Suárez. Poco a poco el espectador ve cómo la protagonista se sumerge más y más en su propia oscuridad. Julieta nunca, o casi nunca llora. Nunca, o casi nunca, externaliza el dolor que la mata por dentro. Nunca, o casi nunca, comparte sus miedos y sus inquietudes. Sin embargo, la mirada de ambas actrices está plagada de ese dolor infernal. Tanto Ugarte como Suárez son capaces de destacar por la contención de su trabajo. La tortura la llevan en todo momento por dentro.

Cuando es joven, Julieta conoce en un viaje de tren a Xoan (Daniel Grau), del que se enamora. Almodóvar, en este proceso de misticismo en el que está inmerso brinda en el tren una de las imágenes más poéticas y con mayor significado de su filmografía: el reno en el paisaje nevado. Su lirismo y misterio harían aplaudir al mismísimo David Lynch. Mientras su vida con Xoan continúa, la película narra las más diversas desgracias que le ocurren a la protagonista y nos presenta a uno de los personajes clave: Marian (Rossy de Palma). Esta mujer tiene un espíritu sombrío, oscuro y muy conservador. Su mirada se dirige al interior de Julieta y la analiza sin pudor ninguno. Hay quien ha dicho que Marian representa el único personaje “cómico” de la cinta, pero no hay que olvidar que personaliza la mayor oscuridad del ser humano, donde Julieta nunca querrá llegar aunque no pueda evitarlo.

Uno de los momentos más complicados de la cinta, la transición de la Julieta joven a la adulta es resuelto por Almodóvar de la forma más magistral a la que el manchego, y el cine en general, pueden llegar. La escena, de una belleza bergmaniana, tiene una fuerza visual tremenda y un lirismo arrollador: Julieta no solo envejece, sino que el dolor que la mata por dentro la debilita más y le quitan las pocas esperanzas por la vida que le quedan.

En la segunda parte de la película, ya con Emma Suárez en el rol principal, el espectador verá a una Julieta destrozada, solo rodeada de muerte y desamparo. La película ahonda más en el personaje de Lorenzo (Darío Grandinetti), el lado más enigmático de la cinta. Por otro lado, casi al final de la obra, el ya citado personaje de Bea, interpretado por Michelle Jenner, realiza su pequeña, pero indispensable aportación a la película. Sin ella, ese final tan abierto como claro de la cinta no sería posible.

El propio Almodóvar ha definido su nueva película como un “drama sin lágrimas”. Al igual que sus protagonistas, el espectador no sentirá la necesidad de llorar en ningún momento, no es lo que busca el director. El manchego quiere que el dolor se lleve por dentro y su estilo desnudo y simple consigue que Julieta arrolle sentimentalmente. Es muy posible que ésta sea la película más profunda de Pedro Almodóvar, en la que ha conseguido trasladar de mejor manera el dolor de sus personajes a la pantalla. En ese sentido, podríamos hablar de una película cuasi perfecta. Solo el tiempo colocará a Julieta en su lugar, pero no debe ser arriesgado posicionarla muy cerca de otras obras magistrales como Todo sobre mi madre o Volver. Mientras el tiempo hace su trabajo, solo nos queda citar a Chavela Vargas, con la que Almodóvar despide la cinta: “Si tú te vas se va a acabar mi mundo, el mundo donde solo existes tú…”.
Alberto Monje
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5
21 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las dificultades de la mujer en el Irán actual son más que patentes. La libertad de los cineastas (y no me imagino de las cineastas) en el país de los ayatolás no es mucho mejor. Aún así son varias las películas de esta nacionalidad las que han conseguido criticar la posición de inferioridad de la mujer en Irán y todos los obstáculos que tiene en su día a día. Quizá, la película más representativa de este nuevo cine iraní de crítica social puede ser la oscarizada Nader y Simin, una separación (sin contar con el cine del encarcelado Jafar Panahi, pero a éste hay que verlo desde una perspectiva diferente).

Cuando vemos Nahid nos encontramos con un personaje femenino muy potente, interpretado de una manera más que notable por Sareh Bayat. Una mujer que tiene que luchar día a día por su problemático hijo y contra su marido y las leyes persas que le dan a un trato preferencial sobre ella. Nahid no puede casarse con el hombre al que ama porque si no, su actual marido se quedaría con su retorno. Aun así, la rebeldía constante de su hijo contra ella le hace dudar sobre si realmente lo puede seguir teniendo a su cargo.
Pese a ver nosotros la película desde esta perspectiva de crítica social, quizá la novata directora Ida Panahandeh no la orientó de esta manera. En su presentación en la última edición de la SEMINCI, la realizadora dijo que “las mujeres en Irán tienen los mismos problemas que las mujeres de occidente”. Sobre Jafar Panahi, el director iraní encarcelado por criticar a su gobierno, dice que “quien se salta las leyes sabe lo que le pasa”, además añade que ella prefiere vivir en su país y trabajar allí, aunque tenga sus libertades coartadas, ya que respeta sus leyes. Por lo tanto, dicho esto, es complicado que haya una crítica intencionada por parte de la realizadora. La hubiera o no, quizá pudiéramos pensar que es difícil hacer una película “realista” sobre el Irán actual sin dejar claro la situación de su mujer. Por lo tanto, sin querer poner la directora en cuestión nada, nosotros, como espectadores podemos hacerlo tras ver todo lo que ella nos narra.

