Este esteticista producto va dando bandazos de algo así como el terror, al amor, la acción, para hacer de vez en cuando una parada en que nos brinda algunas bonitas postales de Bucarest y agradables canciones que casi nunca parecen adecuadas para la trama.

Hay aspectos interesantes en lo relativo a la supervivencia y cierto fatalismo, pero quedan lastrados por las consabidas e inverosímiles peleas en las que de repente todos se convierten en superhombres (y supermujeres) e incluso el chico humano adopta poses de héroe de acción lleno de recursos y habilidades.

La protagonista se limita a menudo en poner una expresión seria o malhumorada, mientras el chico en la primera parte se deshace en tal cantidad de sonrisas, que unidas a los bombones que ella hace nos acercan bastante al empacho.

En general, con respecto a las actuaciones, hay que decir que todos sin excepción son preferibles como lobos.

Héctor es muy maduro para su edad porque la vida no ha sido fácil para él y le ha hecho crecer demasiado rápido por dentro, ahora llega a casa de su tía forzado por las circunstancias y se ve obligado a formar parte de una familia a la que no ha visto desde hace años, pero ¿es éste su lugar en el mundo?

El pasado es una pesada losa que hace difícil la vida, el miedo atenaza demasiado los comportamientos, pero a veces uno se consigue liberar y entonces volver atrás no significa rendirse.

Pide un deseo Héctor, atrévete... sin miedo.

Es un interesante planteamiento, pues se produce una súbita desaparición y la consiguiente búsqueda, pero lo que en principio es un intento casi desesperado de hallar a una persona se va convirtiendo en el surgimiento de una posible nueva relación.
Antonioni relata con un cuidado estilo y encuadre un estudio sobre la afectividad, con sus peligros y riesgos, aunque la duración (145 minutos) es algo excesiva y hace que en algunos momentos se desconecte y se pierda interés.

Unos hechos y unos personajes que nos llevan a recordar otros momentos del cine, pero hay algo más y es la sorprendente y sugestiva manera en que se trasladan el suspense y el mundo delictivo al entorno juvenil, con una enrevesada historia llena de matices siniestros, oscuros y herméticos por descubrir.

Brendan, el joven protagonista, no es el típico héroe episódico que se suele ver, tiene más de sufrido antihéroe, eso sí duro y persistente, moviéndose con frialdad e inteligencia para ponerse al límite y hallar la solución a un enigma que puede trastocar su propia vida, otro aspecto interesante, pues lo que ocurre, lejos de ser pasajero, va a determinarle y marcarle en lo personal.

Como ya sucediera en la obra maestra de los Coen Miller's crossing, con la que guarda cierto paralelismo, se trasciende todo lo que pueda haber de homenaje a un género o a otras épocas, llegando a ser algo con entidad e importancia en sí mismo.

El thriller en un género que Hollywood está agotando por el contínuo incidir en tramas rebuscadas poco consistentes, el efectismo y la abundancia de sangre.
El caso Slevin posee todo esto pero tiene ciertas pretensiones, busca una estética cuidada y conduce el argumento hacia la sorpresa, pero es curioso que toda la parte final sea tan generosa en explicaciones como intentando que al espectador no le quede ningún cabo suelto, quizás buscando complacer a ese público poco exigente que llena las salas con las películas "made in USA".
Los diálogos intentan ser inteligentes pero en general no pasan de farragosos y carentes de gracia, provocando un cansancio atroz que distrae y hace perder interés.
Aunque la parte final tiene cierto relieve a pesar de todo, existe otro punto insalvable y es la actuación, por así decirlo, del inefable Bruce Willis. Terrible.