…y estallan de júbilo con la emancipación del prisionero. El final, atropellado, guarda la clave de esta interpretación: el villano cae derrotado, el héroe completa su viaje de vuelta a casa con la intervención idónea, el público salta de alegría, final feliz, ¿y ahora? ¿qué más echan en la tele?

La película es una parodia del espectador medio, o sea de su propio público, y, como tal, constituye un despertador, un llamamiento a liberarnos de las cadenas de una ficción tan convencional como la que se nos ha mostrado por partida doble.

Pasada por el tamiz de esta autocrítica, los roles quedan definidos con claridad: los telespectadores, como hemos dicho, somos nosotros; Peter Weir es Christof; Truman es la historia viva que invita a la propia emancipación (empezando por la butaca) y la película (o el cine o el arte, en general) es Sylvia, la causa final de la odisea, el amor, la empatía de la que hablábamos en un principio y que abre la puerta hacia la libertad.

El espectador tiene más sospechas que el propio personaje de Lee Jung-Jin (estrella local que servirá para aumentar los resultados de taquilla en Corea) sobre la verdadera identidad de la madre. La primera escena, premonitoria, y el asunto del jersey, resuelto de mala manera, no ayudan.

Jo Min-Su consigue salir airosa de dos escenas que carecen de sentido práctico: la confesión del maquiavélico plan (la actriz habla al espectador) y los remordimientos derivados de la compasión (sin efectos en el devenir de la narración). También queda colgando su visita al jefe del sádico cobrador de préstamos.

Pero a Kim Ki-Duk le interesan otras cosas. La violencia de las escenas de la primera mitad de la película duelen a la vista a propósito, para acentuar el dolor más brutal, el del corazón y el vacío, de la segunda. Ni el insuficiente Lee Jung-Jin ni el guion consiguen que esta pena, la madre de todos los dolores, cale completamente en el espectador. No obstante, pasa cierto mensaje: muerta la madre, el hijo, piadoso por fin, Jesús y Virgen a la vez, redime sus pecados al combatir los actos de violencia que él mismo generó convirtiendo su cuerpo, lo único que le queda, en un poético rastro de sangre imborrable por los caminos que unen la miseria y la riqueza en una misma ciudad. El gesto conjuga la religión de siempre y la crisis de ahora.

El espectador, ante el sacrificio, llora; y al final de ese camino de sangre, sudor y lágrimas vislumbramos el significado del término “kimkidukidad”.

- El MONOLITO (2) es una figura geométrica de un negro inexpugnable. ¿Hay acaso una forma mejor de representar un agente enigmático que suponemos, por un lado, conocedor de algo que desconocemos y que es, por otro, inaccesible frente a nuestras capacidades para el conocimiento?
- Hay un plano en horizontal de la NAVE (3) de la misión a Júpiter que parece mostrarla como una figura humanoide de diminuto cuerpo, larguísimo cuello y cabeza perfectamente redonda. El contraste con la cabeza peluda refugiada entre los hombros característica de los primeros homínidos es evidente. El último astronauta mira al monolito calvo.
- HAL (4) aparece representado por un foco de luz rodeado por un halo rojo, dentro de un círculo que, a su vez, encierra un rectángulo negro. Negras y rectangulares son las caras del monolito, lo que podría indicar cierta participación de tal idea. De hecho, el plano del “ojo de HAL” guarda vagos recuerdos del alineamiento de monolito y planetas. El amarillo es el color del sol, del ego y la soberbia. El rojo es el color de la sangre, de las pasiones y del riesgo. Y la vida es luz condensada.
- Los TRAJES ESPACIALES (5) en la nave a Júpiter son rojo, amarillo y azul. Frank Poole muere enfundado en su equipo amarillo. David Bowman, el astronauta rojo, se salva por una acción temeraria a cabeza descubierta, sin su casco, olvidado en la nave. Es de suponer que el traje azul corresponde a los astronautas incubados, que sólo entrarían en juego al final del viaje. El azul es el color del mar y del cielo, de lo más profundo y de lo más elevado. Azul clarísimo es el último planeta y el nuevo bebé que lo mira.
- La VOZ (6) inocente, casi infantil, de HAL en el inglés original. La voz madura, casi de anciano, de HAL en su doblaje español.
- HAL sacrifica a la reina (¿madre?) para ganar una partida de ajedrez. Esto se ha entendido habitualmente como una metáfora del SACRIFICIO (7) de los astronautas que lleva a cabo HAL para cumplir la misión. Sin embargo, hay que añadir que quien acaba cumpliendo la misión es Dave, sacrificando a HAL. Frank acaba derrotado por la máquina, y no únicamente sobre el tablero. Lo más interesante es que aquí se pueden adivinar dos cosas: o bien el salto que media entre la inteligencia humana, capaz de resolver problemas sobre la marcha, y la inteligencia artificial, incapaz de convivir con las paradojas de su programación, o bien la hipótesis de que es justamente la conciencia de esas paradojas constitutivas e irresolubles lo que desencadena la vida tal y como la entendemos los humanos, con su albedrío, su razón, sus mentiras, sus sacrificios, su lucha por la supervivencia y sus emociones (en otras palabras, ¿no es definitivamente humano el HAL 9000 que viaja a Júpiter, a diferencia de su hermano gemelo?).
- ¿No es el SUELO (8) blanco, aséptico y cuadriculado de la habitación en que acaba aterrizando la cápsula otra forma de tablero, uno que ha trascendido por fin el combate entre blancas y negras, semejantes y opuestos?
- Sobre ese suelo, justamente, dos notas destacan por repetición: los objetos históricos y el color verde. Por medio de una elegante conjunción entre lo que simbolizan el arte, los utensilios, la historia y el color verde (prácticamente inédito en la película hasta entonces), entendemos que lo que allí se está representando es la CULTURA (9) del hombre. Ni una planta, ni un animal, ni otro hombre, solamente estadios de sí mismo. En la habitación, además, Bowman come, duerme… Lleva a cabo sus funciones vitales. Décadas más tarde, Kubrick dedicaría a otra de las funciones humanas más básicas otro ensayo cinematográfico magistral.
- El “más allá” (beyond en inglés) de la última entrega de la película es indicador de que el “ESPACIO” (10) en que tiene lugar la “odisea” a que hace referencia el título trasciende las leyes de la física tradicional. En Júpiter empieza la vuelta a sabe Dios (¿o el monolito?) qué origen.