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España España · Salamanca
Críticas de La Maga
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Críticas 190
Críticas ordenadas por utilidad
5
21 de mayo de 2007
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zack Snyder debuta en a dirección con un remake innecesario de la obra de Romero.
Siguiendo la estela marcada durante las dos últimas décadas por algunos títulos (La cosa, La mosca, Psicosis, La matanza de Texas), empeñados en remakear las obras más emblemáticas del género de terror, tal vez por falta de ideas, tal vez en un intento por acercar a los más jóvenes viejas cintas de culto, unas veces interesantes revisiones de autor, otras, innecesarias repeticiones, el debutante Zack Snyder retorna con este Amanecer de los muertos a la segunda de las partes que componen la trilogía de zombis dirigida en 1968, 1979 y 1985 por George A. Romero (Night of the Living Dead, Dawn of the Dead, Day of the Dead).
Pocos son los alicientes que contiene esta nueva versión: la elección de un reparto más o menos anónimo (Sarah Polley, la protagonista de Mi vida sin mí, es el rostro más conocido, junto al de los actores Ving Rhames - Pulp Fiction -, Jake Weber, y Mekhi Phifer - 8 mile -), mejores efectos especiales encaminados, sobre todo, a potenciar el gore, ciertas secuencias dirigidas notablemente (la irrupción de la hija en la habitación de los padres y el parto),y el cameo nostálgico de Ken Foree, Scott Reiniger y Tom Savini. El resto, más de lo mismo: nihilismo argumental, número desconcertante de planos y, en definitiva, un llano divertimento que supone un nuevo atentado contra el legado artístico.
A medio camino entre el terror y la ciencia-ficción, en su lacónica desnudez, la película de George A. Romero presentaba un simple esquema como argumento: un ejército de muertos vivientes, despertados por la locura de los hombres y las experiencias bacteriológicas, obligan a una serie de personas a refugiarse en un centro comercial. Hasta aquí ninguna diferencia. El problema viene cuando el remake se olvida de enfocar el terror como un acrecentamiento de la realidad, de que las peripecias responden, como en una novela de Saramago, a criterios sociológicos, y del escrúpulo documental que convierte una macabra epopeya en una pesadilla rosselliniana, y eso que en este caso no existe una carencia de medios y presupuesto. Los zombis de Romero no son extranjeros, sino que somos nosotros mismos, nuestros dobles, nuestras proyecciones. Vagan sin meta, agrupándose cuando ven una presa, rehaciendo mecánicamente los mismos gestos, que se han vuelto absurdos, sin sentido, puesto que ya no necesitan nada de lo que siguen viendo, van directos a por su objeto de consumo, la sangre, su única posibilidad de supervivencia. Sólo sobreviven algunos gestos, última herencia de un condicionamiento moral y social. En definitiva, desaparece t do aquel inconsciente reprimido, secreto, irracional y terrorífico de los Estados Unidos de Nixon y el triunfo de la sociedad de consumo, las crónicas del caos y la destrucción donde los valores tradicionales son pisoteados.
La Maga
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2
27 de mayo de 2007
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Troya tiene el futuro comercial asegurado tras su reciente presentación en Cannes.
Uno se siente bajo una extraña mezcla de libertad e impotencia a la hora de abordar la crítica de Troya. Su director, Wolfgang Petersen, es un creador de dos caras: el que apuesta por personajes inevitablemente encaminados a enfrentarse (El submarino, Enemigo mío, En la línea de fuego) en un mundo dominado por la política, y el que se encuentra cómodo orquestando a un gran equipo de colaboradores en torno a un atractivo material de partida (Estallido, Air Force One, La tormenta perfecta). Personalmente, el primero siempre ha atraído mi curiosidad, pero el segundo no me ha interesado lo más mínimo. Con Troya se le presentaba una buena oportunidad para tratar de fusionar ambas capacidades, y queda claro que no lo consigue.
Con 200 millones de presupuesto, desapruebo tal derroche de medios, sobre todo si se manipula, reconvierte y adapta, hasta casi el destrozo, un material clásico como el de La Ilíada. Toda carga emotiva se ciñe a los tópicos y ambiciones comerciales en un ejercicio vacío de contenido, espiritualidad, magia, fuerza y fantasía. El director se toma la libertad de eliminar prácticamente a Ulises, de cambiar los destinos de los personajes, eliminar cualquier rastro mitológico, y esquematizar la mayor parte de los roles. ¿Con qué finalidad? La de llevar a cabo una superproducción cargada de ínfulas épicas acompañada por una despreocupación total por la tensión dramática, la construcción de personajes y el respeto a la base literaria. Ni siquiera la inconexa y abusiva sucesión de secuencias diseñada para ajetrear las hormonas le sirve para conseguir las resoluciones más acertadas, vibrantes y emocionantes que ya mostraran Braveheart y Gladiator. Deambulan los arquetipos por la pantalla, los conflictos personales son previsibles y simplistas, y la factura técnica no posee un resultado deslumbrante. No aburre, dada su corrección, pero no tiene ninguna sor presa con la que conmover, porque su mediocre guión no consigue mostrar ni un ápice de los atormentados vínculos de los personajes.
