Más que correcta propuesta de terror psicológico que, sin ofrecer una trama espectacularmente orquestada ni un final de impacto, se las arregla para que no despegues la vista de la pantalla en su hora y media. Una mujer lleva 17 años cuidando de una hija discapacitada, con un historial de dolencias más largo que su brazo. Pero algunos detalles llevarán a la joven a sospechar que su madre no es el modelo de amor y abnegación que pretende aparentar.

Se trata de un ejercicio de tensión narrativa que, aún con algún que otro punto bajo, consigue que desviemos la vista de los agujeros de guión para centrarnos en el crescendo constante que se produce desde que Chloe percibe que algo raro pasa con su madre. A ello contribuyen las convincentes actuaciones de la siempre cumplidora Sarah Paulson y la debutante Kiera Allen. Aunque se echa de menos una mejor caracterización de Paulson de joven, ya que luce el mismo aspecto con casi dos décadas de diferencia.

En el debe, hay que decir que la relación entre el comportamiento de la madre y las condiciones en que nació su hija no están del todo definidas a la luz de las revelaciones del último tercio. Falta ahí un nexo menos endeble que haga el conjunto más sólido. El desarrollo final quizá resulte algo convencional, dejando el último cartucho para la escena que cierra la función. En fin, no es ninguna revolución pero hay que admitir que funciona y cumple dignamente.

Vale, los directores de "Goodnight Mommy" me la han vuelto a colar. Aunque ya la absurda premisa me hacía sospechar que algo no iba a carburar. A saber: tras el suicidio de su mujer, a la que iba a dejar, un padre deja a sus dos hijos en compañía de su nueva novia, la única superviviente del suicidio colectivo de una secta, y a la que los niños rechazan, en una casa en mitad de la nada y en pleno invierno. ¿Alguien piensa que es una buena idea? El padre del año, vamos.

En lo que parece la tónica habitual de los directores, el ritmo arrastrado y la fotografía contemplativa campan a sus anchas, pretendiendo pasar por aterradoras lo que no son tediosas tomas del interior de la casa. Trata de seguir los pasos marcados por el estilo de Ari Aster ("Hereditary") sin sustos ni picos de volumen, sin entender que parsimonia y lentitud sin una historia sólida y con sentido detrás solo son lastres. Los disparates son tan grandes que es imposible pasarlos por alto.

Si en la película mencionada en el primer párrafo los directores fusilaban sin piedad "El Otro", de Robert Mulligan, aquí parece que el objetivo de su osadía es ni más ni menos que "El Resplandor" de Kubrik. Incluye los tópicos habituales de películas invernales como nevadas copiosas, carreteras cortadas, móviles que no funcionan, energía que se va... En serio, ni es nuevo, ni es bueno. No pierdan el tiempo.

Thriller fantástico proveniente de Noruega que cumple a rajatabla con lo que se le presupone al cine escandinavo en lo relativo a ritmo (lento), fotografía (notable) y puesta en escena (a destacar). Unos niños se conocen durante las vacaciones de verano noruegas y, fuera de los ojos de sus padres, descubren que tienen misteriosas habilidades cuyo alcance aún no son capaces de comprender ni calibrar.

La solvencia habitual de las producciones nórdicas se hace notar. También su parsimonia y su economía a la hora de dar explicación a lo que está sucediendo. Vemos como ocurre, pero que nadie espere los habituales flashbacks del cine comercial contándonos el porqué de las cosas. Todo lo tenemos que entresacar con los elementos que nos dan, así que unos se montarán una película propia para dar sentido a lo visto y otros simplemente desconectarán. Películas sobre monstruitos infantiles ya las ha habido antes. En "¿Quién puede matar a un niño" (1976) tampoco se daba una explicación al comportamiento de los infantes, así que tampoco le demos muchas vueltas. En "The Children" (2008) ocurría otro tanto, pero en ambas la atmósfera era distinta, se trataba de niños comportándose como psicópatas adultos. Recientemente tuvimos la mediocre "Brightburn" (2019) jugando a presentar una suerte de Superman malvado en estadio infantil.

La novedad en "The Innocents" es que los chavales no dejan de serlo ni en sus momentos más truculentos, y no dejan de mostrarse frágiles y vulnerables a pesar de sus actos. Sabida es la crueldad inconsciente de un niño (la angelical niña rubia aplastando sin piedad la lombriz nada más empezar), aunque las espectaculares habilidades descritas requerirían de algo de contexto. Aunque, si lo pensamos, este ya existe; lo encontramos en dos décadas de éxito de películas de héroes con habilidades sobrehumanas, desde los X-Men a los Avengers pasando por Spiderman y Wonder Woman. Ese es el contexto, como lo era de "Thelma" (2017), con la que está directamente emparentada, ya que guionista de una y director de la otra son la misma persona. No me cabe duda que sin estos años normalizando los personajes con superpoderes no estaríamos ante estas dos obras, aunque su enfoque sea completamente distinto.

