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España España · Cáceres
Críticas de Sinhué
Críticas 1.379
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de marzo de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La directora venezolana, Patricia Ortega, se atreve con un tema tabú en la cultura española y no digamos en la latinoamericana, intoxicadas ambas por la influencia religiosa (desde el bautizo), en lo concerniente a todo tipo de sexualidad. El secretismo, la vergüenza, el presunto pecado, el ojo vigilante de Dios, el fuego eterno...
Si ya es un problema, el del goce y disfrute sin complejos, para los jóvenes aleccionados por la iglesia (de cualquier doctrina); hay que imaginarse a los auténticos practicantes, de cierta edad, descubriendo parcelas lúdicas que desconocían y que ni siquiera se habían atrevido a imaginar.

Con un tono amable y hasta cómico, al que no le faltan aristas y reivindicación feminista, la realizadora y guionista nos pone en el camino de la sensatez, del amor a nosotros mismos y a nuestros cuerpos; porque es allí donde también nace el amor a los demás.
Se nos cuenta en Mamacruz, que hasta en las vidas que parecen más anodinas, el orgasmo es un acto supremo, en soledad o compañía, al que nadie debería renunciar. Son estímulos divinos, a cualquier edad. Si se recomendaran desde los púlpitos, mejorarían el amor al prójimo, la comprensión...; y conseguirían que hasta los más ateos nos planteáramos nuestras creencias.

Soberbios Kiti Mánver, Mari Paz Sagayo y el pobre y criogenizado Eduardo (Pepe Quero).
Sinhué
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8
8 de enero de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con unos referentes ineludibles en la historia del cine, sobre todo en el de juicios enrevesados, como: Testigo de cargo (Billy Wilder-1957) y Anatomía de un asesinato (Otto Preminger-1959), he visto esta magnífica pieza de Justine Triet con una parecida devoción a la que desplegué ante aquellas joyas únicas. Sin perder detalle, dejándome interpelar por la directora como si estuviera siendo juzgado a la par que Sandra, intentando desentrañar la parte sombría de cualquier ser humano, desbrozando la intrincada maleza de la condición humana, sin dejar que se apague la tímida vela que mantiene titilante la ilusión de que es mejor morir por deseo propio que por decisión ajena.

El guion, que la realizadora comparte con Arthur Harari, además de concienzudo y habilidoso te mantiene expectante, sin decaimiento alguno, no solo durante las dos horas y media de metraje, también en los créditos finales; y, doy fe, una semana después de haber visto un thriller inteligente que cuando cierra en la sala con el fundido en negro, abre otras ventanas que permiten el vuelo de la imaginación, la escapada hacia hipótesis no detectables y la inquietante certeza de que la justicia, aunque acierte en muchas ocasiones, nunca será infalible.

La actriz alemana Sandra Hüller está perfecta en su papel de escritora cerebral, mujer libre y madre razonable, aunque distante; tan sospechosa de todo como posible víctima.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sinhué
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7
18 de enero de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor como pulsión independiente e irrefrenable, más allá de ideologías, facciones o religiones. Es el mensaje que nos lanza el director tras hablarnos de tres veranos en una población croata, en los albores del conflicto (1991) y en décadas posteriores, cuando aún quedan ascuas entre las cenizas del enfrentamiento civil.

El enamoramiento entre serbios y croatas es un accidente imprevisto que ha complicado la lógica del odio entre estas dos poblaciones, sobre todo tras el último cataclismo desmembrador que convirtió en cachitos la antigua Yugoslavia. Ellas y ellos, jóvenes alimentados por la agria leche de la venganza, luchan por mantener las distancias y el rencor; y se da casi por seguro que las costumbres, tradiciones, convencionalismos y fuerza genética triunfarán sobre la monstruosa posibilidad de juntar sangre y fluidos. ¡Quién sabe!, entre tanta burda iniquidad, ¿quedará un resquicio para la química ternura y la indomable espiritualidad?

Sin prisas, balanceándose en el sosiego, consciente de que un creador de arte es un médico de almas, Dalibor Matanic (Zagreb/1975) pone sobre las heridas finas cataplasmas empapadas en sol y receta para las erupciones coléricas relajantes baños en aguas tranquilas. Y así, con suavidad, abre los ojos (también los nuestros y los de sus personajes) diciendo: dejad sobre la leñera esos hazes de estulticia y hagamos con ellos una buena lumbre.
Sinhué
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6
30 de agosto de 2011
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de esos deseos que muchos barajamos por si algún día, ¡vaya usted a saber!, aparece esa lámpara maravillosa que todos anhelamos. Junto a la invisibilidad y el vuelo libre, lo de ver a través de las paredes y la ropa, para saber si lo que vemos es consistente o sólo fachada, es una aspiración, por no decir una obsesión de gran parte de los seres humanos.
Roger Corman aprovecha esta remotísima posibilidad, que nos hace babear, para acercarnos a la figura de un científico (Ray Milland) que al dejar de percibir fondos para su investigación, decide probar sobre su persona y en cualquier ropero, lo que antes hacía sobre monos y en el laboratorio. Pero ¿ustedes creen que es un gran avance para la humanidad?, ¿la ventaja de conocer más, nos hará mejores? Vean, vean la película y mientras el doctor James Xavier no afine un poco en sus formulaciones, mejor es que no se echen en los ojos esas gotitas que pueden complicarles la existencia.
Sinhué
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8
23 de febrero de 2011
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién ha dicho que las fronteras están para ser respetadas? ¿Qué respeto es ese para con la gente que viaja, huye o simplemente quiere vivir? ¿Por qué quienes creemos que la tierra no tiene dueño (que, aunque parezca mentira, somos mayoría), hemos de aceptar leyes de territorialidad? ¿Qué nos diferencia de los animales? ¿Lo que meamos primero pasa a ser de nuestra propiedad?.....
Estas preguntas, entre otras, es posible que escapen de tu garganta al acabar de ver esta buena película de Thomas McCarthy, del que ya esperamos su próxima entrega, que se llamará Win Win.

Años de impotencia acumulada y solo un arma para descargarla: un tambor que dispara ritmos de libertad en cualquier estación del Metro de Nueva York. ¿Será suficiente este alertador de conciencias?; o tal vez: ¿sería más adecuado, para generar sonidos, que impactaran sobre la piel de cabra o antílope las cabezas de los responsables de inmigración, en lugar de las torpes manos vacías de los ciudadanos con sentimientos?
Sinhué
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