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Críticas de La mirada de Ulises
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Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
6
5 de octubre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Philippe Claudel dio muestras de exquisita sensibilidad y facilidad para el drama en "Hace mucho que te quiero", y también de saber construir personajes luminosos y cercanos al espectador en "Silencio de amor". En esa misma línea intimista y poética, "Antes del frío invierno" busca adentrarse en el corazón de Paul, un neurocirujano de prestigio y hombre de familia que un día siente cómo afloran en su interior sentimientos para él olvidados. Unas rosas rojas y la joven Lou parecen desestabilizar su ordenada vida y provocar una crisis en su matrimonio con Lucie, tras más de treinta años casados.

Con sutileza y sin evidencias manifiestas, el escritor y cineasta francés explora la mente obsesiva y el corazón seco de este hombre de principios y vasta cultura, para obligarle a echar la vista atrás y obligarle a pensar en lo que hubiera sido su vida si hubiera soñado, si hubiera posado su mirada en las personas que se encontraba en medio de su absorbente trabajo. Su amigo Gérard es quien le manifiesta abierta y contundentemente que su corazón está seco y vacío, mientras su colega y sucesora en el departamento termina la película diciéndole que le había echado en falta en el hospital... pero no al pitillo que se fumaban juntos sino a él. En poco tiempo, Paul recibe dos lecciones de vida mientras su mujer espera, en silencio, que hable y suelte tanto misterio escondido que le está corroyendo por dentro.

Casi lo menos importante de la historia es conocer la identidad de Lou y su relación con Paul, porque en el prólogo -magnífica secuencia de Daniel Auteuil- ya se nos invita a desconfiar de ella. Lo fundamental en la cinta es adentrarse en la cabeza y corazón de ese extraño en su casa que se había olvidado de vivir y que precisaba un terremoto que le despertase. Progresiva y paulatinamente, Paul descorre los cerrojos del corazón y la compasión está a un paso de convertirse en pasión, mientras la prudencia de antaño se transforma en infidelidad. Sin apenas darse cuenta, vemos cómo cede a la confidencia y queda encadenado a un fantasma de dudosa rectitud, cree regresar al tiempo en que había vida en su alma y comienza un viaje sin rumbo entre sentimientos confusos y ambiguos. La noche es el escenario para ese vagar sin sentido, y el silencio el compañero para aislarse en su soledad y desasosiego. Para bien y para mal, ya nada será igual, quizá porque estemos en el otoño del matrimonio... pero la vida sigue, y de ahí ese final abierto del director.

Sobra el excursus del holocausto y la subtrama del hijo, y resulta sorprendente el desenlace policial del caso, pero si nos centramos en la construcción de Paul y en la interpretación de Daniel Auteuil (también Kristin Scott Thomas está magnífica, como siempre), hay que concluir que Philippe Claudel sabe de lo que habla y lo hace con elegancia y sensibilidad, sin excesos ni obviedades. El perfeccionismo vital y la fragilidad emocional que manifiesta Paul, el desconcierto y la pérdida de control de sí mismo que experimenta, y el cambio del turbio rincón de su alma -como la casa de Lou- por el jardín de la escena final... son parte de la vieja y de la nueva vida de este neurocirujano que necesitaba que alguien le despertara de la anestesia afectiva que padecía.
La mirada de Ulises
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7
1 de julio de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos a comienzos de los años veinte, y la Gran Guerra empuja a muchos europeos a cruzar el charco en busca del sueño americano. Las oleadas de inmigrantes buscan paz, felicidad y libertad en los Estados Unidos... y encuentran, en cierta medida, un ambiente de abuso y corrupción bajo la apariencia de una pretendida decencia y honestidad. La lucha por la supervivencia es el pan de cada día, y en ocasiones se convierte hasta en un pecado... porque su indefensión llega hasta hacerles perder la dignidad. Es lo que le ocurre a Ewa, una joven polaca que, al llegar a la isla de Ellis, ha sido separada de su hermana -enferma de tuberculosis y puesta en cuarentena-, y que es amenazada con la deportación en más de una ocasión. En esa tesitura, no le queda otra opción -falsa libertad la que se le ofrece una y otra vez- que la de abandonarse en manos de Bruno, y caer en su red mafiosa de prostitución... a la espera de conseguir el dinero que le permita rescatar a su hermana. Eso es lo que James Gray nos cuenta en "El sueño de Ellis" y lo que Joaquin Phoenix y Marion Cotillard convierten en una peculiar historia de amor, en una curiosa convivencia del gavilán con la paloma -así llama Bruno a sus mujeres-.

