El hombre que mató a Liberty Valance es una de las obras maestras de la historia del western, y una de las películas más aclamadas del director John Ford, maestro del género. En ella James Stewart y John Wayne encarnan a los protagonistas de esta historia, dos hombres con ideas muy diferentes sobre la justicia.

Como ya hiciera seis años atrás con Centauros del desierto, Ford crea de nuevo un western atípico, donde los valores del país quedan manchados de sangre, en el que no existen los héroes y el bien no triunfa sobre mal, sino que más bien se mezcla con él.

Ignacio Ferreras nos presenta con "Arrugas" la adaptación de un cómic con una historia poco convencional. Aquí no hay jóvenes con poderes ni villanos que quieren hacerse con el control del planeta. Aquí hay ancianos que nos hablan muy directamente de la cruda realidad, de cómo se afronta la vida y su final. Aquí hay auténticos héroes.

"Arrugas" acierta en el uso de la animación en dos dimensiones, así como en su emotiva música, que no llega nunca a ser melodramática. Su historia no reclama grandes alardes. La sincera relación de amistad que se crea entre los protagonistas y el tratamiento que se hace sobre la vejez, el miedo, la enfermedad, la vida y la muerte son suficientes para llegar a lo más hondo del espectador, al que obliga a detenerse y pensar en uno mismo y en sus seres queridos.

"Sospechosos habituales" no es la mejor película de un grupo de criminales ni tiene un reparto que se podría denominar como ‘de lujo’. "Sospechosos habituales" no es ninguna obra maestra. Sin embargo, tampoco es otra película entretenida más, con cuatro explosiones, cuatro tiros y una trama de robos y planes algo enrevesada. "Sospechosos habituales" tiene su final. Un final que algunos adelantados pueden intuir desde el principio, pero que para el resto de espectadores es ingeniosamente sorprendente.

Sin duda alguna, aunque su efecto no será el mismo, "Sospechosos habituales" merece un segundo visionado. Ya sea para desenmascarar la trampa a la que el público se ha visto expuesto o para desgranar todos los minuciosos detalles que componen este astuto guión. Porque "Sospechosos habituales" es engañosa, sí, pero efectiva.

Cyrano de Bergerac no teme a la batalla, vive por y para ello. Es un personaje valiente por fuera, pero muy cobarde por dentro. Tiene miedo a ser rechazado por aquella a quien siempre ha amado, y todo por un complejo que le atormenta. De la misma forma que el personaje que presenta, esta película de Jean-Paul Rappeneau es a la vez valiente y cobarde. Valiente porque retoma una obra clásica en verso ya adaptada con anterioridad. Cobarde porque no logra actualizarla a nuestro tiempo y no aprovecha los elementos cinematográficos al máximo.

La dirección artística es sin duda uno de los puntos más fuertes de esta obra. La recreación del vestuario y de los ambientes de la época están bien logrados. El otro punto destacable es la interpretación de Gérard Depardieu, que brilla más que en ningún otro momento bajo la luz de la luna en ese monólogo final. Un monólogo que, aunque teniendo en cuenta que viene del teatro, se hace demasiado largo para ser cine. Así como todas las ocurrencias sobre su nariz comentadas en el enfrentamiento del comienzo. Divertidas, sí, pero demasiadas.

La esencia y moraleja de la obra queda intacta, y es algo admirable. Pero, aunque en su conjunto la película funciona notablemente, su duración es bastante extensa para centrarse básicamente en la trama principal, pudiendo sacar más partido a las subtramas. Puede que muchos espectadores sigan preguntándose para qué el personaje del niño, si tras la guerra jamás vuelve a aparecer.

A tiempo prácticamente real, Jafar Panahi nos muestra en "El globo blanco" una gran aventura a escala minúscula, donde los niños maduran sin dejar de ser niños. La protagonista descubre cómo es el mundo de los adultos, el cual entraña riesgos para los más pequeños, y aprende a solucionar los problemas que, por sus caprichos típicos de niños, ella misma ha causado. Todo esto reflejado con una naturalidad inmensa que hace que el espectador, aun no estando familiarizado con el cine iraní ni con la cultura de esta sociedad, se involucre de lleno en la historia, expectante del porvenir de los niños, del billete y del pez.

Pero toda esta compleja sencillez no sería posible sin las interpretaciones de Aida Mohammadkhani y Mohsen Kafili, dos hermanos en la ficción que consiguen que esa relación parezca verdaderamente real. Ambos transmiten esos sentimientos de miedo, tristeza, valentía y decepción, que se vuelven más intensos y sinceros en los rostros de los niños. De ella, destacable el plano fijo de su conversación con el soldado. De él, su actuación cuando Razieh descubre su cara amoratada, posiblemente por su padre, un personaje acertadamente invisible.