No es de extrañar que Nunca me abandones haya sido relegada al olvido por gran parte de la comunidad cinéfila. La peligrosa combinación de drama y ciencia ficción junto a la falta de reconocimientos en la carrera de los pasados Oscar desinfló la que a priori era considerada una cinta que daría que hablar. Sin embargo, para quien escribe estas líneas, la define como una obra donde la intensidad roza lo sobresaliente.
Basada en la novela homónima de Ishiguro, la cinta juega con la falta de información y una vez que se brindan pequeños resquicios de la misma es para no dejar de jugar. La ausencia de respuestas va generando una leve adicción.
La historia se centra en la ignorancia de la niñez, el descubrimiento en la adolescencia y la crudeza de la madurez de tres personas cuyos destinos están escritos y nada pueden hacer para cambiarlo. Con esta dura premisa, presente durante todo el metraje, el director logra que caigamos rendidos a sus pies. Embaucados en una reiterativa banda sonora y acompañados de unas imágenes preciosas llegamos a momentos en los que la crudeza de los fotogramas provocan un nudo en la garganta.

Está claro que Romanek ha conseguido serle fiel a la obra original plasmando con mimo los detalles de los primeros años de los protagonistas y dotando de poderosa intensidad secuencias claves para entender la filosofía de la obra.
Las emociones que desprende la película no se consiguen fácilmente sin un casting de lujo capitaneado por una Carey Mulligan intachable encarnando un complejo papel en el que su mirada dice más que sus palabras. A su lado la guapísima Keira Knightley viviendo su particular expiación mientras que Andrew Gardfield tarda en ofrecer la gran interpretación que se esperaba tras el rol de la Red Social y es sólo en el último tercio del filme donde logra encoger el corazón.
El hecho de que el drama se funda en la ciencia ficción no es un lastre para alcanzar una ristra de sentimientos que en manos de otro director podría resultar incompatible.

Lo mejor: la adaptación de la obra original.
Lo peor: que se confunda cursilería con emoción.