El carácter de lucha por supervivencia en medio de la miseria material y moral queda patente desde la primera escena, gracias a la fotografía de Darius Khondji de tonos añejos, y a unos decorados y atrezzo que nos trasladan a una época de persecución del vicio y defensa de la reputación... cuando realmente la hipocresía está a la orden del día. Muchos son capaces de vender su alma al diablo o de cerrar las puertas a un familiar si con ello aseguran un futuro incierto, y algunos no ven otra salida que ceder hasta en lo esencial con la esperanza de escapar de esa pesadilla que prometía ser un sueño feliz. Ewa tiene clara la prioridad que supone rescatar a su hermana, y Bruno la de conseguir dinero en esa selva de corrupción. Todo va según lo previsto en esa sociedad de conveniencia... hasta que aparece en escena Orlando, mago y primo de Bruno, que sería como el ángel blanco que vendría a redimir a Ewa ofreciéndole otro tipo de vida. Con el amor por medio llegan las rivalidades y los celos, y el drama amenaza en convertirse en tragedia... y que el sol de California nunca llegue a iluminar sus vidas.

James Gray tiene la suerte de contar en el reparto con Joaquin Phoenix y sobre todo con Marion Cotillard. El primero consigue hacerse despreciable hasta que decide que ya está bien de simular... y deja ver su alma humana en una escena final en la isla -lo mejor de la cinta, lo más desbocado- en que advertimos su capacidad interpretativa. Por su parte, Cotillard sostiene toda la película provocando pena y dolor a quien la contempla con ropajes harapientos o vestida de prostituta, dejando vislumbrar fe, esperanza y bondad en su espíritu -el sentido religioso de Ewa es determinante-, o personificando el drama de quien se mueve indefensa y sin libertad en una jungla de gavilanes. Entre ellos surgen sentimientos contradictorios difíciles de catalogar, de amor-odio y de necesidad-rechazo, hasta que los acontecimientos empujan a que sus corazones se acerquen y comprendan... y entonces el sacrificio tiene sentido en uno y otro caso. Hemos asistido a un encuentro-desencuentro y a un dilema moral, con una cándida paloma atrapada en la jaula capitalista y con un gavilán arrojado al basurero de la mezquindad.

Ha sido un principio de triunfo del amor en las proximidades de Nueva York antes de ir a buscar aires más cálidos en el oeste, para seguir soñando y creyendo que la felicidad es posible y que en el hombre no todo es malo... aunque Bruno esté convencido de lo contrario y Ewa trate de darle consuelo y esperanza. Bien ambientada en sus lúgubres atmósferas, magníficamente interpretada por el trío protagonista (Jeremy Renner es el tercero en discordia), correctamente narrada dentro de los parámetros del melodrama más clásico -quizá le falte intensidad en su academicismo-, y con una crítica hacia la sociedad americana dada a las apariencias. En definitiva, "El sueño de Ellis" recoge un pecado de supervivencia, una lucha entre la oscuridad y la luz que se ofrecen al inmigrante -Bruno y Orlando así lo personifican para Ewa-, y una convivencia entre el gavilán y la paloma en su esfuerzo por alcanzar la promesa de felicidad.
La mirada de Ulises
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6
30 de junio de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunos vampiros han logrado sobrevivir al paso de los siglos y a las mezquindades de los hombres. Uno de ellos es el deprimido Adam, músico que está a punto de suicidarse y que llama a su mujer Eve para que le acompañe en esos últimos momentos. Será una noche larga, interrumpida por la llegada de Ava, hermana de Eve, joven díscola e incontrolable que alterará la paz y la estabilidad de la pareja. No estamos ante una nueva entrega de "Crepúsculo" ni ante una película de Hollywood sobre vampiros hambrientos de sangre. El responsable de "Sólo los amantes sobreviven" es Jim Jarmusch, el más independiente de los directores americanos y el más crítico con una sociedad que se autodestruye porque ha olvidado que el amor es lo que la sostiene y da vida. Estamos ante una película de factura refinada y contenido inconformista, muy adecuada para cinéfilos que quieran moverse por el subtexto de la historia.

Con sello de autor se inicia una cinta que arranca con un disco de vinilo que gira sin parar y con una pareja que, en Tánger y Detroit, trata de encontrar la sangre buena que les mantenga con vida. Son planos cenitales a los que se añadirán travellings y picados forzados para recoger el ambiente sombrío y siniestro de quien se siente amenazado por la corrupción, la guerra o la indiferencia. Por esas calles a media luz languidece un mundo que tuvo sus momentos de esplendor, de ciencia, arte y sensibilidad, cuando Adam inspiró a tantos poetas, músicos y hombres de mente preclara... en lucha contra un quienes trataban de agostar la inspiración.

