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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.210
Críticas ordenadas por utilidad
4
1 de junio de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen los antiguos textos que un gran reino se erigió en las aguas del Atlántico, más allá de las Columnas de Hércules, un reino de prosperidad y gran avance, de inteligencia y poder, de riqueza y beneplácito divino...un reino que, por todos estos dones, se ahogó en su propia riqueza y fue castigado por la ira de los dioses para no volver jamás...

El mito de la Atlántida es uno de los más queridos por los buscadores de leyendas y otros "freaks" de los misterios históricos; en realidad originado a partir de los pensamientos, diálogos y cuentos de Platón, este gran continente y la sociedad que lo habitó servía de perfecta alegoría de los imperios y reinos de su tiempo que se servían de su abundancia para fines crueles y acababan cayendo en la inevitable corrupción política y social. Un mito que allá en Hollywood se tomaron muy en serio con tal de poder sacar una gran aventura de ello.
A comienzos de los '60 es George Pal quien va a llevarla a cabo tras conseguir unos excelentes resultados con su versión de la mítica "The Time Machine"; sin embargo MGM le ofrece un presupuesto menor debido tal vez a las huelgas de escritores, que entorpecen la producción e impiden que el guión pueda ser revisado correctamente. Esto se deja sentir, y mucho, en el planteamiento y desarrollo de "El Continente Perdido", que aparece en un momento muy bueno para el cine de temas histórico-mitológico-bíblicos (sólo en ese 1.961 se estrenarían títulos como "Goliath contra los Gigantes", "Sansón", el "Atlas" de Corman o "La Conquista de la Atlántida", donde Vittorio Cottafavi incidía en el mismo mito).

Un prólogo animado muy simpático cortesía del mismo Pal nos pretende explicar de una manera innecesaria la situación de la perdida Atlántida amén de hacer hincapié por la vía de lo tediosamente didáctico en la fraternidad y herencia cultural a escala global, y así descendemos hasta las aguas de los mares para asistir al rescate de una muchacha que resulta ser nada menos que la hija del rey Kronos. Lo más destacado es cómo la unidimensionalidad de los acartonados decorados se asemeja a la de unos personajes terriblemente mal construidos y descritos.
Tenemos a una detestable Joyce Taylor como princesa Antilia que nos hace cuestionarnos por qué demonios querría el idiota de Demetrios (a quien da vida un aún más idiota Sal Ponti en sustitución de Fabrizio Mioni) acogerla en su hogar más allá de la cópula fugaz cuando lo propio habría sido dejar que se ahogara en el océano; la arrogancia distingue a esta niñata de papá y es un claro aviso de qué nos encontraremos en esa nación atlante suya de la que siempre habla. Pero antes podemos deleitarnos con el genio de Pal para sumergirnos en una gran epopeya llena de aventura y fantasía, incluso supliendo los límites presupuestarios...

No obstante la epopeya acaba al llegar al continente, y aunque el equipo técnico (el de George Davis y Henry Grace en especial) logra crear de una forma fascinante lo que podría ser una aproximación a la exhuberancia del reino atlante, la historia toma ciertos derroteros que hacen disminuir y ralentizar su ritmo y esboza unos personajes secundarios a imagen y semejanza de Antilia, todos abominables (salvo el de Jay Novello). Pues el mal revisado guión de Daniel Mainwaring, que a su vez se basa en una obra de teatro, nos presenta esta sociedad acorde a los mitos, pero yendo un poco más allá.
Esta Atlántida no es quizás con la que sueñan los cazaleyendas, sino un reino que utiliza sus avanzados conocimientos para acaparar avaramente las riquezas, que explota los recursos naturales para fortalecer un poder de orden fascista, que desprecia la existencia de lo extranjero y lo convierte en mano de obra maltratada; Pal ataca, y con cruda severidad, las injusticias políticas y su visión, despojada de toda idealización, es la de una sociedad esclavista y autárquica e inevitablemente condenada a la corrupción debido a la debilidad monárquica y el ansia de conquista. Entre todas estas intrigas, los suntuosos decorados y la pobre caracterización de personajes, el traicionado Demetrios hace lo posible por ganar su libertad...

