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Colombia Colombia · Bogotá
Críticas de PierPuccini
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Críticas 102
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
4 de junio de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es tan solo una retrato de la pobreza en EEUU en la década del 30, en la que unos cuantos “suertudos” logran ingresar a un concurso de feria que llegará a su fin solo cuando quede una pareja de pie, después de sortear carreras y bailes por días enteros por un mísero refrigerio y un mugroso catre para tener unos minutos de descanso. No es solo eso, es una alegoría que refleja el poder del aparato estatal, y la forma oculta de esclavismo impuesta a todos sus ciudadanos. Los parias, cegados por promesas vacías y empujados al abismo cuando no pueden beneficiar a la gran maquinaria que los mantiene. No les resulta suficiente con condenar a un individuo al olvido, sino que indistintamente disparan contra sus sueños, que cual gallardos corceles, alguna vez pudo ver galopar, pero ahora yacen, pudriéndose en algún lugar de su conciencia.

No sé si mi noción esta errada, o si suena a pura y llana demagogia, solo recuerdo el asco y el desasosiego que me transmitió esta película. La obra maestra de Sidney Pollack. Una de aquellas de finales de los sesenta que cambió la forma de ver y hacer cine, abriendo sombríos prospectos de nuestra existencia.

Exuda un venenoso resentimiento contra el sistema, una denuncia contra el propio ser humano, su ingratitud, indiferencia e insignificancia cósmica. La batalla campal por el dios dinero, perdida de antemano por la gran mayoría.
PierPuccini
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8
4 de junio de 2011
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La consagración absoluta de Tom Courtenay como el “leading man” preferido (honor que comparte con Albert Finney) de este neorrealismo a la inglesa que fue el free cinema, llegaría cuando Tony Richardson le dio su primer rol en la gran pantalla, como Colin Smith en la maravillosa e inigualable “La soledad del corredor de fondo” (1962).

Algo sucedió en Italia con el citado movimiento, los fundadores de este no iban siempre a contar las mismas lóbregas historias de necesidades y sufrimientos económicos o espirituales, siendo Vittorio De Sica el artífice de “milagro en Milán” la primera película neorrealista con elementos de fantasía, una historia sobre los mismos protagonistas, las clases bajas, pero sin un destino final tan cruel como, por ejemplo, el de los mensajeros en bicicleta, ancianos sin pensión, infantes lustrabotas, o los miembros de la resistencia contra el nazismo. Un realismo que jugueteaba con la irrealidad y ponía por vez primera una risa como remedio purificador para tantas lágrimas.

Casi una década más tarde, regresamos a Inglaterra, donde John Schlesinger toma al ya consagrado Courtenay, lo despoja del fulgurante odio y rebeldía (con justa causa) de su anterior encarnación, para hacer ahora de él un joven provinciano de clase media con menos problemas, pero no por eso menos embarazosos, como: vivir aun con sus padres y sus constantes quejas, un trabajo sin futuro en una funeraria, y el ocasional asalto de las crédulas lugareñas a las que les prometió el cielo y la tierra por haber osado meterse en sus camas por una noche. El director entonces otorga dosis de fantasía y comedia que no habían sido abarcadas a tal grado en el free cinema, dada la seriedad de los temas que se narraban hasta ese entonces. Ya luego vendrían a tomar partida de esa socarronería el propio Tony Richardson con “Tom Jones” y Lewis Gilbert con “Alfie”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
PierPuccini
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9
16 de febrero de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quienes opinan que a veces para hacer cumplir la ley hay que quebrarla, o en su defecto “doblarla” lo suficiente sin que se llegue a tal extremo. Esa opinión no la comparto yo, tal vez debido a que en mi modo de vida no hay peligro que me aceche constantemente; lo que sí sé es que para un individuo que debe trabajar la selva de concreto, con toda su peligrosa y variada fauna y flora, la única ley vigente debe ser la de sobrevivir al final del día, que el dinero es un fácil consuelo, y que la tranquilidad absoluta no existe, ni mucho menos se puede comprar.

La vida del detective de narcóticos Danny Ciello se desmorona paradójicamente a causa de su coraje. En el lugar donde lleva a cabo su profesión, la calle, no hay espacio para remordimientos, para ataques imprevistos de moral. La ley se desconoce por completo, porque la única diferencia entre quienes la violan es una placa.