Si volvemos a la película, ésta no es en absoluto comparable a la genial Nader y Simin. El film se hace largo, da la sensación de que la historia se alarga demasiado. Hay varios momentos que habrían sido un genial clímax para la película, pero los guionistas se encargan de alargarla, no sé muy bien por qué. Aun así, pienso que el trabajo de Panahandeh es positivo para el acabado final, ya que dota a las escenas de cierta fuerza dramática e, incluso, en algunos casos, podríamos hablar de poesía.

Nahid es una película que te deja con un sabor agridulce. En algunos momentos es disfrutable, de hecho, puede ser un buen punto de referencia para acercarse a la todavía desconocida sociedad iraní. Sin embargo, su excesiva duración acaba por cansar y convierte a una película que podría haber sido la perfecta sucesora de Nader y Simin en una película más, del montón. Pese a todo, seguiremos de cerca la filmografía de Ida Panahandeh, puede que en un futuro pueda destacar dentro de los grandes del cine iraní.
Alberto Monje
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6
21 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han sido varios los títulos que en los últimos años pretendían narrar una historia desde un único habitáculo. Éstas han sido propuestas de lo más diversas: la violenta Saw (2004) jugaba con la angustia desde la desorientación y la sangre; Buried (2010) llevaba la claustrofobia al extremo metiendo a su personaje en una tumba de la que no salía (ni él, ni el film) en ningún momento. La Habitación es una propuesta totalmente diferente. La producción irlandesa es un drama familiar de dos protagonistas, donde el primero (la madre) será la fuente de angustia del film y el segundo (el hijo) será su única fuente de esperanza.
Jack (Jacob Tremblay) lleva toda su vida encerrado en una habitación con su madre. El niño de cinco años no conoce otra cosa que lo que encuentra dentro esas cuatro paredes. Su madre (Brie Larson) se ha inventado un pequeño mundo para que el pequeño no se sienta angustiado como ella. Todas las mañanas, Jack da los buenos días a los objetos de la habitación como si fueran personas; después, madre e hijo se bañan juntos; más adelante cocinan y comen y, por la noche, Jack tiene que dormir en el armario porque el viejo Nick viene a ver a mamá y no lo puede ver.
La película está dividida en dos mitades muy bien diferenciadas. La primera mitad de la película es puro cine. En ella, Lenny Abrahamsson, el director, despliega todas sus capacidades narrativas y realiza una experiencia asfixiante, pero cinematográficamente apasionante. Aquí es donde podemos disfrutar en todo su esplendor de los dos principales tesoros de la película: Jacob Tremblay y Brie Larson. Esta última, en el rol de Ma, consigue llevar la película sobre sus hombros. La actriz cubre toda su interpretación sobre un velo de angustia. Sin embargo, esta angustia no la exterioriza en ningún momento, sino que la lleva por dentro. Esto le lleva a mantener durante todo el metraje esa sonrisa llena de acidez. Sin duda, Ma, es un personaje fuerte, cuya única razón de ser es su hijo Jack, gracias al cual no ha entrado en un estado de locura. El gran descubrimiento del film ha sido precisamente Jacob Tremblay, que interpreta al joven. Es difícil pensar que un niño de nueve años sea capaz de dotar a este personaje de la fuerza de la que lo dota. Jack es un niño inocente, feliz en su mundo de cuatro metros cuadrados. A la hora de descubrir el mundo real, tendrá que aceptar poco a poco que eso que veía en su pequeña televisión eran cosas de verdad. Jack es la luz de la película, lo único que mueve a Ma a hacer lo que hace y la única fuente de esperanza que tiene el espectador en la historia. Pese a que, al final, Larson sea la que más premios y distinciones haya acaparado, el verdadero motor de La habitación es el pequeño Tremblay. Se avecina un actor imparable.
En la segunda mitad, el conjunto decae. Sin duda, es más costumbrista que la primera y se podía caer en el drama familiar más fácilmente. Además, el paso de una parte a otra es demasiado abrupto. No hay transición. Los personajes pasan de estar encerrados a ser libres en cuestión de segundos. No se desarrolla la idea de que siguen psíquicamente encerrados en la habitación. El director da más importancia de la necesaria a los secundarios, alejando la trama (tanto externa como interna) de los protagonistas, perdiendo la película la frescura inicial. Si en la primera mitad el protagonista era el niño y el film narraba el mundo como él lo ve, en la segunda esta mirada es coral. El director se pone en la piel de todos los personajes, quitando inocencia al conjunto.
Ya solo queda imaginarnos cómo una apuesta más arriesgada podría haber mejorado la segunda mitad del film. Intentar mantener la mirada del niño o no interesarse tanto por los secundarios habrían sido dos grandes propuestas para que La Habitación fuera una película redonda. Aun así, que nada eclipse la perfección de su primera mitad: maravillosa, pero sobrecogedora. Eso sí, pese al extraordinario trabajo del director, el mérito de su éxito reside en dos deslumbrantes interpretaciones: la de Brie Larson y, sobre todo, la de Jacob Tremblay.
Alberto Monje
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