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España España · Málaga
Críticas de Isildur
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Críticas 60
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
Paths of Hate (C)
CortometrajeAnimación
Polonia2010
6,7
766
Animación
7
18 de agosto de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos aviones sobrevuelan un cielo surcado de nubes. Cada uno intenta derribar al adversario lo antes posible. No sabemos por qué, no hay banderas ni insignias, solo que únicamente puede quedar uno. O ninguno. Paths of hate representa muy bien el odio irracional que lleva a la destrucción: el contexto parece bélico, pero se antoja más bien alegórico y alterna vertiginosas escenas de acción con secuencias más físicas y otras más introspectivas y metafóricas. Y la animación es un pasote, con un rollo cómic muy atractivo. No inventará la rueda, pero le pone unas llantas muy molonas.
Isildur
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9
18 de agosto de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época de paz en el Japón del siglo XVII los samuráis empobrecidos acuden a los castillos para chantajear a los señores feudales: si no reciben limosna, se abrirán las tripas en canal delante de sus puertas. Tsugumo, en cambio, solicita el seppuku para poder recibir una muerte digna de un samurái, no sin antes contar su historia. En Harakiri Kobayashi realiza toda una vivisección del código de honor del guerrero, cuya incoherencia deshumanizadora queda a la vista aún más al ambientarse en un periodo sin conflictos bélicos: el honor del guerrero está unido a la lucha, y si no puede luchar, ha de morir. Pero cuanto más insisten los poderosos en el seguimiento de ese código, más se permiten subvertirlo a su antojo: Kobayashi, pues, realiza tanto una crítica del dogma como de la hipocresía de quienes lo promulgan. Y todo presentado con una elegancia superlativa en cuanto a encuadres y movimientos de cámara, con un expresivo blanco y negro y con un hábil uso del flashback que permite jugar con las expectativas argumentales. De no ser porque en algún plano se le ha visto el cartón a las pelucas me creería si me dijeran que la rodaron antes de ayer. Vamos, me ha parecido un auténtico pasote, a mí, que creía que me aburriría tanto que acabaría practicándome el harakiri no ya con espadas de acero, ni siquiera de bambú, sino con las de plástico malo que venden en las ferias. Magistral.
Isildur
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6
18 de agosto de 2016
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Soy la persona que conozco que más cosas ha querido ser de mayor a lo largo de su vida. Ver una película, escuchar una anécdota o conocer una persona que me entusiasmara hacía que me entrara la perra. Hasta una máscara. En parvulitos decía que quería ser león por una puta máscara que hicimos con cartulina: lo tenía todo planeado, le pediría a mi madre que me comprara el disfraz y así podría cumplir mi sueño de ser león. A la semana seguramente estaría diciendo que quería ser pirata. Y también he querido ser filósofo. En primero de bachillerato me enamoré de mi profesora de filosofía y eso siempre influye. A veces de coña digo que soy el precursor de la filosofía de lo chorra, por la que básicamente propugno la rotura con el postureo y las formalidades: no hay que tomarse nada en serio. Ni siquiera la crítica cinematográfica. Fíjate que se supone que tendría que estar hablando de Hannah Arendt y aquí estoy tan pancho contando leches. Entrando en vereda, me ha venido bien la peli para acercarme un poco más a la filosofía de Arendt, porque sin ser un tratado ensayístico audiovisual, es bastante didáctica. Quizá demasiado, pero bueno, al menos tampoco es el típico biopic laudatorio (aunque no pueda evitar bastantes tics, como esos flashbacks que no acaban diciendo nada): se centra en un pasaje difícil de la vida de Arendt y nos sirve para conocerla como persona y como filósofa, y además nos invita a reflexionar sobre los límites de la culpa, el juicio viciado por el dolor colectivo y sobre su tratado estrella, la banalidad del mal. Está bien, no es una mala propuesta, pero no sé, no me ha dado ganas de ser filósofo. Filósofo de verdad, digo. Pero, oye, sí que molaría ser elefante.
Isildur
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8
18 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Berlín, 1931. Mientras asciende el partido nazi en Alemania, el Kit Kat Club sigue ofreciendo sus espectáculos que invitan al goce despreocupado y a la diversión por diversión. Divina decadencia, como dice Sally. Hay musicales que me gustan mucho, pero con otros simplemente no puedo. Me susurran “Los Miserables” o “Into the Woods” al oído y me estremezco de verdadero pánico. Pero Cabaret es el estilo de musical que me gusta: números musicales no demasiado ostentosos que funcionan en paralelo a la trama principal, pero que dicen mucho de la misma. Así Bob Fosse, para explotar todas las posibilidades del poco espacio que le ofrece el escenario, juega con los movimientos de cámara, los ángulos, el montaje, la iluminación y los caretos de Joel Grey. Y le queda de lujo la jugada. E incluso cuando no estamos en el Kit Kat, la cosa sigue interesando gracias a una magnética y vitalista Liza Minelli y el rollo raro con se trae con el inglés y el alemán (paradójicamente, tratado con mucha, excesiva, sutileza) y los problemas que surgen en una Alemania cada vez más oscura. Pero por el momento siempre podremos escaparnos un rato al Kit Kat Club donde encontraremos a Sally Bowles para alegrarnos la noche. Porque la vida es un cabaré, así que qué coño haces ahí tan solo sentado en tu habitación, ven y escucha la música, cojones, ¡ven al cabaré!
Isildur
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6
18 de agosto de 2016
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de campesinos decide unirse a la revolución mexicana hartos de la situación y deseosos de demostrar su compromiso y valentía. Se hacen llamar los leones de San Pablo. Los lidera Pancho Villa, pero bien podría ser Maxi de La que se avecina: “¿Qué somos? ¿Leones o huevones?”, “Leoooneeees”. Qué machos, que quieren morir peleando para complacer a don Pancho Villa, güey. Al principio el retrato del conflicto es bastante inocentón y superficial, con esas secuencias bélicas no del todo convincentes pero que tienen toda la gracia del mundo entre chumberas y musiquilla mariachi, y en realidad no terminas de entender la causa (quizá porque desconozco demasiado de la historia reciente de México) ni sus motivaciones ni mucho menos su adoración ciega por el líder revolucionario, amado Pancho. Conforme se acerca al final entran en escena lecturas más interesantes, se cuestiona ese fanatismo y ese luchar por luchar más que por la causa en sí. Me gusta que opte por este camino más crítico y reflexivo, pero la reflexión también llega de manera inocentona y superficial, y es que Tiburcio, el protagonista, es más tonto que una loma, y esas tres escenas clave que marcan este cambio (el ahorcamiento, la “ruleta mexicana” y el final) quedan aguadas porque, básicamente, Tiburcio es gilipollas. Como decía Panzón: “¡vaya y coma alfalfa!”. Pero bueno, en realidad me parece una obra estimable. Al menos ha merecido la pena por escuchar la letra alternativa a La cucaracha: “la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque no tiene, porque le falta, marihuana que fumar”. Olé.
Isildur
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