Cojea un poco en lo tocante al personaje de Ben, no nos queda claro por qué juega ese papel tan central y turbio. Y para la resolución se guardan una referencia bastante más añeja, ya que el enfrentamiento final me recordó a "Scanners" (1981), quién se lo iba a decir a David Cronemberg, rememorando su cine con niños. Si le redujeran el metraje podría ser un notable episodio de The X-Files versión escandinava.

Drama psicológico que se nos ofrece envuelto en bonitos celofanes pero no puede ocultar su naturaleza indie. Una joven casada con el hijo de un millonario, y que parece resignada a ser una mujer objeto durante toda la película, rellena su vacío existencial tragando objetos que, progresivamente, son más peligrosos e insanos para su cuerpo.

Parecería absurdo todo, pero se que existen programas de televisión en los USA que abordan extrañas parafilias alimentarias. Lo que no ocurra en ese país... En fin, no voy a especular sobre las razones que llevan a alguien a hacerse daño a sí misma porque no soy psicólogo, pero aquí venimos a juzgar una historia, a valorar unos personajes e interpretaciones y a evaluar otros aspectos como música y puesta en escena. Lo primero se nos queda algo cojo, cuesta entablar relación entre el trauma sufrido por la madre de Hunter con el trastorno de esta, porque no se nos cuenta nada. La escena con el padre biológico, no se, ¿qué esperaba que le dijera? Me resulta algo absurda. No hay manera de enlazar ambos escenarios, el del pasado y el del presente.

Sobre los personajes, poco que añadir. La protagonista principal está sublime, y la familia ricachona se ve adecuadamente retratada como esos seres deleznables que, por tener dinero lo dan todo por sentado, y sufren de problemones como corbatas mal planchadas. De hecho, uno se pregunta como ha llegado Hunter a parar ahí. Pero nada sabemos de eso tampoco. Sabemos demasiado poco para explicarnos lo que sí conocemos. El enfermero sirio, pues un pegote que parece una forma de confrontar el vicio burgués de Hunter con la realidad cruda de los que verdaderamente sufren. Pero no deja de ser un pegote.

Nota aparte merece el diseño de producción, combinando muy bien los colores en esa casa con decoración vintage que es solo una jaula para la pobre esposa. Que está ahí por su propia voluntad, aunque llevada por su necesidad patológica de verse querida y aceptada. Se sobreentiende que ser resultado de una violación no ha hecho de su vida un camino de rosas, pero ya son muchos sobreentendidos. Hay que afinar más la historia para la próxima.

Terror costumbrista que se asoma a lo aparentemente sobrenatural en un relato que marca tendencia junto a títulos como La Abuela (2021) y Venus (2022). La mujer del anciano Manuel se suicida y su hijo, que no atraviesa su mejor momento económico y personal, se tiene que hacer cargo de él, con lo que conlleva para su familia tener en casa a una persona mayor dependiente. Pero Manuel resulta demasiado creepy como para que la convivencia resulte minimamente agradable.

La película sobrevivía a duras penas, con su tempo arrastrado y recurriendo a manidos clichés del cine de género, con cierta dignidad. Añádase una envoltura de cine mugriento, que busca el feismo de forma deliberada, y la cosa mal que bien progresa. En la cuerda floja, porque los sustos y los topicazos de pasillos oscuros y personajes que avanzan lentamente huelen a sobaco, aunque manteniéndose en ese filo. Pero el acto final todo se va por la borda y lo que veníamos perdonándole ya no hay manera de soslayarlo.

Los primero son las actuaciones. Dejando a un lado a Zorion, que el hombre hace lo que puede con lo que tiene. Gustavo Salmerón nunca ha sido un gran actor, pero el grado de empanamiento que luce aquí es excesivo incluso para él. Paula Gallego es absolutamente insufrible, cuando tiene que gritar no hay quien se la crea, y las decisiones que toma en todo momento, y sobre todo al final, no pueden ser más estúpidas. Además, está cabreada con el padre no se sabe bien por qué, más allá de cumplir con el estereotipo de joven rebelde sin causa. Mención especial para su amiguete, de largo el peor actor de la función (apoteósica su aparición con una chupa de cuero cuando supuestamente estamos a 45 grados); y ojo a su jeto cuando ve lo que hace Zorion con su hijo y su nuera, hay sandías más expresivas. Es precisamente Lena, la mujer del hijo, la única que parece actuar con algo de cabeza, será por el instinto de conservación fruto de su futura maternidad, o vaya usted a saber.

Que siempre puedan aparcar en la puerta estando en el centro de Madrid, o que pretendan tener plaza para el viejo en una residencia pública ¡el mismo día que la piden y sin papeleo! son otros elementos que te hacen desconectar. Y que no quieran dañar a los viejos me retrotrae a ¿Quién puede matar a un niño? (1976), aunque incluso ahí la letra con sangre terminaba entrando. El desenlace ya es un despiporre que se presta al disparate, así que me apunto al bombardeo y me voy a la zona espoiler.