Histeria.
El documental de Howard es convencional y superficial. Rutinario, académico, hagiográfico. De poco interés. Se ve bien porque son los Beatles y nada más. Es un poco como, creo que Lennon, comenta con ironía sobre sus primeros tiempos, cuando escribían canciones en las que ella le quiere, él la quiere y, finalmente, qué sorpresa, todos se quieren a mucho rabiar. Aquí igual: todos se querían, eran como hermanos, una gran familia, estaban muy unidos, eran muy buenos, concienciados, solidarios, generosos, inteligentes, bondadosos... Que nadie lo duda, a Dios pongo por testigo. Pero lo malo, que algo debió haber también, se pasa como de pasada, casi ni se nombra, muy por encima. En verdad todo es así, nominal, banal, de hito en hito hasta la azotea maravillosa final.
La historia (traducción y resumen acelerado) sería tal que así: espabilados chicos ingleses de origen humilde se conocen de adolescentes, forman grupo, insisten, crecen, triunfan, cada vez más, les explotan, se dejan llevar, les agotan, cansan y aturden, al principio se divierten, luego ya no; llegan la hipertrofia, la elefantiasis, el horror de las masas, los grandes estadios convertidos en circo en los que nadie oye nada y finalmente el mito les sustituye, les suplanta, la gente los idolatra por lo que representan, el éxito, la moda, esa blanda alegría dioinisíaca, naíf, puramente juvenil y desprejuiciada, y no por su música ni por sus esfuerzos, valores o categoría como individuos si esta valiera la pena, que esa es otra.
Se hartan y lo dejan. Se separan y la vida sigue.
Y ahora mi epílogo tan esperado por todos, lo sé, cuento con ello. De entre toda la cháchara (Whoopi es simpática, todos los que hablan lo son, tienen, de hecho, las muy mejores intenciones) y tanta imagen de archivo, yo me quedaría con un momento mágico, fugaz, fulgor, milagro, divina aparición, dios, como si alguien hubiera saboteado el metraje con un golpe de rareza pura, como creo que hacían en el club de la lucha con las pollas que metían a diestra a siniestra, sin desbastar, a pelo, sin condón ni prevención, de través, enfermedad, me refiero a ese breve trozo de tiempo surreal, poderoso, absurdo y maravilloso, en el que, creo que en el estadio de Anfield (el Liverpool), se ve a una muchedumbre apabullante, formada solo por hombres (es decir, nada de adolescentes histéricas, extáticas y desorejadas, tan orgásmicas y pornográficas), de todas las edades (literal, había, a ojo de halcón y de buen cubero, de mis llorosos ojos, desde casi niños de teta hasta señorones de generosa estirpe, venerables abuelos) y de enorme reciadumbre y solera, cantar todos a una, al alimón, en comandita y a capela (ni Beatles ni leches, ni se les ve ni nada nos importan, son solo el motivo alegre, la excusa feliz, un medio, nunca un fin) el She loves you con enorme clase, gusto, salero y afinamiento de voces, tonos y gracias, no sé, como si celebrasen, por fin, se había hecho de rogar demasiado y ya tocaba, el fin del mundo; el nacimiento del niño Jesús, reincidente, no aprendió la lección la primera vez, dale Perico al torno; unas nuevas elecciones generales que nunca cansan y siempre apetecen, esa jarana, la fiesta santa de la democracia que los corazones alegra; o seguramente, los textos más fiables así lo apuntan, la boda, tan esperada, gay entre Hércules y Apolo, oficiada por Platón; o quizás simplemente, sería lo mejor, yo voto por ello con todas mis muchas fuerzas, ese mismo instante autosuficiente, circular y vicioso, eterno, estirado, inescrutable, soñado, infinito, ficción verdadera, estrambote pinturero arrebatado con honor y valor a la muerte y al silencio. Vive Dios.

Al final... tú y yo... para qué más.
Alma gitana.

La peli se nos cae a pedazos con esa mezcla repugnante de melodrama folletinesco maniqueo y cierto tufo a moralina vomitiva, toda esa cháchara infecta que contamina, pero cállate de un puta vez, hombre, y escucha(la), reclúyete con ella y tira la llave para siempre, jodido idiota.
Y claro, lo mata, demasiado tarda, un tipo así no merecía respirar el mismo aire que ella, no podía vivir en el mismo planeta, excesiva diferencia.
Y al final, ella triunfa, ha acabado con el villano de esta historia, el mal absoluto, el mediocre por antonomasia, el hombre sin atributos, un cero total, vergüenza de la raza, y se va entre aplausos y vítores, callándolos a todos, admirando su obra que nunca cesa.
Brava.
La madurez granada versus la estúpida juventud.
Cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Más papel para Buster Keaton, rácano Wilder.
Mulholland Drive.

... y adiós muy buenas, las plañideras que llegan como las golondrinas negras en primavera, los sonetos ya escasean y ella directa al primer puente (viaducto más probablemente) que su desesperación a su paso encuentra, pero suenan las campanas y no sabe donde, como en rompiendo las olas, esa obra, una chica danesa, y nos vamos como locos a la santa iglesia, de jota y jarana, ordet, aleluya, hosanna.
* Aunque eso es relativo, como todo, ya que recupera la vista por momentos (durante buena parte de la película ya no necesita gafas para nada, va a pelo, serán las zanahorias) y luego la pierde al instante (como Waterston en delitos y faltas, como Borges).
** Y muy hipócrita, solo hay que fijarse en cómo trata al primero, se le cae la baba, puro arrobo, entrega, bonhomía, éxtasis, y cómo maltrata al pobre poestastro don Fernando (joder con la mosquita muerta, cómo ordena y manda la cabrona cuando se le da la real gana o le interesa, doble cara que se gasta, qué ira, qué miradas, cómo amenaza, a falta de navajas traperas, vivan las tijeras caseras). Y gran sabuesa, qué rápido, rayos y centellas, encuentra, da con el paradero, la humilde morada o casa del bardo castizo que nos ocupa y que tanto alegra la existencia.
La película no hay por donde cogerla, pero el escribidor (viva el Rey, ella también está muy bien, pero no nos gusta un pelo ver sufrir tanto a las mujeres) y esa carrera última, lágrimas en la lluvia, nos salvaron a nosotros, que no a ella, de la quema, de lanzarnos al abismo, a tumba abierta.
No me chilles que no te veo.
Más ensaimadas, viva Mallorca.

El enano cabrón, miniyo, tan alcohólico y malvado, es, evidentemente, el mismo diablo.
Santi es Dios, que cuando despertó y descubrió que su único amigo durante toda la eternidad, juntos de parranda eterna, Belcebú, Lucifer, Satanás, ese ser, había sido decapitado, de cuerpo sin testa, se vino abajo, no lo pudo soportar más y se suicidó, al vacío se lanzo, lógicamente, todos en su caso o posición hubiéramos hecho lo mismo, es solo cuestión de empatía, de ponerse por una vez en el lugar del otro, de calzarse sus zapatos, de generosidad, de compasión, de humanidad.
¿Qué harías tú si fuese asesinado tu ser más querido, tu amante, tu esposo, tu sueño, tu todo?
Pues eso, directo, contento al matadero.
Es, por lo tanto, una historia de amor fou, imposible, de romanticismno trágico, desgraciado, agónico.
Ese es su mérito y su secreto.
Por si no os habíais dado cuenta: ella es María Magdalena, el padre es el espíritu santo y el hermano es Jesucristo. De nada.
Y todos juntos hacen cinco, bingo, por ahí te la hinco.