Es como si, entrados en una posmodernidad que añora los años setenta -Jarmusch se retrata en sus gustos musicales-, el fin del mundo se identificara con la pérdida de los valores auténticamente humanos, porque sus pobladores habrían pasado a ser zombis... como aquellos mutantes que actúan como salvadores de la Humanidad. Si conseguida está la sensación decadente, nostálgica y aciaga del momento, mejor se recoge el clima de misterio de unos personajes que conservan recuerdos y silencios nunca aclarados -por qué los amantes viven alejados, si se quieren-, que parecen instalados en un eterno retorno... lleno de fatalismo -la muerte siempre irrumpe- y de esperanza a un mismo tiempo. Mención aparte merece la fotografía, capaz de crear ambientes góticos que respiran aires de tragedia y también de generar un romanticismo en Ava que convive con el primitivismo de una Eve que no controla la pasión.

El desenlace resulta ilustrativo de ese ciclo de las civilizaciones y del amor, de esa lucha por encontrar el alimento no contaminado, de esa toma de conciencia sobre unas "partículas entrelazadas" que se sienten afectadas... aunque estén alejadas entre sí. No falta la nota de humor negro, la crítica a la guerra o a la ambición por el dinero, y el homenaje a la música underground, en una cinta que acierta en el casting para dar protagonismo a Tilda Swinton y Tom Hiddleston por su frialdad expresiva, y para contraponerlo a la vitalista Mia Wasikowska como joven un tanto irresponsable y alocada. Por su parte, John Hurt realiza un buen trabajo como vampiro crepuscular que está en el ocaso de la vida y que mira con ojos cansados al pasado. La película se alarga más de lo debido para una trama mínima y una idea simple, resulta un poco repetitiva con tanta referencia histórico-cultural y también auto-complaciente con el gusto musical del director, pues estos amantes y hermanos de sangre del siglo XXI siguen siendo eso... espíritus errantes que buscan donde clavar sus colmillos para inspirar al mundo en el amor.
La mirada de Ulises
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7
8 de abril de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Oriente vienen los Reyes Magos y también el mejor cine... o, al menos, el de mayor carga humanista y pureza narrativa. Además de las joyas llegadas de Irán, lo acabamos de comprobar con las japonesas "Una familia de Tokio" y "De tal padre, tal hijo", y ahora nos lo confirma la china "Una vida sencilla" de Ann Hui. Su historia es como la vida misma -de hecho es la historia real de uno de los productores-, una mezcla de momentos entrañables y duros, de situaciones de dolor y buen humor en los que se comprueba que se recoge lo que se siembra... durante toda una vida. Eso lo tiene muy claro Roger, productor de cine y soltero que se vuelca con Ah Tao cuando ésta sufre un ictus y pide ir a una residencia de ancianos (para no estorbar, aunque no lo dice). Durante sesenta años, esta anciana ha atendido cuatro generaciones de la familia trabajando como criada en su casa en Hong Kong... y no han faltado los momentos de tener que cuidarles en la enfermedad, de hacerles a diario sus platos favoritos o de ver cómo volaban del nido para triunfar en Estados Unidos. Ahora, llega el momento de que las tornas cambien...

Lo primero que llama la atención en esta pequeña obra maestra es la sencillez y limpieza formal para contar lo más básico y cotidiano de la vida. La cámara no se pierde en movimientos innecesarios que distraerían la quietud de las escenas, el tempo mantiene el tono parsimonioso que permite contemplar una vida llena de paz que se apaga, el montaje se sirve de la elipsis narrativa para llegar hasta pequeños acontecimientos en este epílogo familiar y no perderse por el camino, las notas de piano puntean con delicado lirismo una historia de amor y agradecimiento... No sobra nada y parece que todo es fácil e sin autoría, y eso porque la directora opta por desaparecer para sean los personajes quienes nos hablen. Y nos hablan de una vida de sacrificio y de entrega que ahora recibe su recompensa, de una criada que es elevada a la categoría de familia, de una mujer que lo dio todo con generosidad y que ahora ya no sabe dejar de hacerlo, de un joven que entiende que su lugar está junto a esa mujer que le enseñó a amar y a servir.

Nos adentramos en la residencia de ancianos y abundan las escenas de dolor, ya sea por la precariedad material o asistencial de los responsables, ya sea por asistir al declinar de unos instrumentos que dan sus últimas notas desafinando... pero que conservan un punto de humanidad, como termina demostrándonos ese viejo verde y conquistador. Desconcertada y confusa ante lo que ve, Ah Tao llega a la residencia y descubre un mundo nuevo que no había contemplado antes. Pero ella sabe mirar a lo profundo de esas personas discapacitadas, y por eso pronto comienza a comprenderlas y quererlas. Y, sobre todo, no quiere dar trabajo ni ser una carga pata nadie... porque siempre ha sido la servidora de todos. No está acostumbrada a ser el centro de atenciones, a ser objeto de regalos, a merecer el tiempo de los demás... Pero su labor durante sesenta años y ahora en la residencia no puede dejar de producir sus frutos, y por eso recibe todo el afecto que su mismo corazón encierra.