Y lo que vemos es a un pobre desgraciado (pues el protagonista está lo más lejos posible de ser un héroe) que ha entendido que la única manera de medrar en ese tipo de lugar es a través de la ambición y la traición; mientras se reflexiona sobre estos temas éticos y morales, habrá algunos destellos de fantasía e incluso horror (convertir a los seres humanos en bestias por medio de la ciencia, algo heredado de "La Isla del dr. Moreau") que hacen de esta película un híbrido de géneros realmente curioso y no poco bizarro en ocasiones, más en la línea de las propuestas descaradas de Corman.
A tan descarados niveles llega el sr. Pal (pero no porque así lo deseara) que la caída del reino de la Atlántida tras la sublevación de esclavos de la que seremos testigos se realiza en su mayoría a través de secuencias robadas de la magistral "Quo Vadis", todo por ahorrar costes, pero fue algo que no pasó desapercibido para nadie en su momento. Con la mejor intención el director quiere desplegar los oropeles y la espectacularidad de una peripecia épica del más alto orden, pero acaba en un intento mediocre de aventuras mitológicas, más extraño de lo que cabría esperar por sus estrafalarias ideas y rocambolescas salidas de tono...

Un servidor destacaría las pruebas en el coliseo a las que se ha de enfrentar Demetrios, pero están filmadas con una evidente falta de ganas y de ritmo que se contagia a todos los lugares en esta desafortunada mezcolanza de estilos y géneros que no gustó a la crítica y terminó siendo una decepción en cines, hasta ser recordada como la peor película de George Pal como director.
Dicha mezcolanza encontraría mejor resolución y encanto en la posterior "Jason y los Argonautas", de Don Chaffey.
Chris Jiménez
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5
26 de abril de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos ronda desde tiempos remotos y sabe perfectamente lo que deseamos y lo que nos asusta. Así que hay que tener cuidado con él.
Cuando bailas con el Diablo tú no le llevas, él te lleva...y pobre de ti si pretendes pisarle.

Los "remakes" forman parte del imaginario colectivo, no se puede evitar, y en el del público americano no causa ya ninguna sorpresa. Le resulta difícil a esa gente que jura que le gusta el cine el investigar distintos géneros, directores y épocas; en lugar de eso prefieren gastar dinero en una entrada, coca-colas y palomitas y presentarse ante una nueva versión. ¿Lo merece? Lo cierto es que resulta cada vez más imposible hallar una que se aproxime a la calidad de un film realizado veinte o treinta años antes. El punto de vista no es el mismo, ni los ideales, ni, como en este caso, el humor.
Los "remakes" de películas británicas producidas en EE.UU. suelen ser un fracaso; a veces causa indignación y enfado, siendo buenos ejemplos "Un Funeral de Muerte", "Ladykillers" o "La Pantera Rosa". En el 2.000 le tocaría el turno a "Bedazzled", sátira deliciosamente negra y joyita de Stanley Donen y del género que maravilla por su humor perverso; entre la exitosa "Una Terapia Peligrosa" y su secuela, Harold Ramis sería el encargado de ponerse al frente del proyecto, cuyo guión firmaría junto a Peter Tolan y Larry Gelbart, donde se modernizan y tergiversan muchos aspectos del clásico de los '60.