A pesar del buen trabajo de secundarios como Peter O´Toole, y la fuerza y credibilidad con la que Eric Bana dota a su Héctor, Brad Pitt (sólo convincente en la parte física) y Orlando Bloom (tiene que recurrir a las flechas de Légolas para salvarse del ridículo), estos últimos son mal dirigidos, y están maniatados por la galería de poses, musculatura y lucimiento personal que la película les brinda. Con un desarrollo irregular y desconcertante, del que poco cabe rescatar (el desembarco, la primera batalla de masas, la pelea entre Héctor y Aquiles, el momento en el que Príamo suplica la devolución del cuerpo de su hijo), los retazos y bandazos de cámara construyen una apoteósica ausencia de talento cinematográfico.
La Maga
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8
27 de diciembre de 2006
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El camino de los ingleses es el camino que lleva hacia todas partes, el camino que lleva a ninguna.

Antonio Banderas tuvo un notabilísimo debut como director con la comedia negra Locos en Alabama (1999). Hacía falta, no obstante, una obra suya más para renegar o refrendar su discurso. Con El camino de los ingleses, adaptación de una novela de Antonio Soler (él mismo se encarga del guión), el malagueño confirma un prometedor futuro tras las cámaras. Nos entrega, con el permiso de Almodóvar, otra posible simulación de las sociedades peninsulares, pero sobre todo, una nueva mirada, personal, comprometida, sensible, valiente y cautivadora.

Consciente de que el asunto (el paso de la adolescencia a la madurez) ha sido, por su universalidad, constantemente tratado tanto en cine como en literatura, ha optado Banderas quizás por inspirarse en un material casi suicida. La vida de una pandilla en la Málaga de los años 70 se convierte en un contexto nostálgico y autobiográfico ideal para seguir explorando su estilo. A algunos, dada la profusión de elementos formales (planos paisajísticos, filtros saturados, música omnipresente, ralentizados, cámara hipertensa…) la propuesta les sabrá fallida, grandilocuente, falsamente poética, artificial, desequilibrada, lejana, cargante, pedante, perpleja, esteticista y ampulosa. A este humilde servidor, todo lo contrario.

Alejado de toda narrativa tradicional (el personaje de Fran Perea, compuesto a base de voz, es el narrador), haciendo gala de una prodigiosa dirección de actores, de la influencia de Fellini (Amarcord) y Fosse (Cabaret) en los intentos por plasmar la fotografía del recuerdo, con un realismo nada naturalista, eso es cierto, nuestro actor más internacional consigue un perfecto equilibrio entre forma y mensaje a través de una constante contraposición de su planteamiento vital. Lo circunstancial y lo planeado, lo imprevisible y lo previsto, los accidentes y los sueños interactúan y conspiran para controlar el destino de unos personajes llenos de verdad, que se debaten entre la ambición y la pasión, entre lo efímero de la magia que parece dar sentido a sus vidas y la terrible realidad de sus debilidades. La incertidumbre del paso del tiempo es ineludible, sus consecuencias sobre la felicidad y la provisional existencia, también. Antonio Banderas nos pone en la piel del poeta con su segunda película, pero como todo poema, es inútil y absurdo tratar de explicarlo, antes hay que leerlo (por uno mismo).Lo amarán u odiarán, pero no podrán negar la belleza y fuerza de tanto sentimiento.
La Maga
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8
17 de mayo de 2007
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Beat Takeshi Kitano, pintor, comentarista deportivo, moderador de debates, escritor, cómico, productor, músico y cineasta, se encuadra dentro del exclusivo grupo de la vanguardia de directores más influyentes en la actualidad, al lado de los Lynch, Tarantino o Lars von Trier. Lo que es más inexplicable es el empeño, por parte de la industria y la crítica más tradicionalista, en alargar un justificado reconocimiento - tal vez por aquello de haberlo recibido antes a manos de los seguidores del cine más independiente, que lo han convertido en un director de culto -. Kids Return, El verano de Kikujiro, Sonatine, Hanna-Bi (Flores de fuego), Brother, Dolls..., obras tan dispares como sorprendentes, revelaron un autor con una visión realista, dolorosa y repentina de la vida y la violencia, por instantes lírica. Ahora, con una evidente madurez técnica (música colosal), con esa mezcla de clasicismo oriental y últimas tendencias cinematográficas, consigue otra vez el sesgo de universalidad preciso para seguir diseccionando, gracias a su mundo personal y estilo propio, los sentimientos humanos primordiales: amor, soledad, honor, amistad...
