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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
Críticas 1.293
Críticas ordenadas por utilidad
6
23 de julio de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El vidente es una película rara, una de las primeras protagonizadas por Claude Rains, que había saltado a la fama con El hombre invisible..., a pesar de que no se le veía. Ironías de la vida. En ésta, obra de Maurice Elvey, otro artífice de rarezas (volveremos a él) encarna a un charlatán que prepara trucos de clarividencia con su esposa, la fastuosa Fay Wray, la reina del chillido, la novia de King Kong, etc., no muy buena actriz pero poseedora de un raro magnetismo sexual. Quiere la cosa que este hombre empiece a ver cosas de verdad, pero sólo cuando está en presencia de determinada dama, Christine (Jane Baxter), con la cual establece una química ineludible que se propaga más allá del escenario, aunque el amor matrimonial triunfe al fin, pero siempre quedará la duda. El vidente es un pequeño clásico por derecho propio, muy poco vista, y se agradece una vez más que la magia del DVD la haya recuperado.
Maurice Elvey fue un tipo notable. Huido de casa en la infancia, se ganaba la vida en las calles de Londres, pero un afortunado encuentro con una millonaria norteamericana cambió su vida. Dirigió más de 300 películas y cortos (se dice pronto). Dirigió la pimera película británica sonora (High Treason) y la primera película británica en color (Sons of the Sea), los primeros Sherlock Holmes mudos (El perro de los Baskerville y La marca de los cuatro) y montones de otras que jamás se estrenaron en nuestro país (para variar). Vale la pena echar un vistazo a El vidente.
Eduardo
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6
19 de febrero de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Villa cabalga es un western de acción, y punto. Pese al guión de Peckinpah (y Robert Towne, que tampoco era moco de pavo), la película no indaga en los intrincados misterios de la revolución mexicana, sino que pasa sobre ellos más o menos de puntillas. Hay unos actores sólidos (Mitchum en plan sobrado, Bronson en plan hierático, Lom en plan pérfido, Brynner... jejeje... En algunas secuencias, parece acordarse del rey de Siam y repetir el acto), unas fanfarrias animosas de Maurice Jarre, esos ojos como fogonazos azules de Grazia Buccella, una mujer desaprovechada, y tiroteos a mansalva, bombardeos aéreos desde una avioneta destartalada, muchos extras, y hasta sale Fernando Rey, oigan, y José María Prada, pobrecito, y las dos horas se pasan volando. Kulik era eso que llaman un probo artesano, y no hay que pedir peras al olmo. Simple distracción sin coartadas.
Eduardo
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8
16 de febrero de 2018
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Martin McDonagh es un tipo listo: no tiene prisa. Irrumpió como un ciclón con la excelente Escondidos en Brujas, donde osaba emparejar a Colin Farrell con Brendan Gleeson. Al cabo de cuatro años, entregó Siete psicópatas, un ejercicio al estilo Tarantino que no funcionó. Y ahora, cinco años después, se sumerge en Misuri y realiza su mejor obra hasta el momento.
Todo el mundo conoce ya la premisa: una mujer de un poblacho trumpiano, después de un año de esperar nueva información sobre el asesinato y violación de su hija adolescente, alquila tres vallas publicitarias para "animar" a la policía a actuar. No sólo los agentes de la ley, sino todo el pueblo se pondrá en su contra. Estamos en una de las zonas más reaccionarias de los reaccionarios Estados Unidos. El sheriff es un buen hombre, pero le queda poco de vida (no es spoiler, muy pronto se desvela su mal), su ayudante es un supremacista blanco con graves problemas mentales (y una madre que da miedo en cuanto la ves), y los habitantes del lugar una pandilla de patanes. Cuando uno está pensando en huir del cine, harto de la América profunda, se empiezan a producir giros sorprendentes en la trama que te clavan a la butaca. Porque McDonagh tiene la habilidad de convertir a sus monstruosas criaturas en seres humanos, seres con sentimientos, seres abrumados por el peso de la vida y la sinrazón de la muerte. Y le echa humor. En los peores momentos (véase la escena del hospital, no puedo decir más), el velo de la tragedia se rasga y aparece un soplo de humorismo que calma las heridas. Y también deja paso a la ternura cuando menos te lo esperas (La escena del ciervo). La cámara, siempre pegada a los personajes, recrea primorosamente el espantoso pueblucho, los hermosos alrededores transitados por los colores del otoño, esas casas prefabricadas horrorosas que tanto les deben recordar a los pioneros. Una inspirada banda sonora de Carter Burwell (este tipo me gusta cada día más), en la que intercala canciones, mayoritariamente country aunque no todas, adecuadas a las situaciones que estamos presenciando, arropa la historia sin hacerse oír demasiado. Y el reparto... Frances McDormand, con sus andares a lo John Wayne, domina la función con autoridad desde la primera escena. Oscar seguro este año. Woody Harrelson, en su breve aparición, demuestra que cada día está más maduro y seguro de sí mismo.