El protagonista no se llama Stanley sino Elliot, no trabaja cocinando en una cafetería, sino en una empresa de informática, pero lo importante es que mientras su homólogo de 1.967 era un tímido que no mostraba sus sentimientos ante los demás él es todo lo contrario. Él hace lo posible por exteriorizar su simpatía, alegría y honestidad pero nadie puede soportarle por resultar extremadamente empalagoso, de ahí que su vida sea un absoluto fracaso; tras un prólogo que produce una incómoda vergüenza ajena, por la actitud del protagonista y el rechazo de los demás, entra en escena el Diablo.
Como cabe esperar, en la nueva versión han preferido cambiar de sexo al Príncipe de las Tinieblas, pues se da por sentado que una mujer puede embaucar más fácilmente a un hombre (especialmente si ella es atractiva y él un perdedor con alta apetencia sexual). Quien haya visto la del sr. Donen se conoce la canción: siete deseos se concederán y, tras ellos, la posesión del alma, siendo el primero de ellos el más espectacular y donde mejor demuestra Ramis su talento innato de cómico: el de Elliot transmutado en un traficante de drogas sudamericano. Así empieza el contrato (descartemos la hamburguesa y la coca-cola, pedidos antes de firmar...).

La finalidad de estos deseos será la de enamorar a una compañera de trabajo, ahora Alison en lugar de Margaret, pero los problemas no dejan de surgir y la razón es sencilla. El protagonista toma decisiones bajo un enfoque absolutamente egoísta (las palabras mágicas son "yo deseo..."), por lo que la mujer a la que ama será en sus sueños poco menos que un reflejo torcido, cambiante debido a ellas, una mujer a la que él ni tan siquiera conoce en realidad. Lo que hace Elliot, como alguna vez hemos hecho todos, es idealizarla, y más a lo que representa (el amor romántico) que a ella misma, de ahí que todo resulte ser un círculo vicioso irreparable y sin fin.
En la de Donen la acción y el humor se apoyaba en los ingeniosos diálogos de Peter Cook, aquí lo que más destaca son los efectos visuales y el absurdo, en situaciones y diálogos, guía la trama, Ramis lanza una ácida crítica hacia las virtudes que creen poseer los hombres en físico y emoción para enamorar al sexo opuesto y hacia la frivolidad del ser humano en todos y cada uno de los entornos sociales, mientras radicaliza, caricaturiza y ridiculiza a algunas de las figuras más típicas de nuestra sociedad, en especial las de clase media-alta (el escritor intelectual, el famoso deportista, e incluso el presidente de la nación americana).

No obstante, aunque se alcancen unos grandes niveles de comicidad en cada episodio, ninguno iguala ni supera al primero, el más memorable además del más extenso; el público espera algo parecido a ese espectacular inicio, pero las expectativas se van desinflando con cada "sueño", cada vez más corto y de más ridículo desenlace. Una vuelta de tuerca en el ecuador cambia ligeramente el tono, volviéndose sombrío, pero Ramis es consciente de que factura una comedia, por lo que todo debe concluir de manera alegre, y si es con alguna de esas moralinas de andar por casa que tanto gusta a los estadounidenses pues mejor que mejor.
Brendan Fraser hace gala de sus buenas dotes para la comedia, con doble o triple esfuerzo debido a los diversos personajes que ha de interpretar (impagable verle de Elliot sensiblón llorando ante la puesta de Sol o de jugador de baloncesto cazurro y chillón), aunque no puedo evitar pensar lo bien que habrían lucido Jim Carrey o Matthew Perry en el papel. Una explosiva Elizabeth Hurley toma bien el relevo de Peter Cook en aspecto físico (yo desde luego prefiero el de ella) aunque no en carisma...y es que, en contra de lo que piensan los guionistas y otros muchos, no se debe relacionar la maldad y manipulación femenina con la sexualidad femenina (el tópico de la "femme fatale", que no nos lo quitamos de la cabeza...).