Extraña tragicomedia de aventuras, humor amarillo (él es el creador del famoso programa de dicho nombre que arrasó en nuestro país la década pasada) y acción, fiel reflejo de su mirada y valores, a años luz de los falsos profetas de flor de un día, Zatôichi es su trabajo más accesible, pero no por ello deja de ser su mayor riesgo hasta la fecha. Rozando los límites de lo bizarro, uno se troncha con su humor absurdo, inocente y reconfortante, porque a pesar de que sea su primera película de época y encargo, la historia de este antihéroe, cual Zorro oriental, acaba convirtiéndose en una pequeña y esencial obra de arte, un nuevo desafío a su propia poética y una exploración creativa que transforma una epopeya en una venganza. La vida de este samurái ciego y tahúr que se gana la vida como masajista vagando de pueblo en pueblo con su bastón de lazarillo, que se hace eco de la causa de dos geishas y ejerce como mercenario altruista cuando siente el dolor ajeno, conmueve e invita a ser partícipe de esa catártica y liberadora fiesta del pueblo representada por un kabuki bailado con sandalias un tanto especiales, homenaje a aquellos films históricos del cine nipón finalizados con un número musical. Verlo para creerlo (y degustarlo). La aparente indiferencia de una máquina asesina que conquista la tranquilidad para una comunidad a la que no pertenece, porque sólo se pertenece a si mismo, sus movimientos, manierismos y acciones de lucha (salpicadas con una sangre de videojuego de aspecto casi irreal que logran el perfecto distanciamiento), ese barro y lluvia ensangrentadas (homenaje a Los siete samuráis de Kurosawa), se fusionan con su contrapunto, ese repiquetear de campesinos zapando o cortando y lijando leña, y juntos forman una fábula impagable, enriquecedora, en la que la autenticidad no es lo que más importa.
La Maga
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7
18 de abril de 2007
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El recién oscarizado Chris Cooper y Nicolas Cage destacan en sus respectivos roles.
El dúo Spike Jonze-Charlie Kaufman (esta vez acompañado por su hermano Donald) nos brindó con Cómo ser John Malkovich la posibilidad de adentramos en una especie de juego irónico y onírico que hizo las delicias de los más cinéfilos. La inventiva creativa del guionista se unió al talento visual y narrativo del director, y juntos, supusieron una inyección refrescante de originalidad, tal vez apuntando una vía futura de lo que puede, y debe, llegar a ser el cine.
La expectación generada con aquel debut ha permitido que sigan ahondando en argumentos descabellados, y por lo visto, no decepcionan a los que nos atrajo su inteligencia, pero se encuentran con algunos obstáculos que quizás deban tener en cuenta para próximas colaboraciones (si quieren seguir gozando de libertad artística).
Origen y método
El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean, es la culpable de todo el caos reinante al que asistimos. Esta novela cuenta las dificultades y alteraciones que sufre un guionista en su intento por escribir una adaptación literaria. Para comenzar su trabajo necesita una inspiración que no encuentra. La escritora de la obra que se dispone a adaptar (también llamada Susan Orlean) vive con John Laroche, un tipo entregado al solipsismo y el cultivo de una determinada especie de orquídea, junto a su hermano gemelo (Donald Kaufman), le facilitarán las soluciones.
Este making of sobre la imposibilidad de adaptar una novela al cine resulta ser una metáfora hilarante sobre el vacío existencial, la falta de sentido que invade nuestras vidas, y la consiguiente necesidad de cambio.
Mundo kaufmaniano
Ante ideas admirables como ésta, capaces de recorrer un sinfín de géneros (comedia, drama, acción, suspense...), se palpa el descubrimiento de algo que jamás se había contado. Así, el montaje se torna imprescindible si se quiere seguir hablando de algo universal, aunque la capa que lo rodee se tiña de surrealismo y sea necesaria una revisión. Los personajes reales o enmascarados a los que nos enfrentamos, sus paralelismos, componen una poliédrica realidad, simple y compleja, de estudiado descontrol que acaba por conducirnos hacia la satisfacción de una incertidumbre irracionalmente genial, y sinónimo de disfrute para el cinéfilo, que acaba por soportar el dulce pesar de su existencia (el protagonista, tímido, calvo, gordo, inseguro, se pregunta: “por qué debo pedir disculpas por mi propia existencia”; y su hermano le recuerda en algún momento: “tú eres lo que amas, no lo que aman de ti”.
La Maga
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