And the winner is... Sam Rockwell. Lo odias desde el primer fotograma en que le ves. Palurdo, racista, sexista, alcohólico, edípico... Todo el lote. Una lección de interpretación que te deja estupefacto. Quiero que le den el Oscar, caramba, pese a que ya sabemos que esas cosas funcionan de otro modo. En suma, una película para ver y disfrutar, con paciencia y entrega. Y a esperar otros cuatro o cinco años más. Enróllate, Martin.
Eduardo
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6
31 de marzo de 2019
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se le ha quedado viejita esta peli a José Luis Garci, por diversos motivos:
1) Es una obra muy coyuntural. España está a las puertas de las primeras elecciones democráticas, tras casi 40 años de dictadura franquista, y Garci entona un canto de esperanza al futuro, cauteloso, pero canto al fin y al cabo. No sólo ha cambiado la política, sino las relaciones en general, y las sexuales en particular. Lo cual provoca problemas a los hombres de su generación, incluso a los progres. Es una película testimonial de una época, de un tiempo y de un país, como diría Raimon.
2) Con la caída de la censura, todo el mundo se despelota, sobre todo ellas. Pero claro, plantar la cámara ante una señora con las sábanas por debajo de las tetas, en plan estatua de sal, tiene de erótico lo que yo de cardenal. Garci filma en plano medio a sus personajes en la cama, y no puedes evitar una sonrisa de ternura. ¡Qué falta de morbo, por Bakunin! Si bien agradecemos a Fiorella Faltoyano y a Emma Cohen su entrega a la causa. Eran tan jóvenes y hermosas...
3) Garci rinde homenaje al mundo de la radio, un tipo de radio hoy desaparecido para siempre. Y tiene gracia ese Solos en la madrugada, en la que José (Sacristán) escupe su mala leche del día a día, de las frustraciones, del desamor, del futuro incierto y las pequeñas putadas que te amargan la vida. Pero ese mundo también va a cambiar, radical y definitivamente.
4) El mismo tono de la película es pretérito. Garci no mueve mucho la cámara, opta por un estilo muy conservador y presta más atención a la literatura (los diálogos) que a la caligrafía de la imagen. Bueno, él siempre ha sido así, es un gran amante de los clásicos del cine, y se lo agradecemos.
Pero, en general, uno se siente solidario con su esforzado intento de ayudar al cambio que se está produciendo, y no dejar en demasiado buen lugar a los varones ibéricos, que en el fondo dan más ternurita que otra cosa. Después de tantos años de ver, de estreno, Asignatura pendiente, he tardado más 40 en ver su secuela. Y no me ha disgustado. Es eso, cuestión de ternurita.
Eduardo
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5
25 de octubre de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
De buenas intenciones está empedrado... el cine. El cuaderno de Sara intenta aproximarnos al drama que se vive en el Congo (y otros países del continente), y su fracaso es estrepitoso. Hay muchas cosas que no se sostienen:
1) No se sostiene que una chica tan fina y urbanita como Laura, abogada de profesión, se largue al Congo con lo puesto tras ver una foto de su hermana desaparecida.
2) No se sostiene que se pasee por villorrios infectos con una blusa que le marca los pechos: no duraría ni cinco segundos.
3) No se sostiene que un equipo de documentalistas vaya al encuentro de guerrilleros peligrosísimos sin tomar precauciones elementales.
4) No se sostiene que los supervivientes de no diré qué se libren de la matanza como si no hubiera pasado nada.
Y más, pero ya es suficiente. La realización es televisiva (normal: López Amado se dedica casi en exclusiva a las series), los personajes son tópicos, las interpretaciones acartonadas. Mi querida Belén Rueda hace lo que puede, pero sus frases no dan para más.
Queda eso, el intento de acometer una temática poco tocada por el cine español, pero espero que haya mejor suerte (o talento) la próxima vez.
Eduardo
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