Las prisiones de la mente son mucho peor que las físicas. El querer obrar bien, dar un paso adelante y decir la verdad sobre un mundo sin otra ley ni otro dios que el dinero, no solo es contraproducente, es mortal, es una condena voluntaria al ostracismo, porque es romper una suerte de orden maligno establecido, hacer rodar varias cabezas pero a cambio de la propia.

Es triste ver como los mentirosos e hipócritas son aplaudidos y ennoblecidos mientras otros son abucheados, tratados con desdén y en los casos más tristes, asesinados por decir la verdad, para aplacar su creciente culpa, su secreto repudio por lo que deben hacer en su trabajo.

Ya había tenido la suerte de ver de la mano del cineasta Sidney Lumet otra cruda y verosímil dramatización de la misma problemática (Serpico, 1973), pero debo decir que esta la supera por un margen muy amplio. “El príncipe de la ciudad” es un logro rotundo, una exposición sin concesiones, directa al corazón de una vida tan vertiginosa y una psique tan roída como la de un oficial de policía que decide expiar sus culpas, para malestar del sistema corrupto que lo emplea.

Del protagonista Treat Williams, decir que merecía mejor suerte en el injusto mundillo del espectáculo es decir muy poco. Borda su papel como un grande, con brío y tenacidad.
PierPuccini
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8
5 de noviembre de 2010
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando escribía un primer borrador de esta pequeña apreciación, cosa que no suelo hacer en medio de una clase a menos que sea tremenda e insoportablemente aburrida, me hallaba en un lugar propicio para hablar del filme por el que me desvele la noche anterior. Estaba encerrado en las cuadro paredes de un aula universitaria oyendo (no escuchando) al profesor de turno hablar sobre la hacienda pública y el derecho tributario, cosa que en mi no suscita un mínimo interés. Y observando en derredor las caras largas, los ojos entrecerrados, pies balanceándose, en fin, una veintena de seres actuando por inercia, aguantando sin desfallecer hasta que el reloj del profesor (que usualmente está más atrasado que el de sus discípulos) marcase ya la hora propicia para ir a almorzar.

Para no irme por la tangente, así también comenzaba “Wake in fright” (retitulada “despertar en el infierno”) una película que ostenta justificadamente su status “de culto” y que hasta hace poco era algo así como el santo grial de la industria fílmica australiana, perdidos sus rollos originales sabrá Dios (o el diablo) donde, y como ya apunté, recientemente rescatado y restaurado en una calidad más que aceptable. También ha sido objeto de comparaciones (para nada odiosas) con la controvertida obra maestra de Sam Peckinpah “Straw Dogs” (Perros de Paja. 1971). Además de ser notables; en ambas se discuten los ritos masculinos, pruebas mortales en las que se verá al final de que esta hecho cada uno, si es capaz de defender su integridad física y mental abandonando el raciocinio y el dialogo, en consecuencia usando la fuerza como el único recurso valido en tierra de nadie.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
PierPuccini
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8
12 de septiembre de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
-"Las mujeres solo traen problemas"- esa frase es pronunciada constantemente en las tres obras de Adolfo Aristarain que he tenido la oportunidad de visionar esta semana. Parecen resumir que en su cine, inevitablemente y para desdicha de aquel inadaptado, miserable y añoso protagonista masculino, capaz de llegar al mismo infierno por intereses materiales; el camino siempre se le trunca por culpa de una fémina.

Aquí no hay excepción a esa regla. Aristarain vuelve a las calles para retratar el oficio puntual y metódico de un asesino a sueldo (otra vez un formidable Federico Luppi) un ser sin la menor compasión por el prójimo, a excepción notoria de un colega (Ulises Dumont, secundario de lujo de cada entrega del director) y de, por supuesto, unas cuantas mujeres que le saldrán al paso. Pero hay una en especial frente a la que su "ética profesional" comienza a flaquear, nada menos que la mujer de su siguiente víctima.

Me arriesgo a decir que esta sombría exposición de la solitaria vida de un artista del crimen no tiene nada que envidiarle a lo mejor del cine polar de Jean-Pierre Melville (Le doulos, le samourai) que Luppi está una vez más en estado de gracia, y que la trama laberíntica bien podría hacer orgulloso hasta al más versado literato nacido en tierras gauchas, Jorge Luis Borges.
PierPuccini
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