Tras ellos, unos correctos Frances O'Connor, Paul Adelstein y Orlando Jones, los efectos visuales del maestro Richard Edlund y el humor grueso y desenfadado de Ramis (que no tiene ni punto de comparación con el más cínico, mordaz y negro de Donen), lo que asegura en esta nueva "Bedazzled", sin ser una joya del género, un rato de lo más entretenido.
La moraleja es sencilla: lo importante no es desear por lo que nos entra por los ojos, sino por el alma, la cual no es necesario buscar; hay que dejar que le llegue a uno de manera natural. Todos podemos encontrar a nuestra alma gemela, sólo hay que esperar un poco...
Chris Jiménez
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2
24 de abril de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue el rey de los monstruos en su lejana tierra, aterrorizó a toda una nación al tiempo que se enzarzó en fantásticas y épicas batallas.
Nacido del desastre por culpa de la mano humana, temido por todos, condenado a vivir en un mundo que no le pertenecía, ahora va a enfrentarse a un nuevo enemigo: los EE.UU..

No tenía ni idea el sr. Ishiro Honda (o sí, quien sabe) del éxito que iba a alcanzar su película "Godzilla" cuando la estrenó allá por 1.954, en plena era dorada de la industria cinematográfica japonesa, el caso es que el monstruo y el discurso planteado pasarían a la Historia no sólo abanderando con pleno derecho esa rama de la ciencia-ficción llamada "kaiju-eiga", sino iniciando la que aún es la franquicia más longeva y fructífera de la industria del cine, con títulos que abarcan desde la década de los '50 hasta la actualidad. Godzilla, sobre todo para los japoneses, es un icono, un símbolo poderoso de sombrías metáforas que va mucho más allá de la mera presencia estética y los alardes de efectos especiales.
Para principios de los '90 ya habían visto la luz más de veinte títulos sobre las andanzas del querido reptil atómico, y el productor Henry Saperstein proseguía en su intento de lograr los derechos de Toho (para quienes distribuyó películas en terreno norteamericano) para un enorme proyecto: traer su mítica criatura a los estudios hollywoodienses. Después de casi una década de sabios y prudentes rechazos (cualquiera se fía de las artimañas del venenoso Hollywood), los jefes de la compañía nipona aceptaron la propuesta...sin saber a lo que se exponían. La idea pasó a Sony Pictures, a un puñado de ejecutivos y se suponía que iba a ser dirigida por Jan de Bont con guión de Terry Rossio y Ted Elliott.

Pero esta idea nunca se materializó por la forma en que el holandés quería conducir el proyecto; en su lugar éste fue cedido a Roland Emmerich y Dean Devlin, quienes estaban a punto de estrenar la espectacular (y tremendamente estúpida) "Independence Day", con la que se aseguraba el puesto para llevar a Godzilla a otra gran aventura...pero, lejos de mantenerse fieles al de Toho, crearon el suyo propio. Lo único que sí respetaron fueron sus orígenes, producto del conflicto, del terror atómico, de la aviesa y temible mano del hombre, como se puede apreciar en el maravilloso prólogo.
En efecto, este inicio apabullante es lo mejor que encontramos en la billonaria megaproducción a la cual nos vamos a exponer, pues, tras un fiero ataque del monstruo (cómo no, a un barco japonés), comienza a moverse la trama, presentarse los personajes, escucharse los diálogos...y hay que decir que ni todos los efectos visuales empleados, que son muchos y muy impactantes, logran ocultar la enorme y pantanosa mediocridad que planea por encima de todo lo demás. A unos militares presentados como inútiles cuyas acciones hacen más daño a la población que Godzilla propiamente dicho, se une un personaje nada carismático encargado de determinar qué es ese lagarto mutado por la radiación y cómo destruirlo.