Magnífico -por no decir impecable- es el trabajo de Deannie Ip, cuya sola mirada llega cargada de exquisita humanidad y cuyas reacciones muestran tal grado de sensibilidad que el espectador no puede dejar de sentir simpatía y conmoverse ante lo que ve. Hay interioridad y tacto para ver lo que pasa en esas almas atribuladas por los años, y también trascendencia para saber o intuir que tras la muerte habrá un Dios que les espera y que les sigue cuidando, atento a su ordenador para no pedirles más de lo que puedan soportar. No faltan, por otra parte, los momentos de contenida y profunda emoción, sin necesidad de una banda sonora que los intensifique ni de diálogos forzados que expliciten los sentimientos, como tampoco faltan el fino y elegante humor o los instantes de dolor y tristeza... porque la vida se va, de manera tan silenciosa y sencilla como incuestionable, pero con la satisfacción de haber conocido a Ah Tao, porque nunca la muerte fue tan dulce ni la vejez fue tan sabia y ejemplar.
La mirada de Ulises
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8
17 de junio de 2015
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Ernesto Daranas nos lleva a La Habana más pobre y nos introduce en la clase de primaria de Carmela. Ella es una maestra de las de antes, de las que sabían querer a los niños y por eso darles lo que necesitaban. Pero la salud de Carmela es precaria y el corazón le da un aviso, mientras que el difícil entorno de unos de sus alumnos, Chala, empuja constantemente al chaval al precipicio. Él tiene once años, no conoce a su padre y su madre está enganchada a la droga, cuida perros de pelea para llevar dinero a casa, y en la escuela se muestra tan despierto e indomable como sensible y maduro. Entre Carmela y Chala hay una relación especial, pero todos los niños de la clase quieren a esa abuela entrañable que les enseña con un corazón de oro y con una conciencia que supera las reglas impuestas y que les permita volar como las palomas que cuida Chala. Ese es el escenario de "Conducta", película cubana de título que apunta a la escuela-internado que amenaza a un Chala incorregible en sus travesuras y comportamiento pero noble y leal.

Daranas recoge un ambiente de miseria en el que resaltar la calidad humana de sus personajes. Ahí contrasta la categoría de la maestra con la estrechez de miras de la asistente social, la sensibilidad y candidez de los niños con la dureza de una mujer atrapada por la droga y el alcohol, la dulzura de una escuela que es lugar de encuentro con la agresividad de una sociedad sumida en la corrupción y la pobreza. Entre esos polos, Chala tiene que sobrevivir y reparte su tiempo entre los perros preparados para la lucha y las palomas destinadas a volar, mientras su corazón sufre tanto el dolor por esa madre atrapada o ese padre ausente como el amor por esa niña palestina. En su vida han encontrado eco, a pesar de su carácter vivo y rebelde, los principios de Carmela para la educación: rigor y afecto han conformado un sentido de la lealtad y un cariño capaz de soportar las mayores adversidades, y las personas que quiere -su madre irresponsable, su abuela adoptiva, su novia de la infancia, su amigo atacado- se convierten en resorte de cada uno de sus actos.

La narrativa que imprime el director a la historia es ágil y su estética está imbuida de naturalismo sin perder el sentido de humanidad. Los diálogos son rápidos y espontáneos -tanto que a veces queda dificultado su entendimiento-, los sentimientos afloran con autenticidad y dejan paso a momentos de emoción nada artificiosos, mientras que el retrato social de la Cuba actual es tan fidedigno como respetuoso. Las reglas y el miedo a la autoridad hacen que una simple estampita de la Virgen de la Caridad del Cobre sea motivo grave de sanción y amenace con el futuro de unos niños inocentes, que los educadores se conviertan en altavoces del Partido para acallar su propia conciencia y corazón -excelente es la evolución de la maestra sustituta, imagen de todo un pueblo-, que el peso de la fuerza aplaste la humanidad de un pueblo silenciado y atropellado. De ahí, la importancia de esa estructura de la trama en que la lectura del texto de la maestra hilvana una historia de resistencia y se erige en voz para la lucha.

Este milagro cubano que recientemente ha comenzado a aflorar no podría darse sin la antológica interpretación de Alina Rodríguez, mujer de mirada profunda y corazón valiente y entrañable, y sin la frescura de Armando Valdés Freire al dar vida a un niño convertido en paradigma de la inocencia y defensa de la propia personalidad. Los distintos desenlaces no hacen si no remachar la idea básica de Carmela y que algunos no acaban de comprender: que las personas están por delante de las reglas y que cada uno debe actuar con prudencia pero con convicción. Estamos ante un emotivo drama social, ante un ejemplo de lo que es la buena educación, y ante un retrato humano -lírico y esperanzado- de quienes sobreviven en la miseria gracias a su conciencia y a su corazón.
La mirada de Ulises
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