Involuntariamente Cary Grant, en esta ocasión un mujeriego pintor de vida disipada, se ve envuelto en un triángulo amoroso con dos hermanas: una juez solterona, Myrna Loy, y su hermana adolescente, Shirley Temple. Sin ser una obra maestra, tiene unas interpretaciones muy convincentes, en las que destacan Cary Grant en su cima y una Shirley Temple ya crecidita. Una película plagada de situaciones divertidas y un gran guión, premiado con el Oscar de 1948. ¿Se puede pedir más?

Una propuesta interesante, que no original, de inicio, con una trama sobrenatural y absurda pero que si eres capaz de entrar en el juego engancha mínimamente y, a ratos, divierte por la relación extraña que se entabla entre el resucitado protagonista, Javier Gutiérrez, actorazo, espléndido como siempre, y esa especie de ángel de la guardia un pelín colgado, tipo Rain Man, que interpreta a la perfección ese otro gran actor que es Alejo Sauras.
El problema es el de siempre con las series españolas que al final nos cuelan al niño, al abuelo, a la amiga simpática y a la madre que lo parió, y nos dejan la trama importante que da sentido e interés a la serie en un peligroso segundo plano, por no decir que, llegado un momento a Daniel Écija, su creador, parece que le importa un bledo la historia y nos cuela la misma serie que viene haciendo desde Médico de Familia. Si le va bien con esa propuesta, para qué cambiar pensará él.
Me temo que es otra gran decepción en el panorama televisivo español. Una pena y una gran oportunidad perdida.

Gran interpretación de Jack Lemmon premiada con un Oscar de Hollywood, para una película menor, que con el tiempo ha empequeñecido aún más, hasta quedarse en muy poca cosa.
Jack Lemmon interpreta, de la manera tan convincente a que nos tiene acostumbrados, el papel de un hombre en crisis: crisis de los 50, crisis matrimonial, crisis económica que pone en peligro su empresa, crisis de valores que le lleva a plantearse con su socio sabotear su propia empresa para cobrar un seguro y seguir adelante...
En cierto modo, la película refleja a través de este personaje un momento crítico en la sociedad norteamericana de principios de los 70, con los escándalos políticos, los primeros coletazos de la crisis económica y de fondo los últimos actos de la guerra de Vietnam.
Una película que, como buena parte del cine de áquellos años, no ha envejecido demasiado bien.

Siempre hace buen tiempo bien podría verse como una continuación de Un día en Nueva York, desarrollando la historia de tres soldados que cumplen su promesa de reencontrarse en Nueva York diez años después del fin de la guerra. Es una comedia un tanto agridulce, por momentos desencantada, en torno a lo inevitable del paso del tiempo, a cuánto separa la distancia y el paso de los años. Pero, por encima de todo, puede verse como el cierre de la época más gloriosa del musical americano que vino de la mano de Gene Kelly y Stanley Donen, un musical con excelentes numeros musicales y de baile, sobresaliendo, como no podía ser de otra forma, los de Gene Kelly y Cid Charisse. Y a pesar de su serio punto de partida, un canto al optimismo y a las ganas de vivir. Sobresaliente.

Intentaré responder a la pregunta del título: No, no está ahí. No hay nada. Al menos esa sensación tengo después de ver esta ¿película? con final coitus interruptus y, muerta desde el principio, como la protagonista.
Visto lo visto, de lo único que no me cabe duda alguna es que la obra que da pie a esta paupérrima adaptación cinematográfica debía ser mucho mejor, aun representada en la Junta Municipal de mi barrio, que este bodriete insignificante del que salvo, y sólo porque no soy imparcial con ellos y me caen bien, a Gorka Otxoa y a Miguel Rellán, que a ratos dejan en evidencia la capacidad del resto del reparto.
La peli intenta ser una comedia sobrenatural que desde el primer fotograma hace añorar a Ghost, a la oscarizada Woopie Golberg, a Demi Moore e incluso a Patrick Swayze, a cada minuto de metraje. Pero lo cierto es que hay tanta diferencia entre una película y otra, como entre la industria de cine norteamericana y la lamentablemente raquítica industria del cine español. El personaje y el actor Miguel Rellán como trasunto de Woopie Goldberg no tiene color, y no es una broma sobre la gran actriz negra. Gorka Otxoa y Patrick Swayze hacen tablas, uno es más guapo y hace de muerto, pero el otro está vivo y hace reir (poco, pero queriendo). Y otro empate a cero patatero entre las sosísimas Demi Moore y Miren Ibarguren, en plan clon una de otra. Hasta se echa de menos la escenita de alfarería de Ghost, no digo más.
Para verla como un ejercicio de estilo de transtextualidad plagio, o de cómo utilizar la misma idea, cambiando cuatro chorradas para que parezca distinta. Y también como ejemplo de una fallida adaptación de una obra teatral al cine.