Este personaje, Nick Tatopoulos (llamado así en homenaje al diseñador de efectos y de la "nueva" criatura...quien me imagino lo orgulloso que se debió sentir), es un insulso (¿o un insulto?) científico al que seguiremos mientras vamos conociendo a los protagonistas que tendrán su función (¿?) en la historia: el patético alcalde de New York, el jefe coronel de las fuerzas militares (las cuales se encargarán de hacer pedazos la ciudad), un misterioso agente del servicio secreto francés (el mejor personaje del film), un intrépido cámara de un canal de televisión y su compañera, de quien surgirá un romance con el protagonista que no nos importa en absoluto.
Lo que sí nos importa es Godzilla, al que estamos deseando ver aparecer durante un buen tramo (teniendo que soportar las tonterías que todo el rato salen de la boca de los personajes y de las ilógicas artimañas del guión de Emmerich), y cuya mitológica presencia, que renueva y arranca el carisma del original japonés (ahora sólo es un maldito lagarto gigante) toma la isla de Manhattan demostrando lo que siempre ha sido: el rey de los monstruos. No obstante, y pese a que el observar el sometimiento de la ciudad ante la descomunal criatura es un deleite para los sentidos, la visión que aporta el director acerca de ella no es precisamente agradable. Y en esto coincidieron los fans.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Pero poco importó el vacío guión, las pésimas interpretaciones, las malas críticas y ganar en los Razzie, porque la película fue un éxito de taquilla (sin el exceso que esperaba Sony) y Emmerich se quedó a gusto con su visión de Godzilla, que crispó, y mucho, a Toho (y a los fans nipones en general).
Tengo que confesar que de niño me sobrecogía, pero ahora me produce repulsión, retortijones y una tendencia al sollozo considerable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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9
28 de marzo de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Bastón de Cabeza de Dragón que sirve para otorgar el poder al jefe supremo de la familia debe ser empuñado por aquél elegido como presidente cada dos años.
Es una tradición, y la tradición se respeta por todos y se muere por ella. Una nueva elección va a comenzar...y con ella la inminente guerra.

La carrera de Johnnie To desde finales de los '90 hasta mediados del nuevo siglo fue verdaderamente meteórica, interfiriendo en la friolera de cinco o seis películas por año (cifras con las que únicamente podría competir el japonés Takashi Miike), ya fuera ejerciendo de realizador o sólo de productor a través de su compañía Milkyway Image LTD Production. Todo fan del chino que se precie sabe que a éste le guía el ansia de experimentar y arriesgarse con cualquier cosa, de ahí que su filmografía esté atestada de producciones cuyos géneros resultan tan dispares.
Comedia, romance, suspense, acción, aventuras, todo cabe en la coctelera del cine de este natural de Hong Kong, pero también sabemos que si por algo ha logrado ser recordado es por sus duros policíacos y "thrillers" de intriga criminal. Tras abandonar 2.004 con la elegante, simpática y exitosa comedia romántica "Yesterday Once More", To se propuso regresar con furia a uno de sus géneros predilectos sirviéndose del guión firmado conjuntamente por Yip Tin-Shing y Yau Nai-Hoi, dos de sus más estrechos colaboradores, donde se realizaba una exhaustiva documentación de los procederes y códigos del submundo de la mafia china: las Tríadas.

En este caso se nos convierte en partícipes de los entresijos y negocios de la antigua sociedad Wo Luen Shing (ficción de la real Wo Shing Wo) donde, según la tradición, se designa un presidente cada dos años para que gobierne el clan con entereza y sabiduría; dos son los candidatos: Lok y "Big D", cada uno el directo opuesto del otro, cada uno dispuesto a hacer lo necesario para ocupar el puesto de presidente supremo. De forma concisa se nos presenta qué principios y leyes rigen en la sociedad y cómo influyen en las decisiones y en las vidas de todos los miembros.
Tin-Shing y Nai-Hoi exponen con precisión cada situación y cada acción que implique un giro en el devenir del argumento y To la plasma en pantalla con rígida y estoica severidad, dotando al estilo del film la misma dureza que impera en ese hermético universo de normas hieráticas e inquebrantables donde los intereses más inconfesables forman parte de una tupida red de ira y odios sobre los que planean las sombras de la codicia y la muerte y donde se defienden con la vida y a ojos cerrados conceptos sagrados como la confianza, la lealtad, el honor y el deber pero siendo en última instancia el ansia de poder, la ambición y la presencia del dinero aquello que acaba provocando inerminables guerras internas.

Lok, elegido, lucha por la tradición defendiendo su puesto de honor; "Big D" es la silueta del progreso y de la importancia del movimiento capitalista que se mofa y escupe sobre las antiguas creencias. Incluso los ancianos miembros debatirán qué es más importante, si alguien noble y tradicional que apoya a sus hermanos y garantiza la paz o un avispado y enérgico hombre de negocios con buen ojo para manejar el dinero y poseer el territorio. La violencia se desata definitivamente cuando el Bastón de Cabeza de Dragón se convierte en el blanco de los bandos.
Nos metemos de cabeza en lo que significa una lucha por el poder, el respeto y el dominio para unos seres tan desprovistos de conciencia como los protagonistas del film que nos ocupa. No se empuñará un arma ni sonará un disparo, ni uno solo, sin embargo todos los miembros se perseguirán sin tregua, se acuchillarán, atropellarán, se golpearán con palos, con piedras, con los puños, hasta que lo resultante sea un amasijo de carne y nervios sangrantes que no ponga objeción a las decisiones del Consejo, cuyos acomodados líderes irán disponiendo cuándo y cómo los enemigos se convierten en aliados y viceversa.

Las deudas del pasado condicionan las decisiones del presente y no hay honor ni humanidad en la batalla. Cualquier método vale en ella si es eficaz: el chantaje, el secuestro, la traición, el asesinato. El fuerte gana y el débil pierde, todo sea por honrar la sagrada tradición de la Sociedad y sus gloriosos siglos de historia; de por medio, un sistema legal empañado por la corrupción y las insignificantes acciones realizadas por un impotente cuerpo de policía que también ha de respetar las tradiciones de sus enemigos y cuya única opción es mantenerlos entre rejas con el fin de que se declare una tregua.
Entre golpe y golpe To modela a base de una violencia atroz, una intriga de constante tensión y un sombrío lirismo, realzado por la música de Lo Ta-Yu y la fotografía de Cheng Siu-Keung, los pliegues de un entorno físico y emocional implacable en el que no existen buenos o malos, sólo seres devorados por su codicia y la sed de sangre. Al otro lado, un reparto plagado de estrellas y habituales del cinesta como Louis Koo, Simon Yam, realmente inquietante, Tony Leung (Ka-Fai), Lam Suet o Lam Ka-Tung, secundados por los veteranos y no menos fantásticos Tam Ping-Man, David Chiang, Wong Tin-Lam y Chan Siu-Pang.

Un retrato visceral y salvaje sobre la perdición y la debilidad del ser humano frente al beneficio material conducido con soberbia elegancia y exudando el aroma del más puro y clásico cine de gángsters.
Especie de versión moderna de aquellas "Batallas sin Honor ni Humanidad" de Kinji Fukasaku, de las que "Election" hereda sus personajes y amarga y realista violencia. Al año siguiente To pondría punto final concluyendo en un soberbio díptico que se alza entre lo mejor de su cine y del género.
Chris Jiménez
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8
17 de marzo de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
...por consiguiente, la pantalla de televisión es parte de la estructura física del cerebro. […] Por tanto, la televisión es realidad, y la realidad es menos que la televisión".
En esta era de tecnología y avance es cuando mejor podemos afirmar que entre el ser humano y la máquina existe una especie de mística conexión que logra estimular por completo sus sensaciones y pensamientos.

Pero ese sentimiento de placer sólo se puede lograr a través de estímulos muy fuertes, los cuales amenazan con romper los frágiles tejidos de nuestra sensibilidad, moralidad, vergüenza y propia voluntad para atraparnos en un universo nuevo de falsa sensación, deshumanizado, dominado por el ente de la mecánica y la tecnología, capaz de penetrar en lo más profundo de nuestra psique y convertirnos en sus esclavos; nuestra nueva realidad no iría más allá de la pantalla, los datos o los procesadores de dicha máquina...y aun así no necesitaríamos más estímulos.
Esta pesadilla se materializa de la forma más escalofriante en "Videodrome", en una época en la que la televisión, y sobre todo el vídeo, vivían un auge sin precedentes (los '80), de la mano del siempre controvertido y sorprendente Cronenberg, quien había saboreado las mieles del éxito con "Scanners", su película más comercial, y que se preparaba para un ambicioso proyecto, no sólo en lo relativo al presupuesto (unos 6 millones de dólares), sino también en la cantidad de reflexiones que podría acumular, retornando a un tema ya expuesto en obras anteriores como "Crímenes del Futuro" o la citada "Scanners".

Tema que siempre estaría presente en su carrera: la torcida relación entre el ser humano y la ciencia, cuyos experimentos, siempre llevados de la mano de la inmoralidad y la imprudencia, acaban provocando efectos muy alejados de los deseados. Aunque si por algo empieza el film es por un feroz ataque a la televisión (¿el más feroz de la Historia del cine?), organismo vivo y depredador, presentándonos a Max, director de una pequeña cadena que ofrece sexo y violencia a los espectadores, lo cual será cuestionado como un mal capaz de trastornar y insensibilizar a la sociedad, aunque él lo considera algo positivo para la misma.
Pero el verdadero problema, como señala Nicky, es la constante necesidad de estimulación de las personas; mientras, Max interceptará la señal de un misterioso canal que retransmite un show llamado "Videodrome": la tortura y asesinato de mujeres dentro de una oscura habitación parecida a una mazmorra. La recepción de este siniestro espectáculo televisado despertará peligrosas sensaciones en la pareja; los personajes de Cronenberg, como los de Masumura (curiosamente se ridiculiza el sexo oriental) no pueden hallar el placer si no es por medio del dolor, el sadismo o el sufrimiento.

La relación entre Max y Nicky alcanza unos niveles grotescos y terminará con la decisión de ella de participar en el programa. Esta incisiva crítica toma caminos más amplios cuando descubrimos el microcosmos creado por Brian O'Blivion y su hija Bianca, establecido en una casa de acogida que proporciona a los pobres la mejor medicina para combatir el hastío de su existencia: horas frente al televisor. Cronenberg abre una brecha entre realidad y ficción a partir de que Max reciba la cinta de "Videodrome", proponiendo la conexión de las señales de la grabación con su psique, cayendo presa de ese universo enfermizo, fundiéndose con él, experimentando un cambio vital (un nuevo órgano se formará, dice O'Blivion).
Max "cruza" al otro lado de la pantalla, "vive" (al igual que Nicky) dentro de la alucinación, que se manifiesta en base a sus violentas y retorcidas pulsiones, lo que le impide abandonarla (la excitación al acariciar la caja del televisor es indescriptible, como la que sentían los personajes de "Crash" al tocar los cinturones o el volante). Un joven James Woods se desenvuelve a la perfección en su papel (no muy distinto del Cameron de "Scanners"), como la explosiva cantante de BLONDIE, Deborah Harry, acompañados por los notables Sonja Smits, Leslie Carlson y Jack Creley (inspirado en Marshall McLuhan).

Mientras, la perturbadora y absorbente atmósfera, donde destaca la fotografía de Mark Irwin y la inquietante música de Howard Shore, se cruza con una estética y puesta en escena de un poder visual arrollador (siendo en gran parte culpable el trabajo de Rick Baker, capaz de revolvernos las tripas en algunas secuencias ya míticas), y las particulares obsesiones "freudianas", paranoias "dickianas" y fantasías tecno-psicológicas del cineasta.
Todo ello dando como resultado un ultraviolento "thriller" de terror, ciencia-ficción y suspense, aunque inclasificable en última instancia, cuyas impactantes imágenes se quedan irremisiblemente grabadas en la retina del espectador. Un fracaso en su época (debido a su controversia y a los infames cortes que sufrió para su estreno en cines) convertido con el tiempo en un auténtico clásico del género y del cine de Cronenberg.
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Chris Jiménez
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